Se llevó una mano a la frente y resopló con frustración. ¡Joder! Soltó un improperio entre dientes. Si tan solo se hubiera contenido un poco más, no estaría metido en esta celda de cuatro por cuatro metros. Se dio un par de golpecitos en la frente con la palma de la mano. Le parecía injusto que fuera él quien estuviera detrás de unos barrotes, cuando lo único que hizo fue tratar de equilibrar un poco la balanza de la justicia, ejerciéndola con sus propias manos. A esa hora del día, con el estómago rugiendo de hambre, no pudo evitar soltar una risita sarcástica por lo surrealista que le resultaba la situación... ¡Se supone que debería ser otra persona quien estuviera en su lugar! Pero así era la vida. Las autoridades mantenían a salvo a los cerdos con dinero, mientras que a personas como Patrick, los trataban como desequilibrados y resentidos sociales. —¡Jah! ¿Resentido yo? —murmuró al recordar el apelativo que usó el hijo del antiguo socio de su padre, y uno de los cuatro malnacidos
El lugar estaba lo suficientemente abarrotado como para ser muy precavidos a la hora de hablar. Para Patrick fue algo novedoso ser quien estaba del otro lado, es decir, quien tan solo se debía sentar y esperar a que lo atendieran y complacieran, cuando en el pasado había sido él quien se había esforzado por mantener contentas a sus citas. En cuanto llegaron a "No Temptation", Patrick no pudo evitar fijarse en el peculiar trato que recibió la Señora Avery, por parte de quien asumió que era el dueño del sitio donde estaban, pues el resto del personal se desvivía por agradarle al sujeto en todo lo que hacían. Lo que más le incomodó a Patrick fue que el sujeto en cuestión era extremadamente guapo, incluso ante los ojos de él, quien era 1000% heterosexual. Sabía que se llamaba Daniel, porque la Señora Avery lo saludó al entrar, dándole un beso en la mejilla. —Qué maravilloso tenerte por acá, Avery —dijo él. —Lo mismo digo, Daniel. Es agradable volverte a ver —contestó ella—. ¿Qué tal te
Debía calmarse. Necesitaba hacerlo. No era típico de él que se comportara de ese modo en público, y mucho menos delante de una mujer. ¿Qué pensaría Avery de él? Sacudió la cabeza con fuerza. No era momento de ponerse a pensar en eso. Tomó una profunda bocanada de aire y se encaminó hacia la mesa donde sabía que lo esperaba Avery, pero en ese instante sintió una vibración proveniente del bolsillo de su pantalón. Se detuvo para ver quién lo estaba llamando por teléfono. El corazón se le aceleró y atendió sin más. —¿Madre? ¿Qué sucede? ¿Le pasó algo a Priscila? —inquirió apenas al contestar. —No, cariño. Ella está bien. Está durmiendo. Te llamaba solo para preguntarte si ibas a venir a almorzar. Te he estado llamando desde hace un buen rato, pero... —No, madre. No iré —la interrumpió—. Almorzaré con mi jefa. Apenas nos hemos desocupado un poco. Hemos tenido una mañana bastante agitada. —Vale. Te guardaré un poco. Hice tu favorito. Las palabras de Rhonda hicieron que Patrick sonri
Se obligó a mantener la vista fija al frente, pues sabía que si lo miraba, no podría mantenerse dentro de su papel por más tiempo. La puerta del copiloto se abrió y Patrick descendió del auto, sintiéndose muy desconcertado. No entendía qué demonios pretendía Avery. ¿A qué diablos estaba jugando? Hace unos minutos estaban comiendo juntos, conversando y riendo como si fueran viejos amigos, y de repente, ella cambió su semblante y empezó a tratarlo como basura. ¿Acaso eso era realmente lo que significaba ser el esclavo sexual de alguien? —Me pondré en contacto contigo cuando necesite de tus servicios —dijo ella—. Procura no meterte en más problemas, Patrick. —Sí, mi Señora —respondió él, bajando la cabeza y procurando no mirarla. En el fondo, sentía un gélido aguijón enterrándose en lo más profundo de su ser. No comprendía por qué esa actitud entre indiferente y despectiva de Avery lo trastocaba tanto. Patrick prefería mil veces a la simpática y amable Avery. —Mi Señora —no pudo evi
Avery volvió a clavar la mirada sobre el elegante reloj de pared, cuyo péndulo se balanceaba de un lado al otro con el paso de cada segundo. Había transcurrido media hora desde que llegó a la mansión de la Señora Gilmore, y David la condujo al vestíbulo, diciéndole que esperara allí, pues su Ama estaba ocupada. —Pido disculpas por haberte hecho esperar —Avery dio un respingo sobre el sofá al escuchar la voz de Isis, irrumpiendo en la habitación—. Estaba un poco atareada en el sótano —le guiñó un ojo. —¿Nuevos aprendices? —inquirió Avery en tono divertido. —Solo una —respondió Isis sin más—. Un viejo amigo me pidió que instruyera a su nueva adquisición, traída directamente desde Bagdad. Es una chica realmente exótica. —No lo dudo —Avery hizo un gesto con la boca, entre incómodo y de vergüenza. —¿Y bien? ¿Qué piensas hacer? —preguntó Isis. Avery frunció el entrecejo. —¿De qué estás hablando? —indagó. —Con Patrick —Isis se sentó en el sofá que estaba frente a Avery y sacudió la ma
Patrick comenzó a sentir los músculos de los brazos un poco agarrotados. No podía decir con exactitud cuánto tiempo había permanecido en esa posición, pero si sus cálculos no le fallaban, podría aventurarse a decir que habían pasado casi unos cuarenta minutos. Durante las últimas dos semanas, había sido la misma rutina, tan solo con unas pocas variables: Él llegaba a la mansión de la Ama Isis, se arrodillaba en medio de la sala y esperaba a que David le vendara los ojos y le atara las manos por detrás de la espalda. A continuación, caminaba un corto trayecto hasta llegar a unas escaleras y las descendía. Imaginaba que eran las escaleras que conducían al sótano, donde en un comienzo recibió el entrenamiento como sumiso. Sin embargo, había una variable en el ambiente. El olor a humedad era menos intenso y por momentos sentía mucho calor. Sensación que de estar en aquel sótano que recordaba de unas semanas atrás, sería la contraria. En ese jodido sótano, el frío era tal que había breves
La puerta de roble se abrió, emitiendo un chirrido. La primera en entrar a la habitación fue una mujer de cabellera rubia, atada en una coleta alta, que le daba a sus rasgos un toque de altivez y arrogancia. Llevaba puesto un vestido de látex, color rojo, que le llegaba unos pocos centímetros arriba de la rodilla, el cual se adhería a su cuerpo como una segunda piel, resaltando sus exuberantes atributos. Un cierre de dientes plásticos se extendía desde la parte baja del vientre hasta su cuello. El diseño era sin mangas, con una abertura en el pecho en forma de trapecio, que dejaba ver un par de senos bien proporcionados. Además, las botas de corte alto, del mismo material y color que el vestido, le añadían unos veinte centímetros más de altura gracias a la plataforma y al tacón de aguja. Fácilmente, Isis sobrepasó al chico descalzo y encadenado frente a ella por medio pie de altura. Detrás de ella emergió la sutil y elegante figura de una segunda mujer, también rubia, quien llevaba e
Patrick dio un respingo al sentir una mano que tocaba su espalda; la misma acariciaba con delicadeza y se deslizaba de manera descendente hasta posarse en una de sus nalgas. Él dio otro respingo cuando la palma de la mano estampó con fuerza contra la piel de su trasero desnudo. Sin poder evitarlo, una sensación muy parecida a una descarga eléctrica subió por su columna y le estalló en la nuca, haciendo que de su boca emergiera un débil jadeo. Otra nalgada, y una más. Cinco en total. Él las contó en voz alta y agradeció cada una. Los toques dejaron de ser propinados por una mano. Era el turno de la fusta. La punta del objeto recorrió su omóplato derecho, como sobándolo, y plas. Si pudiera escuchar algo más que la melodía briosa que sonaba en los auriculares, habría escuchado el silbido que emitía el cuero, cortando el viento y cada uno de los impactos de la fusta en su espalda. No obstante, Avery e Isis sí podían escuchar cada uno de los sonidos que emitía Patrick. Al principio er