Inseguridades

Antonella:

—¡Felicidades, amiga! ¡Por fin eres libre! — Me felicita Alice al llegar.

—Sí, lo soy. Gracias chicas, ustedes y mi mamá han sido un pilar fundamental en mi recuperación… — Les expreso mi gratitud.

—¡Para eso estamos las amigas! —Dice Eri.

—Además, teníamos que ayudarte… ¿Crees que íbamos a ser unas insensibles y dejarte sola? — Interviene Sandra.

—Gracias a ustedes ahora tengo trabajo y un proyecto en puerta — continúo, realmente, todas ellas me han apoyado estos tiempos demasiado difíciles.

—¡Vamos, ni que hubiese sido difícil! Siempre fuiste buena alumna, además que la imagen que dejaste donde trabajaste la última vez fue muy buena — agrega Alice.

—¡Es verdad! Supe que mis niños ya están en la escuela y ocupan los primeros puestos — Les comento sintiéndome orgullosa por los que fueron mis hijos postizos en la guardería, aunque en realidad, tengo una buena noticia que darles.

Sandra sonríe. — Eso hace sentir bien a cualquiera, amiga —

—Además, tú les diste una buena base — Comenta Alice

—¡Vamos, no sean exageradas! Ellos son unos niños muy inteligentes — Río avergonzada.

—¿Los niños con los que estas ahora son lindos? —Me preguntan.

—Son un encanto cuando quieren… ¡aunque también son la muerte! De todas formas son lindos al final, además, tengo una noticia para darles — les cuento emocionada.

—Todos son lindos…pero cuéntanos, ¿Qué noticias son esas? — cuestiona Alice.

—¡Hola chicas! —Escuchamos a una cansada Clarisse que viene acompañada de una chica— Disculpen…Les presento a mi futura cuñada, Teodora Madicci —

—Mucho gusto en conocerlas — Se presenta una joven de cabello color ébano, su piel es morena y tiene una sonrisa angelical. Se nota que es una persona agradable.

—¡El gusto es nuestro! — Decimos todas y nos presentamos una a una diciendo nuestros nombres. Mi madre, que había estado en silencio observándonos la saluda cariñosamente.

—Gracias por dejar que venga con ustedes —Nos mira algo apenada.

—No te preocupes, ¡eres bienvenida a nuestro grupo! — La aliento.

Ella ríe con timidez. — Gracias, por cierto… ¿Qué están celebrando? — Nos pregunta mientras toma asiento al lado de Clarisse.

—El divorcio de nuestra querida amiga Antonella. ¡Un brindis! —Responde Alice.

Todas alzamos nuestras copas alegremente. —¡Por Antonella! —Brindamos, por mi parte me avergüenzo un poco. El rostro de Teodora luce desconcertado.

—¡Vamos chicas! No espanten a la pobre Teodora… — Clarisse las regaño.

—No sé preocupen…— dice la joven algo apenada.

—Tranquila, no es molestia. Además, la persona con la que me casé resultó ser una mala persona, no valía la pena seguir junto a él — Explique para no incomodar a la futura novia — Leandro es un buen chico, estoy segura que serás feliz en tu matrimonio — le asegure conociendo desde que era un niño al hermano menor de mi mejor amiga.

En el fondo, me cuesta creer mis propias palabras. El problema no es ella, ni tampoco Leandro; en cierto punto, estoy desilusionada del amor. Ya no creo en cuentos de hadas, en los que aparece un príncipe de brillante armadura que te quiere, te mima y te protege, ese que no será capaz de lastimarte jamás. Esa persona no existe, por lo menos no para mí.

El resto de la velada transcurre bastante tranquila, entre risas de anécdotas graciosas, especialmente relacionadas con la infancia de Leandro (cosas que él esperaba que su futura esposa nunca se enterara). Pero bueno, tarde o temprano alguien se lo contaría. Nos reímos durante un buen rato hasta que se nos hace tarde. Teodora llama a su primo para que pase por ella y Eri y Alice deciden irse juntas. Sandra se va con nosotras.

Como el primo de Teodora avisa que va a demorar, nos ofrecemos a acompañarlas hasta el estacionamiento. En ese lugar, continuamos nuestra charla animadamente. La chica resulta ser muy alegre y sincera. Cuando abro mi auto me doy cuenta de que algo anda mal, el neumático está reventado. No nos queda otra opción más que esperar al primo de Teodora para que lo arregle, ya que yo ni las chicas sabemos cambiar llantas.

—Ha sido una noche muy agradable, gracias —Sonríe la joven morena, agradeciéndonos por todo.

—No, gracias a ti por venir — Le contesto.

—Por cierto, Antonella. ¿A qué te dedicas? — Me pregunta cambiando el tema de la conversación, al parecer su primo tardará más de lo esperado.

—Por el momento, soy profesora de educación inicial, pero dentro de poco iniciare mi propio negocio, una constructora —Respondo recordando que me olvide por completo de contarles aquello a mis amigas. — ¿Y tú? — le pregunto.

—¡Guau, es sorprendente! Debe ser duro y gratificante a la vez. Por mi parte soy zootecnista, aunque también hago de veterinaria a veces, en la hacienda donde trabajo es donde conocí a Leandro… —Se desvía del tema ligeramente, está enamorada, lo veo en sus ojos.

—¡Es verdad! Leandro estudió Ingeniería Agrícola — Recuerdo.

—Sí, mi primo lo contrató para que lo ayudara con los viñedos. Cuando empezó a trabajar ahí las cosas surgieron poco a poco. Disculpen, creo que me he desviado — se disculpa visiblemente avergonzada.

—No te preocupes…— Reímos todas. — Cuando una mujer está enamorada no para de hablar de esa persona especial — Mi madre le brinda comprensión.

—Es cierto, escuchar hablar a Clarisse de Bradley todo el tiempo es todo un espectáculo —afirmo.

—Oh sí… —me apoya mi madre en una carcajada.

—No hablen de ese pervertido enfermo… —se molesta Clarisse tocándose su cabello castaño.

—¿Es el hombre que no para de pedirte que tengas un hijo con él? —Pregunta Teodora, recordando al chico.

Clarisse resopla. —Siempre dice lo mismo cuando conoce a una mujer —

—Vaya… Por poco Leandro lo mata cuando me lo propuso — Comenta la chica. Todas nos ponemos a reír, mi estómago comienza a dolerme de tanto carcajear esa noche.

—Basta ya, cuando se case conmigo vere que no vuelva a ver la luz del día — dice bastante molesta mi querida amiga. — Además, ¿Por qué no habías dicho que regresaste a la universidad de Arquitectura? Ya hasta un negocio de ello vas a poner y yo ni enterada — me reprocha un poco molesta.

—No es por nada en especial, simplemente no quise decir nada hasta que fuese algo concreto, he hablado con algunos inversionistas que le dieron el visto bueno a mi proyecto, iba a contárselos durante la celebración, pero entre las charlas recordando la infancia de Leandro me olvide por completo — respondo riendo.

Todas comenzamos a reír mientras esperamos la llegada del primo de Teodora.

—Por cierto, Antonella, te deben gustar mucho los niños. ¿Tienes alguno? — Pregunta inocente aquella jovencita. Es normal, ella desconoce el dolor que me causa hablar sobre eso, aún es difícil, muy difícil para mí.

—No — Respondo secamente, el ambiente se pone tenso.

—Disculpa yo no…— Se disculpa Teodora avergonzada, temiendo lo peor.

—No te preocupes, discúlpame tú a mí — vuelvo la cara. — Vuelvo en un momento —Anuncio, abriendo la puerta del coche para salir de ese lugar.

Al salir choco contra un torso firme, levanto la mirada dispuesta a disculparme con la persona e irme sin más, pero me cruzo con unas orbes castañas que me estudian desconcertadas. Me quedo helada, ¿es Giovanni? ¿Ha venido para martirizarme otra vez? Me siento mal, se me nubla la vista.

—¿Giovanni? —pregunto en un susurro notando que esos ojos no eran grises, si no, azules, pero tan idénticos en forma a los de Giovanni.

—¡Chicas, les presento a mi primo Giancarlo! —Oigo decir a Teodora, las chicas y mi madre salen del auto para saludarlo. No es Giovanni, no lo es, me siento más tranquila. Lo analizo con detenimiento, su rostro se parece al de Giovanni, pero su madurez emana hasta por los poros. Luce incluso sexy de esa forma, su piel está bronceada por el sol y sus músculos se pueden percibir a través de su ropa. No son músculos hechos en un gimnasio, son producto del trabajo duro en la hacienda de la que habló Dora. Al menos, eso creo.

Su cabello es rubio platinado, muy diferente al castaño oscuro de Giovanni. Sin embargo, el color de ojos, aunque diferente, se parece en forma a los de él, es tan parecido que me perturba. Son idénticos y, al mismo tiempo, indiscutiblemente diferentes. Las chicas se presentaron con él cortésmente, lo miro a los ojos y veo que me está sonriendo. ¡Rayos, me ha descubierto mirándolo! Me sonrojo y me vuelvo para mirar otro lado.

—Soy Antonella Lennox, un gusto conocerlo, señor Giancarlo…— Me presento al final—. Disculpen, regreso en un momento— Tengo que escapar de inmediato, todo es tan confuso y raro, siento dolor, furia y tristeza. No entiendo lo que pasa. Él me mira y me confunde, no quiero pensar en eso, no debo hacerlo. No puedo salir lastimada otra vez, no quiero sufrir de nuevo, ya no vale la pena, nadie en el mundo la vale.

Me lavo la cara en el fregadero del baño y de nuevo me veo en el espejo, percibo los cambios en mi rostro y las pequeñas arrugas que se asoman por la tristeza y el cansancio. Soy diferente a la Antonella Lennox de hace unos tres años atrás, distinta a mí antes de conocer a Giovanni. He subido y bajado de peso en repetidas ocasiones, tengo 28 años, cuatro de ellos desperdiciados miserablemente en ese horrendo matrimonio con Giovanni. Para mi boda, había tenido que hacer una estricta dieta para entrar en un vestido de diseñador francés que por supuesto yo no había escogido. ¡Qué idiota! Se suponía que toda novia debía elegir el vestido en el que verdaderamente se sintiera una novia, uno que te hiciera llorar de la emoción y te hiciera ver como una niña caprichosa y feliz. Ni siquiera eso había podido ser al lado de Giovanni.

Luego de eso, me mantuve en mi peso ideal por un tiempo hasta que llegó el embarazo. Era lógico que subiera ligeramente mi peso, esto le disgusto a mi querido ex marido. Si le sumábamos sus celos acerca de algún amante, era una situación estresante. Luego de la separación y la golpiza, bajé extremadamente, convirtiéndome en una especie de esqueleto viviente mezclado con un zombi. Si me comparo ahora con la de esa época, estoy echa una ballena, incluso puedo rodar por el piso si quiero. Suena exagerada esa afirmación, pero es cierto, admito que no estoy en mi peso ideal y me importa muy poco, no pienso impresionar a nadie. Me gusta así.

Por otro lado, están las cicatrices que tengo en el cuerpo después de los “accidentes”, mi retraída forma de ser y mi nula autoestima. Es imposible, las posibilidades de que logre salir con ese hombre bombón que tiene Teodora como primo son de un 0.0000000000…01%. Él nunca se fijaría en mí. Además, yo tampoco quiero. Por más bueno que esté (y por mucho que desee estar con él de una forma íntima), sería vergonzoso para mí mostrarme como realmente soy, tanto física como psicológicamente. Él se burlaría de mí, no tendría tanta paciencia conmigo. Y mirándome de nuevo, no entiendo ¿Por qué demonios estoy pensando en todo esto?

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