Looren abrió mucho los ojos al ver a Avery y dejó escapar un silbido. Estaba impresionada por cómo lucía su amiga. Nunca antes la había visto con un vestido tan corto. Las únicas veces que Avery usaba ropa tan reveladora era cuando Derek se lo pedía para alguna fiesta de Amos o para alguna de sus sesiones.
Avery llevaba un vestido negro que llegaba hasta una cuarta parte arriba de sus rodillas, muy ceñido al cuerpo, con mangas y busto de encaje, lo que le daba una apariencia sensual y elegante. Completaba el atuendo con un par de zapatillas plateadas de tipo stiletto. Su cabello rubio caía suelto con suaves ondas sobre sus hombros y espalda.
—¡Madre mía! Te ves espectacular —dijo Looren, tratando de salir de su estupor.
Avery sonrió tímidamente, no era muy adepta a los cumplidos.
—Gracias —le respondió—. Tú también te ves fabulosa.
—¡Bah! —Looren agitó la mano en el aire—. No exageres. Me veo normal. En cambio, tú... —sacudió la cabeza—. ¡Nena! Te has vestido para matar.
La rubia se encogió de hombros y no pudo evitar morderse el labio. Tenía la tendencia de ruborizarse fácilmente, una de las cosas que a Derek le gustaba tanto de ella. Maldición. Sintió un nudo formándose en su garganta y sus ojos se humedecieron.
—¡Oh no! No, no, no... Nena, no te pongas así —Looren le puso una mano en el pecho—. ¿Qué fue lo que dije? —la miró confundida—. Lamento mucho si dije algo que...
—No pasa nada —la interrumpió—. No has tenido nada que ver —con cuidado se limpió los ojos, tratando de no arruinar su maquillaje—. Solo han sido... malos recuerdos.
Looren la abrazó con fuerza y al separarse, la miró a los ojos. Le sonrió.
—Esta noche no quiero que pienses en cosas tristes, ¿vale?
—Trataré de no hacerlo —murmuró.
—No. No quiero que trates. Quiero que me prometas que no permitirás que los recuerdos de ese pedazo de m****a arruinen tu noche.
Avery no pudo evitar soltar una sonora carcajada al escuchar el nuevo apelativo que su amiga utilizó para referirse a Derek. Normalmente era "ese cretino", "el imbécil ese", "el cerdo arrogante", "piltrafa de hombre" o "sonso mequetrefe". Jamás le había llamado "pedazo de m****a".
—¿Entramos? —preguntó Avery una vez que logró controlar su risa.
Looren se apartó y le hizo un ademán con la mano.
—Después de ti, cariño —dijo.
De inmediato, fueron abordadas por un par de hombres corpulentos en la entrada y, después de pasar por la revisión pertinente, ingresaron al lugar. Academy era un sitio espacioso capaz de albergar hasta 1400 personas, con un sistema de sonido alucinante y un enorme salón de baile lleno de luces de colores. Había mucha gente decidida a pasarlo bien. Avery siguió a Looren sin dejar de observar su entorno. La música sonaba tan alta que a veces le costaba escuchar incluso sus propios pensamientos. Sonrió al ver a una pareja de chicas que bailaban de forma eufórica y se besaban apasionadamente.
Un recuerdo invadió la mente de Avery...
—No tengas miedo, niña —dijo una mujer—. No hay nada de malo en probar...
Avery cerró sus ojos y dejó que la suave mano femenina se deslizara entre sus carnes. La caricia fue sutil y muy excitante. Un par de ojos azules se encuentraron con los suyos, seguidos de unos labios carnosos, pintados de rojo, que se estamparon contra los suyos. Un débil gemido escapó de la garganta de Avery. Estaba atada a una cruz de San Andrés, entregada a los placeres de la señora Gilmore, una experimentada dominatrix a quien el Amo Derek la cedió en una de las muchas ceremonias de látigo y fusta.
—¿Avery? —la voz de Looren la sacó de su ensimismamiento—. ¿Te parece bien si nos sentamos allá? —con el dedo señaló hacia la zona VIP—. Solo un rato, para tomar un par de copas y entrar en calor.
Avery asintió con la cabeza sin decir una palabra. Ambas se abrieron paso entre la multitud y tomaron asiento, esperando a que alguien las atendiera. De repente, el corazón de Avery se aceleró al reconocer un rostro familiar entre la multitud. Sacudió la cabeza y volvió a mirar, solo para asegurarse de que había sido una alucinación.
«Ya estoy volviéndome loca», pensó. «Es imposible que Derek esté aquí». Sacudió la cabeza con fuerza y se obligó a dejar de pensar en él.
No pasaron ni diez minutos cuando un joven de cabello negro y ojos verdes se acercó a ellas y les preguntó qué deseaban tomar. Looren pidió lo de siempre y Avery eligió un Cosmopolitan. No solía beber, ya que se embriagaba con facilidad, excepto cuando se trataba de vino. A Derek no le gustaba que ella bebiera licor, ya que despertaba una parte que a él no le gustaba en absoluto. Cuando Avery se excedía con las copas, actuaba de manera opuesta a su naturaleza, sin inhibiciones y su lado dominante salía a relucir.
El mesonero se retiró y las dos mujeres se sumieron en el mutismo. Avery observó a su alrededor mientras Looren movía la cabeza al ritmo de la música. La voz de Dua Lipa hipnotizaba a todos los presentes.
Después de unos segundos, Avery sintió un suave codazo en su costado izquierdo. Dejó de mirar a la pareja de chicas que vio al entrar y se volteó hacia su amiga.
—Tenemos dos adonis a las doce en punto —dijo Looren, señalando al frente con la mirada.
Avery notó a dos hombres sentados a unos metros de distancia, bebiendo cerveza y lanzándoles miradas coquetas. Looren levantó la mano y los saludó.
—¿Los conoces? —preguntó Avery, frunciendo el ceño.
—Aún no —respondió la morena sin más, poniéndose de pie.
—¿Qué haces? —murmuró la rubia al ver cómo Looren les hacía un gesto a los caballeros para que se acercaran.
—Consigo parejas de baile —proclamó Looren, guiñándole un ojo.
Avery no pudo evitar cubrirse la frente ante la audacia de su amiga. No debería sorprenderse tanto, después de todo, Looren se caracterizaba por ser desinhibida hasta la médula. Sin embargo, Avery no estaba acostumbrada a ser tan atrevida con los hombres.
El corazón de la rubia se aceleró al ver cómo los dos hombres se acercaban a su mesa.
—Buenas noches, preciosas —dijo uno de ellos, una vez que estuvo lo suficientemente cerca.
—¿Se puede saber qué hacen un par de diosas solas en este lugar? —se aventuró a preguntar el otro.
Avery no pudo evitar sonreír, era su reacción natural ante los cumplidos. Su sonrojo se hizo evidente en sus mejillas.
—Estamos celebrando —dije Looren, levantando su vaso—, el divorcio de mi amiga aquí presente —añadió, señalándola con la mano.
Avery tenía la copa pegada a sus labios y apresuraba su bebida. Tosió y casi se ahogó. Abrió los ojos con exageración y lanzó una mirada de reproche a su amiga, quien sonreía como el gato de Alicia en el país de las Maravillas.
«¿Qué coño está diciendo?», pensó Avery, a la vez que le lanzaba una dura mirada a Looren.
—¡Enhorabuena! —exclamó el sujeto de cabello rubio, alzando su copa—. Es algo digno de celebración.
Looren rió a carcajadas y le guiñó un ojo a su amiga. Avery sentía que le ardían las mejillas, pero logró fingir una sonrisa, aunque no hacía falta que ese par de hombres fueran expertos en la interpretación del lenguaje corporal para darse cuenta de que la mujer estaba muy incómoda.
El hombre de cabello castaño oscuro hizo una señal con la mano a uno de los empleados del lugar, quien se acercó casi de inmediato. Se inclinó un poco y le susurró algo al oído. Luego se giró hacia las mujeres.
—¿Qué están tomando, princesas? —indagó, clavando sus negros ojos en Looren. Fue ella quien contestó.
—Yo, un Manhattan. Mi amiga, un Cosmopolitan.
El hombre asintió con la cabeza y volvió a acercarse al empleado. Después de pedir una ronda de tragos, el muchacho se alejó rápidamente.
—Soy Charles —vociferó el rubio, extendiendo su mano hacia Avery. Ella la estrechó por inercia y dijo su nombre, tratando de mostrarse simpática—. Hermoso nombre. ¿Puedo llamarte Avy? —inquirió, con un deje de coquetería en la voz.
—Como usted desee llamarme, mi Señor —respondió ella. Se llevó una mano a la boca al percatarse de lo que había hecho. Para ella era muy difícil despegarse de su rol de sumisión. Por suerte para ella, nadie pareció percatarse de su respuesta.
—Él es Michael —señaló a su amigo de cabellera oscura.
—Es todo un placer, Michael —musitó Looren, adelantándose a estrechar la mano del moreno.
Los caballeros tomaron asiento en los sillones frente a las damas, y al cabo de unos minutos, Avery apuró lo que le quedaba del trago que había pedido al llegar, pues acababan de traer las bebidas que Michael ordenó.
—¡Por el placer de conocer a dos damas tan hermosas! —el moreno levantó su vaso y brindó.
—¡Y por las nuevas amistades! —agregó Charles.
—¡Por Avery! —fue el turno de Looren de alzar su copa. Miró a su amiga con malicia, a la vez que dio un sorbo de su bebida.
La rubia entornó los ojos y le lanzó una mirada reprobatoria.
—¡Sí! —concordaron los dos caballeros—. ¡Por Avery!
—¡Salud! —contestó la aludida sin más y bebió. El licor quemó su garganta.
Los siguientes minutos transcurrieron rápidamente, entre plática. Looren estaba decidida a pasarla muy bien y hacer que Avery disfrutara también. Looren elegió al moreno de ojos claros para ella, y a Avery le tocaba el rubio.
Charles era un hombre muy guapo con un exótico acento australiano. El sueño de cualquier mujer, excepto de Avery, cuya única intención era tener una divertida velada de baile y conversación.
De vez en cuando, Avery se encontraba con la mirada pícara de su amiga, que le decía a gritos: ¡Alócate! Pero la idea de pasar una noche de sexo salvaje junto a un hombre que acababa de conocer no era su estilo.
Con Derek tuvo sexo a las dos semanas de haberlo conocido. Él era distinto a cualquier hombre que hubiera conocido nunca. Se encontraron en la cena de fin de año del hospital donde ella trabajaba como asistente médico. Él era el invitado de honor, una eminencia en el campo de la neurocirugía que había donado una importante suma de dinero para la restauración del área de pediatría. Él estaba allí para dar un discurso esa noche, después de recibir un reconocimiento.
La grandilocuencia de aquel hombre cautivó a Avery de inmediato. Luego, no supo cómo, él estaba sentado en la misma mesa que ella y le hablaba sobre lo complicado que era operar a un paciente despierto. Fue una excusa tonta para acercarse a ella, pero Avery tenía tanta sed de enamorarse y de llenar ese vacío emocional dentro de sí, que no se percató de todas las señales de peligro que rodeaban a aquel hombre.
Y eso fue lo que la jodió al principio cuando comenzó a salir con Derek. Se suponía que iba a ser algo casual, solo los fines de semana, pero cuando él le contó su verdad y le habló del mundo de amos y sumisos, la curiosidad la embargó. Con el paso de los meses, ella se entregó por completo a una relación donde reinó la dependencia emocional por parte de ella.
Derek supo ganarse su confianza, haciéndola sentir cómoda en cada situación a la que la sometía. Ella aceptó todo porque estaba perdidamente enamorada de él.
Sacudió la cabeza con fuerza y se obligó a enfocar sus pensamientos en el presente.
«¡No! No estoy preparada para dejar entrar a alguien nuevo en mi vida», concluyó.
—¿Y bien? —Looren le lanzó una mirada furtiva.
Se encontraban en el sanitario de damas, refrescándose un poco después de casi dos horas de bailar sin descanso.
—¿Y bien qué? —Avery entornó los ojos al mirarla.
—¿Qué tal te va con Charles? —inquirió la morena.
La rubia encogió los hombros.
—Normal —respondió.
—¿Normal? El hombre no deja de comerte con los ojos.
—Creo que se me subieron las copas a la cabeza —confesó Avery, tratando de cambiar de tema.
—¡Eso es bueno! —Looren sonrió—. Sería bueno que te dejaras llevar un poco más.
—Eso no va a pasar, Looren. Tenlo claro —dijo de forma tajante.
—¡Oh vamos! Diviértete —le dio una palmadita en el hombro.
—Lo estoy haciendo —no pudo evitar levantar un poco la voz.
Le exasperaba que Looren fuera tan insistente con eso. Puede que su amiga fuera una mujer muy liberal, pero Avery era del tipo reservado. Jamás en la vida habría tenido algo con Derek si no hubiese sido él quien tomó la iniciativa.
—Michael nos está invitando a su departamento —dijo Looren sin más.
—¡Pues qué bien! Deberías aceptar. Me siento un poco mareada, y será mejor que me vaya a casa.
—¿No me estás oyendo? —Looren la observó con detenimiento—. Nos está invitando a ambas. Es decir, tú y Charles están incluidos en el plan.
Avery negó con la cabeza.
—No —frunció el entrecejo—. No estoy lista para...
—¡Ay, no! ¡Cállate! —Looren puso los ojos en blanco y se acercó mucho a su amiga. Estaba tan cerca que Avery pudo percibir su aliento en el rostro—. ¿Cuándo diablos vas a estar lista? ¡Ha pasado un año, por Dios! ¿Hasta cuándo vas a seguir comportándote como una idiota despechada?
—No soy ninguna idiota despechada —protestó, fulminándola con la mirada.
—¿Ah no? —cruzó los brazos sobre su pecho—. Entonces demuéstramelo —la retó.
—¡Vale! Si lo que quieres es que me comporte como una zorra frívola, que me acueste con ese hombre y mañana actúe como si nada hubiese pasado... ¡Está bien! Eso es lo que haré —espetó, sintiendo que los oídos le zumbaban.
Looren no dijo nada. Solo se limitó a sonreír con amplitud. Se apartó y hizo un ademán con la mano, señalando en dirección a la puerta de salida.
—Después de ti —la apremió.
Avery soltó un bufido de resignación y se tambaleó un poco. No pensaba. Solo actuaba.
Salieron del baño y se dirigieron directamente a la mesa donde se encontraban Michael y Charles. Avery se sentó al lado del rubio y sin pensarlo mucho, lo tomó del cuello y estampó su boca contra la de él, dándole un beso de aquellos que roban el aliento. Se separó y le hizo una señal al camarero para que les trajera otra ronda. En cuanto tuvo su nueva bebida en la mano, se la tomó de un sorbo. Repitió lo mismo unas tres veces más, hasta sentir que el alcohol tomaba el control de ella.
—Vámonos de aquí —le dijo a Charles.
—¿A dónde quieres ir, preciosa? —inquirió él.
—Me gustaría ir a un lugar más privado.
De repente sintió una sensación de poder. Charles la miraba fijamente, sonreía y se relamía los labios, sin dejar de mirarla a los ojos.
En cuestión de segundos, estaban saliendo del club.
La cabeza daba vueltas a Avery y todo se volvía confuso. Frente a ella yacía un hombre atado a la cama, con las muñecas y tobillos sujetos. Estaba completamente desnudo y su camisa había sido utilizada para vendarle los ojos. Necesitaba agua, su boca estaba seca. Caminó tambaleante hasta el baño y, con ayuda de una mano, tomó un gran sorbo de agua del chorro del lavamanos. Se mojó la cara para refrescarse un poco. —¡Oye, nena! —la voz del hombre la hizo dar un respingo—. ¿Por qué tardas tanto? Avery meneó la cabeza suavemente. Necesitaba enfocarse. —Habitación número quince del Best Western Hollywood —dijo para sí misma, mientras fijaba la mirada en el espejo frente a ella—. El hombre en la cama se llamaba Charles y yo... —respiró profundamente—, estoy a punto de vomitar. Mojó una de sus manos y se la pasó por la nuca. Eso alivió un poco su malestar. —¡Hey, preciosa! ¿A dónde fuiste? —Salgo en un momento —respondió ella. Se sorprendió mucho por el tono autoritario de su voz. —¡
Los párpados le pesaban, mientras el vaivén del bus en movimiento lo arrullaba. Estaba extremadamente agotado. Había pasado casi un mes sin poder descansar adecuadamente debido a las preocupaciones que lo atormentaban. Y lo sabía, en el momento en que la idea de visitar a Emma cruzó por su mente, supo que al día siguiente estaría más cansado de lo normal. Pero, joder, necesitaba un poco de buen sexo para desconectar de su jodida realidad por un momento. Durante los últimos once meses, había estado frecuentando a su ex novia de la preparatoria con quien mantenía una extraña amistad con beneficios. Ambos habían estado juntos desde que Patrick tenía dieciséis años, aunque la relación terminó cuatro meses después de graduarse. Resultó que Emma perdió el interés en Patrick después de que él y su familia perdieran su privilegiada posición social. Ella no estaba interesada en tener a Patrick como esposo, pero no podía negar que se entendían muy bien en la cama. El susurro del viento que se
La mirada de Patrick se fijó en el delicado cuerpo que yacía sobre la cama, pero su mente estaba enfocada en algo más. Acababan de regresar del hospital y Patrick no dejaba de pensar en las facturas pendientes que tenían por pagar, mientras su madre preparaba algo de comer. En medio del ajetreo, no tuvieron tiempo ni de almorzar. Miró el reloj de pulsera en su muñeca. Eran las cuatro con treinta y siete de la tarde. Se puso de pie muy despacio, para no despertar a su hermana. Sabía que si quería llegar a tiempo a su entrevista de trabajo, debía darse una ducha de inmediato. No pensaba cometer el mismo error dos veces en un mismo día. Esta vez no llegaría tarde. Tomó una ducha rápida y salió del baño, dejando un rastro de agua a su paso. Se detuvo un momento para contemplar su armario. «¿Qué diablos me pongo?», pensó. Normalmente, no era alguien que tardara mucho en decidir qué ropa ponerse, pero esta ocasión ameritaba dar una muy buena impresión. Soltó un suspiro de resignación al
El hombre llamado David hizo su aparición, sosteniendo una bandeja entre sus manos, mientras Patrick vislumbró la oportunidad de levantarse del sofá y distanciarse un poco de la exuberante rubia. Tomó el vaso de cristal lleno de agua que el caballero le ofrecía y lo bebió de un solo trago. La señora Gilmore lo observaba, entrecerrando los ojos. Una sonrisa astuta se dibujó en sus labios rojo carmín, mientras acercaba la copa de vino que había tomado de la bandeja. —¿David? —la rubia inquirió. —¿Sí, mi Señora? —respondió David. —Trae un documento y asegúrate de que el salón de juegos esté preparado para los visitantes. —Sí, mi Señora —asintió con la cabeza y se retiró de inmediato. —¿Salón de juegos? —preguntó Patrick—. ¿Documento? —estaba sumamente confundido. —A ver, Patrick. ¿Por qué has venido? —Vine por el anuncio... Uh, por el... —¿Tienes alguna idea de qué se trata? —Um... supongo que —Patrick balbuceó—, supongo que tiene que ver con probar videojuegos y... La risa de l
Patrick se preguntaba qué secretos le esperaban en lo más profundo de aquel lugar. Sus emociones fluctuaban entre la curiosidad y el temor, pero su deseo de cambiar su situación económica era más fuerte que cualquier aprensión. No podía anticipar que la puerta que estaba a punto de cruzar desencadenaría una serie de eventos que transformarían su vida para siempre. —Mi nombre es Isadora Gilmore, pero a partir de ahora, te referirás a mí como Isis —Patrick frunció el ceño—. ¿Por qué Isis? Porque, en la mitología egipcia, Isis es la diosa de todos los dioses, y eso, querido, es lo que soy en esta mansión: una jodida diosa —le aclaró—. Estás a punto de adentrarte en un mundo fascinante pero poco comprendido, y malinterpretado por muchos —la rubia hablaba mientras caminaba por un extenso y luminoso pasillo—. Permíteme explicarte. Aunque parte de las siglas BDSM sean sadismo y masoquismo, no se trata solamente de ejercer violencia, causar daño o hacer sufrir a las personas. Tampoco implica
Avery tomó una honda bocanada de aire y la soltó despacio, tratando de calmar los nervios que la invadían. Quitó los guantes de látex y los arrojó al bote de basura. Por alguna extraña razón, sentía unas enormes ganas de fumar un cigarrillo. La cirugía de la señora Corbin se había complicado. El procedimiento había durado más de lo planeado y tuvieron que administrarle más anestesia a la madre, quien se quejó de dolor a mitad de la operación. Salió del quirófano después de dar instrucciones postoperatorias a las enfermeras. Se dirigió hacia el ala oeste del hospital, donde se encontraba su consultorio. Sin perder tiempo, abrió la gaveta de su escritorio y sacó una cigarrera y un mechero de un compartimiento secreto. Se apresuró hacia las escaleras de emergencia, el escondite de todos los residentes que fumaban. Avery había empezado a fumar cuando era una adolescente de quince años, pero lo dejó tres meses después de comenzar a salir con Derek, por su petición. Su Amo odiaba el olor d
El lugar era hermoso y muy elegante. La música de piano sonaba suavemente, mezclándose con el ruido de cubiertos chocando contra platos y el murmullo débil de los comensales. Un delicioso aroma llenaba las fosas nasales de Avery, una mezcla de queso gratinado, pan recién horneado y tierra mojada, ya que afuera estaba lloviendo. Un joven de unos veinte años se acercó a la mesa sosteniendo una botella de vino, dispuesto a llenar las copas de las damas. Avery hizo un gesto con la mano, cubriendo su copa, y negó con la cabeza. —No, gracias —le dijo al joven. —Vamos, tómate una copa —insistió Looren. Avery negó nuevamente con la cabeza. —Hoy apenas es lunes. No quiero alcohol en mi sistema —respondió la rubia de manera tajante. Looren tomó su copa de cristal, la acercó a su nariz, inhaló profundamente, bebió y saboreó el vino. —Mmm... delicioso —dijo—. ¿Estás segura de que no quieres probarlo? Está realmente bueno. —Ya dije que no —la voz de Avery subió un tono—. Deja de insistir.
La semana resultó tediosa, llena de consultas, cesáreas y cirugías de emergencia. Avery se dejó caer sobre el suave colchón, soltando un débil suspiro. Su mirada se clavó en la cajita de cartón que reposaba en el suelo, dentro del armario. No entendía por qué no se deshacía de todo eso. ¿Para qué seguir coleccionando recuerdos de un pasado que le dolía tanto recordar? Cogió la caja entre sus manos y la llevó abajo. La dejó al lado del sofá en la sala para verla al día siguiente y deshacerse de ella antes de ir al trabajo. Una lágrima rodó por su mejilla, y se la limpió con la manga del pijama mientras subía las escaleras hacia su habitación. Decidió distraerse y pensar en otra cosa: en Derek, en su Salvador, en el hombre que la rescató de su asquerosa vida y la introdujo en un mundo maravilloso de fantasías hechas realidad... Sin poder evitarlo, una sonrisa se dibujó en su rostro. Pensar en él le daba un poco de paz a su alma. Tomó su móvil entre las manos y se sintió tentada a llam