Zack no paraba de mirar la hora en su reloj de muñeca, estaba impaciente, sentía cada minuto como si fuera una hora. Se preguntaba si Valentina iría o no como acordaron. La había llamado en cuanto tuvo los resultados de los análisis que tanto estaba esperando. Era compatible con James, podía donarle parte de su médula ósea y convertirse en el héroe de su hijo. Aquella era la oportunidad que necesitaba para recuperar a Valentina, la única que tendría, y no iba a desperdiciarla. Se levantó del mullido sofá donde estuvo sentado los últimos quince minutos y se acercó al ventanal desde donde podía ver la ciudad de San Francisco en todo su esplendor. El apartamento, propiedad heredada de su madre, situada en el piso quince de un lujoso edificio residencial anclado en una zona privilegiada de la ciudad, sería el lugar perfecto para vivir con su familia, pero no pensaba quedarse en San Francisco, si lograba convencer a Valentina de volver con él, se la llevaría lo más lejos posible de esa ci
Valentina se sentía indignada y muy enojada, lo que Zack le exigía a cambio de donarle médula a su propio hijo era terrible. La vida de James no podía importarle menos, lo había convertido en un objeto de intercambio, en algo que se usa, deshumanizándolo.—Eres un desgraciado, manipulador. ¡Se trata de un niño, de tu hijo! ¿Cómo te atreves a usarlo así, Zack? ¿no tienes un corazón latiendo en tu pecho? —cuestionó con deseos de golpearlo, nunca en la vida había estado tan furiosa, como una leona a la que le habían herido a su cachorro.—Es mi única oportunidad de recuperarte, de que estemos juntos… —respondió acercándose hacia ella. Valentina retrocedió, alejándose.—El amor no se obliga, Zack, y tú me quieres tener a la fuerza.—Lo que quiero es estar contigo, Val. ¿Por qué no puedes entenderlo? Te amo, eres la única mujer que siempre he querido, y todo lo que deseo es que los tres estemos juntos y seamos una familia —dijo una vez más, estaba muy decidido—. Si no aceptas, me iré lejos
El teléfono de Valentina timbró con una llamada solo unos minutos después de haber salido, Zack se lo pidió y lo arrojó por la ventana, Bruno podía rastrear su ubicación por medio del GPS si sospechaba algo. Sin detenerse, condujo durante diez minutos hasta llegar al estacionamiento de un viejo cine que había cerrado hacía varios años. Un auto azul oscuro tipo sedan sin placas se encontraba en uno de los puestos de aparcamiento. Apagó el motor del vehículo de Valentina y le dijo que se bajara para pasarse al otro, Bruno podría rastrear su ubicación. Sin poner objeción, se bajó y sacó a James de la silla de bebés, se había quedado dormido, siempre le sucedía cuando salían en el auto. —No hay silla para bebés en este auto —le dijo a James cuando abrió la puerta trasera—. Desmonta la del mío para ponerla aquí. —No sé hacerlo, dame al niño y hazlo tú. Ella no quería que tuviera a James, pero no podía instalar la silla con él en los brazos. Se lo pasó con cuidado y Zack lo sostuvo sin p
La posibilidad de estar esperando un hijo de su esposo le emocionaba y aterraba en partes iguales. Había deseado mucho tener un bebé con Bruno, los dos lo querían Sería una noticia maravillosa, estaría saltando de felicidad si su vida fuera la misma que antes, pero todo era tan distinto ahora…¿Qué haría Zack si lo descubría? Seguro se enojaría, despreciaba a Bruno y no iba a querer que ella tuviera un hijo de él, podía obligarla a abortarlo o lastimarla para que lo perdiera. Aquel pensamiento horrorizó a Valentina. Si estaba embarazada, debía ocultarlo y huir de él en cuanto fuera posible. Tendría tiempo antes de que el embarazo fuera visible, el suficiente para pensar en un buen plan de escape. Loa siguientes días, Valentina comenzó a sentir los síntomas típicos de un embarazo: náuseas matutinas, dolor en el vientre, somnolencia y cansancio. No podía hacerse una prueba, porque Zack no la dejaba ni asomar la nariz fuera de la casa cuando estaba y tampoco tenía dinero para comprar a
Valentina había llegado puntual al trabajo, trataba de hacerlo siempre porque no quería correr ningún riesgo de despido, dependía de lo que ganaba para mantenerse, y en su estado, no podía permitirse quedar sin empleo. Trabajaba limpiando las oficinas de una de las empresas textiles más importantes de San Francisco. Su deseo era conseguir un puesto como diseñadora, porque se había graduado en Berkeley en diseño de modas, pero no tenía ninguna experiencia más que como pasante y le ofrecieron la única vacante disponible: aseadora. No era lo que quería, pero llevaba semanas buscando empleo y no había encontrado nada mejor y le urgía el dinero. Estaba terminando de asear los baños del piso cinco cuando sintió una fuerte punzada en el vientre que la hizo jadear de dolor. Su embarazo estaba muy avanzando, le faltaba muy poco para dar a luz. Usaba ropa holgada para disimularlo porque, de otra manera, el gruñón de su supervisor ya habría conseguido que la echaran. Cuando el dolor pasó, sig
La ambulancia demoró solo un minuto en aparecer frente al edificio, los paramédicos tomaron a Valentina de los brazos de Bruno, la recostaron en la camilla y le preguntaron a Bruno qué había pasado mientras la examinaban. Bruno les dijo lo que sabía y, luego de comprobar sus signos vitales, decidieron llevarla al hospital. La subieron en la ambulancia. Y Bruno, sin dudarlo dos veces, decidió acompañarla. El chofer arrancó enseguida con las sirenas encendidas mientras los paramédicos seguían revisando a Valentina. —¿Cómo se llama? ¿de cuántas semanas está? —le preguntó el paramédico más joven.—No lo sé, no la conozco, solo coincidimos en el ascensor —respondió él sin tener la menor idea, era la primera vez que la veía.Justo en ese momento, Valentina volvió en sí y preguntó qué pasaba, estaba confundida y asustada.—No puedo ir al hospital, tendré un parto en casa, es lo que puedo pagar —mencionó cuando el paramédico le explicó la situación. —Yo correré con todos los gastos, no de
Valentina no dejaba de sonreír mirando a su bebé, después de meses de miedo, preocupación y dudas, al fin lo tenía entre sus brazos. Su embarazo había sido una montaña rusa de emociones desde el inicio. El día que se enteró, fue el más feliz y el más triste de su vida hasta entonces. Esa mañana, se levantó temprano y fue a la farmacia por una prueba rápida, tenía varios días de retraso y sospechaba que estaba embarazada. Volvió a casa y se encerró en el baño para hacérsela; estaba nerviosa, ella y su novio apenas llevaban saliendo unos meses y nunca habían hablado de tener hijos. En unos minutos, los resultados se revelaron: positivo, estaba esperando un bebé. Valentina lloró de felicidad porque siempre había soñado con ser mamá. Y así emocionada como estaba, fue a darle la noticia a su novio. Usó la llave que él le había dado y entró a su apartamento temblando de nerviosos, no sabía cómo iba decírselo o cuál sería su reacción. —¡Zack! —gritó con los ojos perplejos cuando vio a un
Valentina sintió mucha vergüenza cuando admitió que no había mencionado su embarazo por miedo a que no le dieran el empleo y que luego no lo informó porque no podía quedarse sin trabajo.—Entiendo porqué lo ocultó, muchas empresas manejan esos tipos de políticas de exclusión, pero la mía no. Todos mis empleados gozan de un plan de seguro médico además de licencias de maternidad remuneradas —detalló en tono formal—. Si le digo todo esto es porque espero que siga trabajando en mi empresa con todos los beneficios y en un puesto que esté acorde con su profesión. Mi jefe de recursos humanos me informó que usted estudió diseño de modas. —Sí, señor —contestó Valentina asintiendo dos veces, aún nerviosa y a la vez impactada por el ofrecimiento que le estaba haciendo Bruno. Ya había asumido que la despediría, en cambio, le estaba dando la oportunidad de seguir trabajando para él en un puesto mejor. —Iniciaría como practicante, con la posibilidad de escalar de puesto de acuerdo a su desempeñ