Valentina había llegado puntual al trabajo, trataba de hacerlo siempre porque no quería correr ningún riesgo de despido, dependía de lo que ganaba para mantenerse, y en su estado, no podía permitirse quedar sin empleo. Trabajaba limpiando las oficinas de una de las empresas textiles más importantes de San Francisco. Su deseo era conseguir un puesto como diseñadora, porque se había graduado en Berkeley en diseño de modas, pero no tenía ninguna experiencia más que como pasante y le ofrecieron la única vacante disponible: aseadora. No era lo que quería, pero llevaba semanas buscando empleo y no había encontrado nada mejor y le urgía el dinero.
Estaba terminando de asear los baños del piso cinco cuando sintió una fuerte punzada en el vientre que la hizo jadear de dolor. Su embarazo estaba muy avanzando, le faltaba muy poco para dar a luz. Usaba ropa holgada para disimularlo porque, de otra manera, el gruñón de su supervisor ya habría conseguido que la echaran. Cuando el dolor pasó, siguió trabajando para poder irse pronto a casa. Pero varios minutos después, volvió a sentir otra punzada más y supo entonces que estaba teniendo contracciones.Guardó los implementos de limpieza y decidió irse a casa, su turno estaba cerca de terminar y todo estaba tan limpio que nadie notaría que se fue antes.Ansiosa, pulsó el botón del ascensor con insistencia como si así fuera a lograr que llegara más rápido, le urgía marcharse sin que nadie la viera. Justo cuando las puertas se abrían, una tercera contracción la hizo doblar de dolor. Tuvo que apoyar una mano en la pared para no terminar de rodillas en el suelo.—¿Qué le sucede, señorita? —le preguntó un hombre que se encontraba dentro de la cabina. Ella alzó el rostro y de inmediato se dio cuenta de que se trataba de Bruno Lombardi, el dueño de Textiles Lombardi, su jefe. Era inconfundible; aunque lo conocía solo por fotos, era la primera vez que coincidían en todos los meses que llevaba trabajando en su empresa y sucedía justo en el peor momento. ¿Por qué tenía que ser precisamente él quien estuviera en ese ascensor?—Nada grave, solo una contractura muscular —respondió ella cambiando su mueca de dolor por una sonrisa fingida.—Parecía serio —comentó Bruno frunciendo el ceño—. ¿Va a subir?—No, recordé que debo ir por algo —dijo ella batiendo la cabeza, pero lo que pasó un segundo después la dejó por completo en evidencia.—¡Oh, Dios mío! —murmuró avergonzada mirando al suelo, había roto aguas delante de Bruno Lombardi. ¡Quería que la tierra se la tragara!Bruno la miró sorprendido, parecía que se había echo pis encima, pero dudaba de que una mujer tan joven sufriera de incontinencia. Entonces recordó que la vio tocándose el vientre y comprendió lo que pasaba. —¿Qué espera? Suba, debe ir a un hospital ahora —pronunció Bruno apurándola, tenía suficiente conocimientos sobre partos como para saber que requeriría de atención médica.Valentina asintió juntando los labios y, sin más opción, se subió al ascensor con su jefe. Él ni siquiera debía saber que era su empleada, tal vez si tuviera un puesto de más relevancia, lo haría, pero ella solo era del personal de limpieza.Bruno presionó el botón de la planta baja y llamó a urgencias desde su teléfono pidiendo una ambulancia. Pero Valentina lo interrumpió diciéndole que tendría a su bebé en casa, con una partera.—¿Por qué? —preguntó él frunciendo el ceño.—Porque no tengo seguro, señor, y no puedo permitirme una deuda como esa —contestó Valentina con honestidad.—No se preocupe por la cuenta, yo me haré cargo —le dijo Bruno sin que pareciera un problema, y obvio que no lo era, Bruno Lombardi era multimillonario, el dinero le sobraba.—De ninguna manera. No… puedo… —Una nueva contracción le robó el habla a Valentina, se aferró al pasamanos del ascensor y respiró hondo, exhalando lento, como había visto en Internet. Había leído montones de libros y artículos sobre embarazos y partos, necesitaba saber todo lo que pudiera para cuando llegara la hora del nacimiento de su hijo. Había logrado reunir lo suficiente para pagar una partera que le habían recomendado.—¿Qué tan seguida son las contracciones? —indagó Bruno mostrándose preocupado. Y Valentina no entendía porqué parecía importarle, ella era una desconocida para él. Hasta le había ofrecido pagarle la cuenta del hospital. ¿Por qué?—No estoy segura, algunos minutos —contestó nerviosa, aún no podía creer que estuviera en ese ascensor con su jefe y que estuviera preguntándole sobre su embarazo.—¿Y cómo piensa ir a su casa? ¿en taxi? —cuestionó alzando las cejas.Bruno suponía que si no tenía seguro, mucho menos un auto. Y no se equivocó.Valentina palideció recordando que solo tenía suficiente para pagar un ticket de autobús. Un taxi era un lujo que no se podía permitir, apenas ganaba lo suficiente para cubrir los servicios y comer, al menos no pagaba renta porque vivía en casa de su abuela. ¿Qué iba a hacer? No podía irse en autobús, vivía lejos y no estaba segura de cuánto tiempo tenía antes de que su bebé naciera. La preocupación la abrumó, comenzó a sentirse mareada como si estuviera en un carrusel, y las fuerzas le fallaron. Pero antes de perder el conocimiento, notó dos fuertes brazos que la sostuvieron, evitando que cayera al suelo.Bruno alzó a Valentina en sus brazos sin ninguna dificultad e intentó hacerla reaccionar dándole golpecitos en la cara, pero no lograba que volviera en sí. Para él fue imposible no trasladarse a tres años atrás, cuando encontró a su esposa sin vida sobre un charco de sangre en el baño de su casa. Sufrió desprendimiento de placenta a las veinte semanas de embarazo, esperaba a su segundo hijo. Estaba sola en casa y perdió el conocimiento antes de poder llamar a alguien. Cuando Bruno llegó, ya era demasiado tarde.El dolor lo paralizó, pero en el momento que las puertas se abrieron en la planta baja, corrió con la joven en sus brazos, esperando que la ambulancia estuviera por llegar y que pudieran atenderla.Era una completa desconocida para Bruno, pero a él no le importaba quién fuera, solo quería ayudarla, como no pudo hacerlo por su esposa.La ambulancia demoró solo un minuto en aparecer frente al edificio, los paramédicos tomaron a Valentina de los brazos de Bruno, la recostaron en la camilla y le preguntaron a Bruno qué había pasado mientras la examinaban. Bruno les dijo lo que sabía y, luego de comprobar sus signos vitales, decidieron llevarla al hospital. La subieron en la ambulancia. Y Bruno, sin dudarlo dos veces, decidió acompañarla. El chofer arrancó enseguida con las sirenas encendidas mientras los paramédicos seguían revisando a Valentina. —¿Cómo se llama? ¿de cuántas semanas está? —le preguntó el paramédico más joven.—No lo sé, no la conozco, solo coincidimos en el ascensor —respondió él sin tener la menor idea, era la primera vez que la veía.Justo en ese momento, Valentina volvió en sí y preguntó qué pasaba, estaba confundida y asustada.—No puedo ir al hospital, tendré un parto en casa, es lo que puedo pagar —mencionó cuando el paramédico le explicó la situación. —Yo correré con todos los gastos, no de
Valentina no dejaba de sonreír mirando a su bebé, después de meses de miedo, preocupación y dudas, al fin lo tenía entre sus brazos. Su embarazo había sido una montaña rusa de emociones desde el inicio. El día que se enteró, fue el más feliz y el más triste de su vida hasta entonces. Esa mañana, se levantó temprano y fue a la farmacia por una prueba rápida, tenía varios días de retraso y sospechaba que estaba embarazada. Volvió a casa y se encerró en el baño para hacérsela; estaba nerviosa, ella y su novio apenas llevaban saliendo unos meses y nunca habían hablado de tener hijos. En unos minutos, los resultados se revelaron: positivo, estaba esperando un bebé. Valentina lloró de felicidad porque siempre había soñado con ser mamá. Y así emocionada como estaba, fue a darle la noticia a su novio. Usó la llave que él le había dado y entró a su apartamento temblando de nerviosos, no sabía cómo iba decírselo o cuál sería su reacción. —¡Zack! —gritó con los ojos perplejos cuando vio a un
Valentina sintió mucha vergüenza cuando admitió que no había mencionado su embarazo por miedo a que no le dieran el empleo y que luego no lo informó porque no podía quedarse sin trabajo.—Entiendo porqué lo ocultó, muchas empresas manejan esos tipos de políticas de exclusión, pero la mía no. Todos mis empleados gozan de un plan de seguro médico además de licencias de maternidad remuneradas —detalló en tono formal—. Si le digo todo esto es porque espero que siga trabajando en mi empresa con todos los beneficios y en un puesto que esté acorde con su profesión. Mi jefe de recursos humanos me informó que usted estudió diseño de modas. —Sí, señor —contestó Valentina asintiendo dos veces, aún nerviosa y a la vez impactada por el ofrecimiento que le estaba haciendo Bruno. Ya había asumido que la despediría, en cambio, le estaba dando la oportunidad de seguir trabajando para él en un puesto mejor. —Iniciaría como practicante, con la posibilidad de escalar de puesto de acuerdo a su desempeñ
Valentina respiró hondo antes de acercarse a la recepción del departamento de diseño dirigido por Ana Winter, una talentosa diseñadora de modas a la que admiraba mucho; le emocionaba poder conocerla en persona, deseaba aprender de ella todo cuando pudiera. Pero a Ana, la llegada de una nueva aprendiz lo menos que le producía era alegría, tenía el equipo que necesitaba, y así se lo hizo saber a Bruno cuando se enteró de su contratación, pero él fue muy tajante en su decisión y ella no pudo hacer más que aceptar lo que su jefe quería.—Buenos días, soy Valentina Collins, la nueva aprendiz de diseño —dijo estando delante de la secretaria de Ana, una joven que parecía tener su misma edad o tal vez un poco menos. —Llegas tarde. Tu cubículo es el último de la izquierda. En el escritorio, encontrarás dinero para café, ve por él antes de que Ana llegue —le informó la recepcionista sin mirarla. —¿Ir a dónde? —preguntó confundida. —Al café del frente, está al cruzar la calle, solo di que vas
La respuesta de Bruno no correspondía con sus acciones, no parecía solo un jefe preocupado por una de sus empleadas, pero Valentina no iba a contradecirlo. —Disculpe, no era mi intención molestarlo —pronunció ella cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, se sentía incómoda y adolorida por las quemaduras. Todo lo que quería era buscar a James y volver a su casa. —No, soy yo quien debe disculparse. Estoy molesto, pero no con usted —admitió lamentando el tono de voz que había usado con ella—. Vamos, debe ir a casa a descansar.—Primero debo buscar a James.—Sí, James, cierto —dijo pasándose la mano por el cabello, se había olvidado del bebé.Bruno fue por el auto y Valentina se quedó esperándolo en la entrada. Mientras llegaba, la persona que menos esperaba ver ese día caminó hacia ella: Zack, su ex novio. Y no estaba solo, la mujer con la que le había sido infiel venía a su lado. Seguía con ella y, por el anillo que vio en su dedo, se iban a casar.Valentina intentó no
Valentina se puso nerviosa y le cerró la puerta en la cara a Zack. —Val, ábreme, necesito que hablemos —dijo él mientras aporreaba la puerta. —No hay nada de lo que debamos hablar, vuelve con tu prometida y déjame en paz —respondió Valentina sin alzar mucho la voz, no quería despertar a James. —He dejado a Sarah, nunca la quise, Val. Te quiero a ti. —No te creo, Zack. Y ya no me importa. Vete o llamaré a la policía —le advirtió decidida, aunque esperaba no tener que llegar a ese extremo.—¿Es por ese imbécil que quieres que me vaya? ¿Quién es? ¿desde cuando estás con él? —le preguntó alzando la voz, escuchándose molesto. —No tengo que darte ninguna explicación, Zack. Vete ahora y no vuelvas otra vez. —¿Qué está pasando? —le preguntó su abuela saliendo de su habitación. —Es Zack, abuela. —No me iré. Abre la maldit@ puerta o la echaré abajo —gritó furioso, estaba cegado de celos, le disgustó verla con otro hombre y estaba furioso porque no le abría la puerta.—Llama a la policía
Bruno le dio la espalda a Kim y le dijo que le daría cinco minutos para que saliera de su habitación. Cruzó la puerta y bajó directo a su oficina en casa, donde tenía guardada una botella de whisky. Se sirvió un trago y lo bebió de un solo tirón. No podía creer que su cuñada se le ofreciera de esa manera. ¿Por qué lo hizo? Kim salió de la habitación de Bruno envuelta en una bata tipo albornoz y con un mar de lágrimas recorriéndole la cara, jamás se había sentido tan avergonzada en su vida. Aquello fue un error, pero su amiga Marian la convenció de que lo hiciera. ¡Qué tonta fue! ¿Ahora cómo miraría de nuevo a Bruno a la cara? En la mañana, Bruno se levantó muy temprano y salió a trotar por el vecindario, tenía muchas cosas en la mente y necesitaba despejarse. ¿Cómo sería su relación con Kim a partir de ahora? No podía fingir que nada había pasado. Luego de media hora, volvió a casa, se duchó y se vistió para ir al trabajo. Cuando bajó al comedor, su hija ya estaba preparada para ir
Valentina se despertó sobresaltada cuando escuchó el llanto de James, había dormido por casi cuatro horas. Se levantó de la cama y salió de la habitación para ir por su bebé. Su abuela y Bruno estaban en la sala, ella en su mecedora y él haciéndole monadas a James para tratar de distraerlo, pero él niño tenía hambre y no había ningún truco que funcionara en ese caso. —Buenos días, bella durmiente —la saludó Bruno con una sonrisa. Y a Valentina se le aflojaron las piernas. Esa sonrisa acabaría con su cordura.Valentina sacudió la cabeza y tomó a su hijo de los brazos de Bruno. —¿Cómo se portó mi chiquito? —Muy bien, es un buen niño —respondió Bruno sonriendo de nuevo. ¿Podía ser más encantador? —Tiene hambre, mi niña. No había suficiente leche almacenada en el refrigerador. —Sí, lo olvidé por completo —comentó un poco avergonzada, no era un tema que quisiera hablar delante de su jefe—. Iré a darle de comer, puede demorar un poco, si tienes que irte…—No, yo espero, tengo