Berlín, Alemania. ViktorLa irritación me carcome por dentro de una manera que nunca había experimentado. No puedo estar tranquilo. Ni siquiera el whisky más fuerte logra apaciguar el ardor en mis venas.Camino de un lado a otro en mi despacho, con los puños cerrados y la mandíbula tensa. Todo me molesta. La luz del maldito candelabro, el sonido de los papeles que Konstantin revisa, la manera en la que el reloj en la pared sigue marcando los segundos como si todo estuviera en orden.Nada está en orden. Desde esta mañana, nada está en puto orden. ¡Maldición! Arrojo mi vaso de whisky contra la pared. El cristal estalla en pedazos.—¡Maldita sea! —gruño entre dientes.Konstantin apenas levanta la vista de los documentos. No se inmuta. Maldito bastardo, está acostumbrado a mis arranques. Pero esta vez no es como las anteriores. Esta vez él sabe por qué.—Sigues igual de insoportable —murmura, hojeando un informe—. Vas a terminar matando a alguien más si sigues de este humor.—Si alguien
Berlín, AlemaniaViktorPoco a poco voy saliendo de la bruma del sueño y mi primer pensamiento es que no quiero verla. Estoy agotado, a pesar de haber dormido un poco, pero cuando abro los ojos, la imagen que aparece en mi mente es ella. Emilia.Sumisa. Débil. Un desastre tembloroso en mi mesa anoche.Cierro los puños sobre las sábanas, la mandíbula apretada con fuerza. Me debato entre la necesidad de acercarme a ella en busca de información y las ganas de aplastarla. No ha pasado una semana desde que la compré y ya está debajo de mi piel. Ya es una molestia constante en mi cabeza.Me levanto de la cama con brusquedad. El cuarto está oscuro aún, la madrugada apenas está deslizándose entre las cortinas pesadas. No enciendo las luces. No las necesito. Necesito aire. Con cada paso que doy fuera de la habitación, la presión en mi pecho crece. La odio por hacerme sentir así.No es la primera vez que un rehén me desafía. No es la primera vez que un prisionero me mira con ojos rebeldes o co
Berlín, AlemaniaEmiliaEl ardor en mis ojos es lo primero que siento al despertar y con eso basta para saber que no necesito un espejo para confirmar que están hinchados y enrojecidos, testigos silenciosos de la noche que pasé llorando.La impotencia todavía me pesa en el pecho, se siente como una piedra fría que se niega a desaparecer. La humillación de ayer sigue fresca.Intenté huir. Fallé. Y Viktor se aseguró de que entendiera las consecuencias. Pero lo peor no fue solo el castigo. Lo peor fue la cena. Sentada en esa mesa, con él frente a mí, sabiendo que no podía rechazar la comida que puso en mi plato. Un pedazo de cordero.<
Berlín, Alemania Viktor El dolor que estoy experimentando es demasiado intenso, no es la primera vez que me disparan, pero esta vez fue con un rifle de asalto y duele como una perra. Una punzada ardiente me atraviesa el costado, abriéndose paso como una cuchilla al rojo vivo. Es un dolor denso y profundo, más allá de la piel, más allá del músculo. Siento su peso dentro de mí, latiendo con cada respiro que intento tomar.Ahogo un gruñido cuando algo presiona la herida. Hay voces y también luces demasiado brillantes. Siento algo frío contra mi piel e intento abrir los ojos, pero el mundo es borroso, manchas de colores que no tienen sentido. Todo me da vueltas.—Sujétenlo —dice una voz.Alguien me presiona contra una superficie dura. Mis músculos se tensan por instinto, pero el dolor vuelve a golpearme con fuerza. Mierda. Todo se pone oscuro y luego no escucho nada. Sé que pierdo el conocimiento varias veces, mi mente está confusa. Me han disparado. Los recuerdos llegan en fragmentos.
Berlín, AlemaniaEmilia Llevo tres días cuidando de él. Tres días viéndolo respirar, comer y dormir. Tres días enteros soportando sus comentarios, su presencia, su maldita sonrisa ladeada.Estoy agotada. De verdad. No me dejan hacer otra cosa. No puedo escapar, no puedo esconderme, y lo peor es que no puedo ni siquiera ignorarlo. Porque Viktor Albrecht, a pesar de estar herido, no es un paciente que pueda ser ignorado.En las mañanas, me toca llevarle la comida. En las tardes, vigilar que no se mueva demasiado. En las noches, sentarme en una silla junto a la puerta como si fuera su ridícula guardaespaldas personal. No sé en qué momento de mi vida pasé de ser una prisionera a ser la niñera de un mafioso egocéntrico.—Me estás mirando otra vez —su voz ronca interrumpe mis pensamientos.Parpadeo y mi mirada sube hasta su cara, encontrándome con esos ojos grises llenos de diversión. Me ruborizo, pero me niego a desviar la vista.—No te estaba mirando.—Lo hacías.—No lo hacía.—Claro qu
Berlín, AlemaniaEmilia Camino una y otra vez por toda la estancia. De una pared a la otra, midiendo con mis pasos el pequeño espacio en el que estoy atrapada. Este lugar es asfixiante.Las paredes de piedra son frías y húmedas, el aire huele a encierro y moho. El único sonido que me acompaña es el eco de mis propios pasos y el golpeteo esporádico del agua filtrándose por alguna grieta.No sé cuánto tiempo ha pasado desde que Konstantin me encerró aquí. Dado que no hay ventanas, no hay relojes ni forma de medir las horas. Solo el hambre y el cansancio dándome pistas. Me abrazo el cuerpo, frotándome los brazos para generar algo de calor. La celda está fría y mi ropa no es suficiente para protegerme del ambiente gélido.Konstantin no me ha dado ni una manta. Y tampoco comida. El estómago me ruge con fuerza, pero aprieto los dientes y lo ignoro. Nada de esto importa. Lo único que me importa es que Viktor despierte.Porque si no lo hace…Suelto un suspiro tembloroso y sacudo la cabeza. No
Berlín, AlemaniaViktorEl mundo se siente como un mar agitado, uno que está siendo sometido por una tormenta. Voy y vengo, flotando entre el sueño y la vigilia. Cuando logro despertar, no soy realmente yo. Mi cuerpo pesa toneladas y mi mente es un laberinto de sombras.La fiebre me arrastra a un abismo donde el dolor es un susurro constante en mi piel. Y ella está ahí.Mi madre.Se sienta en la orilla de mi cama con su cabello rubio cayendo en ondas sobre sus hombros y sus ojos tan grises como los míos están llenos de tristeza.—Mamá… —mi voz es apenas un murmullo.Ella me sonríe con esa dulzura que solía darme cuando era niño. Antes de que todo se desmoronara.—Mi niño hermoso —susurra, acariciando mi rostro con manos que ya no existen.Quiero hablarle. Quiero decirle tantas cosas, expresarle que lo siento. Que lamento no haber sido lo suficientemente fuerte. Lo siento por no haber podido protegerla. Lo siento por dejarla morir.Pero ella solo me mira, con una ternura que duele más
Berlín, AlemaniaEmiliaEl calor es tan sofocante que me siento como si estuviera atrapada en una hoguera, envuelta en llamas invisibles que lamen mi piel y se filtran en mis huesos. Es una sensación extraña, casi surrealista, porque lo último que recuerdo es el frío. Un frío que se aferró a mí como una garra de hielo, que entumeció mis sentidos hasta hacerme sentir como si estuviera muriendo.Y quizás estaba muriendo. Por culpa de Konstantin. El nombre atraviesa mi mente como un rayo y una oleada de recuerdos me golpea con fuerza.El agua helada. Las carcajadas crueles. El suelo de piedra mojado y mis huesos tiritando, incapaces de generar calor por sí mismos. Me cuesta creer que haya salido de ese lugar. Que haya sobrevivido.El solo hecho de poder abrir los ojos y ver algo distinto a la celda oscura me parece un milagro.Parpadeo varias veces, ajustándome a la luz tenue del cuarto. Me duele la cabeza, mis extremidades están pesadas y torpes, y cada músculo de mi cuerpo se siente co