La cabeza daba vueltas a Avery y todo se volvía confuso. Frente a ella yacía un hombre atado a la cama, con las muñecas y tobillos sujetos. Estaba completamente desnudo y su camisa había sido utilizada para vendarle los ojos. Necesitaba agua, su boca estaba seca.
Caminó tambaleante hasta el baño y, con ayuda de una mano, tomó un gran sorbo de agua del chorro del lavamanos. Se mojó la cara para refrescarse un poco.
—¡Oye, nena! —la voz del hombre la hizo dar un respingo—. ¿Por qué tardas tanto?
Avery meneó la cabeza suavemente. Necesitaba enfocarse.
—Habitación número quince del Best Western Hollywood —dijo para sí misma, mientras fijaba la mirada en el espejo frente a ella—. El hombre en la cama se llamaba Charles y yo... —respiró profundamente—, estoy a punto de vomitar.
Mojó una de sus manos y se la pasó por la nuca. Eso alivió un poco su malestar.
—¡Hey, preciosa! ¿A dónde fuiste?
—Salgo en un momento —respondió ella. Se sorprendió mucho por el tono autoritario de su voz.
—¡Uy, nena! Me tienes muy excitado con este jueguito. Ven acá y desátame para poder darte lo que quieres.
«¿Lo que quiero?», pensó ella, frunciendo el ceño.
De repente, sintió como si las palabras del hombre hubieran sido un gran insulto.
«¿Qué demonios sabe este idiota lo que yo quiero?».
Las náuseas desaparecieron y en su lugar surgió la indignación.
Salió rápidamente del baño, subió a la cama y se montó sobre el hombre, poniendo una mano en su cuello como si estuviera a punto de estrangularlo.
—No tienes ni la mínima idea de lo que quiero, m*****a sabandija —exclamó.
—¿Cómo dices? —Charles se removió incómodo.
—¡Cállate, maldito! —gritó ella.
El hombre comenzó a reírse.
—Ahhh... ya entiendo, linda. Te gusta ese rollo —comentó—. En ese caso, si eso es lo que te excita, adelante. ¿Cómo debo llamarte? ¿Mi señora, Ama, Diosa, mi Reina?
—Simplemente... CÁLLATE —le ordenó ella, cerrando ambas manos alrededor del cuello de Charles. Apretó un poco, pero luego lo soltó y se puso de pie en la cama para observarlo. Notó que el miembro de Charles comenzaba a endurecerse.
—¿Puedo pedirte algo? —preguntó él.
—¿Qué quieres, maldito? —respondió ella con violencia.
Él no pudo evitar reírse, le costaba mucho seguirle el juego.
—No me azotes. No soy amante del dolor y...
Avery se dejó caer sobre Charles y, sin previo aviso, agarró su pene.
—Oh sí, nena. Ya nos estamos entendiendo...
—Cierra la boca —lo interrumpió ella.
—Como quieras, mi señora. Quiero sentir tu deliciosa lengua en mis bolas y... —un grito emergió de la garganta del hombre.
La mano de Avery apretó con más fuerza el falo.
—No eres nadie para pedirme nada —susurró la rubia, acercándose mucho al oído de él y apretando aún más la mano alrededor del pene.
Otro grito resonó en la habitación.
—Suéltame —chilló Charles.
—¿Pero qué dices, cachorrito? Apenas estamos comenzando.
Avery tomó el calzoncillo del hombre, que yacía tirado en el suelo, y se lo metió en la boca para que no hiciera ruido. Luego, apretó más la mano sobre el duro miembro.
El hombre volvió a gritar, pero esta vez fue un grito ahogado por la tela.
Ella lo soltó, pero de inmediato le clavó las uñas de su mano derecha en el muslo. Charles dio un respingo y volvió a gritar.
—¿Esto no te excita? —preguntó Avery con sarcasmo. El hombre negó con la cabeza—. ¿Y esto? —clavó las uñas de su otra mano en el pecho de Charles.
Otro grito fue reprimido por la tela.
—¿Y esto? —Avery apoyó una rodilla en la ingle del hombre.
Charles se retorció, desesperado por soltarse. Después de casi un minuto, que a él le pareció una eternidad, logró liberar sus muñecas y empujar a la mujer.
Avery cayó de bruces al lado de la cama, mientras Charles se desataba rápidamente, escupiendo el trapo con el que lo habían amordazado.
—Maldita loca —pronunció Charles lleno de odio.
Recogió a toda prisa su ropa, la que estaba desparramada por toda la habitación. No se molestó en vestirse y salió desnudo al pasillo. Lo único que le importaba era alejarse lo más posible de esa mujer.
«¿Qué demonios acaba de suceder?», se preguntó Avery.
Era como si el golpe que se acababa de dar al caer al suelo, la hubiese ayudado a salir del trance en el que se encontraba.
Se sintió abrumada y muy confundida.
Los párpados le pesaban, mientras el vaivén del bus en movimiento lo arrullaba. Estaba extremadamente agotado. Había pasado casi un mes sin poder descansar adecuadamente debido a las preocupaciones que lo atormentaban. Y lo sabía, en el momento en que la idea de visitar a Emma cruzó por su mente, supo que al día siguiente estaría más cansado de lo normal. Pero, joder, necesitaba un poco de buen sexo para desconectar de su jodida realidad por un momento. Durante los últimos once meses, había estado frecuentando a su ex novia de la preparatoria con quien mantenía una extraña amistad con beneficios. Ambos habían estado juntos desde que Patrick tenía dieciséis años, aunque la relación terminó cuatro meses después de graduarse. Resultó que Emma perdió el interés en Patrick después de que él y su familia perdieran su privilegiada posición social. Ella no estaba interesada en tener a Patrick como esposo, pero no podía negar que se entendían muy bien en la cama. El susurro del viento que se
La mirada de Patrick se fijó en el delicado cuerpo que yacía sobre la cama, pero su mente estaba enfocada en algo más. Acababan de regresar del hospital y Patrick no dejaba de pensar en las facturas pendientes que tenían por pagar, mientras su madre preparaba algo de comer. En medio del ajetreo, no tuvieron tiempo ni de almorzar. Miró el reloj de pulsera en su muñeca. Eran las cuatro con treinta y siete de la tarde. Se puso de pie muy despacio, para no despertar a su hermana. Sabía que si quería llegar a tiempo a su entrevista de trabajo, debía darse una ducha de inmediato. No pensaba cometer el mismo error dos veces en un mismo día. Esta vez no llegaría tarde. Tomó una ducha rápida y salió del baño, dejando un rastro de agua a su paso. Se detuvo un momento para contemplar su armario. «¿Qué diablos me pongo?», pensó. Normalmente, no era alguien que tardara mucho en decidir qué ropa ponerse, pero esta ocasión ameritaba dar una muy buena impresión. Soltó un suspiro de resignación al
El hombre llamado David hizo su aparición, sosteniendo una bandeja entre sus manos, mientras Patrick vislumbró la oportunidad de levantarse del sofá y distanciarse un poco de la exuberante rubia. Tomó el vaso de cristal lleno de agua que el caballero le ofrecía y lo bebió de un solo trago. La señora Gilmore lo observaba, entrecerrando los ojos. Una sonrisa astuta se dibujó en sus labios rojo carmín, mientras acercaba la copa de vino que había tomado de la bandeja. —¿David? —la rubia inquirió. —¿Sí, mi Señora? —respondió David. —Trae un documento y asegúrate de que el salón de juegos esté preparado para los visitantes. —Sí, mi Señora —asintió con la cabeza y se retiró de inmediato. —¿Salón de juegos? —preguntó Patrick—. ¿Documento? —estaba sumamente confundido. —A ver, Patrick. ¿Por qué has venido? —Vine por el anuncio... Uh, por el... —¿Tienes alguna idea de qué se trata? —Um... supongo que —Patrick balbuceó—, supongo que tiene que ver con probar videojuegos y... La risa de l
Patrick se preguntaba qué secretos le esperaban en lo más profundo de aquel lugar. Sus emociones fluctuaban entre la curiosidad y el temor, pero su deseo de cambiar su situación económica era más fuerte que cualquier aprensión. No podía anticipar que la puerta que estaba a punto de cruzar desencadenaría una serie de eventos que transformarían su vida para siempre. —Mi nombre es Isadora Gilmore, pero a partir de ahora, te referirás a mí como Isis —Patrick frunció el ceño—. ¿Por qué Isis? Porque, en la mitología egipcia, Isis es la diosa de todos los dioses, y eso, querido, es lo que soy en esta mansión: una jodida diosa —le aclaró—. Estás a punto de adentrarte en un mundo fascinante pero poco comprendido, y malinterpretado por muchos —la rubia hablaba mientras caminaba por un extenso y luminoso pasillo—. Permíteme explicarte. Aunque parte de las siglas BDSM sean sadismo y masoquismo, no se trata solamente de ejercer violencia, causar daño o hacer sufrir a las personas. Tampoco implica
Avery tomó una honda bocanada de aire y la soltó despacio, tratando de calmar los nervios que la invadían. Quitó los guantes de látex y los arrojó al bote de basura. Por alguna extraña razón, sentía unas enormes ganas de fumar un cigarrillo. La cirugía de la señora Corbin se había complicado. El procedimiento había durado más de lo planeado y tuvieron que administrarle más anestesia a la madre, quien se quejó de dolor a mitad de la operación. Salió del quirófano después de dar instrucciones postoperatorias a las enfermeras. Se dirigió hacia el ala oeste del hospital, donde se encontraba su consultorio. Sin perder tiempo, abrió la gaveta de su escritorio y sacó una cigarrera y un mechero de un compartimiento secreto. Se apresuró hacia las escaleras de emergencia, el escondite de todos los residentes que fumaban. Avery había empezado a fumar cuando era una adolescente de quince años, pero lo dejó tres meses después de comenzar a salir con Derek, por su petición. Su Amo odiaba el olor d
El lugar era hermoso y muy elegante. La música de piano sonaba suavemente, mezclándose con el ruido de cubiertos chocando contra platos y el murmullo débil de los comensales. Un delicioso aroma llenaba las fosas nasales de Avery, una mezcla de queso gratinado, pan recién horneado y tierra mojada, ya que afuera estaba lloviendo. Un joven de unos veinte años se acercó a la mesa sosteniendo una botella de vino, dispuesto a llenar las copas de las damas. Avery hizo un gesto con la mano, cubriendo su copa, y negó con la cabeza. —No, gracias —le dijo al joven. —Vamos, tómate una copa —insistió Looren. Avery negó nuevamente con la cabeza. —Hoy apenas es lunes. No quiero alcohol en mi sistema —respondió la rubia de manera tajante. Looren tomó su copa de cristal, la acercó a su nariz, inhaló profundamente, bebió y saboreó el vino. —Mmm... delicioso —dijo—. ¿Estás segura de que no quieres probarlo? Está realmente bueno. —Ya dije que no —la voz de Avery subió un tono—. Deja de insistir.
La semana resultó tediosa, llena de consultas, cesáreas y cirugías de emergencia. Avery se dejó caer sobre el suave colchón, soltando un débil suspiro. Su mirada se clavó en la cajita de cartón que reposaba en el suelo, dentro del armario. No entendía por qué no se deshacía de todo eso. ¿Para qué seguir coleccionando recuerdos de un pasado que le dolía tanto recordar? Cogió la caja entre sus manos y la llevó abajo. La dejó al lado del sofá en la sala para verla al día siguiente y deshacerse de ella antes de ir al trabajo. Una lágrima rodó por su mejilla, y se la limpió con la manga del pijama mientras subía las escaleras hacia su habitación. Decidió distraerse y pensar en otra cosa: en Derek, en su Salvador, en el hombre que la rescató de su asquerosa vida y la introdujo en un mundo maravilloso de fantasías hechas realidad... Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en su rostro. Pensar en él le daba un poco de paz a su alma. Tomó su móvil entre las manos y se sintió tentada a llam
«Es lo más loco que he hecho en mi vida», el pensamiento retumbaba en la mente de Patrick, quien yacía de rodillas en el suelo, con tan solo un calzoncillo diminuto cubriendo su parte más noble. A su lado derecho, había una chica de cabello negro, muy largo, en la misma posición que él, y a su izquierda dos chicos más, de igual forma. Uno moreno y el otro rubio. Al mirar hacia el frente, vio a dos mujeres más, una rubia de pechos muy grandes y una pelirroja de piel muy blanca y pecosa. Los seis llevaban collares de cuero, parecidos a los de los perros, de donde colgaban gruesas cadenas que terminaban fijadas en enormes aros de metal, incrustados en una pared de piedra sin revestimiento alguno. Había transcurrido casi una semana desde que aceptó el “empleo”. Tuvo que decirle a su madre que se trataba de un trabajo como asistente de una empresaria, que su papel consistía en traer y llevar paquetes, así como comprar café y encargarse de reservar vuelos, cuando su jefa necesitara viajar