Luego de aquel momento de lujuria y placer nunca antes vivido, Abel se levantó abruptamente, se arregló el pantalón, llenando sus manos de su propio semen ¿Qué he hecho, Dios? Frotó sus manos de su pantalón, mientras se debatía mentalmente; su rostro mostraba desconcierto y confusión. Pasaba las manos por su cabeza y su rostro como queriendo borrar aquella sensación de deseo que aún le recorría por dentro.Marla se sentó en la grama, con la respiración agitada, con los síntomas de la excitación, y las piernas aún temblorosas. Le sujetó la mano, y él bajó el rostro.—No tienes que sentirte de esa manera, ambos lo deseábamos, Abel.—¡No! Yo no quería que esto ocurriera. Yo no vine a este lugar para encontrarte y terminar incumpliendo con mi deber, dejándome arrastrar por el deseo carnal, Marla —el tono de su voz estaba lleno de angustia. Marla se puso de pie, lo sujetó de ambos brazos y lo miró a los ojos:—Abel, desde que yo te vi en el avión, tampoco dejo de pensarte. Esto nunca
—¡Ahhhhh! ¡Ahhh! —gritó desesperada Marla.—Cálmate por favor —dijo él hombre en tono amable; Marla reconoció aquella voz de inmediato, se giró de frente a él y se colgó de su cuello con fuerza.—¡Abel, ayúdame, ayúdame! —suplicó la rubia.—¿Qué te sucede? ¿Por qué estás así? —ella lucía empapada, dejando que la tela del vestido se adhiriera a su silueta y dejando ver con claridad la dureza de sus pezones.—Es Jerónimo, intentó abusar de mí —dijo y se quebró. Abel sintió la sangre hervirle al escuchar aquellas palabras de los labios de la mujer que lo tentó a caer en el pecado y que lo hizo sentir hombre y no un santo.Las luces encendidas del auto, anunciaron la proximidad del depredador. En un acto desesperado por protegerla, Abell la tomó del brazo, la pegó contra la pared, y cubrió su cuerpo con el suyo. Los latidos de la pelirrubia aceleraron al sentir como él presionaba su cuerpo contra el suyo.Él la miró a los ojos, deseaba volver a besarla, las gotas de lluvia caían por
Aquel encuentro sacrílego parecía estar lleno de un intenso deseo contenido y que al abrir la compuerta se desbordaba con fuerza, intensidad y en grandes cantidades. Abel se dejó arrastrar a lo más hondo del deseo, Marla no dejaba de gemir de placer, mientras él entraba y salía de ella, agitado, ansioso, deseoso de seguir estremeciéndola, de escuchar su voz jadeante y sentir la humedad de su vagina lustrando su polla. —¡Así, sí! —gimió ella, usando el papel de la maestra cuyo aprendiz está haciendo su tarea de manera perfecta— ¡Abel, dame más! —él hombre aceleró sus movimientos y sintió como de su miembro brotó todo el fluido contenido en él. Ella gritó de placer obteniendo el orgasmo más intenso que jamás esperó experimentar con un novato. Abel también gruñó al sentir como todo su cuerpo se contraria al expulsar de sí todo su semen. Era como una especie de exorcismo, quizás.Marla sintió como aquel fluido entraba dentro de ella, y como se deslizaba pie sus labios turgentes y s
Luego que la lluvia cesó, Abel pareció regresar a la realidad. La oficina estaba echa un desastre, la ropa de él y de Marla en el piso, el resto de fluidos corporales sobre el escritorio de caoba pulida, en la base del reclinatorio gotas aún de semen, todo era un caos. —Debes vestirte, por favor. Tengo que arreglar todo esto. Pronto amanecerá y tengo una reunión con el cardenal. Marla asintió y junto a él comenzó a recoger la ropa y a ordenar un poco la escena de aquel encuentro. Más de tres horas teniendo sexo, entregados al placer y la lujuria, llenos el uno del otro, con las pieles suaves y brillantes, eran las evidencias de lo tórrido de aquel momento íntimo. En pocos minutos la rubia estaba vestida. Abel en tanto, limpió con un pañuelo húmedo todas las superficies de madera que se veían opacas. —¿Qué haremos? —preguntó ella y él levantó la mirada para verla.—Por ahora necesito que vayas a tu casa, no puedes quedarte aquí, Marla. Eso sería el fin de mi carrera como sacerdo
Serena llegó esa misma madrugada un poco antes que Abel, aprovechando que su hijo había ido a la villa de su padre, no dudó ni un instante en ir a verse con Jerónimo. Era increíble el poder que él ejercía en ella, una sola palabra y ella corría a sus brazos. En el fondo, ella necesitaba creer que el arrogante y narcisista hombre, la amaba. Se duchó para limpiar el resto de los fluidos de su cuerpo, aquel encuentro revivió en ella los primeros días de su relación, Jerónimo no sólo fue ardiente y apasionado como antes sino que también tuvo detalles especiales con ella. Estaba sorprendida, cuando recibió su llamada, se preparó mentalmente para verlo. Las últimas veces habían estado con él, experimentó un sexo unilateral de sumisión y dominación que dejaba ver claramente el poder físico que el perverso CEO tenía en Serena. Pero, esta vez había sido especial y eso era lo único importante para ella.Como todo ser egoísta y manipulador, al ver que su presa había escapado de su encuentro,
Un mes... Abel tenía un mes para resolver su vida. Para tomar aquella decisión y dejar atrás todo lo que había pasado en su vida desde la llegada de Marla. Los fuertes rumores de la boda entre el CEO y la nieta de Elio Fiorini eran el pan de cada día en cualquier lugar del pueblo. Aquello provocaba una profunda ansiedad en Abel, a pesar de tener en claro que su relación con Marla no era posible, saber que estaría con otro hombre, lo llenaba de celos y dudas. Sólo imaginarla en brazos de Caligari era para él aborrecible. Pero nada podía hacer excepto resignarse a ello.Esa tarde, Abel recibió la inesperada visita de Salvatore, su amigo de infancia y mano derecha de Jerónimo Caligari; al verlo entrar se sorprendió mucho.—¡Mi hermano! —Salvatore lo saludó con efusividad, estrechando su mano. —Siéntate por favor —le ofreció asiento y luego se sentó él— ¿Qué te trae por aquí? —Bueno además de verte y conocer tu oficina, quería informarte que mi jefe me encargó solicitar el permiso
Marla regresó al atelier, tomó su cartera y le indicó a la otra empleada que enviará el vestido a la dirección de Jerónimo Caligari. No podía perder la oportunidad de hablar con Abel, sentía que él a pesar de sus palabras, también deseaba estar con ella. Salió detrás de él, para ver si lograba alcanzarlo, pero nuevamente el parecía haber desaparecido por arte de magia. Si algo tiene Marla es que no se da fácilmente por vencida. Tomó un taxi que la llevara hasta la villa, quizás si salía a montar a caballo podría toparse con él y hablar de lo que ambos sentían el uno por el otro. Minutos después estaba bajando del taxi y caminando hacia la villa de sus nonnos.—Marla, llegaste temprano, pensé que te quedarías con tu prometido. —comentó Carmina al verla entrar. —Jerónimo tuvo que resolver unos asuntos de la empresa, tuve que venirme porque aún tengo un poco de malestar a pesar de que tomé algunos medicamentos. —Ve y descansa, yo prepararé la cena. Por cierto, Elio me pidió que
Marla seguía temblando ahora de frío, su calentura había disminuido, eso sintió Abel al palpar su piel húmeda. La cubrió con la toalla y la llevó hasta su habitación. —Recuéstate un poco, voy a prepararte un té de limón. —dijo él, y ella lo sujetó del brazo.—No te vayas, tengo frío, necesito que me abraces. —Abel exhaló un suspiro, aquello sería un punto de inflexión para él si cedía a la petición de Marla— ¡Por favor! —le suplicó ella, sujetando su mano y apartándose hacia el centro de la cama para dejarle espacio suficiente.Abel se sentó a su lado y ella se refugió entre sus brazos, él frotó sus brazos –los de ella– con sus manos y sintió como la piel de ella se erizaba por completo, mientras en sus adentros rogaba “Padre, dame fuerzas, te lo ruego”.Ella también recorrió con sus manos temblorosas el pecho de Abel, quien al sentir sus dedos finos y suaves se estremeció. Marla subió el rostro, el corazón del sacerdote latía con fuerza, ella podía sentir sus latidos. El pelineg