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Capítulo 004: Verdades que no se pueden esconder

Berlín, Alemania 

Viktor

El insistente sonido del teléfono me arrastra de golpe fuera del sueño. Mi mandíbula se tensa al oír el timbre resonar por tercera vez. Con un gruñido bajo, extiendo la mano y alcanzo el celular sobre la mesita de noche, sin mirar el identificador.

—¿Qué? —gruño con voz áspera, pasando una mano por mi rostro para despejarme.

Apenas y pegué el ojo anoche. No es de extrañar que ya tenga mal humor.

—Viktor, tienes que escucharme. —La voz de Konstantin suena seria, más de lo habitual, y eso no me gusta.

—¿Sabes qué hora es? Esto más te vale ser importante —respondo, aunque su tono ya me advierte que lo es.

—Lo es. Encontré lo que me pediste sobre Emilia. Pero no te va a gustar.

Mi cuerpo, todavía relajado por el sueño, se pone tenso de inmediato. Me incorporo en la cama, el corazón latiendo más rápido de lo que debería. Konstantin no es del tipo que exagera o dramatiza. Si dice que no me gustará, es porque realmente no me gustará.

—Habla —le ordeno, mi tono ahora es mucho más frío.

—Es la hija de Reinhard Schäfer.

El nombre golpea mis oídos con la fuerza de un disparo. Mi visión se nubla por un segundo mientras proceso lo que acaba de decirme.

—¿Qué demonios estás diciendo? 

Tiene que ser un error. M****a.

—Lo que oíste. Emilia Schäfer. Reinhard es su padre. El malnacido que casi nos arruina hace años, el mismo al que hemos estado buscando un punto débil. Bueno, parece que ese punto débil ha estado en tu casa desde anoche. Intentaron esconder su identidad, pero no hay nada que no pueda encontrar. 

Tiene razón, el maldito es como un sabueso. 

Me quedo en silencio, la mente trabajando a toda velocidad. Reinhard Schäfer… el hombre que ha sido una espina clavada en mi costado desde hace años. El hombre que casi destruye todo por lo que he trabajado. El que arruinó mi vida. 

Y su hija ha estado durmiendo bajo mi techo.

—¿Estás seguro? —pregunto, aunque sé que Konstantin no cometería un error así.

—Completamente. Tengo documentos, fotos… todo lo que necesitas. Te lo enviaré ahora mismo.

El teléfono emite un bip suave cuando el primer archivo llega. La foto que aparece en pantalla me muestra a Emilia, mucho más joven, sonriente, junto a un hombre al que reconozco al instante. El cabello rubio, la sonrisa arrogante… Reinhard Schäfer en persona.

Un calor furioso comienza a extenderse por mi pecho. Me la han jugado. Me han tendido una trampa y, como un idiota, caí directamente en ella.

—Esto no puede ser una coincidencia —murmuro para mí mismo, aunque Konstantin me escucha.

—No lo es. —Su voz es firme—. ¿Qué vas a hacer?

—Lo que siempre hago. Controlar la situación.

Cuelgo sin esperar respuesta y me quedo sentado en el borde de la cama, la mirada fija en la pared frente a mí. 

—Así que eres la hija de mi enemigo, Emilia. —digo en voz baja para mí mismo.

La dulzura, el miedo en sus ojos anoche… ¿todo eso era un teatro? ¿Un truco bien calculado para ganarse mi compasión?

Me levanto de golpe, mis pasos resuenan por el suelo de madera mientras comienzo a vestirme. Mi mente es un desastre ahora mismo, pero una cosa es clara: no pienso dejarme manipular.

—Esto cambia las reglas del juego, Emilia. Pensabas que podías engañarme… Pero ahora el tablero es mío.

Sin perder más tiempo, salgo de la habitación decidido a confrontarla. El aire se siente más pesado mientras recorro el pasillo hacia el ala de invitados donde la instalé anoche. El cazador ha encontrado a su presa.

Y esta vez, no pienso ser misericordioso.

Empujo la puerta de la habitación sin hacer ruido. La penumbra me envuelve de inmediato, y lo primero que veo es su figura diminuta en la cama. Emilia está profundamente dormida, acurrucada bajo las sábanas, con su cabello desparramado como una cascada sobre la almohada. Tan frágil. Tan pacífica.

Tan vulnerable…

Mi enojo se tambalea por un instante, descolocado por esa imagen. Mi respiración se queda atrapada en mi pecho mientras la observo. No parece la hija de Reinhard Schäfer, no parece una enemiga. Parece… una joven perdida.

¿Cómo demonios llegaste hasta aquí, Emilia?

Me cruzo de brazos, pero no aparto la mirada. El peso de la ira y la traición sigue latiendo bajo mi piel, como una corriente eléctrica que busca una salida. Mi mandíbula se tensa. No me va a engañar. No otra vez.

Aun así, algo en su rostro me desarma. Me recuerda a alguien más, a otro momento de mi vida… un momento que me prometí olvidar para siempre.

Cierro los ojos y, sin quererlo, el recuerdo me arrastra de golpe al pasado.

»»------(Hace veintidós años )------««

Tenía ocho años.

El coche avanzaba por la carretera, y la voz de mi madre llenaba el aire mientras tarareaba una vieja canción rusa. La brisa entraba por la ventana abierta, llevando consigo el olor del verano. Todo parecía perfecto, como si nada malo pudiera ocurrirnos jamás.

Ella giró la cabeza hacia mí y sonrió. Una de esas sonrisas que iluminaban el mundo entero. Era una mujer hermosa, sus ojos estaban llenos de bondad y amor.

—Viktor, cariño, ¿qué quieres hacer cuando lleguemos? —preguntó con aquella voz melodiosa. 

—¿Podemos ir a ver los barcos? —respondí, emocionado. 

Me encantaban los barcos. Soñaba con navegar lejos algún día, hasta lugares desconocidos.

—Claro que sí —rió ella—. Lo que tú quieras.

Pero no llegamos a los barcos. No llegamos a ningún lado.

El estallido fue ensordecedor. El coche dio un giro brusco antes de chocar contra algo y detenerse de golpe. El olor a humo y metal caliente llenó mis pulmones. Mi madre dejó de cantar.

Recuerdo el caos, las voces lejanas, el sabor metálico del miedo en mi boca. Pero lo que nunca olvidaré fue verla a ella, desplomada sobre el volante, con la vida escapándose de sus ojos mientras yo gritaba su nombre.

No pude hacer nada. Luché por soltarme del cinturón, pero estaba atascado. Algunas personas se acercaron para sacarme del auto que estaba en llamas, mas a ella la dejaron atrás. Rogué que fueran a buscarla, aun así, no me escucharon. 

La impotencia me devoró desde adentro, dejando una marca que nunca desapareció. Fue ese día, en ese momento, cuando decidí que nunca volvería a ser débil. Nunca volvería a perder a alguien sin pelear. También aprendí que no suplicaría, sino que sería a mí a quien las personas rogaran. Ese día no solo perdí a mi madre, sino a mi padre, que no volvió a ser el mismo desde su partida.

Ese día Reinhard Schäfer nos arrebató todo. 

»»------(Presente)------««

Abro los ojos de golpe, regresando al presente. El dolor es el mismo. La misma sensación de pérdida, de rabia contenida, me recorre el cuerpo mientras miro a Emilia. 

Ella representa a todo lo que odio. A todo lo que Reinhard Schäfer me arrebató.

Y, sin embargo, hay algo en ella que me desarma. Algo que no entiendo y que odio con cada fibra de mi ser. Doy un paso hacia la cama. Mi sombra se alarga sobre ella, cubriéndola por completo.

—No puedes engañarme, pequeña. —Mi voz es apenas un susurro, pero está cargada de promesas oscuras.

Ella se mueve un poco, un mechón de cabello cayendo sobre su rostro, y me quedo inmóvil, observándola de nuevo. Mi corazón da un vuelco inexplicable.

No puedo perder el control. No otra vez.

Doy media vuelta y salgo de la habitación, cerrando la puerta con un golpe suave pero firme. He sucumbido al vestigio de humanidad que había en mí. Pero de los errores se aprende y esta vez, no voy a cometer el error de confiar en nadie.

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