DE LAS ALMAS RARAS (3)

Hundí mis pies en la arena finísima y espesa, que levantaba en pequeños remolinos por la brisa del mar, sintiendo su tibieza que se hacía fría a medida que nos acercábamos a la orilla. Allí el agua cubría la costa y se retiraba dejando una brama brillante que desaparecía en segundos. El agua resplandecía en hermosos destellos plateados y era fría y yo no sentí miedo de internarme en ella.

—¡Eh! —exclamó Jimmy desde la orilla—. No creo que se buena idea que te sumerjas. Estoy seguro de que no sabes nadar.

—Es cierto, no sé —murmuré tocando el agua tibia de la superficie, sintiéndola helada en mis pies—. Vendería mi alma al diablo en este momento por poder internarme más allá.

—Entonces seré Lucifer —dijo interesado, acercándose a mí—. Súbete a mi

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