XIII- La Virgen del Mafioso.

—¡Despierta, perra! —le gritaron a Aysel, obligándola a abrir los ojos de golpe.

Ella miró a su alrededor y pudo notar que era un hospital. Se dió cuenta de que los hombres que la habían golpeado eran más de los que ella podía imaginar. Sonrío de medio lado, sintiendo el ardor en su labio inferior. Estaba en una silla atada de manos y pies.

Había sido secuestrada. Algo que su madre y su hermano habían tratado de evitar enviándola a Estados Unidos.

—¿De qué te ríes, perra? —le dijo uno de los hombres, al notar el rostro soberbio de la turca—. Odio a las mujeres que se creen tanto solo por tener un hombre que las protege.

—Oh, no. Así siempre he sido yo —le respondió, ganándose otro golpe en su rostro.

Ella apretó los dientes con fuerza al sentir dolor. No iba a derramar una lágrima por más que la golpearan. No les daría el gusto.

—Vas a llorar —sentenció el hombre—. Todas las perras lloran.

—No soy perra —refutó—. Las zorras no lloramos. Recuérdalo siempre.

Y la volvió a golpear, sol
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