Jimmy apenas se movía. Apoyado en sus brazos respiraba entrecortadamente, mirándome con la satisfacción de un hombre que sabe que ha complacido a una mujer, pero con la cosa todavía hinchada en mis adentros. Lo miré a la cara y recordé que también debía satisfacerlo y lo rodeé otra vez con mis piernas, pero él cambio de posición y se apoyó sobre sus rodillas, levantado mis piernas para colocarlas en sus hombros y arremetió con más fuerza. Yo gemí, porque en esa posición lo sentía más grande y duro, y mi excitación había mermado un poco. Sin embargo, al ver sus cabellos revueltos, sus labios rojos e impuros, la expresión de satisfacción en su rostro, se desató en mí una febril excitación.
Nos hicimos el amor con una pasión desbordada, hasta que su cuerpo, bañado en sudor, empez
—¡Claro que sí! —respondí a la defensiva, con los ojos chispeantes de vergüenza, pero a decir verdad, nadie nunca me lo había dicho, ni siquiera Adal—. Hacerlo o no es una elección. —Y sonrió pícaramente, preparando todo para afeitarme—. No quiero hacerlo, así estoy bien.—No —contradijo, arrodillándose frente a la cama—. Ya ese estilo pasó de moda. Vamos, déjame afeitarte, solo un poco, te va a gustar. ¡Anda!—Está bien —accedí con cierta angustia y vergüenza—. ¡Pero no vayas a cortarme!Todavía permanecía desnuda. Jimmy me haló hacia el borde la cama y abrió mis piernas. Vi entonces asomarse un par de ojillos ávidos y una mano sosteniendo graciosamente una tijera. Era una de las cosas más vergonzosas y excitantes por las que hab&i
Una brisa fría flameó mi cabello y disolvió aquella ilusión. Aun así, Adal seguía muy cerca de mí, sentado a la mesa de un célebre restaurant situado en una terraza a un costado de la acera. Era su aura la que pude percibir después de tantos años. ¡Todavía la podía sentir! Temblando y sin poder pensar, me quedé en la acera, inmóvil, mirándolo con ojos vidriosos. Su figura era apenas visible por las palmas ornamentales que rodeaban el lugar. Estaba solo, almorzando y tomando una copa de vino. Se veía más maduro y apuesto, con el cabello un poco largo y la barba crecida. Estaba ahí, era real. ¡Estaba ante mis ojos! ¡Juez por condenarme y firmar mi sentencia, por dejarme indefensa y desnuda en medio de la acera! No sabía qué hacer. En mi tribulación vi a un par de chicas acercárseles y entregarles admirativamente un
Él me miro de un modo extraño y dejó los cubiertos sobre el plato mientras yo me sentía a punto de llorar. Llamó al mesero quien retiró nuestros platos casi intactos y se levantó en silencio de su asiento.—Vamos, tenemos que caminar —dijo, con el tono en que un doctor hablaría al familiar de un paciente muy enfermo, dejando afablemente un billete sobre la mesa.Me sentí de pronto avergonzada y tomé mis cosas. Sin embargo, no dejaba de sentirme frustrada al no poder decirle lo que deseaba, al notar su actitud fría y precavida. Su culpa. ¡Era su culpa! ¡Todo había ido tan mal en mi vida desde que me dejó! Pasé dos años de cruenta tortura a manos de tía Amanda y por otros dos años viví en la agonía de encontrarlo, preguntándome todos los malditos días qué fue lo que hice para alejarlo de mí
—¡No sabes cuánto te esperé, cuánto soñé este momento!—Clarita, Clareta mía —Lo escuchaba mientras cerraba sus brazos alrededor de mí, con una emoción grave y fuerte que me conmovió, besando mi pelo, mi frente y yo me sentía segura y protegida como en un estuche, entre esos brazos grandes y su cuerpo que me cubría—. Fui un idiota al no haberte buscado, debí haber hecho más por ti y no lo hice, no merezco que me quieras así...—No digas eso, no lo digas, Adal —susurré, poniendo un dedo en su boca bella y sensual—. Al fin de cuentas sí llegaste. Aquel sobre me devolvió la vida, aunque tu carta me la quitó...—Debí buscarte cuando la aceptaste, pero dudaba de mí, de ti, de tu amor por mí, solo deseé que fueras libre y pudieras vivir una vida donde todo fuera n
—Sé perfectamente a lo que te refieres, y quiero hacer constar que aunque me duele como no imaginas que estés con otro hombre, reconozco que es él quien lleva las de ganar. Es joven como tú y se ganó tu cariño entre tantos patanes que rechazaste. Eso es algo que no se logra tan fácil...—Lo lamento, pero te engañas, Adal —rebatí—. Él no lleva las de ganar. ¡Es que no entiendes que es de ti de quien estoy enamorada! Yo no conocía los terrenos a que me aventuraba, pasaron por mi vida muchas personas por capricho y vanidad, por atracción y deseo sexual, pero me di cuenta que no es eso en lo que consiste el amor, de ahí todas mis tribulaciones y fingimientos.—El amor es esto, Clarita —dijo, volviéndome a atrapar entre sus fuertes brazos—. Esta espera, esta angustia, esta melancolía, este anhelo permanente. Eso somos
Lo único que logré distinguir fue su mata de cabellos negros ondulados, súbitamente agitados por la rapidez con la que volvió la cara apenas me miró. Jimmy me dejó plantada en la puerta de su apartamento y se sentó en el sofá, continuando la partida del videojuego que jugaba con Roberto. Entré y tímidamente lo saludé. Roberto me hizo un rápido gesto con la mano y siguió jugando. Preocupada e incómoda, me dirigí a la cocina y empecé a arreglar el desorden que extrañamente había en el mesón. Algo percibí en el ambiente que me hizo agudizar todos mis sentidos y tratar de inferir qué era lo que Jimmy estaba pensando al recibirme de esa manera. Necesitaba pensar, pensar con claridad. ¿Dónde estaría Adal en ese momento? ¿Me estaría esperando? ¿Serían sus palabras de despedida el sostenimiento de
Aquello era insoportable, no lo podía resistir y no hacía más gritar y patalear. Pero su respiración fuerte y agitada me hizo pensar que él tampoco lo soportaba más, porque era presa de una excitación brutal. Luchamos jadeantes, entre insultos y manotazos, hasta que sentí un dolor espantoso, una presión increíblemente aguda en mi pequeño y apretado orificio cuando lo sentí entrar. Pegué un grito: “¡¡¡Jimmy!!!” y caí sobre la cama y él se acostó con todo el peso de su cuerpo sobre mí, atravesándome las entrañas, entrando y saliendo con brutalidad, sin tomar en cuenta mis súplicas y mi reacción. Me sentía llena por completo, él seguía embistiendo y me tenía vigorosamente rodeada con sus brazos, aplastándome boca abajo, oprimiéndome los senos. La presión en mi pas
Todos los días se levantaba tarde, casi a las doce del mediodía para desayunar. Yo llegaba en la tarde del instituto y se disgustaba porque no había llegado antes, aunque no lo decía. A veces pasaba semanas sin hablarme, sentado frente a su teclado o con su guitarra colgada del cuello, su cabezota llena de ondas hermosas, perdido entre ideas y notas, vociferando alguna cosa a Roberto con una ferocidad que me hacía estremecer en la cocina mientras lavaba los platos. Cada día las cosas iban peor. Durante las noches trataba de evitarme, pero yo no lo dejaba. Me acostaba desnuda a su lado, deseosa, con unas ganas inmensas de que me tocara. En algunas oportunidades no lograba hacerlo reaccionar, otras, lo acariciaba, jugueteando con su cosa hasta hacerla despertar, lenta, pero firmemente. Entonces, de rodillas ante él, mi boca se apoderaba de su cosa, la mordisqueaba y la chupaba con pasión y notaba cómo vibraba y agitaba baj