Inicio / Mafia / Comprada: El Precio de la Libertad / Capítulo 003: Resistencia y Nuevo Hogar
Capítulo 003: Resistencia y Nuevo Hogar

Alemania, Berlín

Viktor

Apenas cruzamos la puerta del club, siento cómo Emilia tira de su mano, intentando soltarse de mi agarre. Al principio no le doy importancia; la mayoría de las mujeres que han pasado por mi vida han jugado al mismo juego. Una mezcla de desafío y miedo, solo para acabar rindiéndose.

Pero Emilia es diferente.

Su tirón se convierte en un empujón lleno de fuerza y determinación. Tan repentino que me toma por sorpresa, haciéndome soltarla.

—¡Maldita sea! —gruño mientras tambaleo un paso atrás, observando cómo sale corriendo como un rayo.

Por un instante me quedo congelado, incapaz de creer lo que acaba de hacer. ¿Me empujó? ¿A mí? ¿Acaso no tiene aprecio por lo que acabo de hacer?

—¡Atrápenla! —grito a mis hombres, señalando la dirección en la que huyó.

Ellos reaccionan al instante, esparciéndose por las calles oscuras como sombras en la noche. Pero no pienso dejarlo en sus manos.

Esta cacería es mía.

Comienzo a correr, zigzagueando entre los callejones de la ciudad. Las luces de las farolas apenas iluminan los bordes de las aceras, y el aire frío corta mi piel. Escucho el eco de mis pasos y los de mis hombres, el sonido retumba en mis oídos, pero mi mente solo tiene un objetivo: encontrarla.

Mi pulso se acelera con cada segundo que pasa sin rastro de ella. No puede haber ido muy lejos… ¿Cierto?

El enojo empieza a burbujear en mi interior, quemando mi paciencia. No es miedo lo que siento —aunque podría disfrazarse de tal—, es rabia pura.

¿Cómo se atreve a escapar de mí?

Doblo una esquina y me detengo de golpe. Mis ojos recorren el callejón vacío frente a mí, buscando algún movimiento, cualquier señal de su presencia. Nada.

—¡Mierda! —escupo, pasando una mano por mi cabello.

Pero entonces, la veo. Una pequeña figura se mueve rápido, como una sombra, al final del callejón. Apenas un parpadeo, pero es suficiente para que el instinto tome el control.

Ahí estás.

Salgo disparado detrás de ella, ignorando el dolor en mis piernas. Emilia corre rápido, más rápido de lo que esperaba, pero nadie puede huir de mí para siempre. Ella se desliza entre un par de contenedores de basura, y en ese momento comete su primer error: mira hacia atrás.

Nuestros ojos se cruzan.

Por un segundo, el tiempo se detiene. Veo el pánico reflejado en sus ojos violetas, el aliento que se le escapa entre los labios mientras se da cuenta de que no tiene escapatoria.

—No vas a ninguna parte —digo en voz baja, casi para mí mismo, antes de lanzarme hacia ella.

Cierro la distancia en cuestión de segundos. Emilia intenta esquivarme, pero no es lo suficientemente rápida. Mi mano se cierra alrededor de su muñeca con fuerza, y ella suelta un grito ahogado mientras la jalo hacia mí.

—¡Suéltame! ¡Déjame ir! —grita, forcejeando con todas sus fuerzas.

Valiente. Lo admito. Incluso en este momento, con su cuerpo temblando de miedo, sigue luchando. Y para colmo ahora me tutea, atrás ha quedado la timidez. ¿Quién lo diría?

—¿Dejarte ir? —repito, clavando mis ojos en los suyos. Mi voz es baja, peligrosa—. Parece que no entiendes cómo funcionan las cosas, Emilia.

La sostengo con ambas manos para que deje de moverse, acercándola lo suficiente como para que sienta el calor de mi aliento en su mejilla.

—Me perteneces. Desde el momento en que puse mis ojos sobre ti, desde que pagué por ti, tu destino quedó sellado. —Mis palabras caen como un martillo, implacables—. No hay salida. No hay escapatoria. Acéptalo y pronto.

Su respiración se vuelve errática, sus ojos se llenan de lágrimas mientras me mira, suplicante.

—Por favor… déjame ir…

Su voz es un susurro roto, y por un instante algo en mí vacila. Algo que no debería estar allí. Compasión. Aprieto la mandíbula. Me niego a dejar que el sentimiento nuble mi juicio. Ya la cagué una vez esta noche, no habrá otra. 

—Eso no va a pasar. —Mi tono no deja espacio para dudas—. Ahora, caminarás junto a mí como una buena chica. Si lo haces, nadie saldrá lastimado. ¿Entendido? El más mínimo grito, intento de siquiera llamar la atención de alguien y le dispararé frente a ti, será tu culpa. 

Ella me lanza una última mirada desafiante, como si quisiera quemarme con su odio, pero al final asiente, tragándose las palabras que quería decir.

—Buena decisión —digo, aflojando un poco mi agarre, pero sin soltarla.

Le mando un mensaje rápido a mi segundo al mando informando que la he encontrado y que necesito que se reagrupen para regresar a casa. 

Sin decir nada más, la llevo de regreso hacia donde esperan mis hombres. Konstantin está allí, apoyado contra una pared, con los brazos cruzados y una ceja arqueada.

—¿Todo bien? —pregunta, su tono cargado de ironía.

—Perfectamente —respondo, pasando junto a él sin detenerme—. Vámonos.

Mientras caminamos hacia el coche, siento la mirada de Emilia clavada en el suelo. Cada paso que damos parece hundirla un poco más, como si el peso de la realidad la estuviera aplastando.

Pero no me detengo. Una vez en mi casa, no habrá manera de escapar. 

De camino a la mansión, el silencio en el coche se siente tan opresivo que es imposible de ignorar, es como si fuera un tercer pasajero invisible sentado entre nosotros. No miro a Emilia, pero puedo sentir su presencia a mi lado, tensa y alerta, como un animal salvaje atrapado en una jaula. Mis pensamientos están igual de desordenados.

La razón me grita que me calme, que esta noche ya ha sido suficiente locura por una sola persona, pero una parte más oscura, más visceral, no está lista para soltarla.

¿Por qué demonios me importa? Es la pregunta que no dejo de hacerme. No lo sé. Se supone que esta salida era para distraerme, para olvidarme por unas horas del peso de mi mundo. No para terminar persiguiendo a una joven testaruda por callejones oscuros ni comprando problemas que no me incumben.

Observo la carretera frente a mí mientras el chófer nos lleva de vuelta a la mansión. Cada kilómetro que nos acerca parece aumentar la presión en mi pecho. Lo que debería ser una decisión sencilla se complica con cada segundo que pasa.

«Mantente alejado de ella», me digo. 

Esa es la solución. Evitarla, mantener la distancia, no dejar que vuelva a desestabilizarme. Una jovencita como Emilia no debería importarme lo más mínimo. Es solo un inconveniente temporal. Nada más.

Genial, primero la quiero y ahora no. Me estoy volviendo loco y eso no es bueno. 

Para cuando llegamos, la oscuridad de la noche envuelve la mansión como un manto pesado. Bajo del coche primero, ajustándome la chaqueta antes de volverme hacia Emilia. Ella me mira y en sus ojos se refleja el cansancio y desconfianza, pero también un toque de curiosidad.

—Ven —digo seco, comenzando a caminar hacia la puerta sin esperar a ver si me sigue.

Mis pasos resuenan en el mármol del vestíbulo. La mansión está en silencio, salvo por el eco de nuestros movimientos. Mi ama de llaves, Gerda, aparece de inmediato. Una mujer entrada en años, con el rostro serio y la mirada siempre alerta.

—Gerda, encárgate de ella. Busca una habitación adecuada y asegúrate de que tenga lo necesario —le indico.

—Por supuesto, señor Albrecht —responde ella con un leve asentimiento.

Me doy media vuelta para marcharme, decidido a refugiarme en mi despacho y poner orden en mi cabeza antes de que todo esto me consuma.

—¡Espera!

La voz de Emilia me detiene en seco. Me giro, arqueando una ceja mientras la observo.

—¿Qué? —pregunto, sin molestia evidente, pero con un toque de impaciencia en el tono.

Ella traga saliva, su mirada fija en mí como si buscara algo, una emoción o debilidad. Sea como sea, no es algo que estoy dispuesto a darle. Ser vulnerable es una condena de muerte y yo quiero vivir por muchos años más. 

—¿Qué… qué esperas de mí? —pregunta en voz baja, casi resignada. También hay miedo en ella, temor de lo que yo pueda hacerle. 

Por un momento, el aire parece detenerse. ¿Qué espero de ella? Buena pregunta. Una que ni yo mismo tengo clara. Lo que empezó como un juego de curiosidad ha terminado siendo algo más serio. Por todo lo malo, he comprado a una joven. Yo, un monstruo con límites, he caído bajo solo por querer «salvarla». Sin embargo, ahora lo siento como si la estuviera condenando. ¿Lo peor? El problema es tan fácil de resolver como el hecho de dejarla ir, aun así, no puedo. 

Y eso basta para saber qué hacer. La observo con detenimiento antes de dar un paso hacia ella, cerrando la distancia entre nosotros lo justo para que mis palabras lleguen solo a sus oídos.

—Lo que espero de ti es simple, Emilia. Vas a servir aquí. A partir de este momento, trabajas para mí. Obedecerás mis órdenes, y si lo haces, no tendrás problemas. ¿Entendido?

Ella parpadea con evidente sorpresa, pero no dice nada. La resistencia en sus ojos no desaparece, pero noto que su cuerpo cede un poco, como si aceptara la nueva vida que le impongo. O como si estuviera aliviada de que no quiera convertirla en mi muñeca de satisfacción sexual.

—Entendido. 

—Buena chica —murmuro, dándome la vuelta antes de que pueda cambiar de opinión y suavizarme más de lo necesario o hacer algo loco.

Me dirijo a mi despacho, cerrando la puerta detrás de mí con un golpe seco. El silencio de la habitación es un contraste bienvenido después del caos de esta noche. Cruzo la estancia y me dejo caer en el sillón de cuero detrás del escritorio, masajeándome las sienes mientras intento aclarar mis pensamientos.

Esto se está complicando demasiado rápido. Saco mi móvil del bolsillo y marco el número de Konstantin. No tarda en responder.

—¿Sí, jefe? —Su tono es despreocupado, como siempre.

—Necesito que averigües todo sobre Emilia —le digo sin rodeos.

—¿Todo?

—Todo. Quién es, de dónde viene, quiénes son sus contactos, si tiene familia… no dejes ningún detalle por fuera.

—Entendido —responde Konstantin, con un toque de curiosidad en su voz—. ¿Algo más?

—No por ahora. Llámame en cuanto tengas algo.

—A la orden.

Cuelgo y dejo el móvil sobre la mesa, apoyando la cabeza contra el respaldo del sillón. ¿Quién eres realmente, Emilia?

Mi intuición me dice que esta chica es mucho más que una simple trabajadora del club. Y si algo he aprendido en mi vida es a confiar en mi instinto. La pregunta no es si descubriré su verdad, sino cuánto tiempo me tomará. Y cuando lo haga, estoy seguro de que el caos recién comenzará.

¡Maldito Konstantin y sus ideas de relajación!

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP