Berlín, Alemania
Viktor
El insistente sonido del teléfono me arrastra de golpe fuera del sueño. Mi mandíbula se tensa al oír el timbre resonar por tercera vez. Con un gruñido bajo, extiendo la mano y alcanzo el celular sobre la mesita de noche, sin mirar el identificador.
—¿Qué? —gruño con voz áspera, pasando una mano por mi rostro para despejarme.
Apenas y pegué el ojo anoche. No es de extrañar que ya tenga mal humor.
—Viktor, tienes que escucharme. —La voz de Konstantin suena seria, más de lo habitual, y eso no me gusta.
—¿Sabes qué hora es? Esto más te vale ser importante —respondo, aunque su tono ya me advierte que lo es.
—Lo es. Encontré lo que me pediste sobre Emilia. Pero no te va a gustar.
Mi cuerpo, todavía relajado por el sueño, se pone tenso de inmediato. Me incorporo en la cama, el corazón latiendo más rápido de lo que debería. Konstantin no es del tipo que exagera o dramatiza. Si dice que no me gustará, es porque realmente no me gustará.
—Habla —le ordeno, mi tono ahora es mucho más frío.
—Es la hija de Reinhard Schäfer.
El nombre golpea mis oídos con la fuerza de un disparo. Mi visión se nubla por un segundo mientras proceso lo que acaba de decirme.
—¿Qué demonios estás diciendo?
Tiene que ser un error. M****a.
—Lo que oíste. Emilia Schäfer. Reinhard es su padre. El malnacido que casi nos arruina hace años, el mismo al que hemos estado buscando un punto débil. Bueno, parece que ese punto débil ha estado en tu casa desde anoche. Intentaron esconder su identidad, pero no hay nada que no pueda encontrar.
Tiene razón, el maldito es como un sabueso.
Me quedo en silencio, la mente trabajando a toda velocidad. Reinhard Schäfer… el hombre que ha sido una espina clavada en mi costado desde hace años. El hombre que casi destruye todo por lo que he trabajado. El que arruinó mi vida.
Y su hija ha estado durmiendo bajo mi techo.
—¿Estás seguro? —pregunto, aunque sé que Konstantin no cometería un error así.
—Completamente. Tengo documentos, fotos… todo lo que necesitas. Te lo enviaré ahora mismo.
El teléfono emite un bip suave cuando el primer archivo llega. La foto que aparece en pantalla me muestra a Emilia, mucho más joven, sonriente, junto a un hombre al que reconozco al instante. El cabello rubio, la sonrisa arrogante… Reinhard Schäfer en persona.
Un calor furioso comienza a extenderse por mi pecho. Me la han jugado. Me han tendido una trampa y, como un idiota, caí directamente en ella.
—Esto no puede ser una coincidencia —murmuro para mí mismo, aunque Konstantin me escucha.
—No lo es. —Su voz es firme—. ¿Qué vas a hacer?
—Lo que siempre hago. Controlar la situación.
Cuelgo sin esperar respuesta y me quedo sentado en el borde de la cama, la mirada fija en la pared frente a mí.
—Así que eres la hija de mi enemigo, Emilia. —digo en voz baja para mí mismo.
La dulzura, el miedo en sus ojos anoche… ¿todo eso era un teatro? ¿Un truco bien calculado para ganarse mi compasión?
Me levanto de golpe, mis pasos resuenan por el suelo de madera mientras comienzo a vestirme. Mi mente es un desastre ahora mismo, pero una cosa es clara: no pienso dejarme manipular.
—Esto cambia las reglas del juego, Emilia. Pensabas que podías engañarme… Pero ahora el tablero es mío.
Sin perder más tiempo, salgo de la habitación decidido a confrontarla. El aire se siente más pesado mientras recorro el pasillo hacia el ala de invitados donde la instalé anoche. El cazador ha encontrado a su presa.
Y esta vez, no pienso ser misericordioso.
Empujo la puerta de la habitación sin hacer ruido. La penumbra me envuelve de inmediato, y lo primero que veo es su figura diminuta en la cama. Emilia está profundamente dormida, acurrucada bajo las sábanas, con su cabello desparramado como una cascada sobre la almohada. Tan frágil. Tan pacífica.
Tan vulnerable…
Mi enojo se tambalea por un instante, descolocado por esa imagen. Mi respiración se queda atrapada en mi pecho mientras la observo. No parece la hija de Reinhard Schäfer, no parece una enemiga. Parece… una joven perdida.
¿Cómo demonios llegaste hasta aquí, Emilia?
Me cruzo de brazos, pero no aparto la mirada. El peso de la ira y la traición sigue latiendo bajo mi piel, como una corriente eléctrica que busca una salida. Mi mandíbula se tensa. No me va a engañar. No otra vez.
Aun así, algo en su rostro me desarma. Me recuerda a alguien más, a otro momento de mi vida… un momento que me prometí olvidar para siempre.
Cierro los ojos y, sin quererlo, el recuerdo me arrastra de golpe al pasado.
»»------(Hace veintidós años )------««
Tenía ocho años.
El coche avanzaba por la carretera, y la voz de mi madre llenaba el aire mientras tarareaba una vieja canción rusa. La brisa entraba por la ventana abierta, llevando consigo el olor del verano. Todo parecía perfecto, como si nada malo pudiera ocurrirnos jamás.
Ella giró la cabeza hacia mí y sonrió. Una de esas sonrisas que iluminaban el mundo entero. Era una mujer hermosa, sus ojos estaban llenos de bondad y amor.
—Viktor, cariño, ¿qué quieres hacer cuando lleguemos? —preguntó con aquella voz melodiosa.
—¿Podemos ir a ver los barcos? —respondí, emocionado.
Me encantaban los barcos. Soñaba con navegar lejos algún día, hasta lugares desconocidos.
—Claro que sí —rió ella—. Lo que tú quieras.
Pero no llegamos a los barcos. No llegamos a ningún lado.
El estallido fue ensordecedor. El coche dio un giro brusco antes de chocar contra algo y detenerse de golpe. El olor a humo y metal caliente llenó mis pulmones. Mi madre dejó de cantar.
Recuerdo el caos, las voces lejanas, el sabor metálico del miedo en mi boca. Pero lo que nunca olvidaré fue verla a ella, desplomada sobre el volante, con la vida escapándose de sus ojos mientras yo gritaba su nombre.
No pude hacer nada. Luché por soltarme del cinturón, pero estaba atascado. Algunas personas se acercaron para sacarme del auto que estaba en llamas, mas a ella la dejaron atrás. Rogué que fueran a buscarla, aun así, no me escucharon.
La impotencia me devoró desde adentro, dejando una marca que nunca desapareció. Fue ese día, en ese momento, cuando decidí que nunca volvería a ser débil. Nunca volvería a perder a alguien sin pelear. También aprendí que no suplicaría, sino que sería a mí a quien las personas rogaran. Ese día no solo perdí a mi madre, sino a mi padre, que no volvió a ser el mismo desde su partida.
Ese día Reinhard Schäfer nos arrebató todo.
»»------(Presente)------««
Abro los ojos de golpe, regresando al presente. El dolor es el mismo. La misma sensación de pérdida, de rabia contenida, me recorre el cuerpo mientras miro a Emilia.
Ella representa a todo lo que odio. A todo lo que Reinhard Schäfer me arrebató.
Y, sin embargo, hay algo en ella que me desarma. Algo que no entiendo y que odio con cada fibra de mi ser. Doy un paso hacia la cama. Mi sombra se alarga sobre ella, cubriéndola por completo.
—No puedes engañarme, pequeña. —Mi voz es apenas un susurro, pero está cargada de promesas oscuras.
Ella se mueve un poco, un mechón de cabello cayendo sobre su rostro, y me quedo inmóvil, observándola de nuevo. Mi corazón da un vuelco inexplicable.
No puedo perder el control. No otra vez.
Doy media vuelta y salgo de la habitación, cerrando la puerta con un golpe suave pero firme. He sucumbido al vestigio de humanidad que había en mí. Pero de los errores se aprende y esta vez, no voy a cometer el error de confiar en nadie.
Berlín, Alemania Viktor El vaso de whisky descansa en mi mano, las yemas de mis dedos rozan el cristal mientras el líquido ámbar gira con lentitud. Una distracción inútil. El alcohol nunca ha sido la respuesta, pero al menos me mantiene en el límite entre la razón y la locura.Las palabras de Konstantin siguen repitiéndose en mi mente. «Es la hija de Reinhard Schäfer». Es como un eco constante e implacable. Una verdad que no esperaba, y mucho menos una que tuviera que manejar bajo mi propio techo.Schäfer. El hombre que arruinó mi infancia. El hombre que destrozó mi familia y convirtió mi vida en un infierno de muerte y venganza. ¿Y ahora? Su hija está aquí, en mi casa, dormida bajo mi protección.El nudo en mi estómago se aprieta, como si cada fibra de mi ser estuviera gritando que haga algo al respecto, que la confronte, que la obligue a explicarme por qué demonios está aquí.Pero no.La impulsividad es un arma de los débiles.Si su padre la mandó a propósito, entonces tengo la ve
Berlín, AlemaniaEmiliaEl sonido del disparo todavía resuena en mis oídos mientras corro. No pienso en nada más. No pienso en Viktor, ni en lo que acaba de pasar. Solo en llegar a mi habitación, en refugiarme allí, en huir de una manera en la que mi cuerpo —y la circunstancia— aún me lo permite.Mis pies apenas tocan el suelo mientras subo las escaleras con tropiezos que amenazan con hacerme caer de cara. Mi respiración es un desastre, entrecortada, errática. Siento que en cualquier momento mis piernas van a colapsar, pero no me detengo.Abro la puerta de un tirón y la cierro tras de mí con la misma desesperación con la que alguien se aferra a su último respiro.Al recobrar un poco la respiración, me doy cuenta de que estoy temblando como un cervatillo recién nacido.Como puedo, camino hacia la cama justo a tiempo porque mis rodillas ceden y me desplomo sobre el colchón. Me acurruco de inmediato, abrazándome a mí misma, tratando de encontrar consuelo en el tacto de mis propios brazos
Berlín, Alemania. ViktorLa irritación me carcome por dentro de una manera que nunca había experimentado. No puedo estar tranquilo. Ni siquiera el whisky más fuerte logra apaciguar el ardor en mis venas.Camino de un lado a otro en mi despacho, con los puños cerrados y la mandíbula tensa. Todo me molesta. La luz del maldito candelabro, el sonido de los papeles que Konstantin revisa, la manera en la que el reloj en la pared sigue marcando los segundos como si todo estuviera en orden.Nada está en orden. Desde esta mañana, nada está en puto orden. ¡Maldición! Arrojo mi vaso de whisky contra la pared. El cristal estalla en pedazos.—¡Maldita sea! —gruño entre dientes.Konstantin apenas levanta la vista de los documentos. No se inmuta. Maldito bastardo, está acostumbrado a mis arranques. Pero esta vez no es como las anteriores. Esta vez él sabe por qué.—Sigues igual de insoportable —murmura, hojeando un informe—. Vas a terminar matando a alguien más si sigues de este humor.—Si alguien
Berlín, AlemaniaViktorPoco a poco voy saliendo de la bruma del sueño y mi primer pensamiento es que no quiero verla. Estoy agotado, a pesar de haber dormido un poco, pero cuando abro los ojos, la imagen que aparece en mi mente es ella. Emilia.Sumisa. Débil. Un desastre tembloroso en mi mesa anoche.Cierro los puños sobre las sábanas, la mandíbula apretada con fuerza. Me debato entre la necesidad de acercarme a ella en busca de información y las ganas de aplastarla. No ha pasado una semana desde que la compré y ya está debajo de mi piel. Ya es una molestia constante en mi cabeza.Me levanto de la cama con brusquedad. El cuarto está oscuro aún, la madrugada apenas está deslizándose entre las cortinas pesadas. No enciendo las luces. No las necesito. Necesito aire. Con cada paso que doy fuera de la habitación, la presión en mi pecho crece. La odio por hacerme sentir así.No es la primera vez que un rehén me desafía. No es la primera vez que un prisionero me mira con ojos rebeldes o co
Berlín, AlemaniaEmiliaEl ardor en mis ojos es lo primero que siento al despertar y con eso basta para saber que no necesito un espejo para confirmar que están hinchados y enrojecidos, testigos silenciosos de la noche que pasé llorando.La impotencia todavía me pesa en el pecho, se siente como una piedra fría que se niega a desaparecer. La humillación de ayer sigue fresca.Intenté huir. Fallé. Y Viktor se aseguró de que entendiera las consecuencias. Pero lo peor no fue solo el castigo. Lo peor fue la cena. Sentada en esa mesa, con él frente a mí, sabiendo que no podía rechazar la comida que puso en mi plato. Un pedazo de cordero.<
Berlín, Alemania Viktor El dolor que estoy experimentando es demasiado intenso, no es la primera vez que me disparan, pero esta vez fue con un rifle de asalto y duele como una perra. Una punzada ardiente me atraviesa el costado, abriéndose paso como una cuchilla al rojo vivo. Es un dolor denso y profundo, más allá de la piel, más allá del músculo. Siento su peso dentro de mí, latiendo con cada respiro que intento tomar.Ahogo un gruñido cuando algo presiona la herida. Hay voces y también luces demasiado brillantes. Siento algo frío contra mi piel e intento abrir los ojos, pero el mundo es borroso, manchas de colores que no tienen sentido. Todo me da vueltas.—Sujétenlo —dice una voz.Alguien me presiona contra una superficie dura. Mis músculos se tensan por instinto, pero el dolor vuelve a golpearme con fuerza. Mierda. Todo se pone oscuro y luego no escucho nada. Sé que pierdo el conocimiento varias veces, mi mente está confusa. Me han disparado. Los recuerdos llegan en fragmentos.
Berlín, AlemaniaViktorObservo con detalle al hombre que, de pie delante de los que estamos reunidos, se atreve a decirme que mi cargamento se ha perdido. Más de un millón de dólares en mercancía de contrabando ha desaparecido sin explicación aparente. —¿Me estás diciendo que se desvaneció? —inquiero. El hombre se pone rojo bajo mi escrutinio, espero que mi mirada lo disuada de responder algo que no quiero escuchar, pero no es tan sabio como pensé. —No la encontramos, señor.—Sabes lo que eso implica, ¿no? —Lo sé y acepto mi destino —murmura con tono derrotado. —La muerte no siempre es la solución —irrumpe otro de mis colaboradores. El fuerte sonido de mi vaso de whiskey cayendo con fuerza sobre la mesa de madera resuena en la sala de reuniones. El cristal se desliza apenas, la bebida tiñe la madera, pero nadie se atreve a moverse. Todos están tensos. Atentos. Solo espero una respuesta.—¿Eso es todo? —Miro al hombre al otro lado de la mesa, su nombre es Rainer, y hasta hace un
Berlín, AlemaniaViktorEl dueño —no tan dueño—, del bar regresa, pero esta vez su rostro es más tenso. En su ausencia, aproveché para preguntarle a Konstantin, su nombre, se llama Hans Keller, es un hombre regordete, de cabello ralo y mirada astuta. Su traje barato está empapado en sudor.Se para frente a mí, retorciendo las manos.—Señor Albrecht… —traga saliva— Me temo que no puedo vendérsela.La presión en mi mandíbula se intensifica. —¿Disculpa?—Ya hay una subasta programada para esta noche —explica con un tono servil—. Emilia es el «objeto» principal. Los asistentes están esperando… Y, bueno, no puedo retractarme ahora.Mi sangre se enfría. Una subasta. Aprieto la mandíbula. Claro, eso explica por qué está vestida con este ridículo conjunto que apenas cubre su cuerpo y también el motivo por el que la pusieron a trabajar en el bar. Ya tenían un plan para ella.El impulso de sacar mi arma y volarle los sesos a este cerdo es tentador, pero en lugar de actuar con impulsividad, me r