La semana resultó tediosa, llena de consultas, cesáreas y cirugías de emergencia. Avery se dejó caer sobre el suave colchón, soltando un débil suspiro. Su mirada se clavó en la cajita de cartón que reposaba en el suelo, dentro del armario. No entendía por qué no se deshacía de todo eso. ¿Para qué seguir coleccionando recuerdos de un pasado que le dolía tanto recordar? Cogió la caja entre sus manos y la llevó abajo. La dejó al lado del sofá en la sala para verla al día siguiente y deshacerse de ella antes de ir al trabajo. Una lágrima rodó por su mejilla, y se la limpió con la manga del pijama mientras subía las escaleras hacia su habitación. Decidió distraerse y pensar en otra cosa: en Derek, en su Salvador, en el hombre que la rescató de su asquerosa vida y la introdujo en un mundo maravilloso de fantasías hechas realidad... Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en su rostro. Pensar en él le daba un poco de paz a su alma. Tomó su móvil entre las manos y se sintió tentada a llam
«Es lo más loco que he hecho en mi vida», el pensamiento retumbaba en la mente de Patrick, quien yacía de rodillas en el suelo, con tan solo un calzoncillo diminuto cubriendo su parte más noble. A su lado derecho, había una chica de cabello negro, muy largo, en la misma posición que él, y a su izquierda dos chicos más, de igual forma. Uno moreno y el otro rubio. Al mirar hacia el frente, vio a dos mujeres más, una rubia de pechos muy grandes y una pelirroja de piel muy blanca y pecosa. Los seis llevaban collares de cuero, parecidos a los de los perros, de donde colgaban gruesas cadenas que terminaban fijadas en enormes aros de metal, incrustados en una pared de piedra sin revestimiento alguno. Había transcurrido casi una semana desde que aceptó el “empleo”. Tuvo que decirle a su madre que se trataba de un trabajo como asistente de una empresaria, que su papel consistía en traer y llevar paquetes, así como comprar café y encargarse de reservar vuelos, cuando su jefa necesitara viajar
Patrick asintió con la cabeza, pues Isis acababa de aclarar su duda. Sin embargo, no se quedó callado. De repente, la curiosidad de saber algo más se apoderó de él. —¿Señora? —tanteó—. ¿Alguna vez alguien la ha rechazado? S abrió los ojos como platos. Isis sonrió a medias, y en sus ojos brilló la añoranza. —Tanto como rechazarme, no —musitó ella—. Simplemente diré que me la quitaron. —¿La, mi Señora? —S no pudo disimular su asombro. —Sí, S. La de ella —le dejó en claro—. Una hermosa dama con cara de ángel, cabello de oro y ojos de cielo. La mirada de Isis pareció perderse entre los recuerdos... —¿Eso se puede, Señora? —indagó Patrick—. ¿Enamorarse? Porque, tal y como la describe, parece que usted se... —¿Parece que me enamoré? —lo interrumpió Isis—. ¿Y cómo no hacerlo? Si la vieras, también caerías rendido a sus pies, ante su gracia, su belleza, su inocencia, su inteligencia... Patrick no pudo evitar pensar en alguien; era su dama con rostro de hada. Una sonrisa estúpida eman
Se dejó caer sobre su cama. Estaba muy agotado y adolorido. Sin poder evitarlo, las magulladuras en su espalda, a causa del látigo y la fusta, escocieron y lo hicieron removerse con incomodidad. Un gemido de dolor emanó de su boca al apoyar el pie en el colchón para impulsarse y moverse hacia el otro lado. —Todo sea por el bendito dinero —se dijo para sí, recordándose por qué motivo soportaba tantas flagelaciones. Mucho más motivador era ver el fajo de billetes sobre la mesita de noche, el que había sacado del bolsillo de su chaqueta apenas al llegar. Un incentivo. Le dijo Isis cuando se lo dio. Una bonificación que le serviría para comprar algunos medicamentos más para su hermanita, y comprarse algunas cosas que necesitaba, como por ejemplo, calzoncillos nuevos y un par de camisetas, pues las que tenía ya estaban muy desgastadas, así como también un par de zapatos deportivos. Los que tenía, ya estaban rotos. Alguien llamó a la puerta de su habitación. —¿Patrick, cariño? —era la
Patrick despertó muy temprano. La mañana del viernes se mostró soleada, y afuera se podía oír el canto de las aves. Mientras su madre salió a hacer algunas compras con el dinero que él le dio, Patrick se quedó al lado de Priscila, cuidándola. Era increíble lo mucho que ayudaba una buena alimentación. Sonrió al ver que su hermanita tenía las mejillas rosadas y dormía como un ángel, sin dolor y sin pesadillas. La adoraba. Se sentía orgulloso de hacer lo que hacía, pues todo eso ayudaba a la recuperación de ella. Durante once días había estado recibiendo un sinfín de instrucciones y soportando una gran variedad de castigos, solo por conseguir el dinero necesario para cubrir los gastos médicos de Priscila. Conseguir un riñón compatible no era tarea fácil. Comprarlo en el mercado negro era una posibilidad que la misma desesperación lo había empujado a contemplar. No obstante, imaginaba que el precio a pagar debía ser muy elevado. Necesitaba mucho dinero para eso. Durante los últimos d
Su corazón latía a mil por hora. No podía evitarlo, y por más que trataba de controlar su ritmo cardíaco, no lo logró. Respiró profundo y botó el aire muy despacio. Volvió a mirar la pantalla de su móvil para asegurarse de que estaba en el lugar indicado. Y en efecto, se encontraba en 1109 Calle Vista Dr, de Beverly Hills, según lo que le indicaba la App de GPS instalada en su teléfono móvil. No pudo evitar sentirse confundida, pues sentía que ya había estado allí antes. Reconoció el olor a pino que impregnaba el lugar. Viese a donde viese, solo veía bosque espeso donde abundaba ese tipo de árbol. No obstante no podía estar segura de que fuese el mismo lugar al que varias veces Derek la llevó, pues siempre la llevaba con los ojos vendados. Había una enorme mansión frente a ella. Agudizó la mirada y notó que había dos mansiones más, que delimitan la que tenía enfrente, pero a unos cuantos cientos de metros de distancia. No era mucho lo que lograba ver, pues la oscuridad de la noche
Avery no pudo evitar que una radiante sonrisa se dibujara en sus labios. Así tal cual la describía Isis, parecía que estuviese hablando de alguien más. ¿Cómo es posible que alguien viera esos rasgos positivos que ella misma era incapaz de notar? Avery se quitó el vestido que llevaba puesto para ponerse el que Isis le dio. Sus manos temblaban y su piel se erizó cuando la tela roja entró en contacto con su cuerpo. Sintió que el corazón latía desaforado dentro de su pecho. Isis le acomodó los tirantes cruzados en la espalda, y tuvo que contener las repentinas ganas de desnudarla y besar cada rincón de su ser. Solo se limitó a depositar un besito en el hombro derecho de Avery. —Cuando supe que Derek te había dejado ir, traté de ponerme en contacto contigo, para poder ayudarte de cualquier forma —musitó Isis—. Imagino que no fue fácil para ti. —En absoluto, Señora Gil... —¿En qué quedamos, Avery? —susurró Isis, acariciándole una mejilla. —Lo siento, Isis —se corrigió, haciendo una lev
Se miró una vez más frente al espejo, no pudo creer lo que miraron sus ojos. Por milésima vez, pensó en dejarlo todo hasta ahí. Sintió que, de cierto modo, estaba cayendo en lo que una vez juró nunca hacer: canjear su dignidad por un puñado de dinero. Sacudió la cabeza con fuerza. —No hay tiempo para arrepentimientos —se dijo a sí mismo. «En ningún lado encontraré un trabajo donde me paguen lo que me pagan acá», le recordó la voz de su conciencia. Patrick tomó una profunda bocanada de aire y la soltó muy despacio. Se sintió dividido, entre lo que debía hacer y lo que de verdad quería hacer. Recordar la carita de felicidad de Priscila, hacía unos minutos atrás, al verlo llegar con un enorme oso de felpa adornado con globos, flores y chocolates, fue sin duda, una recompensa más que suficiente por todo lo que estaba haciendo. No obstante, fue difícil que dejara de sentirse como un asqueroso prostituto que vendía su cuerpo a cambio de un par de monedas. “Los prostitutos se ven oblig