Capitulo 3

El regreso a Boston no fue agradable, sentirse como era el foco de las miradas, cada una de ellas clavándose como agujas en su piel. Izan Ribeiro había regresado, ya no era aquel niño dulce, comprensivo, ahora era un hombre, un bloque de hielo que no mostraba ni un atisbo de felicidad.

Le pide a Pavel que se detenga un momento antes de llegar a la empresa de su padre. No tiene idea de qué le aguarda en la oficina, pero se prepara mentalmente mientras peina su largo cabello castaño oscuro. Pavel le entrega unos guantes de cuero negro.

—Señor, su madre estará muy feliz de verlo, no deja de llamar— comenta e Izan le pide con la mirada que continúe. 

—Mi madre, siempre está feliz de verme —responde con sarcasmo. 

—Es diferente, señor, no será a través de una pantalla. 

Izan guardó silencio, evitó por años ver a su madre. Pavel no comprende por qué un hijo no ha de querer ver a su madre. El que creció siendo un niño huérfano era su deseo más grande de tener una madre. Sin embargo, Izan solo evitaba saber cualquier detalle de la persona por la cual se fue del país.  

Mientras se acercan a su destino, la atención de Izan se desvía hacia una mujer rubia que camina apresuradamente. Su elegancia contrasta con la prisa, y su rostro queda oculto bajo un sombrero. Su largo vestido se mueve con la brisa y su cabello rubio cae en ondas perfectas hasta la mitad de su espalda, su piel extremadamente blanca llamó más su atención.  Intrigado, Izan observa cómo todos la saludan con sonrisas amables al entrar en la empresa de su padre  y guarda lo que parece ser unas zapatillas en su bolso. Pavel lo mira con cautela, consciente de que su amigo ha encontrado una nueva presa.  

«¿Quién será esa chica?», se pregunta, observando su reloj y luego a Pavel, quien vuelve a negar. Aunque ambos sean témpanos de hielo, bajan la guardia para ser “normales” 

—Mejor espera aquí— le ordena. 

—Lo lamento. No puedo dejarlo solo, ¿quién empujará su silla?— bromea Pavel, provocando que Izan apriete los puños en silencio.

— Eres un imbecil. 

Dejando que Pavel lo conduzca hasta la oficina de su padre Pavel, todos lo saludan y lo ven con asombro. Su transformación no pasa desapercibida, y uno de los mejores empleados de su padre se toma el atrevimiento de darle un abrazo, algo que deja helado a Izan al tomarlo desprevenido. 

—El pequeño CEO— suspira con orgullo, su rostro arrugado se ilumina con una sonrisa—, le pedí al creador mucha vida y salud para verlo tomar el control de las empresas de su padre. Sin embargo, sus hazañas en el mercado son de admirar.

—Gracias… — respondió sin emoción mientras se adentra en el elevador, sus manos comienzan a sudar, víctimas de la ansiedad. De esto depende su vida, todo lo que ha deseado, lo que por ley le corresponde.

Al llegar al piso de su padre, sonríe al ver a su hermana que corre en su dirección, su pequeña Maia, con ella sus murallas caen.

—¡Izan! — grita y sus lágrimas caen una a una.  

Abre sus brazos para recibirla, y Maia no duda en correr hacia él. Besa sus mejillas mientras él la toma de la barbilla, mirando a la mujer más hermosa que han visto sus ojos. Sus cabellos rebeldes hacen cosquillas en su cuello cuando la abraza.

—La chiquita de papá es toda una mujercita— musitó con orgullo y receló en su voz. 

—Solo tú, me ves así. Papi, no me deja ni hablar con el jardinero —se queja, no se ha percatado del hombre de dos metros con mirada penetrante—, me he sentido un poco enferma, debes consentirme y llevarme a Rusia.  

Izan la mira con un amor inmenso en sus ojos y deja un beso en su frente.  

Su madre llega al lado de ellos y sonríe. Una mujer hermosa, de cabello rubio y ojos color jade como los de su hijo, lleva un vestido color vino que le quita más de quince años. Izan levanta la mirada a Pavel, que se coloca a un lado y no deja de comerse a su madre con la mirada. 

—Pavel, evita esas miradas frente a mi padre. Si quieres regresar vivo a Rusia— sisea y Samantha ríe fuerte como siempre.  

— Un placer Pavel. Soy Samantha. Es un gusto para mí conocerte al fin y tranquilo. Mi esposo ladra, pero no muerde—Pavel asiente y permanece a un lado de ellos—, mi bebé está tan grandote y machote— solloza sin poder evitarlo, Izan hala de ella para sentarla en su regazo y la abraza con fuerza—, quisiera regresar el tiempo, mi niño— se lamenta al verlo en sillas de ruedas. 

Izan deja un beso en su sien y añade:  

—Yo no quisiera regresarlo, estoy satisfecho con lo que soy hoy en día, esto no fue un impedimento. Madre, estás hablando con Izan Ribeiro, el empresario más codiciado de Rusia e Inglaterra.  

Su madre niega por lo arrogante que es. 

Maia, observa al hombre rubio, de cabellos largos y barba espesa, sus ojos azules no muestran ninguna expresión, lo detalla lentamente. Cuando llega a su rostro y lo encuentra mirándola fijamente, se asusta y siente que sus niveles bajan y sus piernas flaquean, pero Pavel la agarra de los hombros.

—Pequeña, ¿estás bien? — le dice.

Samantha se alarma a ver a su hija pálida y Maia, recobra la fuerza lentamente y ríe nerviosa.  

—Yo, yo, estoy bien…— titubea—, mejor voy por un helado con Joseph. 

—Madre, ¿mi padre me dará las empresas o no? — le pregunta antes de entrar en el despacho de su padre. 

—Bebé…, mejor entra y habla con él — le dice y acaricia su mejilla. 

La puerta se abre de golpe y Sergio no sabe cómo actuar delante de su sobrino, ahora lo ve como un enemigo, piensa en su pequeña cuando ve la oscuridad en sus ojos. Trata de controlarse y coloca la mano en su pecho dando un largo suspiro, su ataque días atrás solo fue una advertencia. Sin embargo, no puede evitar notar en el hombre que se ha convertido, su hija no está obligada a vivir con Izan, pero él sí necesita de ella para tener lo que desea. 

Ruega que el anhelo de su libertad jueguen a su favor, antes de que sea demasiado tarde. 

—Tío ¿Cómo estás? — Izan lo saluda con emoción, sin embargo, Sergio no le responde y pasa por su lado, toma asiento en unas sillas cercanas, cruzándose de brazos.

Izan mira a su madre, sin entender y frunce el ceño.

—¡¿Qué demonios está pasando, madre?! — gruñe.

—¡Yo te lo diré, si te dignas a entrar! — La voz de su padre retumba en el pasillo.

Pavel intenta empujar la silla, pero Izan levanta una de sus manos como señal de alto, siendo él quien empuja su silla.

El despacho del magnate estaba bañado por la luz tenue de las lámparas, creando una atmósfera tensa y un aire denso. Cuando Alana ingresó minutos después, entró sonriendo con una pajilla en sus labios, quedó estática en el mismo sitio. Sus miradas se encontraron después de muchos años. Izan, en su silla de ruedas, parecía más imponente que nunca, mientras Alana mantenía la dulzura en sus ojos. 

Sus corazones latían sin parar mientras se miraban entre sí, por largos segundos.

Izan la miró con tanta frialdad que dejó muda a la rubia. La misma rubia que vio entrar en la empresa de su padre. La rubia que endureció su corazón, esa rubia de ojos azules.

Su princesa…

—Alana…

Su voz ronca fue un susurro que erizó cada vello de ella, mientras Izan sentía que su boca se secaba.

—Izan…

Alana no podía apartar la mirada de él, no había ni rastro del Izan que conoció. Si no fuera por la silla de ruedas, apenas lo reconocería. Aprieta sus dedos alrededor de su bebida, incapaz de apartar la vista. Su cabello largo, con reflejos castaños, lo hace ver más hermoso que nunca; su mirada verdosa, más profunda, y sus labios, la dejan sin aliento. El ajustado traje de tres piezas de color negro, sus guantes y esas líneas de tinta que se asoman en su cuello y en su muñeca cerca de su Rolex.

Su mente comienza a divagar, apretando esta vez sus piernas por el cosquilleo que tiñen sus mejillas. 

«Es Izan, mi príncipe…» sus latidos están a punto de asfixiarla y su voz la trae bruscamente a la realidad.

—¡No pienso vivir con esta mocosa! ¡Son mis empresas, joder, padre! ¡Soy tu hijo! — le grita, pero Felipe permanece sereno y extiende los papeles delante de ellos. Alana no entiende qué sucede e Izan la mira con frialdad—, ¡esto es tu culpa!

—¿No sé qué sucede?— replica, cruzándose de brazos. Es el momento de Izan para fantasear, al ver su hermoso rostro con las pequeñas pinceladas de pecas adornando sus pómulos. Su figura se escondía bajo un holgado vestido, pero podía distinguir sus caderas y gruesas piernas. 

«Eres toda una mujer, mi princesa». Se golpeó mentalmente por lo que acaba de pensar.

Pero sus ojos llenos de odio no dejan de devorarla lentamente, sintiendo como su miembro comenzaba a tomar vida. 

«Por qué esconde su cuerpo con ese largo vestido de mangas» Joder, eso no es tu problema, Izan. Tienes un problema mayor frente a tus narices.  

—No comprendo, ¿por qué debo vivir con —lo mira con desagrado y continua— este troglodita? ¡Estoy comprometida, tío! Si no lo sabías, aunque dudo de eso, mi padre no me dijo nada sobre esto, pensé que venían por Maia…—Limpia sus lágrimas —, esto es culpa de mi padre, él tiene que ver en esto.

Felipe le sonríe y extiende su mano para que la tome.

—Mi tesoro, recuerda cuando estaba luchando contra el cáncer — deja un beso en sus nudillos, los años no parecen pasarle factura—, una pequeña rubia, llena de fe y un corazón gigante, me dio las fuerzas necesarias. Fue mi celio y me pidió algo, un pequeño detalle. Espero que esa misma niña, respetuosa y con un amor gigante hacia su familia, siga ahí.

Alana chilla y cubre sus labios, los recuerdos golpean con fuerza y mira a Izan, luego a su tío.

—Era una niña. ¿Cómo puedes tomar en serio lo que dice una niña?— niega y Felipe dirige la mirada a su hijo.

—Alana, me pidió que si fallecía, dejará una cláusula que tu hijo, no podrías casarte con otra persona que no fuera ella. 

—¿¡Qué!? — la mira y Alana cubre su rostro entre sus manos, llena de vergüenza.  

—Lo hice, cambiando su petición. No podrías manejar las empresas ni tampoco contraer matrimonio, hasta que vivan por un año bajo el mismo techo. Esa cláusula también va para ti, fue tu petición — coloca el lapicero delante de Alana—, tienen que firmar. Alana, eres una mujer de palabra y creo que aceptarás, Izan tiene más que perder que tú. Sin embargo, en ese año puede pasar de todo y al culminar tendrás nuestra bendición para casarte y tu ansiada libertad. Tu padre no se opondrá a nada, supongo que nuestra bendición es importante para ti.

Alana asiente y limpia sus lágrimas, mira a Izan y añade:

— Lo haré, más por ti que por mí. Así que debes agradecer…

Izan abre sus labios y no puede creer lo que escucha.

—Por un año, convivirán solos, se encontrarán de nuevo, confesarán sus temores, buscarán esa amistad que los unió desde el primer momento. Serán solo ustedes y juntos demostrarán que un año puede salvar y cambiar a una persona.

Alana niega y mira su anillo, Izan agarra el lapicero con fuerza y rabia, al verla llorar como si fuera a la horca, aunque es algo parecido. Le hará pagar por el lío que lo ha metido y no será nada placentero vivir junto a él. 

—Quede claro, no lo hago por las payasadas que dices, padre. Y menos aún tengo algo que agradecerte. Esto es tu culpa, y tu estúpido compromiso me da igual. Lo hago por mí — apretando los dientes, añade con determinación: 

— Veremos cuánto aguantas. Nos vemos en Inglaterra, Alana.

—Nos vemos, Izan Ribeiro — su firma se desliza con angustia, mientras sus manos tiemblan de impotencia. Es la única manera de que su padre la deje ir. Levantando su barbilla y mirándolo fijamente, añade con firmeza: —Esto es la guerra, principito.

Es ella quien sale antes que él, empujando su silla con molestia. Felipe rompe a reír y guarda los papeles. Izan mira a su padre y este deja de reír al momento.

—Lo hago por tu bien, no reconozco a mi hijo. Ah, y por cierto, estamos invitados a la pedida de mano de Alana esta noche, así que tendrán que convivir antes de lo previsto como “familia”.

Izan queda solo en el silencio de la oficina y esparce todo lo que está sobre el escritorio. En ese momento, el Cisne Negro despertó, ese que quería mantener oculto de todos. 

«¿Quieres guerra, Alana? Entonces prepárate, porque guerras tendrás, y no esperes que me contenga»  

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