Ahora que Elio se estaba recuperando de la operación, que el trabajo de los médicos y las oraciones de Carmina y Marla junto a las de Abel habían logrado devolverle la vida, la pelirrubia debía cumplir con su promesa de matrimonio. Jerónimo firmó el documento prenupcial y estuvo de acuerdo con las cláusulas. Un año era tiempo suficiente para él obtener lo que deseaba, ya después lo segundo sería convencer a Marla de entregarle las tierras. Nada le convenía más que deshacerse del anciano y ser él, el único en hacerse cargo de aquella propiedad que llevaba años deseando obtener. Pero si Elio moría, Marla no estaría dispuesta a casarse con él y ese era un lujo que no podía darse el lujo de perder. Aquella mujer lo mantenía ansioso y deseoso de poseerla. Nunca quiso tener a una mujer como deseaba tener a la pelirrubia italo-española. Había no sólo el deseo físico de hacerla suya, sino la obsesión de verla doblegada y a sus pies.—¡Acepto todas las condiciones! —afirmó él y Marla tuvo
La semana transcurrió rápidamente, Elio ya estaba de regreso en la villa, Marla seguía cuidando de él y de su nonna. Jerónimo había contratado a una enfermera para que se hiciera cargo del anciano y liberar de responsabilidades a su prometida; así podría compartir más tiempo junto a la pelirrubia, a pesar de no poder estar sexualmente con ella.Una de las cláusulas estipulaba que hubiera cero contacto sexual entre ellos y que sólo una vez casados, la pelirrubia sería su mujer. Mas, aquella cláusula no fue Marla quien la propuso, sino su amiga; sin embargo, ella pensó que Karla lo había hecho como un gesto de amistad porque conocía el desinterés de la pelirrubia por aquel hombre. No imaginaba que había sido parte de un arranque de celos de su amiga al imaginar que Marla estuviese en brazos del ardiente CEO. Jerónimo también había contratado a la organizadora de la boda, la cual se llevaría a cabo en un mes. Marcella estaba recibiendo la terapia y sus avances eran notorios, Marla est
Marla regresó a la villa, seguía frustrada por la manera en que Abel la desdeñó de su lado. Aunque tratara de entenderlo, le resultaba difícil creer que él no sentía lo mismo por ella. Entró a la pequeña casa, Carmina estaba preparando el almuerzo, se sorprendió al verla llegar tan temprano.—¡Hija, pensé que llegarías luego! —Me desocupé antes. —¿Estabas en casa de ese hombre? —Nonna, debes dejar de referirte a Jerónimo de esa forma. Recuerda que nos está ayudando con lo de la enfermera. —Lo sé, hija, pero no puedo dejar de sentir rabia por ese hombre. Tu abuelo, ni estaría tan triste de no ser por lo de las tierras.—¿Qué dices? Mi nonno ya sabe lo de…—Sí, nos escuchó hablando aquella mañana y se guardó tanto lo que sentía que terminó empeorando su situación. —¡Nonna, tengo que decirte algo muy importante! —¿Qué ocurre Marla? Me preocupa la seriedad con la que me estás hablando.—Es un asunto muy serio, pero prefiero que hablemos sin que la enfermera esté aquí.—
Marla desmontó su caballo a pocos metros de donde estaba Abel, no quería espantar al alazán ni tampoco que el sacerdote terminara huyendo de su realidad. Se arregló el escote del vestido blanco, decorado con flores rojas, se arregló un poco el cabello enmarañado por la brisa y fue hasta donde estaba él. Abel estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se percató de su presencia física, en su mente rondaba la imagen de Marla desde que la vio frente a él confesando aquella verdad. ¿Era su misma verdad? Absolutamente, los demonios parecían haber entrado a su mente, a su cuerpo, a su ser desde que se encontró con ella por primera vez, y cada una de las veces fue mayor la tentación, las ganas de sentir aquellos voluptuosas labios y acariciar su piel. Lo único que en aquellas ocasiones era el hecho de negarse y escudarse en la presencia de quienes por casualidad los rodeaban, mas eso estaba a punto de cambiar, frente a él solo estaba la naturaleza, y a pocos metros, ella la muje
Luego de aquel momento de lujuria y placer nunca antes vivido, Abel se levantó abruptamente, se arregló el pantalón, llenando sus manos de su propio semen ¿Qué he hecho, Dios? Frotó sus manos de su pantalón, mientras se debatía mentalmente; su rostro mostraba desconcierto y confusión. Pasaba las manos por su cabeza y su rostro como queriendo borrar aquella sensación de deseo que aún le recorría por dentro.Marla se sentó en la grama, con la respiración agitada, con los síntomas de la excitación, y las piernas aún temblorosas. Le sujetó la mano, y él bajó el rostro.—No tienes que sentirte de esa manera, ambos lo deseábamos, Abel.—¡No! Yo no quería que esto ocurriera. Yo no vine a este lugar para encontrarte y terminar incumpliendo con mi deber, dejándome arrastrar por el deseo carnal, Marla —el tono de su voz estaba lleno de angustia. Marla se puso de pie, lo sujetó de ambos brazos y lo miró a los ojos:—Abel, desde que yo te vi en el avión, tampoco dejo de pensarte. Esto nunca
—¡Ahhhhh! ¡Ahhh! —gritó desesperada Marla.—Cálmate por favor —dijo él hombre en tono amable; Marla reconoció aquella voz de inmediato, se giró de frente a él y se colgó de su cuello con fuerza.—¡Abel, ayúdame, ayúdame! —suplicó la rubia.—¿Qué te sucede? ¿Por qué estás así? —ella lucía empapada, dejando que la tela del vestido se adhiriera a su silueta y dejando ver con claridad la dureza de sus pezones.—Es Jerónimo, intentó abusar de mí —dijo y se quebró. Abel sintió la sangre hervirle al escuchar aquellas palabras de los labios de la mujer que lo tentó a caer en el pecado y que lo hizo sentir hombre y no un santo.Las luces encendidas del auto, anunciaron la proximidad del depredador. En un acto desesperado por protegerla, Abell la tomó del brazo, la pegó contra la pared, y cubrió su cuerpo con el suyo. Los latidos de la pelirrubia aceleraron al sentir como él presionaba su cuerpo contra el suyo.Él la miró a los ojos, deseaba volver a besarla, las gotas de lluvia caían por
Aquel encuentro sacrílego parecía estar lleno de un intenso deseo contenido y que al abrir la compuerta se desbordaba con fuerza, intensidad y en grandes cantidades. Abel se dejó arrastrar a lo más hondo del deseo, Marla no dejaba de gemir de placer, mientras él entraba y salía de ella, agitado, ansioso, deseoso de seguir estremeciéndola, de escuchar su voz jadeante y sentir la humedad de su vagina lustrando su polla. —¡Así, sí! —gimió ella, usando el papel de la maestra cuyo aprendiz está haciendo su tarea de manera perfecta— ¡Abel, dame más! —él hombre aceleró sus movimientos y sintió como de su miembro brotó todo el fluido contenido en él. Ella gritó de placer obteniendo el orgasmo más intenso que jamás esperó experimentar con un novato. Abel también gruñó al sentir como todo su cuerpo se contraria al expulsar de sí todo su semen. Era como una especie de exorcismo, quizás.Marla sintió como aquel fluido entraba dentro de ella, y como se deslizaba pie sus labios turgentes y s
Luego que la lluvia cesó, Abel pareció regresar a la realidad. La oficina estaba echa un desastre, la ropa de él y de Marla en el piso, el resto de fluidos corporales sobre el escritorio de caoba pulida, en la base del reclinatorio gotas aún de semen, todo era un caos. —Debes vestirte, por favor. Tengo que arreglar todo esto. Pronto amanecerá y tengo una reunión con el cardenal. Marla asintió y junto a él comenzó a recoger la ropa y a ordenar un poco la escena de aquel encuentro. Más de tres horas teniendo sexo, entregados al placer y la lujuria, llenos el uno del otro, con las pieles suaves y brillantes, eran las evidencias de lo tórrido de aquel momento íntimo. En pocos minutos la rubia estaba vestida. Abel en tanto, limpió con un pañuelo húmedo todas las superficies de madera que se veían opacas. —¿Qué haremos? —preguntó ella y él levantó la mirada para verla.—Por ahora necesito que vayas a tu casa, no puedes quedarte aquí, Marla. Eso sería el fin de mi carrera como sacerdo