Berlín, AlemaniaViktorLa puerta se cierra detrás de ella con un clic suave, casi inaudible, y, sin embargo, resuena en mi cabeza como una explosión. El eco de sus pasos alejándose, los mismos que tantas noches esperé oír acercándose, ahora se pierden en la mansión como si el vacío la devorara poco a poco. No me muevo. No parpadeo. Solo me obligo a mantenerme de pie, aunque siento que el suelo bajo mis pies ya no está.Me toma más tiempo del que debería abrir el maldito teléfono y escribir el mensaje: Yo: Prepara un auto, que la dejen en el centro. Que no la sigan. Que no pregunten.Mis dedos no tiemblan, pero por dentro estoy al borde de la locura. Envío la orden. Con eso, se acaba. Es el final. Me acerco a la ventana y me detengo justo detrás de la cortina, como un maldito cobarde, como un imbécil que necesita ver cómo la mujer que destrozó su confianza abandona su vida… mientras no puede hacer nada más que mirar.Allí está. Su figura se ve tan pequeña desde aquí, tan frágil… Se
Berlín, AlemaniaEmiliaEl auto se detiene unas calles antes de la casa de mi padre. El conductor ni siquiera me mira cuando me abre la puerta, y por un segundo, deseo que diga algo, cualquier cosa… algo que me haga sentir que no soy una completa basura. Pero no lo hace. No lo espero tampoco. Bajo con torpeza, abrazando mi bolso contra el pecho como si en él pudiera proteger lo poco que me queda.Camino el resto del trayecto en automático, mis pies avanzan sin que se los ordene, mis pasos suenan sordos contra el asfalto. El cielo está gris, pesado, como si también fuera a llorar en cualquier momento. ¡Qué irónico sería que empezara a llover justo ahora! Me detengo frente al portón de la mansión de mi infancia y mis manos tiemblan al pulsar el timbre. No porque espere una bienvenida —sé que no la habrá— sino porque odio el peso de cada paso que me ha traído hasta aquí.Los hombres de seguridad me observan con una mezcla de sorpresa, burla y algo más… algo que me revuelve el estómago. ¿
Berlín, AlemaniaViktorHan pasado dos meses desde que Emilia se marchó, y la mansión ha vuelto a su antigua normalidad… al menos en apariencia. Yo, en cambio, no. No he vuelto a ser el mismo. Algo en mí se quebró esa noche en que la vi subirse al auto sin mirar atrás. Me dije que había hecho lo correcto, que dejarla ir era lo mejor, pero cada maldito día que pasa solo me convenzo más de que nada tiene sentido. Aun así, sigo adelante, porque es lo único que sé hacer: avanzar, mandar, destruir.Desde entonces, mis hombres me temen más que nunca, y con razón. El menor error se paga con sangre. No hay espacio para la piedad en este mundo. Mucho menos ahora que Reinhard Schäfer está expandiendo sus tentáculos como si no supiera lo cerca que está de cavar su propia tumba. Su nombre aparece en cada rincón turbio que toco, en cada operación que intento mover. Como una maldita plaga.Mi organización también ha crecido. Con más poder, más negocios y más enemigos. Algunos caen rápido, otros nec
Berlín, AlemaniaViktorObservo con detalle al hombre que, de pie delante de los que estamos reunidos, se atreve a decirme que mi cargamento se ha perdido. Más de un millón de dólares en mercancía de contrabando ha desaparecido sin explicación aparente. —¿Me estás diciendo que se desvaneció? —inquiero. El hombre se pone rojo bajo mi escrutinio, espero que mi mirada lo disuada de responder algo que no quiero escuchar, pero no es tan sabio como pensé. —No la encontramos, señor.—Sabes lo que eso implica, ¿no? —Lo sé y acepto mi destino —murmura con tono derrotado. —La muerte no siempre es la solución —irrumpe otro de mis colaboradores. El fuerte sonido de mi vaso de whiskey cayendo con fuerza sobre la mesa de madera resuena en la sala de reuniones. El cristal se desliza apenas, la bebida tiñe la madera, pero nadie se atreve a moverse. Todos están tensos. Atentos. Solo espero una respuesta.—¿Eso es todo? —Miro al hombre al otro lado de la mesa, su nombre es Rainer, y hasta hace un
Berlín, AlemaniaViktorEl dueño —no tan dueño—, del bar regresa, pero esta vez su rostro es más tenso. En su ausencia, aproveché para preguntarle a Konstantin, su nombre, se llama Hans Keller, es un hombre regordete, de cabello ralo y mirada astuta. Su traje barato está empapado en sudor.Se para frente a mí, retorciendo las manos.—Señor Albrecht… —traga saliva— Me temo que no puedo vendérsela.La presión en mi mandíbula se intensifica. —¿Disculpa?—Ya hay una subasta programada para esta noche —explica con un tono servil—. Emilia es el «objeto» principal. Los asistentes están esperando… Y, bueno, no puedo retractarme ahora.Mi sangre se enfría. Una subasta. Aprieto la mandíbula. Claro, eso explica por qué está vestida con este ridículo conjunto que apenas cubre su cuerpo y también el motivo por el que la pusieron a trabajar en el bar. Ya tenían un plan para ella.El impulso de sacar mi arma y volarle los sesos a este cerdo es tentador, pero en lugar de actuar con impulsividad, me r
Alemania, BerlínViktorApenas cruzamos la puerta del club, siento cómo Emilia tira de su mano, intentando soltarse de mi agarre. Al principio no le doy importancia; la mayoría de las mujeres que han pasado por mi vida han jugado al mismo juego. Una mezcla de desafío y miedo, solo para acabar rindiéndose.Pero Emilia es diferente.Su tirón se convierte en un empujón lleno de fuerza y determinación. Tan repentino que me toma por sorpresa, haciéndome soltarla.—¡Maldita sea! —gruño mientras tambaleo un paso atrás, observando cómo sale corriendo como un rayo.Por un instante me quedo congelado, incapaz de creer lo que acaba de hacer. ¿Me empujó? ¿A mí? ¿Acaso no tiene aprecio por lo que acabo de hacer?—¡Atrápenla! —grito a mis hombres, señalando la dirección en la que huyó.Ellos reaccionan al instante, esparciéndose por las calles oscuras como sombras en la noche. Pero no pienso dejarlo en sus manos.Esta cacería es mía.Comienzo a correr, zigzagueando entre los callejones de la ciudad
Berlín, Alemania Viktor El insistente sonido del teléfono me arrastra de golpe fuera del sueño. Mi mandíbula se tensa al oír el timbre resonar por tercera vez. Con un gruñido bajo, extiendo la mano y alcanzo el celular sobre la mesita de noche, sin mirar el identificador.—¿Qué? —gruño con voz áspera, pasando una mano por mi rostro para despejarme.Apenas y pegué el ojo anoche. No es de extrañar que ya tenga mal humor.—Viktor, tienes que escucharme. —La voz de Konstantin suena seria, más de lo habitual, y eso no me gusta.—¿Sabes qué hora es? Esto más te vale ser importante —respondo, aunque su tono ya me advierte que lo es.—Lo es. Encontré lo que me pediste sobre Emilia. Pero no te va a gustar.Mi cuerpo, todavía relajado por el sueño, se pone tenso de inmediato. Me incorporo en la cama, el corazón latiendo más rápido de lo que debería. Konstantin no es del tipo que exagera o dramatiza. Si dice que no me gustará, es porque realmente no me gustará.—Habla —le ordeno, mi tono ahora
Berlín, Alemania Viktor El vaso de whisky descansa en mi mano, las yemas de mis dedos rozan el cristal mientras el líquido ámbar gira con lentitud. Una distracción inútil. El alcohol nunca ha sido la respuesta, pero al menos me mantiene en el límite entre la razón y la locura.Las palabras de Konstantin siguen repitiéndose en mi mente. «Es la hija de Reinhard Schäfer». Es como un eco constante e implacable. Una verdad que no esperaba, y mucho menos una que tuviera que manejar bajo mi propio techo.Schäfer. El hombre que arruinó mi infancia. El hombre que destrozó mi familia y convirtió mi vida en un infierno de muerte y venganza. ¿Y ahora? Su hija está aquí, en mi casa, dormida bajo mi protección.El nudo en mi estómago se aprieta, como si cada fibra de mi ser estuviera gritando que haga algo al respecto, que la confronte, que la obligue a explicarme por qué demonios está aquí.Pero no.La impulsividad es un arma de los débiles.Si su padre la mandó a propósito, entonces tengo la ve