Aysel lloró y lloró hasta que se durmió en los brazos de su hermano mayor. A Emir le dolía ver lo triste que se encontraba su hermana, pero no podía hacer nada. La decisión de su madre fue esa y tuvo que respetar su voluntad hasta el final. Le hubiese gustado que compartieran más durante el último año, pero ya no podía cambiar la situación y la seguridad de su hermana era lo principal en la mansión.Fabrizio se quedó con ella y dejó que Emir se fuera de su oficina. Él la vió dormir plácidamente en su regazo, porque, por supuesto, no permitiría que ella durmiera sola en el sofá. Sus hermosos ojos estaban inflamados y su voz era más ronca de lo normal. Fabrizio mentiría si decía que Aysel tenía una voz fina. Era melodiosa, pero fuerte. A diferencia de cómo se veía en ese momento, mientras acariciaba su cabello. —Anne... —murmuró Aysel, mientras dormía. La vida no había sido fácil para ninguno de los dos, pero esa mujer turca, no merecía sufrir así.Uno de los hombres de Fabrizio tocó
26 años atrás.Reikiavik-Islandia.Eran las primeras vacaciones de la familia Martinelli en Islandia. Un país libre de corrupción y muertes. Considerado el más seguro del mundo y, por supuesto, era territorio amigo. Todas las mafias podían ser libre en ese lugar. Había un tratado de paz que nadie debía romper, pero que lamentablemente, en unas horas, sería destruido de la peor manera posible. Fabrizio tenía once años y le faltaban unos dos o tres años para que empezara su entrenamiento en la Cosa Nostra. Sería el próximo líder de la organización cuando su padre dejara su puesto. Era verano y los dos hijos de la pareja habían hecho un magnífico esfuerzo en sus respectivas escuelas. Fabrizio iría a Gales a estudiar su bachillerato junto a Alessandro. Eran los siguientes en tomar el control de la Cosa Nostra cuando fueran adultos y completamente capaces de llevar el peso de la mafia en sus hombros.—¡Mami, Fabrizio se ha comido mi galleta!—¡Chismosa, te vas a llenar de piojos y te dej
Fabrizio tenía solo un día para poder drenar toda su ira. Se permitía sentir brevemente la ausencia de su hermana menor. Todo el mundo en la mansión desaparecía y le daban espacio para que llorara. Aunque su gente sabía que no lo haría así estuviese solo.Él estaba en su oficina a puertas cerradas ahogándose en alcohol. Lo más loco, es que Fabrizio por más que bebiera hasta acabar con la última botella, jamás, se emborracharía. Hasta para eso se sentía inútil.Había encendido la televisión por el simple placer de escuchar otras voces y no las de su cabeza, que salían siempre el día de la muerte de su hermana. A Sofía no le gustaba su nombre y era de las niñas que se lo cambiaban dependiendo de su estado de ánimo.Para él, ella era su piojosa."You are my sunshine, my only sunshine,You make me happy when skies are gray.You'll never know, dear, how much I love you...Please, don't take my sunshine away..."Y como si la vida no fuera lo suficientemente dura, suena la canción más triste
Aysel venía de Turquía, con una madre musulmana muy amorosa, algo que por obvias razones, su hermano no le gustaba. Eran personas creyentes, pero no fanáticos. Aysel se llevó la peor parte de ser mujer por la familia de su padre, y fue obligada más de una vez a hacer lo que ella no quería.Había tres cosas que Aysel amaba, después de su familia. Salvar vidas, su libertad y cocinar los platos típicos de su país.Ella, al salir de Turquía, conoció otros horizontes. Creía en el matrimonio y llevaba en su corazón todo lo que le enseñó su madre.Por eso, recibir un beso de Fabrizio, era algo que estaba haciendo por primera vez. Ella era virgen de la cabeza a los pies.Jamás había sido tocada de manera sexual. Por eso no sabía cómo responderle el beso a Fabrizio. —Deja de pensar, Aysel —le murmuró entre dientes, y acariciando sus mejillas—. Tus pensamientos están chocando conmigo.Ella se tensó, logrando que Fabrizio sonriera.—Estoy haciendo mi mayor esfuerzo —lo miró, él abrió los ojos
Había pasado un mes, desde la muerte de su madre y la declaración que Fabrizio le había hecho. Durante todo ese tiempo el mafioso no hizo más que cortejarla como en la vieja escuela, o eso creía él.Flores y bombones le llegaban todos los viernes por la tarde.Aysel tenía dos camionetas llenas de guardaespaldas, más un tercero en donde ella viajaba con dos escoltas más.Ellos se hacían llamar Marco y Polo.—Por fin te veo la cara —saluda a Dereck y se sienta en la silla—. ¿Cómo están los gemelos estos días?Dereck echa un vistazo hacia la entrada de la cafetería y sonrie. La misma cantidad de guardaespaldas que tenían Alessandra y Emma.—Empezaron la guardería el lunes. Ahora son más independientes y no quieren hablar italiano —le entrega una taza de café con leche.—¿Cómo van a comunicarse con ustedes? —miró el café—. Esto acabará conmigo un día.—No lo hará. Fabrizio acaba el mundo si te llega a dar gripe —se burló, haciéndola sonrojar—. Ellos están hablando alemán. Resulta que está
Y así fueron pasando las semanas para los dos. Vivían juntos en el departamento de Aysel y aunque Fabrizio prefería tenerla en la mansión, completamente vigilada, entendió que ella se sentía más libre fuera de ahí.—¿Te gusta? —le preguntó, mientras ella veía el espacio vacío en donde debería estar la sala.—Es preciosa... —murmuró con asombro. Era una mansión en el bosque de tres pisos. Estaba alejada de todo y parecía perfecto para que ella pudiera relajarse. La casa estaba vacía, los pisos eran de cerámica negra y las paredes eran de color gris. Algo que no le gustaba del todo a Aysel porque ella prefería la claridad.—Puedes decorarla tú misma. No hay límite para lo que desees tener aquí. Si quieres quitas los ventanales o podemos hacer nuevamente la cocina —le señaló el otro lado de la casa.—Creo que es muy grande... —miró que no había interruptor—. ¿Cómo se supone que se van a encender las luces? Él sonrió y la abrazó.—Son automáticas. No vas a tener que sufrir mucho por las
Llegó San Valentín y con ello, una noticia que Aysel no se esperaba. Ella había sido buscaba por su hermano en el hospital para ir a cenar. Le pareció extraño que fueran a comer tan tarde por la noche, pero simplemente lo dejó pasar. Ella estaba vestida con un pantalón de vestir blanco, zapatos altos de punta, color beige y una camisa de seda rosada. Su cabello estaba suelto y había dejado de esconder el color de sus ojos. Estaba agotada, pero jamás se vestía mal. Aysel era una mujer elegante y hermosa.—¿Qué estás tramando, Emir? —le preguntó, cuando su hermano cubrió sus ojos con una venda. —Debes confiar más, mocosa —bromeó con ella y la llevó adentro del restaurante.Todo había sido preparado con dedicación y cuidado. Fabrizio la vió entrar y no pudo estar más feliz de verla. Era la mujer más bella del mundo.Incluso, más bella que las mujeres que había en su vida.Cuando a Aysel su hermano le quitó la venda de sus ojos, encontró a Fabrizio arrodillado con un anillo en una caja
—¡Despierta, perra! —le gritaron a Aysel, obligándola a abrir los ojos de golpe.Ella miró a su alrededor y pudo notar que era un hospital. Se dió cuenta de que los hombres que la habían golpeado eran más de los que ella podía imaginar. Sonrío de medio lado, sintiendo el ardor en su labio inferior. Estaba en una silla atada de manos y pies. Había sido secuestrada. Algo que su madre y su hermano habían tratado de evitar enviándola a Estados Unidos.—¿De qué te ríes, perra? —le dijo uno de los hombres, al notar el rostro soberbio de la turca—. Odio a las mujeres que se creen tanto solo por tener un hombre que las protege.—Oh, no. Así siempre he sido yo —le respondió, ganándose otro golpe en su rostro. Ella apretó los dientes con fuerza al sentir dolor. No iba a derramar una lágrima por más que la golpearan. No les daría el gusto.—Vas a llorar —sentenció el hombre—. Todas las perras lloran.—No soy perra —refutó—. Las zorras no lloramos. Recuérdalo siempre.Y la volvió a golpear, sol