Berlín, AlemaniaEmiliaEntro a la mansión como si no perteneciera aquí, como si cada rincón me estuviera gritando que me largue, que ya no soy bienvenida. El silencio se siente distinto, más denso y pesado. Ya no hay calor en estas paredes, no para mí. Cada paso que doy me cuesta el doble, porque mi cuerpo pesa lo mismo que mi culpa.Y entonces veo a Helena. Está en el recibidor, y cuando me ve, su rostro se ilumina. Su expresión es tan sincera que por un instante, un solo y fugaz instante, que mi corazón se afloja.—¡Emilia! —corre hacia mí y me envuelve entre sus brazos, con fuerza, con calidez, con ese tipo de afecto que se siente como un hogar al que una vuelve después de haber sido arrastrada por una tormenta.Pero apenas me aprieta contra su pecho, yo me rompo.Me desmorono como si estuviera hecha de vidrio y hubiese esperado todo este tiempo el momento justo para quebrarme. Mis rodillas flaquean, pero ella me sostiene mientras un llanto profundo, rasgado y desesperado, brota
Berlín, AlemaniaEmiliaLa puerta se abre con un golpe torpe. Apenas siento mis piernas, pero de alguna forma avanzo por el pasillo. El sabor del alcohol aún me quema la lengua, como si el whisky fuera lo único que me mantiene despierto, aunque ya no tengo idea si estoy caminando o flotando entre los recuerdos que me atormentan.Me dejaron en la entrada como un maldito inválido. Henry me miró con lástima, pero no dijo nada. Buena decisión. Porque si lo hubiera hecho, juro por mis padres que le hubiera partido la boca. No necesito sermones y menos ahora. No después lo que ha pasado.—¿Así que por fin regresas?La voz me golpea como un martillo, pero no me detengo. Sigo avanzando, tambaleando, sin dignarme a mirar. Sé que es Gerda. La anciana imprudente siempre aparece cuando no la necesito.—¿Te emborrachaste? ¿En serio? ¿Después de lo que pasó esta noche?Ladeo la cabeza apenas, pero sigo sin responder. No tengo energía para soportar su drama, su tono de señora mayor frustrada, ni muc
Berlín, AlemaniaEmiliaDespierto con el corazón encogido, como si la tristeza hubiera dormido sobre mi pecho toda la noche. La habitación está en silencio, un silencio espeso, más denso que el que recuerdo al momento de caer rendida por el llanto. Me incorporo poco a poco, sintiendo el cuerpo más liviano, menos tenso, menos destrozado que horas atrás. Y lo sé… lo sé incluso antes de abrir los ojos por completo.Él estuvo aquí.No necesito pruebas contundentes. Lo sé por cómo dormí, por la manera en que mi cuerpo se rindió al sueño con una paz fugaz, como si, incluso con el alma hecha pedazos, mi subconsciente aún encontrara refugio entre sus brazos. También está su aroma. A pesar de que la habitación está cerrada, huele a él: a whisky, a cuero, a esa mezcla tan masculina y familiar que me envuelve y me reconforta, aunque ya no tenga derecho a eso. Aunque probablemente nunca lo tuve.El lado del colchón donde estuvo aún está hundido. Paso los dedos por las sábanas arrugadas, queriendo
Berlín, AlemaniaEmiliaSalgo de su habitación sin hacer ruido, como un ladrón que huye después de cometer un crimen. Aunque no fui yo quien la traicionó. Aunque no soy yo el que destruyó todo. Pero aun así… me siento culpable. Culpable por haber cedido. Por haberla tocado cuando debí alejarme. Por haber buscado consuelo en el mismo cuerpo que horas atrás provocó la muerte de mis hombres.Camino por el pasillo con pasos medidos, intentando no pensar, no sentir, no recordar. Me aferro al silencio, al vacío, a ese frío reconfortante que me ha salvado otras veces. Lo único que quiero es mantener la mente en blanco. No darle espacio a Emilia. No permitir que su imagen se filtre en mi conciencia.Entro a mi habitación. Me quito la ropa como si quemara. Me meto en la ducha y dejo que el agua helada golpee mi espalda. No porque me despierte, sino porque necesito algo que me recuerde que todavía tengo el control. Que no todo se ha ido a la mierda… aunque cada fibra de mi cuerpo grite lo contr
Berlín, AlemaniaEmiliaEl día ha sido un infierno. Uno de esos que no termina, que se arrastra con la lentitud de una tortura y la pesadez de una culpa que no me deja respirar. Camino por los pasillos con la cabeza gacha, aunque no me sirve de mucho. Las miradas me alcanzan igual y son como flechas invisibles que se clavan en mi piel. No tienen que decir nada, sus ojos lo gritan. Traidora. Usurpadora. Escoria. Y lo peor es que, por más que quiera defenderme, parte de mí se pregunta si no tienen razón.He intentado mantenerme firme. Me duché, me vestí, bajé a desayunar como cualquier otro día. Pero al llegar al comedor, la comida ya estaba retirada. Nadie me avisó. Helena ni siquiera me miró cuando pasó frente a mí con una bandeja para Gerda. Cuando le pregunté si podía pedir algo, se limitó a encogerse de hombros como si fuera una molestia, como si fuera invisible. Gerda, por su parte, me lanzó una sonrisa satisfecha desde la distancia, como quien contempla la caída de alguien a quie
Berlín, AlemaniaViktorLa puerta se cierra detrás de ella con un clic suave, casi inaudible, y, sin embargo, resuena en mi cabeza como una explosión. El eco de sus pasos alejándose, los mismos que tantas noches esperé oír acercándose, ahora se pierden en la mansión como si el vacío la devorara poco a poco. No me muevo. No parpadeo. Solo me obligo a mantenerme de pie, aunque siento que el suelo bajo mis pies ya no está.Me toma más tiempo del que debería abrir el maldito teléfono y escribir el mensaje: Yo: Prepara un auto, que la dejen en el centro. Que no la sigan. Que no pregunten.Mis dedos no tiemblan, pero por dentro estoy al borde de la locura. Envío la orden. Con eso, se acaba. Es el final. Me acerco a la ventana y me detengo justo detrás de la cortina, como un maldito cobarde, como un imbécil que necesita ver cómo la mujer que destrozó su confianza abandona su vida… mientras no puede hacer nada más que mirar.Allí está. Su figura se ve tan pequeña desde aquí, tan frágil… Se
Berlín, AlemaniaEmiliaEl auto se detiene unas calles antes de la casa de mi padre. El conductor ni siquiera me mira cuando me abre la puerta, y por un segundo, deseo que diga algo, cualquier cosa… algo que me haga sentir que no soy una completa basura. Pero no lo hace. No lo espero tampoco. Bajo con torpeza, abrazando mi bolso contra el pecho como si en él pudiera proteger lo poco que me queda.Camino el resto del trayecto en automático, mis pies avanzan sin que se los ordene, mis pasos suenan sordos contra el asfalto. El cielo está gris, pesado, como si también fuera a llorar en cualquier momento. ¡Qué irónico sería que empezara a llover justo ahora! Me detengo frente al portón de la mansión de mi infancia y mis manos tiemblan al pulsar el timbre. No porque espere una bienvenida —sé que no la habrá— sino porque odio el peso de cada paso que me ha traído hasta aquí.Los hombres de seguridad me observan con una mezcla de sorpresa, burla y algo más… algo que me revuelve el estómago. ¿
Berlín, AlemaniaViktorHan pasado dos meses desde que Emilia se marchó, y la mansión ha vuelto a su antigua normalidad… al menos en apariencia. Yo, en cambio, no. No he vuelto a ser el mismo. Algo en mí se quebró esa noche en que la vi subirse al auto sin mirar atrás. Me dije que había hecho lo correcto, que dejarla ir era lo mejor, pero cada maldito día que pasa solo me convenzo más de que nada tiene sentido. Aun así, sigo adelante, porque es lo único que sé hacer: avanzar, mandar, destruir.Desde entonces, mis hombres me temen más que nunca, y con razón. El menor error se paga con sangre. No hay espacio para la piedad en este mundo. Mucho menos ahora que Reinhard Schäfer está expandiendo sus tentáculos como si no supiera lo cerca que está de cavar su propia tumba. Su nombre aparece en cada rincón turbio que toco, en cada operación que intento mover. Como una maldita plaga.Mi organización también ha crecido. Con más poder, más negocios y más enemigos. Algunos caen rápido, otros nec