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Capítulo 04 - Patrick

Los párpados le pesaban, mientras el vaivén del bus en movimiento lo arrullaba. Estaba extremadamente agotado. Había pasado casi un mes sin poder descansar adecuadamente debido a las preocupaciones que lo atormentaban. Y lo sabía, en el momento en que la idea de visitar a Emma cruzó por su mente, supo que al día siguiente estaría más cansado de lo normal. Pero, joder, necesitaba un poco de buen sexo para desconectar de su jodida realidad por un momento.

Durante los últimos once meses, había estado frecuentando a su ex novia de la preparatoria con quien mantenía una extraña amistad con beneficios. Ambos habían estado juntos desde que Patrick tenía dieciséis años, aunque la relación terminó cuatro meses después de graduarse. Resultó que Emma perdió el interés en Patrick después de que él y su familia perdieran su privilegiada posición social. Ella no estaba interesada en tener a Patrick como esposo, pero no podía negar que se entendían muy bien en la cama.

El susurro del viento que se colaba por la ventana era como una canción de cuna. Patrick inevitablemente descendía en una espiral que lo llevaba directamente a los brazos de Morfeo. Imágenes recurrentes de Priscila inundaban su mente... su sonrisa al verlo llegar cada mañana, sus ojitos llorosos cada vez que él le decía que debía ir a hacer algún papeleo o alguna entrevista de trabajo... su voz melodiosa al pronunciar su nombre y decir:

Te quiero mucho, hermano.

«Joder, hago todo esto por ti», fue el último pensamiento que pasó por su mente antes de quedarse completamente dormido en la incómoda butaca.

Pasó un largo rato hasta que alguien se acercó y le tocó el hombro derecho.

—Disculpe.

Patrick dio un respingo al sentir la repentina luz del sol que se colaba por sus ojos, golpeando sin compasión sus pupilas. Parpadeó un par de veces para enfocar la vista. Estaba desorientado y le tomó unos segundos darse cuenta de dónde se encontraba. Tenía la mitad del cuerpo desparramado sobre el asiento.

—¿Hacia dónde se dirige? —preguntó el hombre parado frente a él.

—Yo... Ammm... yo... —balbuceó. Todavía tenía las neuronas dormidas.

—Hemos llegado a la última estación —le indicó el hombre—. El bus dará la vuelta para reiniciar la ruta.

—Mierda —murmuró Patrick entre dientes y se puso de pie de un salto al darse cuenta de lo que había pasado. Miró su reloj de pulsera. "¡Joder, es tardísimo!", pensó—. ¿Dónde estamos? —preguntó sin poder dejar de mirar ansiosamente por la ventana.

—Ya se lo dije —respondió el hombre—. En la última estación.

—¿Qué? —Patrick sintió que su corazón se saldría del pecho. Cerró los ojos con fuerza, tratando de no soltar una maldición. Debía haberse quedado siete estaciones atrás.

«¡Joder!». Se dio un golpe en la frente. «¿Cómo pude ser tan estúpido? ¡Maldita sea! ¿Tenía que quedarme dormido justo hoy?». Y no era para menos su molestia, pues hacía diez minutos que debía estar sentado en una incómoda silla de metal en la recepción de Lars & Claridon Asociados, esperando su turno para ser entrevistado para el puesto de asistente.

No le quedó más opción que hablar con el conductor del autobús para que le permitiera regresar unas cuantas estaciones atrás. Por suerte, el conductor resultó ser un hombre afable y le permitió hacerlo, ahorrándole la molestia de salir y hacer fila nuevamente para entrar.

Después de unos quince minutos, finalmente llegó a su destino. Tuvo que correr tres calles hasta llegar al lugar donde tenía una entrevista de trabajo programada desde hacía más de media hora. Carraspeó la garganta y se pasó una mano por la cara para quitarse el sudor que perlaba su frente. Al llegar a la recepción del lujoso edificio, la mujer sentada allí lo observó de forma despectiva.

—Vengo a una entrevista de trabajo —le dijo Patrick antes de que llamara a alguien de seguridad para que lo sacara del lugar. Su apariencia estaba lejos de la de un arquitecto recién graduado.

—Su nombre, por favor —preguntó la mujer sin siquiera molestarse en mirarlo.

—Patrick Powell —respondió.

—Debía estar aquí hace treinta y cuatro minutos —comentó en tono mordaz.

—Sí, y lo siento mucho por llegar tarde. Es que... —estaba a punto de explicar lo que le había sucedido, pero se calló al notar que la mujer levantaba una ceja. Sabía que no tenía ningún interés en escucharlo—. Oiga, sé que tal vez esté harta de escuchar excusas, pero la verdad es que me quedé dormido en el autobús de camino aquí —la mujer frunció el ceño—. He pasado casi dos meses sin poder descansar bien debido a que... —Patrick sacudió la cabeza—. Bueno, eso no importa. ¿Usted no ha sentido que, aunque siempre trate de hacer todo bien, las cosas siempre terminan saliendo mal?

—Sí —respondió ella sin más. Por primera vez desde que había empezado a hablar con él, parecía sentir algo de pesar por su situación.

—Pues créame, estoy teniendo una semana asquerosa. Pero le prometo que si me da la oportunidad de...

—El señor Claridon se fue hace veinte minutos —lo interrumpió—. Si quiere, puedo anotarlo para la próxima ronda de entrevistas.

—¡Genial! Solo dígame qué día y a qué hora, y estaré aquí puntual.

—Dentro de cinco meses —dijo ella.

—¿Cinco meses? —Patrick abrió los ojos atónito—. Pero... pero...

—Es lo único que puedo ofrecerle. En cinco meses vence el contrato colectivo, y es muy probable que convoquen a nuevas entrevistas laborales —explicó.

"¿Cinco meses? Tiene que ser una broma. ¡No tengo cinco meses! Necesito el trabajo ahora mismo", pensó. Se llevó una mano a la frente y dejó escapar un suspiro de frustración.

—¿Quiere que lo anote en la lista de espera? —preguntó la mujer.

Patrick asintió con resignación.

—Está bien. Estaré pendiente —murmuró.

Se dio la media vuelta y se encaminó hacia la puerta de salida, sintiéndose derrotado y muy frustrado. Solo podía pensar en una cosa: necesitaba dinero urgente. Necesitaba tener la seguridad de que Priscila podría quedarse en el hospital por más tiempo y recibir la atención necesaria. Con lo poco que su madre ganaba limpiando casas, no les alcanzaba para cubrir los gastos médicos. ¡Necesitaba encontrar un empleo de inmediato! Un trabajo en el campo de la arquitectura en lugar de servir mesas y limpiar baños.

Para él, no había nada de malo en ese tipo de trabajo, solo que no era el tipo de trabajo al que aspiraba. Sus padres lo habían criado para nunca conformarse con poco. Siempre apuntaba alto y pensaba en grande. Sin embargo, si no conseguía un trabajo pronto, tendría que tragarse su estúpido ego y aceptar una oferta de trabajo que le habían hecho hace un par de días como ayudante de cocina.

La paga no era mucha, pero al menos era algo. Sin embargo, la pregunta de "¿De dónde se supone que saque diez mil dólares para fin de mes?" resonaba en la mente de Patrick. La posibilidad de atracar un banco se vislumbraba en sus pensamientos, pero sacudió la cabeza con fuerza para desechar esa absurda idea. Miró a su alrededor y todo parecía surrealista.

¿Cómo había llegado a esto? Él, Patrick Powell, un joven nacido en Illinois el 2 de julio de 1997, hijo de Rhonda McEnroe y Harold Powell. Proveniente de una familia convencional, con una hermosa casa, un automóvil nuevo, un perro juguetón y suficiente dinero para cubrir las facturas. Incluso después de que su padre aceptara una oferta de trabajo en California, seguían siendo una familia típica que vivía el sueño americano. Priscila, su única hermana, nació en 2003, a solo dos meses de cumplir un año viviendo en una agradable casa de lujo en Beverlywood.

Durante los siguientes nueve años, sus vidas fueron tranquilas. El padre de Patrick tenía un buen empleo como arquitecto en una prestigiosa firma de la ciudad. Cada año, se iban de vacaciones a Europa, Australia y a parques temáticos de Disney. Incluso fueron a The Wizarding World of Harry Potter a petición de Priscila, quien era una ferviente fanática de la saga literaria. Recordar la sonrisa en su rostro durante ese día era una imagen que Patrick intentaba mantener en su mente para no pensar en otras cosas.

Él tuvo la oportunidad de asistir a una buena preparatoria y luego estudiar arquitectura en una destacada universidad. Quería seguir los pasos de su padre, quien se encargó de pagar completamente su matrícula cuando comenzó el tercer semestre de su carrera. Priscila era feliz con sus clases de teatro, danza y canto, siempre soñando con convertirse en una gran actriz.

Pero todo se fue al traste la tarde del 9 de mayo de 2013, cuando Harold Powell fue detenido por la policía, acusado de varios delitos fiscales. El mundo de los Powell se derrumbó.

Adiós a las vacaciones de verano, a los costosos regalos de Navidad, a la ropa de marca, a la hermosa casa en Beverlywood, al lujoso Mercedes-Benz de papá, a la Toyota Fortuner que el padre de Patrick le regaló cuando cumplió la mayoría de edad, al sueño de Priscila de estudiar en Juilliard, al sueño de su madre de abrir su propia boutique. Adiós al estilo de vida al que se habían acostumbrado. Hola a las deudas y los embargos.

Dos meses después de ser declarado culpable de varios delitos fiscales, Harold Powell sufrió un fulminante ataque al corazón. Tras la muerte de su padre, estalló el escándalo. Fue fácil culpar a un muerto, ya que no podía defenderse. La imagen de su padre fue pisoteada una y otra vez, mientras los verdaderos criminales seguían sentados en sus cómodas sillas, en sus lujosas mansiones de Beverly Hills, bebiendo Dom Pérignon. Mientras tanto, un puñado de idiotas, es decir, la familia Powell, pagaba las consecuencias de los actos de otros.

En un principio, Patrick había pensado en hacer todo lo posible para desenmascararlos y hundirlos. La venganza era todo en lo que podía pensar, pero desistió al darse cuenta de que nunca podría luchar contra ellos, ya que el dinero movía el mundo. Al menos logró completar su carrera, aunque con dificultades. Aunque su padre había pagado su matrícula, obtuvo una beca académica por su desempeño. Sin embargo, llevar el apellido Powell le dificultaba encontrar empleo.

Y cuando finalmente se le presentó la oportunidad de comenzar desde abajo como asistente de un renombrado arquitecto, la perdió por quedarse dormido.

Ahora, Patrick se dirigía al hospital para relevar a su madre, ya que, como si todo lo mencionado con anterioridad no fuese suficiente, Priscila, su hermana menor, había estado batallando contra una enfermedad autoinmune crónica y compleja que afectaba sus articulaciones, piel, cerebro, pulmones, riñones y vasos sanguíneos, provocando inflamación generalizada y daño en los órganos afectados. En pocas palabras, tenía lupus.

El último año había sido el más terrible. Habían tenido que buscar con desespero mejores opciones de tratamiento, gastando hasta el último centavo que les quedaba para poder pagar la atención especializada que Priscila necesitaba.

Rhonda, su madre, se vio obligada a vender todas las joyas que pudo rescatar antes de que fuesen embargadas, para poder sobrevivir los últimos meses. El hecho de haberse dedicado exclusivamente al hogar le pasaba factura en el presente. Si tan solo hubiera completado su formación universitaria en administración de empresas, podría haber conseguido un empleo mejor remunerado, pero tuvo que conformarse con trabajos esporádicos como limpiadora, cocinera o costurera.

Patrick caminaba absorto en sus pensamientos cuando algo captó su atención. En una pared a su derecha, entre un montón de anuncios desgastados por la lluvia, divisó la letra fucsia de un aviso que decía: "¿Necesitas dinero? ¿Te gusta experimentar cosas nuevas? Si eres mayor de edad, envíanos un mensaje". El anuncio tenía un diseño con fondo negro y letras fucsia, con una imagen de un símbolo extraño, una mezcla entre un trisquel celta y un ying yang en color plateado en la esquina inferior izquierda. Arrancó una pestaña del papel donde se encontraba un número telefónico.

Sin perder más tiempo, continuó su camino, pensando en el amplio abanico de posibilidades. Tal vez se trataba de ventas en línea o un trabajo como administrador de redes sociales. En una era tan tecnológica, este tipo de empleos estaban en alta demanda. También podría ser asistente de alguien adinerado que viajaba por el mundo y experimentaba cosas nuevas todos los días. O tal vez el anuncio solo era el producto de un diseñador gráfico innovador.

De repente, tuvo una extraña corazonada. ¿Y si se trataba de un trabajo ilegal? La idea de convertirse en narcotraficante, traficante de órganos o vendedor de armas en la deep web no le agradaba en absoluto. Antes de hacer algo así, preferiría venderle el alma al diablo, aunque la diferencia no fuese mucha.

Al llegar al hospital, saludó a Cameron, la amable señora que atendía la recepción, y se dirigió con premura al área de oncología, donde se encontraban Priscila y su madre. Sonrió al ver a su progenitora.

—¡Oh, cariño! Ya estás aquí —dijo Rhonda al ver que se acercaba a ella.

—Hola, madre —saludó él, inclinándose para darle un beso en la frente—. ¿No ha despertado hoy? —preguntó.

—Se despertó a las siete y se acaba de dormir hace unos quince minutos. Monroe tuvo que inyectarle algo para el dolor —señaló con la cabeza al enfermero que estaba cambiando la solución fisiológica de Priscila.

El mencionado movió la cabeza en dirección al recién llegado.

—Buen día, Patrick —saludó el hombre delgado y con una barba incipiente—. ¿Cómo te encuentras hoy?

Patrick se encogió de hombros y frunció el ceño.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Rhonda al darse cuenta de que su hijo lucía abatido—. ¿No te dieron el trabajo?

Patrick negó con la cabeza.

—Me quedé dormido en el bus y llegué tarde a la entrevista.

—¡Oh, cielo! Cuánto lo lamento. Si tan solo...

—No te preocupes, madre —la interrumpió—. Encontraré algo, ya verás. Antes de que finalice la semana, tendré un trabajo y...

Un repentino carraspeo hizo girar la cabeza de Patrick hacia la puerta, y su corazón se desbocó en el pecho al ver a Johanna, la encargada del departamento de créditos y cobranzas del hospital.

—Hola, Patrick —lo saludó con amabilidad.

Él solo le respondió con una media sonrisa, consciente de la razón por la cual la mujer estaba allí.

Johanna le hizo una señal con la mano y, en completo silencio, Patrick se dirigió al pasillo.

—No quiero ser portadora de malas noticias, pero tengo que decirte que ya no podemos mantener a Priscila aquí —anunció Johanna. Patrick asintió con la cabeza—. Hemos atendido la emergencia y...

—Por favor —la voz de Patrick temblaba—. Solo aquí pueden brindarle la atención que necesita. Si la envían a casa, su salud empeorará.

—Sabes que el programa de créditos no funciona de esa manera. Solo podemos cubrir los gastos médicos en casos de extrema emergencia. Hasta que no encontremos un donante de riñón compatible, no podemos hacer nada.

Patrick se llevó una mano a la frente.

—Yo le puedo dar el mío. No me importa si...

—Ya te expliqué varias veces por qué no podemos hacerlo. No eres compatible con ella.

—¿Y qué hay de mi madre? ¿Le hicieron la prueba de compatibilidad a ella?

—Ella se la hizo, incluso antes que tú.

—¿Cómo es posible que ninguno de los dos podamos donarle un riñón si somos su familia directa?

—Es lamentable, Patrick, pero son cosas que escapan de nuestro control.

—¡Maldición! —murmuró entre dientes.

Johanna puso una mano reconfortante en el hombro de Patrick.

—El doctor Jones firmará la orden de egreso esta tarde...

Patrick dejó de prestar atención a Johanna. Su mirada se clavó en la delicada figura de la mujer que pasaba apresuradamente. La veía casi todos los días, dirigiéndose a la máquina de café. Siempre insertaba un billete de cinco dólares y seleccionaba Latte-Vanilla. Probaba el café y se relamía los labios para quitar la espuma. Patrick, por inercia, imitaba el gesto de "la dama con rostro de hada". Así era como la llamaba en su mente. Sabía que su nombre era Avery, que trabajaba en el hospital y era ginecóloga. Nada más.

Johanna se dio cuenta de que Patrick estaba distraído y siguió la mirada intensa del joven con sus propios ojos.

—Otro más que no puede resistirse a los encantos de la doctora Wilson —murmuró Johanna.

—¿Qué? —Patrick volvió su atención a la mujer morena de baja estatura y complexión robusta que estaba de pie frente a él—. Yo no...

—Es un poco mayor para ti, chico —comentó ella.

—¿De qué estás hablando? —Patrick intentó aparentar desinterés—. Solo estaba viendo que ya arreglaron la máquina de café.

—Claro, como tú digas.

Por lo general, Patrick era muy discreto cuando la miraba, pero esa mañana no pudo evitar darse cuenta de que su dama con rostro de hada llevaba el cabello suelto, a diferencia de otros días que lo llevaba recogido en una coleta alta.

Sacudiendo la cabeza, Patrick retomó la conversación.

—Por favor, Johanna. Tiene que haber algo que puedas hacer. Habla con el comité médico, no sé, cualquier cosa.

—Siempre estaremos aquí para ayudarla en caso de una emergencia. Si sigue el tratamiento adecuado y se alimenta bien, no habrá ningún problema. Con diálisis tres veces por semana, podrá aguantar hasta que aparezca un donante compatible.

—Como si los donantes de riñón compatibles crecieran en los árboles —masculló Patrick.

—Mantén la fe, chico —Johanna le dio otro apretón en el hombro—. La fe puede mover montañas.

—La fe no me ayuda a pagar las facturas —volvió a mascullar, mirando a su alrededor para ver si su dama con rostro de hada seguía por ahí, pero no la vio—. Gracias, Johanna, por hablar conmigo en lugar de con mi madre. Ella ya tiene suficiente preocupación, pensando en cómo vamos a pagar el alquiler de este mes.

—Si necesitas algo más, sabes dónde encontrarme —le guiñó un ojo.

La mujer se alejó por el pasillo mientras Patrick se sumergía en un mar de interrogantes. ¿Cómo demonios iba a conseguir $600 para pagar el alquiler del mes, si habían gastado todo en medicamentos para Priscila? ¿Cómo podía estar su hermana mejor en casa que en el hospital, donde recibiría la atención y alimentación adecuadas? ¿Aparecería un donante a tiempo? ¿Era hora de tragarse su estúpido orgullo y aceptar el trabajo como ayudante de cocina, sabiendo que tendría que empezar desde abajo, limpiando retretes y mesas?

Se llevó la mano al bolsillo de su pantalón y frunció el ceño al encontrar un pedacito de papel. Lo desplegó y leyó. ¡Era la pestaña que arrancó del anuncio que vio pegado en una pared! En el que se veía claramente un número de teléfono. "¿Necesitas dinero?", recordó que decía una parte del anuncio.

Maldición, sí que lo necesitaba.

Sin perder tiempo, sacó su teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta y siguió las instrucciones especificadas en el papel. Envió un mensaje con la palabra "Hola" y unos diez segundos después, recibió una respuesta, o más bien una pregunta:

¿Eres hombre o mujer?

Él respondió: "Hombre".

¿S o D?

Leyó que le respondieron.

—¿Qué? —murmuró Patrick, frunciendo el entrecejo.

Respondió con lo primero que se le vino a la mente.

"S".

«Puede que se trate de la talla para la camisa del uniforme», pensó. «Aunque ahora que lo pienso, debería haber respondido M, porque S es muy pequeña». Estuvo a punto de enviar otro mensaje, corrigiendo la información suministrada, cuando su teléfono vibró de nuevo.

1109 Calle Vista Dr., Beverly Hills. 7pm. Leyó que decía.

«¡Vaya! Eso fue rápido», reflexionó.

¿Día y hora que debo presentarme? Preguntó Patrick.

Cuando estés listo para jugar, leyó en la respuesta.

—¿Jugar? ¿Pero qué demonios...? —farfulló, abriendo los ojos de par en par—. ¡Maldita sea! ¡Es un trabajo de probador de videojuegos! —No pudo evitar emocionarse ante la idea, ya que era uno de sus trabajos soñados.

Jugar videojuegos todo el día y que te paguen por ello era, sin duda alguna, una de las mejores cosas que le podían suceder en la vida.

"Allí estaré, hoy, señor", envió el mensaje, asumiendo que era su futuro jefe quien le escribía. Mostrar respeto, incluso antes de conseguir el trabajo, siempre sumaba puntos a favor.

Mientras Patrick enviaba el último mensaje, emocionado por la oportunidad de convertirse en un probador de videojuegos, no tenía ni idea de que el trabajo que estaba a punto de aceptar no tenía nada que ver con su amor por los juegos. Era algo completamente inesperado y fuera de su imaginación, algo que lo sumergiría en un mundo de placeres carnales y que cambiaría su vida por completo. Los secretos oscuros que se escondían detrás de ese aparente empleo inocente estaban a punto de desvelarse, llevándolo por un camino sin retorno.

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