Patrick comenzó a sentir los músculos de los brazos un poco agarrotados. No podía decir con exactitud cuánto tiempo había permanecido en esa posición, pero si sus cálculos no le fallaban, podría aventurarse a decir que habían pasado casi unos cuarenta minutos. Durante las últimas dos semanas, había sido la misma rutina, tan solo con unas pocas variables: Él llegaba a la mansión de la Ama Isis, se arrodillaba en medio de la sala y esperaba a que David le vendara los ojos y le atara las manos por detrás de la espalda. A continuación, caminaba un corto trayecto hasta llegar a unas escaleras y las descendía. Imaginaba que eran las escaleras que conducían al sótano, donde en un comienzo recibió el entrenamiento como sumiso. Sin embargo, había una variable en el ambiente. El olor a humedad era menos intenso y por momentos sentía mucho calor. Sensación que de estar en aquel sótano que recordaba de unas semanas atrás, sería la contraria. En ese jodido sótano, el frío era tal que había breves
La puerta de roble se abrió, emitiendo un chirrido. La primera en entrar a la habitación fue una mujer de cabellera rubia, atada en una coleta alta, que le daba a sus rasgos un toque de altivez y arrogancia. Llevaba puesto un vestido de látex, color rojo, que le llegaba unos pocos centímetros arriba de la rodilla, el cual se adhería a su cuerpo como una segunda piel, resaltando sus exuberantes atributos. Un cierre de dientes plásticos se extendía desde la parte baja del vientre hasta su cuello. El diseño era sin mangas, con una abertura en el pecho en forma de trapecio, que dejaba ver un par de senos bien proporcionados. Además, las botas de corte alto, del mismo material y color que el vestido, le añadían unos veinte centímetros más de altura gracias a la plataforma y al tacón de aguja. Fácilmente, Isis sobrepasó al chico descalzo y encadenado frente a ella por medio pie de altura. Detrás de ella emergió la sutil y elegante figura de una segunda mujer, también rubia, quien llevaba e
Patrick dio un respingo al sentir una mano que tocaba su espalda; la misma acariciaba con delicadeza y se deslizaba de manera descendente hasta posarse en una de sus nalgas. Él dio otro respingo cuando la palma de la mano estampó con fuerza contra la piel de su trasero desnudo. Sin poder evitarlo, una sensación muy parecida a una descarga eléctrica subió por su columna y le estalló en la nuca, haciendo que de su boca emergiera un débil jadeo. Otra nalgada, y una más. Cinco en total. Él las contó en voz alta y agradeció cada una. Los toques dejaron de ser propinados por una mano. Era el turno de la fusta. La punta del objeto recorrió su omóplato derecho, como sobándolo, y plas. Si pudiera escuchar algo más que la melodía briosa que sonaba en los auriculares, habría escuchado el silbido que emitía el cuero, cortando el viento y cada uno de los impactos de la fusta en su espalda. No obstante, Avery e Isis sí podían escuchar cada uno de los sonidos que emitía Patrick. Al principio er
Miró su imagen en el espejo para asegurarse de que todo estaba en orden. Su cabello lucía pulcro, peinado y sujeto en una coleta alta que le daba a los rasgos de su cara un toque aristocrático. Su rostro estaba maquillado en tonos tierra y su conjunto de tres piezas, color blanco, la hacía lucir como la estampa de una respetable cirujana. Puso el auto en marcha y se dirigió a toda prisa hacia el hospital. Era lunes, y en un par de horas le tocaría realizar una histerectomía. No solía encender la radio del auto, pues con el ruido del tráfico y de la ciudad le parecía más que suficiente, pero esta mañana se sentía diferente. Comenzó a pasar las emisoras, en busca de algo agradable para escuchar. Su búsqueda terminó al oír una palabra en específico: "Dolor". Conducía, pero sin dejar de prestar particular atención a la canción que retumbaba en el interior del auto. ¡Dolor! Tú me hiciste, tú me hiciste un creyente. ¡Dolor! Tú me destrozas y me reconstruyes. Creyente... creyente. ¡Dol
En el momento en que Patrick tuvo la intención de escribirle a Avery, no lo hizo con la intención de ser adulador ni mucho menos. Tan solo necesitaba ser un poco cortés antes de decirle que llegaría tarde al encuentro que ambos tenían pautado para llevarse a cabo al finalizar la tarde. Tan solo esperaba que su Ama no se molestara por cambiar los planes a última hora. Envió un par de mensajes disculpándose y recibió una respuesta al cabo de unos minutos: Está bien, cachorrito. En la revisión de Priscila le dieron muy buenas noticias. Ya no sería necesario que a su hermana la dialicen día por medio, tan solo lo harían los lunes y jueves, pues el tratamiento que había estado recibiendo las últimas dos semanas resultó ser el correcto. De igual modo, el trasplante no estaba descartado. El daño en los riñones de Priscila era irreversible. Patrick y Rhonda se aferraron a la esperanza de pronto recibir la noticia de que las trece personas que estaban delante de Priscila en la lista de espera
Horas antes La cirugía terminó a las once con cuarenta y tres minutos de la mañana, y todo salió según lo planeado. Avery dio las últimas instrucciones a las enfermeras y se retiró hacia su consultorio para buscar sus cosas e ir a buscar a Looren, para irse juntas a almorzar. Desde que se conocieron, la hora del almuerzo era como una especie de ritual fijo, a excepción de las veces que Derek la llamaba para que almorzara con él. No obstante, los últimos días, Avery había estado muy distante de su amiga porque esta no perdía oportunidad para atosigarla con preguntas respecto a lo que hacía al salir del hospital, y era un tema del que a Avery le incomodaba hablar, porque debía mentirle descaradamente, y ella no sabía mentir. Lograba mantener a Looren lejos de todos esos secretos que guardaba, porque evitaba hablar del tema. Cada vez que su amiga trataba de indagar sobre lo que hacia cuando no estaba con ella, Avery solía contestarle de forma vaga, sin entrar en detalles. Porque los det
Cerró los ojos con fuerza, soltó una honda bocanada de aire y dejó caer su cabeza en el respaldar de la silla. La ergonomía de la misma la ayudó a relajarse un poco. Le dolía la espalda y un poco la cabeza. Eran casi las tres de la tarde. En un par de minutos le tocaría recibir a su tercera paciente de la tarde. No obstante, lo único que deseaba era largarse a casa, darse un baño, tomarse una infusión de hierbabuena con leche y acostarse a dormir. Creía que era la única manera de que su cerebro entrara en descanso y dejara de torturarla con recuerdos de un pasado en el que sufrió muchos horrores. No había podido dejar de pensar en la muchacha del relato de Looren y en Derek. Por momentos, se vio sumergida entre pensamientos bizarros, que se obligó a echar de lado cuando su amiga la llamaba de manera insistente para hacerla espabilar. Algo en todo eso le ponía la piel de gallina. Era como una especie de mal presentimiento, como un mal augurio... El almuerzo con su amiga transcurrió
El corazón de Patrick se aceleró cuando la puerta se abrió frente a sus ojos. Un caballero de avanzada edad, de tez oscura y vestido con un elegante traje color negro, lo recibió en la entrada. —Buenas noches, señor —lo saludó—. ¿En qué puedo ayudarlo? —Vengo a... —Patrick se aclaró la garganta y se detuvo a mirar el bonito edificio delante de él. Miró la pantalla en su móvil y verificó que fuera la dirección correcta—. ¿La doctora Avery vive aquí? —¿Busca a la doctora Wilson? —inquirió el hombre. —Sí, ella —respondió él, asintiendo con la cabeza. —Permítame un momento, por favor —el hombre se giró hacia un intercomunicador y pulsó un botón. Al cabo de unos segundos, se oyó una voz. —¿Sí? Diga. Patrick reconoció la voz de Avery. —Doctora Wilson —habló el caballero—. Aquí hay un muchacho que pregunta por usted. —¿Patrick? —inquirió ella. —Sí, Señora. Soy yo —contestó el aludido. —Sube. Está bien, Will. Déjalo subir. —Enseguida, Doctora. El hombre se giró hacia Patrick y le