Berlín, AlemaniaViktorEl día transcurre en una monotonía exasperante. El médico entra y sale, revisándonos a ambos con la misma expresión de calma ensayada que me empieza a sacar de quicio. No soporto estar encerrado en esta habitación con la única opción de mirar el techo o a Emilia, quien ha pasado la mayor parte del tiempo en silencio, sumida en sus propios pensamientos.Hago bromas, le digo cosas esperando su reacción, que me busque pelea, mas solo obtengo silencio e indiferencia.Odio admitirlo, pero ver cómo evita mirarme me irrita más de lo que debería. Finalmente, cuando el sol empieza a bajar, el médico se planta frente a nosotros con la expresión de un hombre que ha tomado una decisión inamovible.—Ambos pueden regresar a sus habitaciones —anuncia con firmeza.Frunzo el ceño. —¿Estás seguro?—Sí —afirma sin titubear—. No hay razón para que sigan aquí. Tú seguirás con los antibióticos y evitarás esfuerzos innecesarios. Y tú —mira a Emilia— debes tomarte las cosas con calma.
Berlín, AlemaniaEmiliaMe siento rota, agotada y entumecida. Respondí los comentarios de Viktor por puro impulso, mas no con sentimiento. Cuando el médico dijo que podía regresar a mi habitación, experimenté alivio porque implicaba que podría refugiarme, al menos por un momento. Y así lo hago. Tan pronto como ingreso a la habitación, camino hacia la cama, me dejo caer en ella y me cubro por completo con las cobijas, como si fueran una barrera para alejar el mal que me acecha. Lo primero que pasa es que mis ojos se inundan de agua; luego, una por una, van cayendo hasta que son una cascada, una que no parece estar a punto de agotarse. Todo el dolor viene en oleadas, ya ni siquiera me importa el secuestro, ni haber sido vendida y posteriormente comprada. Lo que me hace llorar es sentir que, a pesar de mi corta edad, mi vida parece estar a punto de terminar. Ya sea por la mano directa de cierto mafioso o por daño colateral. Lo que Konstantin me hizo pasar es una prueba fehaciente de e
Berlín, AlemaniaViktorEl sueño la reclama, y yo me quedo allí, observándola. Su respiración se vuelve más pausada, su cuerpo se relaja, y parece estar en paz.La observo dormir, permitiéndome analizar cada detalle de su rostro. Su piel sigue pálida, con rastros del tormento por el que pasó, y sus pestañas aún están húmedas, evidencia de las lágrimas que derramó antes de que yo llegara. Pero ahora… ahora su expresión se ha suavizado.Es extrañamente fascinante verla así. Vulnerable. Y es en ese momento cuando mi plan vuelve a ocupar mi mente.Lo he estado planeando toda la tarde, meditando cada posibilidad, cada movimiento que debo hacer. Emilia es joven, y por lo general, eso está relacionado con la ingenuidad. Puede que no lo parezca, pero en el fondo sigue siendo una chica que no ha vivido lo suficiente como para saber cuándo alguien está jugando con ella.Y voy a aprovecharme de eso. Porque la manera más efectiva de controlar a alguien no es con amenazas ni violencia.Es con amor
Berlín, AlemaniaEmiliaEl sonido del agua corriendo llena la cocina mientras lavo los platos del desayuno. Mis manos se mueven de forma automática, sin que mi mente realmente procese lo que estoy haciendo. Estoy tan sumida en mis pensamientos que ni siquiera me molesto en secar una lágrima solitaria que se desliza por mi mejilla y cae en el agua jabonosa.No puedo evitarlo. No después de lo que pasó con Konstantin, menos después de la forma en la que me ahogó una y otra vez hasta que estuvo satisfecho. Tengo pesadillas todas las noches, aún puedo sentir el agua helada, la desesperación de no poder respirar, la certeza de que iba a morir y que nadie vendría a salvarme. Cierro los ojos y sacudo la cabeza, tratando de desterrar esas imágenes. Helena me dijo que el dolor se entumece con el tiempo. Yo solo quiero que ese momento llegue rápido.—Se supone que deberías estar descansando.El sonido de su voz me hace sobresaltarme. Suelto el plato que estoy lavando y el impacto contra el fre
Berlín, AlemaniaViktorObservo la espalda de Emilia mientras desaparece por la puerta, su respiración agitada resonando en el silencio del gimnasio, lo que me hace sonreír. Lo que vi en sus ojos no era solo sorpresa, sino confusión. Era esa lucha interna que tanto disfruto ver en las personas que creen saber qué es lo correcto y lo incorrecto.Emilia no es la excepción. No huyó por miedo. Huyó porque su propio cuerpo la traicionó. Cruzo los brazos sobre mi pecho y dejo escapar un leve suspiro, sintiendo la satisfacción del primer paso bien ejecutado. Por supuesto, la duda intenta meterse en mi cabeza. ¿Y si lo que sintió fue asco? Sin embargo, lo descarto de inmediato.No es asco. He visto ese lenguaje corporal antes. La rigidez, la respiración entrecortada, el latido desbocado que salta en la base de su cuello. Emilia está intentando convencerse de que me odia. Y eso es perfecto porque el odio y el deseo están separados por una línea tan fina que a veces ni siquiera se pueden disti
Berlín, AlemaniaEmiliaLos días pasan al igual que las semanas y con cada una de ellas, mi confusión crece. No sé qué pretende Viktor. No sé por qué de repente parece… diferente.Es decir, no me refiero a grandes cambios, porque no los hay. Sigue siendo el mismo hombre dominante, intimidante y difícil de leer. Sigue teniendo la misma mirada de acero, la misma postura imponente, la misma voz fría.Pero hay algo en él, en su manera de tratarme, que no encaja con la imagen que tengo de él. Desde aquella noche en el gimnasio, cuando me arrastró hasta la sala de entrenamiento y me obligó a aprender a defenderme, algo cambió.No me trata como una prisionera, tampoco me trata como una carga. Mucho menos me trata como una molestia que simplemente debe soportar. Me trata… con una aparente consideración que no debería existir.Cada mañana, cuando bajo a la cocina para empezar con mis labores, me lo encuentro en el comedor, terminando su desayuno. Siempre está ahí y me ve. Y siempre, siempre, m
Berlín, AlemaniaViktorLa confianza es un arma de doble filo. En las manos equivocadas, puede destruir imperios. En las correctas, puede moldear el destino de alguien sin que siquiera se dé cuenta. La clave no es otorgarla, sino hacer que el otro crea que la tiene.Y eso es exactamente lo que estoy haciendo con Emilia.Todo este juego de cordialidad, de pequeños gestos que la descolocan, de demostrarle que no soy el monstruo que imaginó al principio, tiene un propósito. No porque quiera ganarme su confianza por el simple hecho de hacerlo, sino porque necesito que ella confíe en mí más de lo que confía en sí misma.La segunda parte de mi plan comienza hoy. Darle una probada de libertad y hacerle creer que tiene poder de decisión para ver qué hace con ello.Por eso la llevo al centro comercial. No porque sea un gesto de buena voluntad, sino porque quiero ver hasta qué punto ha bajado la guardia. Porque quiero que se acostumbre a la idea de que soy su única salida, su única opción.Desd
Berlín, AlemaniaEmiliaAl llegar a la mansión, subo directo a mi habitación con la bolsa de ropa sujeta con fuerza en mis manos. No me detengo en ningún lado ni miro a nadie. Me siento extraña, confundida, atrapada en una maraña de pensamientos que no sé cómo desenredar.Desde que Viktor me dijo que podía elegir ropa para mí, algo dentro de mí ha estado en constante tensión. La simple idea de salir de esta casa me había parecido una quimera durante meses, algo inalcanzable. Y, sin embargo, hoy lo hice. Hoy respiré aire distinto, caminé entre personas que no sabían quién era ni la situación en la que me encontraba. Por un instante, me sentí como antes… como si fuera libre.Pero no lo soy.Y lo peor es que, aunque debería estar aterrada por lo que esto significa, una parte de mí está emocionada.Abro la bolsa con torpeza y saco el vestido que elegí. Lo sostengo frente a mí, observándolo con una mezcla de culpa y asombro. No es nada fuera de lo común, solo una prenda sencilla, pero el h