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Capítulo 005: Furia interior

Berlín, Alemania 

Viktor 

El vaso de whisky descansa en mi mano, las yemas de mis dedos rozan el cristal mientras el líquido ámbar gira con lentitud. Una distracción inútil. El alcohol nunca ha sido la respuesta, pero al menos me mantiene en el límite entre la razón y la locura.

Las palabras de Konstantin siguen repitiéndose en mi mente. «Es la hija de Reinhard Schäfer». Es como un eco constante e implacable. Una verdad que no esperaba, y mucho menos una que tuviera que manejar bajo mi propio techo.

Schäfer. El hombre que arruinó mi infancia. El hombre que destrozó mi familia y convirtió mi vida en un infierno de muerte y venganza. ¿Y ahora? Su hija está aquí, en mi casa, dormida bajo mi protección.

El nudo en mi estómago se aprieta, como si cada fibra de mi ser estuviera gritando que haga algo al respecto, que la confronte, que la obligue a explicarme por qué demonios está aquí.

Pero no.

La impulsividad es un arma de los débiles.

Si su padre la mandó a propósito, entonces tengo la ventaja de que aún no sabe que estoy al tanto de quién es ella. No puedo desperdiciar esa ventaja. Primero, debo pensar. Planear. Sacarle todo el provecho posible. Si la jugada es buena, esta chica podría ser mi carta más poderosa. O mi perdición.

De pronto, la puerta se abre, arrancándome de mis pensamientos.

Al principio, creo que es Konstantin o alguno de mis hombres, pero no. Es ella.

Emilia entra con una bandeja en las manos, su mirada es tímida y sus pasos son inseguros. Viste un sencillo vestido blanco, su cabello está recogido en una trenza floja que cae sobre uno de sus hombros. Parece… frágil. Inofensiva. O al menos, eso es lo que quiere que crea.

M*****a sea, ella es buena.

—Imaginé que no había desayunado —dice en voz baja, casi temblorosa—. Así que traje algo para usted. Después de lo que hizo, la compasión que tuvo conmigo, es lo menos que puedo hacer. 

Mi mandíbula se tensa. El vaso de whisky sigue en mi mano, pero mi atención está completamente en ella. ¿Inocencia? ¿Compasión? Dos máscaras muy convenientes para alguien como ella.

Me recuesto en la silla, cruzo los brazos y la observo con mucho cuidado. Emilia no aparta la mirada, pero puedo ver cómo sus manos tiemblan un poco al sostener la bandeja.

—¿Compasión? —repito, dejando que la palabra flote en el aire—. ¿De verdad crees que soy compasivo, Emilia?

Ella asiente lentamente.

—Lo es. Me rescató de ese lugar… y ahora me está dando un techo, comida… Estoy muy agradecida.

Agradecida. La palabra me golpea con fuerza, encendiendo algo peligroso en mi interior. 

Me pongo de pie de golpe, haciendo que ella retroceda un paso, sus ojos abriéndose con sorpresa y miedo. Camino hacia ella despacio. En el silencio de la habitación, solo se escucha el ruido de mis pasos y su respiración agitada. 

—¿Agradecida? —gruño en voz baja y oscura—. ¿Sabes, Emilia? La gratitud es una moneda barata en este mundo. Una máscara conveniente para ocultar las verdaderas intenciones.

Ella abre la boca para responder, pero no le doy tiempo.

—¿Qué crees que quiero a cambio de todo esto? —le pregunto, inclinándome hacia ella, mi rostro apenas a centímetros del suyo—. ¿Crees que hago esto por bondad? 

El temblor en su cuerpo es evidente. Su respiración se acelera, y sus ojos se llenan de lágrimas que lucha por contener. Valiente, pero no lo suficiente. Denle un Óscar a esta mujer, es tan buena actriz.

—No… no lo sé —responde, su voz apenas un susurro.

Sonrío, un gesto frío y sin alegría. Vacío, así es como me siento en estos momentos.

—Por supuesto que no lo sabes. Porque no sabes nada, ¿verdad? Eres solo una niña perdida en un mundo que no entiende. Y cometiste el error de cruzarte en mi camino.

Las primeras lágrimas empiezan a caer, y Emilia retrocede hasta chocar contra la puerta, sus manos temblorosas apretando el borde de su vestido.

—Aquí no hay lugar para la compasión, Emilia. Aquí solo sobreviven los que saben jugar bien sus cartas —miro directo a sus ojos violetas, mi voz volviéndose más baja y peligrosa—. Y tú… no tienes ni idea del juego en el que te has metido.

Su sollozo queda atrapado en su garganta, pero no se atreve a llorar abiertamente. Me inclino aún más cerca, sintiendo el temblor de su cuerpo bajo mi sombra.

—Lárgate —le ordeno.

Ella no se hace rogar. Abre la puerta y sale apresurada hasta que desaparece de mi vista. Me quedo de pie, mirando la puerta cerrada, mi respiración entrecortada. No puedo perder el control.

El vaso sigue en mi mano, y sin pensarlo lo lanzo contra la pared. El sonido del cristal rompiéndose llena la habitación, pero no hace nada para aplacar la tormenta en mi interior.

Esta partida acaba de empezar.

Y yo siempre gano.

Me bebo el último trago y salgo de allí, hay cosas que deben hacerse y que me condenen si permito que este asunto arruine todo lo demás. 

—Andando, tenemos asuntos pendientes —le digo al soldado que se encarga de mi seguridad hoy. 

—Sí, señor. —responde mientras corre detrás de mí para ir a su vehículo. 

Subo a mi Jaguar F-Type negro y salgo a toda velocidad con el todoterreno detrás. En menos de una hora estoy al otro lado de la ciudad, en uno de mis almacenes. Desciendo del auto e ingreso, los soldados me dan asentimientos de respeto a medida que camino. 

Llego hasta donde está Konstantin sentado, tiene una computadora en su regazo.

—¿Y bien? ¿Ya encontraste una manera de cumplirles a nuestros clientes? 

—Sí, me he puesto en contacto con uno de los proveedores y asegura que… —parlotea un poco y yo lo escucho con atención. 

Esto es lo que debe hacerse ahora, el asunto con Emilia puede esperar…

Horas más tarde, el rugido del motor se apaga mientras aparco el carro frente a la mansión. Me quedo un momento en el auto con los dedos tamborileando sobre el volante y mi mente repasando los eventos del día. La mercancía perdida no es un asunto menor, pero está controlado por ahora. Una complicación más en la larga lista de problemas que siempre surgen en este negocio.

Respiro profundo. Todo parece estar en calma. Necesito que las cosas se mantengan así. Sin distracciones, sin desvíos. Pero apenas cruzo el umbral de la puerta, la calma se evapora. 

Los gritos resuenan desde el pasillo principal. Dos de mis hombres discuten, y el personal de la casa parece descolocado. Mis ojos se estrechan y una ligera sospecha aparece en mi mente.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —mi voz corta el aire como un cuchillo, haciendo que todos se congelen en su lugar.

Konstantin —que se había adelantado para llegar antes— se acerca, su rostro más serio de lo habitual. A este paso, le saldrán las arrugas de las que tanto se queja.

—Viktor… Emilia escapó.

El mundo se detiene por un segundo.

—¿Qué dijiste? —pregunto con mi voz más baja, más peligrosa.

—La buscamos en su habitación hace una hora y no estaba. Alguien dejó una ventana abierta en la parte trasera. Se escabulló por allí. Estamos rastreándola, pero aún no hay rastro.

La furia se enciende en mi interior como un incendio descontrolado. ¿Escapó? ¿Otra vez? ¿Después de todo lo que le dije? ¿Después de la advertencia que le hice la primera vez que lo intentó?

—Encuéntrenla —gruño entre dientes, mi mandíbula está tan tensa que podría romperme una muela—. No importa cuánto tarde, quiero a todos buscándola.

Konstantin asiente y desaparece, dando órdenes a los hombres que ya se movilizan por toda la zona. Me quedo en el vestíbulo, tengo los puños cerrados mientras la ira hierve bajo la superficie.

No voy a permitir que me desafíe. No esta vez.

A medianoche, la puerta principal se abre de golpe. Uno de mis hombres entra, con pasos rápidos y respiración agitada.

—La encontramos, señor.

Me levanto de inmediato. —¿Dónde?

—Cerca de la estación de tren. Intentaba comprar un boleto, pero la interceptamos antes de que pudiera irse.

Sin decir nada más, me dirijo hacia la entrada. Dos de mis hombres sostienen a Emilia de los brazos, su rostro está sucio, el cabello desordenado, y sus ojos están llenos de miedo y desafío a partes iguales. La combinación perfecta para despertar mi furia.

Camino hasta ella, mi mirada fija en sus ojos. —¿Te divierte hacerme perder el tiempo, Emilia?

Ella no responde, puesto que sus labios están apretados en una fina línea mientras me mira desafiante. M*****a sea, aún tiene el descaro de no mostrarse arrepentida.

La tomo del brazo con fuerza, haciéndola jadear de sorpresa mientras la arrastro por el pasillo. No me importa si la estoy asustando o si el personal observa la escena con ojos abiertos de par en par.

La lección de hoy será una que no olvidará.

Cuando llegamos al patio trasero, uno de mis hombres, el encargado de vigilar la zona por donde ella escapó, está esperándonos. Su rostro está pálido con el sudor perlándole la frente. Sabe que esto no terminará bien para él.

—¿Te acuerdas de lo que te dije la primera vez que intentaste huir? —le susurro a Emilia, inclinándome hacia ella para que solo pueda oírme.

Ella no responde, pero su respiración se acelera. La llevo frente al hombre que falló en su tarea, sosteniéndola aún con fuerza.

—Este hombre tenía una responsabilidad —digo en voz alta, mi mirada clavada en el guardia—. Custodiar esta parte de la casa. Asegurarse de que nadie entrara o saliera sin mi permiso. Falló.

El guardia baja la mirada, su cuerpo temblando.

—Y tú, Emilia, decidiste aprovecharte de ese fallo —continúo, volviendo mi atención a ella—. Pensaste que podrías salir de aquí sin consecuencias. Pensaste que podías desafiarme y saldrías ilesa.

Acerco mi rostro al suyo, mi voz un susurro helado.

—La primera vez fui indulgente. Pero las segundas oportunidades son raras en mi mundo, Emilia. Muy raras.

Ella traga con dificultad y sus ojos llenos de lágrimas, pero no dice nada. La rabia y el miedo luchan en su expresión, y durante un segundo, creo que podría suplicar.

Pero no lo hace. Levanto la mano con mi arma en ella y señalo al guardia.

—Sabías que los errores se pagan con muerte. Que sirva de ejemplo para el resto.

Y disparo. El sonido de la detonación retumba en mis oídos. El cuerpo del hombre cae en el piso, de su frente corre un hilo de sangre, sus ojos abiertos y sin vida. El silencio que sigue es denso y opresivo. Emilia me mira, sus lágrimas finalmente cayendo por sus mejillas.

—¿Y tú? —susurro, mi voz más baja, casi suave—. ¿Vas a aprender la lección esta vez? ¿O tendremos que repetir esto hasta que entiendas tu lugar?

Ella asiente con la cabeza, sin atreverse a mirarme a los ojos. Por fin, algo de sumisión. No sé cómo la haya preparado su padre para este rol; sea como sea, no está lista para lo que le haré, el infierno por el que la haré pasar por atreverse a mentirme.

La suelto de golpe, y ella casi pierde el equilibrio.

—Ve a tu habitación. No quiero verte hasta que decida qué hacer contigo.

Emilia no espera más. Se da la vuelta y corre hacia la casa, desapareciendo por el pasillo mientras el eco de sus pasos se desvanece. Me quedo en el patio, mirando el horizonte con mi mente trabajando a toda máquina.

«Esto no ha terminado, Emilia».

Ni siquiera ha comenzado. Lo que le haré pasar hará que el mismo infierno parezca unas vacaciones.

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