Todos los días, desde aquel día, había llevado conmigo la chaqueta que Jimmy me prestó. No sabía en qué momento el destino volvería a reunirnos. Trataba de ser fiel al amor que sentía por Adal, pero me disponía a arreglarme muy hermosa cada día antes de salir. Lo hacía con entusiasmo, deseando inconscientemente encontrarlo de nuevo, volver a verlo, vivir alguna otra aventura con él. ¿Qué pensaría tía Amanda de aquello? ¿Qué pensaría de lo que empezaba a sentir por ese extraño? Ella me condenaría, eso es seguro, todos en el pueblo, por desear nuevamente a un hombre que no era mi prometido. ¿Atracción? ¿Deseo sexual? ¿Sería deseo sexual lo empezaba a sentir? Por lo pronto lo más conveniente era seguir con mi vida, haciéndome la vista gorda ante lo que empezaba a sentir. No quería inves
—¡Pero que manía tienen los jóvenes con la desesperación! —saltó, agitado—. Unos dicen que se les va a pasar la vida y que deben hacer algo pronto. Mira, yo nunca me he sentido mejor que a mis veinticuatro años, así viva en soledad. Tú me ves solo pero yo me veo en la mejor compañía.—¿Y cuál es la mejor compañía, según tú?—Mis ancestros y yo.—Esas no son personas, Jimmy, apenas son una ilusión. Yo te hablo de personas de verdad, de la familia, los amigos, o ¿no tienes esperanzas de fundar una familia? Se nos va tiempo, Jimmy.—¿Y para qué contar cuantas horas nos quedan? ¿Para qué hacer lo mismo que hacen los demás? Yo prefiero ir en dirección contraria, así como lo hacen los peces en un río porque los que sig
Empezaron las salidas al cine, bares y teatros. Casi siempre salíamos con Roberto quien resultaba favorecido por la cara de ternura que ponía cada vez que íbamos a salir. Jimmy lo trataba como a un niño imprudente cuando se sentaba entre los dos o le robaba mi atención. Rabiaba hasta más no poder y en los intervalos en los que podíamos estar solos, trataba de decirme algo hasta que Roberto llegaba con aire de niño a quien había que mimar e interrumpía nuestra ensoñación. De aquella rivalidad que empezaba gestarse no podía salir nada bueno y Jimmy lo sabía, por lo que intentaba verme fuera de la casa.No obstante, en mi mente y mi corazón las cosas andaban muy mal, estaba absolutamente confundida por los sentimientos que tenía por Jimmy y por Adal. En las noches, antes de dormir, mi cabeza se convertía en un pandemonio y yo rogaba que durmiendo y
Emmanuel miró a través del lente de su cámara, dio media vuelta, me miró y se alejó hacia la puerta que cerró. Me pidió colocarme en algunas posiciones y relajar la expresión, no obstante estaba muy nerviosa y él lo notó. Finalmente se me acercó y me colocó de manera que la luz me iluminara la cara. Me pidió que me quitara el brassier ya que se trataba del papel de una indígena y ellas iban siempre desnudas. Lo pensé por un instante y en un momento de suma tensión, hice lo que me pidió. Se quedó atónito ante mi belleza, le llamaron la atención mis grandes senos erectos y se acercó para tocarme.Me sobresalté y rápidamente me cubrí. Me dijo que solo quería acomodarme para hacer unas fotografías y me pidió que no estuviera nerviosa, que el personaje requería que estuviera
¿Cuándo una mujer es realmente libre para elegir? ¿Se es realmente libre en un mundo al revés? ¿En un mundo donde seguir los cánones es lo normal? Cuando me pregunto estas cosas, recuerdo rápidamente a Alicia, la del país de las maravillas. Ella tuvo la osadía de rebelarse ante un futuro matrimonio que no deseaba, y se fue, por decirlo así, a un mundo al revés. Una Alicia en el mundo real, al no cumplir con el arquetipo social establecido de “cómo debe ser una mujer”, es tildada inmediatamente de pecadora, desobediente, sediciosa, o se le recuerda constantemente que debe cumplir con el deber de casarse para obtener legitimidad. ¿Y si no quiere? ¿Tiene que casarse para ser alguien? Alicia era una mujer independiente, inquisitiva, inteligente e interesante que respondió a su familia saliéndose del estereotipo impuesto por la iglesia y la sociedad. ¿Ser&iac
Jimmy apenas se movía. Apoyado en sus brazos respiraba entrecortadamente, mirándome con la satisfacción de un hombre que sabe que ha complacido a una mujer, pero con la cosa todavía hinchada en mis adentros. Lo miré a la cara y recordé que también debía satisfacerlo y lo rodeé otra vez con mis piernas, pero él cambio de posición y se apoyó sobre sus rodillas, levantado mis piernas para colocarlas en sus hombros y arremetió con más fuerza. Yo gemí, porque en esa posición lo sentía más grande y duro, y mi excitación había mermado un poco. Sin embargo, al ver sus cabellos revueltos, sus labios rojos e impuros, la expresión de satisfacción en su rostro, se desató en mí una febril excitación.Nos hicimos el amor con una pasión desbordada, hasta que su cuerpo, bañado en sudor, empez
—¡Claro que sí! —respondí a la defensiva, con los ojos chispeantes de vergüenza, pero a decir verdad, nadie nunca me lo había dicho, ni siquiera Adal—. Hacerlo o no es una elección. —Y sonrió pícaramente, preparando todo para afeitarme—. No quiero hacerlo, así estoy bien.—No —contradijo, arrodillándose frente a la cama—. Ya ese estilo pasó de moda. Vamos, déjame afeitarte, solo un poco, te va a gustar. ¡Anda!—Está bien —accedí con cierta angustia y vergüenza—. ¡Pero no vayas a cortarme!Todavía permanecía desnuda. Jimmy me haló hacia el borde la cama y abrió mis piernas. Vi entonces asomarse un par de ojillos ávidos y una mano sosteniendo graciosamente una tijera. Era una de las cosas más vergonzosas y excitantes por las que hab&i
Una brisa fría flameó mi cabello y disolvió aquella ilusión. Aun así, Adal seguía muy cerca de mí, sentado a la mesa de un célebre restaurant situado en una terraza a un costado de la acera. Era su aura la que pude percibir después de tantos años. ¡Todavía la podía sentir! Temblando y sin poder pensar, me quedé en la acera, inmóvil, mirándolo con ojos vidriosos. Su figura era apenas visible por las palmas ornamentales que rodeaban el lugar. Estaba solo, almorzando y tomando una copa de vino. Se veía más maduro y apuesto, con el cabello un poco largo y la barba crecida. Estaba ahí, era real. ¡Estaba ante mis ojos! ¡Juez por condenarme y firmar mi sentencia, por dejarme indefensa y desnuda en medio de la acera! No sabía qué hacer. En mi tribulación vi a un par de chicas acercárseles y entregarles admirativamente un
Él me miro de un modo extraño y dejó los cubiertos sobre el plato mientras yo me sentía a punto de llorar. Llamó al mesero quien retiró nuestros platos casi intactos y se levantó en silencio de su asiento.—Vamos, tenemos que caminar —dijo, con el tono en que un doctor hablaría al familiar de un paciente muy enfermo, dejando afablemente un billete sobre la mesa.Me sentí de pronto avergonzada y tomé mis cosas. Sin embargo, no dejaba de sentirme frustrada al no poder decirle lo que deseaba, al notar su actitud fría y precavida. Su culpa. ¡Era su culpa! ¡Todo había ido tan mal en mi vida desde que me dejó! Pasé dos años de cruenta tortura a manos de tía Amanda y por otros dos años viví en la agonía de encontrarlo, preguntándome todos los malditos días qué fue lo que hice para alejarlo de mí