Capitulo 5

 La mirada de desaprobación en los ojos de Jasiek, en el Sr. Rashid su padre, y la burla evidente en los de Izan no paraban de pasar por su mente. Después de horas de discusión, se encontraba atada al asiento de cuero del lujoso automóvil de Izan, mientras él, impasible, ocupaba el asiento delantero. Evitaba mirarlo, concentrándose en los edificios a su alrededor. Esta situación no era lo que había planeado; tenía escrito cada faceta de ella y esta cláusula no estaba en ella, vivir con Izan menos y ahora, necesitaba hablar con Jasiek, temiendo que no pudiera perdonarle lo sucedido y que pensara lo peor de ella, lo conocía lo suficiente y el temor corría por sus venas. 

Piensa en todo lo que no pudo traer consigo, y sus ojos se llenan de lágrimas, sin embargo, decide no soltar ni una delante de Izan. 

Los dos hombres de cabellos largos que tenía frente, la ignoraban por completo. Mira al que parece Thor y sus manos se vuelven un puño, así que comienza a dar patadas a su asiento y también al de Izan. Su cabello rubio está alborotado y sus mejillas rojas, siente como sus brazos arden, agradece tener el vestido con mangas largas.

«Juraría que sentí que me tocó el trasero» pensó con indignación.

— Sigues y te ató de pies también, Alana — le gruñe.

—Izan, por favor, suéltame y déjame hacer una llamada —le rogó con voz entrecortada, sintiendo la mirada fría y verdosa de Izan a través del espejo retrovisor—. Cuando lleguemos, tendrás derecho a una llamada, solo a una. 

Izan río con malicia.

—Eres un desgraciado, ¿lo sabías? Has arruinado mi vida. Todo estaba perfectamente planeado y ahora esto lo echa todo a perder —protestó golpeando  su asiento con frustración de nuevo —, mis vestidos, mis libros, copito…, y mis zapat… — sus lágrimas caen sin poder evitarlo —, ¡no es justo! ¿¡por qué regresaste!? ¿¡por qué!? 

La mano de Izan detiene su pierna y su contacto, suave y áspero de sus grandes manos, lanzan corrientes de electricidad a su cuerpo.

«Dios mío, ¿qué fue eso?», se cuestionó mentalmente, abrumada por la situación

— ¿Arruine tu vida? Ja, más bien te salvo del futuro que te espera. Grita, chilla, todo lo que desees, disfrutaré cada uno, y todo esto es por tu culpa, recuérdalo. Y tú, si has arruinado todos mis planes, todo y, no ando haciendo berrinches. 

Alana guardó silencio y haciendo muecas en su rostro, Izan la observaba detenidamente, consciente de que no caería en sus juegos infantiles.

Minutos después estaba montada en un avión privado, agradece que al menos la dejaran caminar. El vuelo parecía interminable para Alana se encontraba sentada justo al lado del otro, con expresiones de desagrado evidentes en su rostro, Alana mantenía sus brazos cruzados bajo su pecho. Sin embargo, la cercanía quemaba.  

Habían compartido el mismo espacio durante horas, y la tensión entre ellos era palpable. Izan hojeaba una revista con desinterés, tratando de ignorar la presencia de Alana a su lado, había más asientos, claro que sí, era su avión privado, pero tenía la necesidad de molestarla. Su loción se impregnó dentro de la cabina y para él, era exquisito. Mientras tanto, ella miraba fijamente por la ventana, fingiendo estar completamente absorta en las nubes.

De repente, el avión atravesó una zona de turbulencia, sacudiendo la cabina y haciendo que Alana se agarrara del reposabrazos con fuerza, sin embargo, su mano aterrizó sobre la de Izan clavando sus uñas en su piel llena de tinta. Sus ojos viajaron a ver el contraste de ellas juntas y no entendía por qué su corazón golpeaba con esa intensidad, con Jasiek nunca fue de esa manera.  

Alana levanta la mirada y se encuentra con unos ojos verdes llenos de fuego que la observan con intensidad, sus labios rosados parecen invitar al deseo, mientras su barba sugiere caricias tentadoras. Incómoda ante la intensidad de la mirada, aparta rápidamente la vista.

—Te asustas con facilidad. Siempre fuiste una miedosa.

—¿Mira quién habla? El malcriado que le dicen bebé y pedía cuerito siendo un burro viejo —respondió, su tono lleno de desdén y una pizca de satisfacción por haberle devuelto el golpe.

Izan abre sus ojos como platos y mira a Pavel que está justo frente a ellos, este comienza a reír. Sin embargo, una mirada fulminante de Izan bastó para hacer callar a Pavel al instante.

Alana mantuvo su mirada firme, desafiante, mientras enfrentaba a Izan con sus palabras. 

—Eres consciente de que sé muchas cosas sobre ti. No juegues con fuego... —dijo en tono bajo, pero penetrante, dejando claro que no se dejaría.

El avión volvió a atravesar otra zona de turbulencia, sacudiendo la cabina con fuerza. La reacción de Izan no se hizo esperar: soltó un grito involuntario, buscando instintivamente un apoyo, y esta vez su mano terminó posándose en la pierna de Alana.

Alana, empieza a gritarle y aparta su mano.

—¡Eres un pervertido! ¡No vuelvas a tocarme jamás sin mi consentimiento! —le advirtió, con voz firme, su mirada, clavándose en la suya con determinación. 

«Suplicarás dentro de unos meses que te toque, princesa» Joder, Izan. Se reprende él mismo mentalmente.

Aunque su desagrado hacia él seguía siendo palpable, no pudo evitar sentir una chispa de triunfo al verlo desarmado por un momento. Sin esperar su respuesta, Alana se quitó el cinturón de seguridad y se levantó para dirigirse a otro asiento, dejando a Izan atrás. Antes de alejarse por completo, no pudo evitar agregar una última observación.

—Creo que no soy la única que se asusta con facilidad. Eres solo un muñequito de torta, Izan. Todo un farsante envuelto en capas falsas de chico malo.

Izan apretó sus puños con fuerza y tensó su mandíbula.

«Estás muy equivocada, Alana… Por algo, estoy donde estoy, y no por ser un muñequito de torta ni farsante» 

—Solo me tomó por sorpresa.

Izan apartó la mirada, sin querer seguir con la conversación. Un silencio incómodo llenó el espacio entre ellos, solo por el zumbido del avión mientras continuaban su trayecto hacia su destino.

***

El avión descendió suavemente hasta tocar tierra, y Alana miró por la ventana y nada era parecido a lo que había visto. La primavera estaba llegando, y los campos verdes y ondulantes que caracterizan gran parte del paisaje inglés, estaban divididos por setos y cercas de piedra, con pequeños pueblos dispersos entre ellos, con casas de piedra. Un hermoso tapiz de colores en los campos salpicados de flores silvestres, narcisos y margaritas. 

Su corazón latía desbocado mientras sus ojos se llenaban de lágrimas de alegría al contemplar el hermoso paisaje ante él. Era como si el tiempo se hubiera detenido, transportándose de vuelta a los alrededores de la cabaña donde pasó los meses más felices de su infancia. Cada detalle del paisaje resonaba con los recuerdos más preciados. Su padre también invade su mente, y un sentimiento de pesar lo invadió al recordar los momentos en los que no le había dado un abrazo, o cuando, con palabras hirientes, había lastimado a aquel que siempre fue su héroe y lo sigue siendo.  

Cuando el avión finalmente se detuvo en la pista, Alana bajó antes, para no ver a Izan siendo bajado por Pavel. Una parte sentía lástima por él y, no deseaba verlo dependiendo de otro.

Sin tener idea de adónde la estaban llevando, Izan se despojó de su gabardina y le pidió a Pavel que cubriera a Alana con ella. Aunque la primavera estaba haciendo su entrada, el aire aún llevaba un ligero frescor. Alana, sin protestar, se envolvió en el cálido abrigo, sintiendo el reconfortante calor que emanaba de la prenda. Sin darse cuenta, cerró los ojos e inhaló profundamente, captando el suave aroma de la loción de Izan que impregnaba el abrigo.

Izan se giró hacia ella y, la contempló un momento, se perdió entre su piel blanca y su rubio cabello, sus mejillas estaban tornadas de rojo y para él, en ese momento, era de admirar su belleza. 

No pasó mucho tiempo antes de que llegaran a su destino: un puente de roca perfectamente construido daba entrada a un imponente castillo de piedra que se alzaba majestuosamente sobre el paisaje. Era el único en todo el lugar; pequeñas cabañas se extendían a unos metros de distancia, mientras que las altas murallas del castillo banderines ondeaban de color rosado al compás del viento. Al llegar al final del puente, las rejas del castillo se abrieron en un crujido lento, revelando un pasillo iluminado por antorchas que conducía al gran patio. 

La vista era como sacada de un cuento de hadas, y Alana apenas podía ocultar la emoción ante la belleza del lugar.

— Siempre quise un castillo… — susurra, y su mano se posa en su pecho, mira Izan que está a su lado en su silla de ruedas, sus ojos no tiene una pizca de odio. 

— Es tuyo, Alana, siempre estuvo aquí esperando por ti…

— Es… es mío… — Alana, tartamudea, incapaz de evitar sonreír como una niña, mientras sus perlas azules se humedecen ligeramente.

— Sí, ahora abre. 

— No tengo la llave… — responde con un destello de frustración en sus ojos.

 Izan curva sus labios, mirándola a los ojos, con un gesto suave. Su mano viaja hacia los botones de su camisa, Alana sentía su cuerpo temblar y sostuvo su mano, para detenerlo, pero era tarde. La cadena que había estado oculta bajo su ropa brilló con el contraste de la luz en el oro pulido. 

— Siempre ha sido tuyo, aquí tienes la llave. Ese dije de ala, es la llave del castillo.

«Una vez lo fue de mi corazón» piensa con un estallido de rabia que le inunda en ese momento.

— Izan… — su voz apenas es un susurro. 

Alana sostiene la llave entre sus dedos, sintiendo el peso simbólico de la afirmación de Izan. 

—Bienvenida a tu nuevo hogar — remarcó con un tono que rebosa una malévola satisfacción, sus ojos brillan con una mezcla de triunfo —, tu morada de tormento y  lágrimas —. Добро пожаловать в свой ад, принцесса. (Bienvenida a tu infierno, princesa)

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