Patrick se preguntaba qué secretos le esperaban en lo más profundo de aquel lugar. Sus emociones fluctuaban entre la curiosidad y el temor, pero su deseo de cambiar su situación económica era más fuerte que cualquier aprensión. No podía anticipar que la puerta que estaba a punto de cruzar desencadenaría una serie de eventos que transformarían su vida para siempre. —Mi nombre es Isadora Gilmore, pero a partir de ahora, te referirás a mí como Isis —Patrick frunció el ceño—. ¿Por qué Isis? Porque, en la mitología egipcia, Isis es la diosa de todos los dioses, y eso, querido, es lo que soy en esta mansión: una jodida diosa —le aclaró—. Estás a punto de adentrarte en un mundo fascinante pero poco comprendido, y malinterpretado por muchos —la rubia hablaba mientras caminaba por un extenso y luminoso pasillo—. Permíteme explicarte. Aunque parte de las siglas BDSM sean sadismo y masoquismo, no se trata solamente de ejercer violencia, causar daño o hacer sufrir a las personas. Tampoco implica
Avery tomó una honda bocanada de aire y la soltó despacio, tratando de calmar los nervios que la invadían. Quitó los guantes de látex y los arrojó al bote de basura. Por alguna extraña razón, sentía unas enormes ganas de fumar un cigarrillo. La cirugía de la señora Corbin se había complicado. El procedimiento había durado más de lo planeado y tuvieron que administrarle más anestesia a la madre, quien se quejó de dolor a mitad de la operación. Salió del quirófano después de dar instrucciones postoperatorias a las enfermeras. Se dirigió hacia el ala oeste del hospital, donde se encontraba su consultorio. Sin perder tiempo, abrió la gaveta de su escritorio y sacó una cigarrera y un mechero de un compartimiento secreto. Se apresuró hacia las escaleras de emergencia, el escondite de todos los residentes que fumaban. Avery había empezado a fumar cuando era una adolescente de quince años, pero lo dejó tres meses después de comenzar a salir con Derek, por su petición. Su Amo odiaba el olor d
El lugar era hermoso y muy elegante. La música de piano sonaba suavemente, mezclándose con el ruido de cubiertos chocando contra platos y el murmullo débil de los comensales. Un delicioso aroma llenaba las fosas nasales de Avery, una mezcla de queso gratinado, pan recién horneado y tierra mojada, ya que afuera estaba lloviendo. Un joven de unos veinte años se acercó a la mesa sosteniendo una botella de vino, dispuesto a llenar las copas de las damas. Avery hizo un gesto con la mano, cubriendo su copa, y negó con la cabeza. —No, gracias —le dijo al joven. —Vamos, tómate una copa —insistió Looren. Avery negó nuevamente con la cabeza. —Hoy apenas es lunes. No quiero alcohol en mi sistema —respondió la rubia de manera tajante. Looren tomó su copa de cristal, la acercó a su nariz, inhaló profundamente, bebió y saboreó el vino. —Mmm... delicioso —dijo—. ¿Estás segura de que no quieres probarlo? Está realmente bueno. —Ya dije que no —la voz de Avery subió un tono—. Deja de insistir.
La semana resultó tediosa, llena de consultas, cesáreas y cirugías de emergencia. Avery se dejó caer sobre el suave colchón, soltando un débil suspiro. Su mirada se clavó en la cajita de cartón que reposaba en el suelo, dentro del armario. No entendía por qué no se deshacía de todo eso. ¿Para qué seguir coleccionando recuerdos de un pasado que le dolía tanto recordar? Cogió la caja entre sus manos y la llevó abajo. La dejó al lado del sofá en la sala para verla al día siguiente y deshacerse de ella antes de ir al trabajo. Una lágrima rodó por su mejilla, y se la limpió con la manga del pijama mientras subía las escaleras hacia su habitación. Decidió distraerse y pensar en otra cosa: en Derek, en su Salvador, en el hombre que la rescató de su asquerosa vida y la introdujo en un mundo maravilloso de fantasías hechas realidad... Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en su rostro. Pensar en él le daba un poco de paz a su alma. Tomó su móvil entre las manos y se sintió tentada a llam
«Es lo más loco que he hecho en mi vida», el pensamiento retumbaba en la mente de Patrick, quien yacía de rodillas en el suelo, con tan solo un calzoncillo diminuto cubriendo su parte más noble. A su lado derecho, había una chica de cabello negro, muy largo, en la misma posición que él, y a su izquierda dos chicos más, de igual forma. Uno moreno y el otro rubio. Al mirar hacia el frente, vio a dos mujeres más, una rubia de pechos muy grandes y una pelirroja de piel muy blanca y pecosa. Los seis llevaban collares de cuero, parecidos a los de los perros, de donde colgaban gruesas cadenas que terminaban fijadas en enormes aros de metal, incrustados en una pared de piedra sin revestimiento alguno. Había transcurrido casi una semana desde que aceptó el “empleo”. Tuvo que decirle a su madre que se trataba de un trabajo como asistente de una empresaria, que su papel consistía en traer y llevar paquetes, así como comprar café y encargarse de reservar vuelos, cuando su jefa necesitara viajar
Patrick asintió con la cabeza, pues Isis acababa de aclarar su duda. Sin embargo, no se quedó callado. De repente, la curiosidad de saber algo más se apoderó de él. —¿Señora? —tanteó—. ¿Alguna vez alguien la ha rechazado? S abrió los ojos como platos. Isis sonrió a medias, y en sus ojos brilló la añoranza. —Tanto como rechazarme, no —musitó ella—. Simplemente diré que me la quitaron. —¿La, mi Señora? —S no pudo disimular su asombro. —Sí, S. La de ella —le dejó en claro—. Una hermosa dama con cara de ángel, cabello de oro y ojos de cielo. La mirada de Isis pareció perderse entre los recuerdos... —¿Eso se puede, Señora? —indagó Patrick—. ¿Enamorarse? Porque, tal y como la describe, parece que usted se... —¿Parece que me enamoré? —lo interrumpió Isis—. ¿Y cómo no hacerlo? Si la vieras, también caerías rendido a sus pies, ante su gracia, su belleza, su inocencia, su inteligencia... Patrick no pudo evitar pensar en alguien; era su dama con rostro de hada. Una sonrisa estúpida eman
Se dejó caer sobre su cama. Estaba muy agotado y adolorido. Sin poder evitarlo, las magulladuras en su espalda, a causa del látigo y la fusta, escocieron y lo hicieron removerse con incomodidad. Un gemido de dolor emanó de su boca al apoyar el pie en el colchón para impulsarse y moverse hacia el otro lado. —Todo sea por el bendito dinero —se dijo para sí, recordándose por qué motivo soportaba tantas flagelaciones. Mucho más motivador era ver el fajo de billetes sobre la mesita de noche, el que había sacado del bolsillo de su chaqueta apenas al llegar. Un incentivo. Le dijo Isis cuando se lo dio. Una bonificación que le serviría para comprar algunos medicamentos más para su hermanita, y comprarse algunas cosas que necesitaba, como por ejemplo, calzoncillos nuevos y un par de camisetas, pues las que tenía ya estaban muy desgastadas, así como también un par de zapatos deportivos. Los que tenía, ya estaban rotos. Alguien llamó a la puerta de su habitación. —¿Patrick, cariño? —era la
Patrick despertó muy temprano. La mañana del viernes se mostró soleada, y afuera se podía oír el canto de las aves. Mientras su madre salió a hacer algunas compras con el dinero que él le dio, Patrick se quedó al lado de Priscila, cuidándola. Era increíble lo mucho que ayudaba una buena alimentación. Sonrió al ver que su hermanita tenía las mejillas rosadas y dormía como un ángel, sin dolor y sin pesadillas. La adoraba. Se sentía orgulloso de hacer lo que hacía, pues todo eso ayudaba a la recuperación de ella. Durante once días había estado recibiendo un sinfín de instrucciones y soportando una gran variedad de castigos, solo por conseguir el dinero necesario para cubrir los gastos médicos de Priscila. Conseguir un riñón compatible no era tarea fácil. Comprarlo en el mercado negro era una posibilidad que la misma desesperación lo había empujado a contemplar. No obstante, imaginaba que el precio a pagar debía ser muy elevado. Necesitaba mucho dinero para eso. Durante los últimos d