Avery se levantó lentamente de su silla y extendió la mano hacia la ilusionada mujer que la miraba con ojos llorosos. La mujer estrechó su mano, mostrando una enorme sonrisa.
—¿Entonces ya estoy lista? —profirió ella.
—Sí —asintió la doctora con la cabeza—. Programaré la cirugía para las tres de la tarde. Quiero hacerla el lunes para evitar que entres en la semana crucial y se te presenten los dolores de parto.
Avery notó que la señora Corbin dejó de sonreír y, en vez de alegría, su semblante expresaba nerviosismo.
—¡Oh por Dios! —exclamó la mujer, abriendo mucho sus ojos—. ¡Eso es en menos de setenta y dos horas! —Se llevó una mano al pecho—. Está a punto de darme un ataque de pánico.
Avery se puso de pie muy despacio, rodeó su escritorio hasta llegar al lado de su paciente y le puso una mano en el hombro.
—Es algo normal en las madres primerizas —le obsequió una sonrisa para infundirle confianza—. No te preocupes. Todo va a salir bien —le aseguró.
—Gracias, Doctora Wilson —la mujer volvió a sonreír.
—Nada que agradecer, Sonya —le dijo. Siempre procuraba tutearlas para crear una relación cómoda con ellas—. Soy tu doctora y no dejaré que nada malo pase.
La sonrisa de Sonya Corbin se amplió aún más.
Avery se inclinó sobre su mesa de trabajo, arrancó un par de hojas del talonario de recetas médicas y se las entregó a Sonya.
—Ya lo sabes —apuntó con su dedo índice—. Sigue las indicaciones al pie de la letra —señaló uno de los papeles con su falange—. Sigue con la alimentación balanceada y no tendremos ningún contratiempo —volvió a sonreírle.
Ella asintió con la cabeza y le devolvió la sonrisa. Acto seguido, se puso de pie, tomó su bolso y salió del consultorio.
Avery se dejó caer sobre su silla, soltando un suspiro de alivio por haber terminado de atender a su última paciente del día. Lo mejor del caso es que era viernes. Podría tener dos días de descanso, a menos que surgiera alguna emergencia y tuviera que presentarse en el hospital.
De repente, la puerta se abrió. Una mujer alta y delgada, de piel morena, cabello castaño oscuro y ojos saltones de color verde, se asomó por la abertura de la puerta. La mujer sonrió como siempre lo hacía cuando se traía algo entre manos.
—¿Ya estás lista? —inquirió la mujer. Su voz sonaba más aguda de lo normal—. ¿Preparada para nuestra noche de chicas? —abrió los brazos y movió los hombros como si estuviera bailando mambo.
—Hoy no, Looren —le respondió Avery, soltando un bufido que denotaba lo agotada que estaba—. Solo pienso en llegar a casa, meterme en la tina, tomarme una copa de vino tinto, mientras la Sinfonía número 40 de Mozart suena a todo volumen y…
—¿Y por qué, en vez de irte a tu casa a hacer ese montón de cosas aburridas... —la interrumpió— ...no te das una ducha rápida, te pones un vestido muy corto y ceñido al cuerpo, te vienes a tomar un par de copas conmigo, a un sitio muy agradable, mientras mueves el trasero al ritmo de la canción del momento, conoces a alguien y terminas metida en la cama con algún sensual caballero?
Avery fulminó con la mirada a la Doctora Looren Hougan, Psicóloga especializada en Sexología. Hace dos años que Hougan tenía su consultorio al lado de Avery, y como ambas casi siempre terminaban de atender pacientes a la misma hora, solían encontrarse de camino al estacionamiento del hospital, lo que les facilitó confraternizar y forjar una sólida amistad con el tiempo.
—¡Oh vamos! Esta es la... —contó con sus dedos—. Ya perdí la cuenta de las veces que te has negado a salir conmigo, desde que... —dejó la frase suspendida en el aire al percatarse de que Avery entornaba los ojos, advirtiéndole que no prosiguiera—. Lo siento, Avery —Looren se encogió de hombros, visiblemente apenada—. No quería...
—Déjalo correr, Looren —Avery dio un manotazo en el aire para evitar hablar más del tema.
Sin poder evitarlo, una cascada de recuerdos surgió en la mente de Avery. Eran memorias de sus años como sumisa, de ella doblegada ante los deseos más primitivos de Derek Contini. Ya no era su Amo. De hecho, desde que la relación terminó, ella trató de alejarse lo máximo posible de aquel mundo de ataduras y azotes. Los primeros cinco meses sucumbió a la tentación de visitar clubes y asistir a fiestas BDSM, donde fue sumisa en tres oportunidades. Pero al final de cada sesión, se sentía miserable, pues en vez de lograr sacar a Derek de su mente, sucedía todo lo contrario.
Cerró sus ojos con fuerza y sacudió la cabeza para despejarla un poco.
—Aun no me siento preparada para eso —dijo.
—¿Y cuándo lo estarás? —profirió Looren de forma violenta—. ¿Cuándo tengas arrugas en tu rostro, el cabello canoso, y te des cuenta de que dejaste de vivir tu vida a plenitud, por estar pensando en ese cerdo que te rompió el corazón?
—Looren, por favor, baja la voz —le solicitó.
—Vale —comenzó a hablar en un tono que solo Avery pudiera escuchar—, pero escúchame bien, porque no pienso repetírtelo más. Mientras tú estás acá, lamentándote por lo que ese cretino te hizo, él se lo está pasando de lo lindo entre las piernas de alguna zorra quita maridos...
Avery volvió a cerrar los ojos, incómoda de que su amiga se expresara así de Derek, pero no podía quitarle la razón, pues era lo que Looren creía. A pesar de ser amigas desde hace tanto tiempo, la Doctora Hougan no sabía absolutamente nada de sus gustos sexuales. ¿Y cómo contárselo? Para Looren, las personas que practicaban ese tipo de sexualidad tan extrema solían ser pacientes potenciales para ella. Avery nunca tuvo la intención de ser psicoanalizada por nadie. Sabía que era un compendio de trastornos ambulante debido a la infancia de m****a que tuvo, pero no necesitaba que nadie se lo dijera.
Tantas sesiones con psicólogos, terapeutas y psicoanalistas no sirvieron para nada.
Ya estaba harta de todo eso.
—No es lo que piensas, Looren. Él... —musitó Avery, al borde de las lágrimas. Sentía una necesidad innata de defender al que fuese alguna vez su única razón de respirar.
—¿Qué? No te atrevas a defenderlo, porque Derek Contini no es más que un imbécil. ¿Qué hombre en su sano juicio vive siete años con una mujer y es incapaz de pedirle matrimonio? ¿Y cómo tú aguantaste eso? Él es un...
—Basta, Looren.
—¡No! Nada de basta. Vendrás conmigo hoy, a celebrar que terminó hace un año ese megalómano, ególatra, narcisista y filofóbico.
—¡Vaya que lo estudiaste! —dijo Avery en tono mordaz.
—¡Y de sobra! —respondió Looren del mismo modo—. Una verdadera lástima que nunca se haya dejado psicoanalizar por mí. Habría escrito una enciclopedia basada en todos sus trastornos y...
—Ya no hablemos de él, ¿quieres? —dijo Avery.
—Como sea —Looren dio un manotazo al aire—. Vendrás conmigo esta noche, despejarás tu mente y pasaremos un rato divertido, bebiendo, bailando y conociendo gente nueva, ¡que la vida es hoy y ahora!
Avery se apretó el puente de la nariz con sus dedos, índice y pulgar. Dejó escapar un suspiro de frustración. No existía nadie en el mundo más obstinado que Looren Hougan. Avery se quedó en completo silencio por varios segundos, contemplando la idea de salir de fiesta con su amiga. No era una imagen que le agradara mucho, pero sabía que Looren no desistiría en su intento hasta lograr que, algún día, ella accediera. ¿Qué más daba? ¡Al mal paso es mejor darle prisa! Ya llevaba mucho tiempo postergando una salida con ella.
Volvió a clavar su mirada sobre Looren y percibió que esta estaba muy pendiente de su respuesta. Avery hizo un gesto afirmativo con la cabeza. La Doctora Hougan abrió los ojos de hito en hito y sonrió con amplitud, pero en cuestión de segundos entornó los ojos y dio un paso adelante, hasta situarse muy cerca de la silla frente al escritorio. La arrimó y tomó asiento.
—¿Acaso estás diciendo que... sí? —ladeó la cabeza y le lanzó una mirada inquisitiva.
Avery asintió de nuevo con la cabeza. No pudo evitar sonreír, pues la sonrisa victoriosa de Looren la contagió de una rara sensación de bienestar.
—Pero te advierto que no pienso alocarme ni hacer cosas descabelladas —espeta Avery—.Solo tomaremos un par de copas, charlaremos y...
—Conoceremos un par de galanes —interrumpió Looren—, uno moreno para mí y uno rubio para ti, como te gustan y...
—Nada de hombres. Que sea una noche de chicas no más —zanjó Avery el asunto.
Looren levantó sus manos en señal de rendición.
—Vale, vale. Como digas —musitó.
Avery entornó los ojos, desconfiando de la respuesta de su amiga. Sintió que Looren tenía algo en mente, ya que desde que se separó de Derek, no había dejado de insistir en que se abriera a la posibilidad de intentarlo con alguien nuevo. Decidió arreglar un poco su escritorio para que no estuviera tan desordenado cuando regresara el lunes. Recogió sus cosas y tomó su bolso del perchero junto a la puerta. Looren seguía observándola sin decir una palabra. Después de unos minutos, ambas salieron del consultorio.
—Nos vemos en... —Looren consultó su reloj de pulsera— ¿hora y media te parece bien?
—Que sean dos —respondió Avery.
—¡Vale! —dijo Looren y volvió a mirar el reloj plateado en su muñeca—. Son casi las seis de la tarde. Nos vemos a las ocho en punto en Academy.
—¿Academy? —Avery frunció el ceño—. ¿Por qué te gusta tanto ese lugar?
—Porque ponen muy buena música. Además, hay mucha gente atractiva —Looren se mordió el labio.
Avery prefería el Lust de No Temptation, pero se resignó a acompañar a su amiga a uno de los clubes nocturnos más populares y concurridos de la ciudad.
—Como quieras —Avery puso los ojos en blanco. No le gustaba estar en lugares tan abarrotados. Prefería reuniones más íntimas y música a un volumen moderado.
Sin poder evitarlo, un recuerdo la golpeó. Era ella, gimiendo mientras otros gemidos se mezclaban con los suyos en una de las muchas fiestas de cuero a las que había asistido con Derek. Sintió una repentina ráfaga de calor recorrerla.
Looren se acercó y le dio un beso en la mejilla. Luego le guiñó un ojo y le dio una palmada en la nalga derecha.
—Vamos, nena. Ve y ponte hermosa. Quiero que hoy seas una diva completa —añadió.
Avery sonrió a medias. La idea de arreglarse y vestirse por motivos ajenos, que no fueran impresionar a Derek, la perturbaba un poco. Hacía mucho tiempo que no hacía ningún esfuerzo por destacar entre los demás. Solía vestirse con ropa linda pero común. Siempre llevaba el cabello recogido en una coleta alta y usaba maquillaje de tonos pasteles.
—¿Y tú qué vas a hacer? —no pudo evitar preguntar al ver que Looren no tenía intenciones de irse del hospital aún.
—Tengo que enviar un par de correos a algunas farmacéuticas —Looren sacudió ligeramente la cabeza—. Ve, te alcanzaré en el club.
Avery sonrió sin ganas y se dirigió hacia el ascensor sin molestarse en voltear a mirar a Looren. Sabía que debía tener una gran sonrisa en el rostro por haberla convencido después de casi un año insistiendo.
Subió en el ascensor y descendió tres niveles mientras una molesta música instrumental se filtraba en sus oídos. Rodó los ojos al reconocer la melodía. Era una versión en saxofón de "Killing Me Softly With His Song". Maldijo entre dientes. ¡Era la canción favorita de Derek! Incluso allí, sola en el ascensor, después de tanto tiempo sin saber de él y cuando creía que finalmente estaba comenzando a superarlo, la vida se encargaba de recordarle que no era así. Un par de lágrimas rodaron por su mejilla. Se pasó la mano por el rostro y las secó con violencia. Inhaló profundamente y soltó el aire de golpe.
Salió del ascensor rápidamente y se dirigió al estacionamiento sin perder tiempo. En cuestión de tres minutos, se encontraba en su Volkswagen Jetta, el auto que había comprado después de vender la lujosa casa que Derek le regaló tras la separación. También se había comprado un modesto departamento en el centro de Los Ángeles, más adecuado para su vida solitaria a los treinta años. Ciento ochenta metros cuadrados eran demasiado para ella. Sentirse en un lugar tan grande la hacía sentir más sola y miserable.
Encendió el motor y comenzó su camino, con la mente llena de pensamientos que le robaban la paz.
Derek, Derek y más Derek.
Él se negaba a salir de su cabeza.
Looren abrió mucho los ojos al ver a Avery y dejó escapar un silbido. Estaba impresionada por cómo lucía su amiga. Nunca antes la había visto con un vestido tan corto. Las únicas veces que Avery usaba ropa tan reveladora era cuando Derek se lo pedía para alguna fiesta de Amos o para alguna de sus sesiones. Avery llevaba un vestido negro que llegaba hasta una cuarta parte arriba de sus rodillas, muy ceñido al cuerpo, con mangas y busto de encaje, lo que le daba una apariencia sensual y elegante. Completaba el atuendo con un par de zapatillas plateadas de tipo stiletto. Su cabello rubio caía suelto con suaves ondas sobre sus hombros y espalda. —¡Madre mía! Te ves espectacular —dijo Looren, tratando de salir de su estupor. Avery sonrió tímidamente, no era muy adepta a los cumplidos. —Gracias —le respondió—. Tú también te ves fabulosa. —¡Bah! —Looren agitó la mano en el aire—. No exageres. Me veo normal. En cambio, tú... —sacudió la cabeza—. ¡Nena! Te has vestido para matar. La rubia
La cabeza daba vueltas a Avery y todo se volvía confuso. Frente a ella yacía un hombre atado a la cama, con las muñecas y tobillos sujetos. Estaba completamente desnudo y su camisa había sido utilizada para vendarle los ojos. Necesitaba agua, su boca estaba seca. Caminó tambaleante hasta el baño y, con ayuda de una mano, tomó un gran sorbo de agua del chorro del lavamanos. Se mojó la cara para refrescarse un poco. —¡Oye, nena! —la voz del hombre la hizo dar un respingo—. ¿Por qué tardas tanto? Avery meneó la cabeza suavemente. Necesitaba enfocarse. —Habitación número quince del Best Western Hollywood —dijo para sí misma, mientras fijaba la mirada en el espejo frente a ella—. El hombre en la cama se llamaba Charles y yo... —respiró profundamente—, estoy a punto de vomitar. Mojó una de sus manos y se la pasó por la nuca. Eso alivió un poco su malestar. —¡Hey, preciosa! ¿A dónde fuiste? —Salgo en un momento —respondió ella. Se sorprendió mucho por el tono autoritario de su voz. —¡
Los párpados le pesaban, mientras el vaivén del bus en movimiento lo arrullaba. Estaba extremadamente agotado. Había pasado casi un mes sin poder descansar adecuadamente debido a las preocupaciones que lo atormentaban. Y lo sabía, en el momento en que la idea de visitar a Emma cruzó por su mente, supo que al día siguiente estaría más cansado de lo normal. Pero, joder, necesitaba un poco de buen sexo para desconectar de su jodida realidad por un momento. Durante los últimos once meses, había estado frecuentando a su ex novia de la preparatoria con quien mantenía una extraña amistad con beneficios. Ambos habían estado juntos desde que Patrick tenía dieciséis años, aunque la relación terminó cuatro meses después de graduarse. Resultó que Emma perdió el interés en Patrick después de que él y su familia perdieran su privilegiada posición social. Ella no estaba interesada en tener a Patrick como esposo, pero no podía negar que se entendían muy bien en la cama. El susurro del viento que se
La mirada de Patrick se fijó en el delicado cuerpo que yacía sobre la cama, pero su mente estaba enfocada en algo más. Acababan de regresar del hospital y Patrick no dejaba de pensar en las facturas pendientes que tenían por pagar, mientras su madre preparaba algo de comer. En medio del ajetreo, no tuvieron tiempo ni de almorzar. Miró el reloj de pulsera en su muñeca. Eran las cuatro con treinta y siete de la tarde. Se puso de pie muy despacio, para no despertar a su hermana. Sabía que si quería llegar a tiempo a su entrevista de trabajo, debía darse una ducha de inmediato. No pensaba cometer el mismo error dos veces en un mismo día. Esta vez no llegaría tarde. Tomó una ducha rápida y salió del baño, dejando un rastro de agua a su paso. Se detuvo un momento para contemplar su armario. «¿Qué diablos me pongo?», pensó. Normalmente, no era alguien que tardara mucho en decidir qué ropa ponerse, pero esta ocasión ameritaba dar una muy buena impresión. Soltó un suspiro de resignación al
El hombre llamado David hizo su aparición, sosteniendo una bandeja entre sus manos, mientras Patrick vislumbró la oportunidad de levantarse del sofá y distanciarse un poco de la exuberante rubia. Tomó el vaso de cristal lleno de agua que el caballero le ofrecía y lo bebió de un solo trago. La señora Gilmore lo observaba, entrecerrando los ojos. Una sonrisa astuta se dibujó en sus labios rojo carmín, mientras acercaba la copa de vino que había tomado de la bandeja. —¿David? —la rubia inquirió. —¿Sí, mi Señora? —respondió David. —Trae un documento y asegúrate de que el salón de juegos esté preparado para los visitantes. —Sí, mi Señora —asintió con la cabeza y se retiró de inmediato. —¿Salón de juegos? —preguntó Patrick—. ¿Documento? —estaba sumamente confundido. —A ver, Patrick. ¿Por qué has venido? —Vine por el anuncio... Uh, por el... —¿Tienes alguna idea de qué se trata? —Um... supongo que —Patrick balbuceó—, supongo que tiene que ver con probar videojuegos y... La risa de l
Patrick se preguntaba qué secretos le esperaban en lo más profundo de aquel lugar. Sus emociones fluctuaban entre la curiosidad y el temor, pero su deseo de cambiar su situación económica era más fuerte que cualquier aprensión. No podía anticipar que la puerta que estaba a punto de cruzar desencadenaría una serie de eventos que transformarían su vida para siempre. —Mi nombre es Isadora Gilmore, pero a partir de ahora, te referirás a mí como Isis —Patrick frunció el ceño—. ¿Por qué Isis? Porque, en la mitología egipcia, Isis es la diosa de todos los dioses, y eso, querido, es lo que soy en esta mansión: una jodida diosa —le aclaró—. Estás a punto de adentrarte en un mundo fascinante pero poco comprendido, y malinterpretado por muchos —la rubia hablaba mientras caminaba por un extenso y luminoso pasillo—. Permíteme explicarte. Aunque parte de las siglas BDSM sean sadismo y masoquismo, no se trata solamente de ejercer violencia, causar daño o hacer sufrir a las personas. Tampoco implica
Avery tomó una honda bocanada de aire y la soltó despacio, tratando de calmar los nervios que la invadían. Quitó los guantes de látex y los arrojó al bote de basura. Por alguna extraña razón, sentía unas enormes ganas de fumar un cigarrillo. La cirugía de la señora Corbin se había complicado. El procedimiento había durado más de lo planeado y tuvieron que administrarle más anestesia a la madre, quien se quejó de dolor a mitad de la operación. Salió del quirófano después de dar instrucciones postoperatorias a las enfermeras. Se dirigió hacia el ala oeste del hospital, donde se encontraba su consultorio. Sin perder tiempo, abrió la gaveta de su escritorio y sacó una cigarrera y un mechero de un compartimiento secreto. Se apresuró hacia las escaleras de emergencia, el escondite de todos los residentes que fumaban. Avery había empezado a fumar cuando era una adolescente de quince años, pero lo dejó tres meses después de comenzar a salir con Derek, por su petición. Su Amo odiaba el olor d
El lugar era hermoso y muy elegante. La música de piano sonaba suavemente, mezclándose con el ruido de cubiertos chocando contra platos y el murmullo débil de los comensales. Un delicioso aroma llenaba las fosas nasales de Avery, una mezcla de queso gratinado, pan recién horneado y tierra mojada, ya que afuera estaba lloviendo. Un joven de unos veinte años se acercó a la mesa sosteniendo una botella de vino, dispuesto a llenar las copas de las damas. Avery hizo un gesto con la mano, cubriendo su copa, y negó con la cabeza. —No, gracias —le dijo al joven. —Vamos, tómate una copa —insistió Looren. Avery negó nuevamente con la cabeza. —Hoy apenas es lunes. No quiero alcohol en mi sistema —respondió la rubia de manera tajante. Looren tomó su copa de cristal, la acercó a su nariz, inhaló profundamente, bebió y saboreó el vino. —Mmm... delicioso —dijo—. ¿Estás segura de que no quieres probarlo? Está realmente bueno. —Ya dije que no —la voz de Avery subió un tono—. Deja de insistir.