—Sal mal nacido, sal o la mato ahora mismo. —Salvatore salió con las manos en alto, pidiendo calma al CEO.—No, no te alteres. No pasa nada, Jerónimo. Sólo vine hasta aquí porque seguí a Serena, sabía que vendría a verse contigo. —el CEO gruñó. Aquello coincidía con que la mujer le dijo minutos atrás. El llanto del niño se escuchó, Marla temblaba detrás de los arbustos, sabía que cualquier movimiento que hiciera la dejarían en evidencia y terminaría poniendo en riesgo la vida de su pequeño Elio. —¿Qué es eso? —preguntó Serena. —Calla al niño, Isabella. —gritó desde afuera. Dentro la mujer tomó al niño en brazos tratando de calmarlo, pero el pequeño seguia llorando, ansiosa la chica salió hasta afuera. Al verla tanto Salvatore como Serena se miraron sorprendidos. —No encuentro que hacer, no para de llorar, Jerónimo. —Deja que yo lo cargue Jerónimo —pidió la mujer, y él estuvo a punto de ceder hasta que recordó que ella podía ser la abuela del pequeño.—¡No! —gritó. Aque
—Marla, hija; necesito que vayas al pueblo. No entendí claramente el mensaje de tu abuela, pero sé que hay alguien interesado en desalojarlos de sus propias tierras. —Marla pone los ojos en blanco al escuchar la petición de su madre.Viajar a Tropea, era algo que no sólo no estaba en los planes de Marla, sino algo que no estaba dispuesta a hacer. —No mamá, es mejor contratar a un abogado y que se encargue de todo. —respondió con firmeza.—No seas tan desagradecida, tus abuelos necesitan de tu apoyo ¿Es mucho pedir? — increpó la madre al ver la actitud de su hija. Marla salió de la habitación de su madre, un tanto enojada. ¿Por qué debía ser ella quien se encargara de solucionarle los problemas a su familia? Tomó las llaves del auto, su bolsa, salió del piso y subió a su Volkswagen Rabbit rojo, modelo 2007 que había comprado con su primer año de trabajo en el bufete Castillo. Condujo hasta el café donde aguardaba por ella su amiga Karla.—¡Hola guapa! —Saludó con un beso a cad
—¡Joder! Que me ha pasado con ese gilipollas que parezco un San Bernardo, salivando —se increpa a sí misma. Se mira en el espejo, se arregla el cabello, batiendo con ambas manos su rubia cabellera, se retoca el labial y desabotona dos ojales, dejando que sus pechos se asomen con un par de melones dulces y gustosos a la vista de cualquier ser humano, normal. Regresa a su asiento, pasa por encima de su compañero, quien evita al máximo el mínimo roce con su compañera de vuelo. —Disculpe —se excusa ella, hinchando su pecho para coquetearle al hombre. Mientras ella busca la manera de provocarlo, él toma un folleto de turismo para examinarlo y evitar que su mirada se desvíe hasta las protuberantes montañas que Marla muestra tras el insinuante escote de la blusa de chiffon blanca. Un tanto desconcertada al notar la falta de interés del apuesto hombre, asume que debe tener otras preferencias sexuales, se vira un poco en el asiento y le da la espalda. Durante el trayecto, no vuelve a mira
—¿Tú? —preguntó ella, con asombro. El hombre un tanto nervioso, retiró las manos del cuerpo de la chica que por segunda vez, sentía cerca del suyo.—No fue mi intención, disculpe —dijo, frotando las manos sudadas de su pantalón. Tomó las cosas que Marla dejó caer al piso al echarse para atrás evitando ser arrollada y las colocó de regreso dentro de la bolsa.— Con, con permiso. —respondió torpemente y se alejó de ella.Marla aún estaba perturbada, no podía creer que se hubiera encontrado con aquel extraño nuevamente y que un simple roce de sus manos provocara dentro de ella un vendaval de emociones y fluidos.—Hey! —gritó en voz alta, no había tenido tiempo de reaccionar, ni agradecerle. Pero el hombre no volteó, continuó andando sin detenerse. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué la hacía estremecer de aquel modo? Se pregunta a sí misma.Se acercó a la camioneta, que con gran astucia su nonno había puesto a funcionar nuevamente. La pelirrubia abrió la puerta, colocó sobre el asiento
En su auto, Jerónimo conduce hasta su mansión, no podía sacarse de la mente la imagen de Marla, aquella mujer tenía que ser suya a como diera lugar. Era una especie de potra salvaje que necesitaba ser domada por su amo y él, estaba dispuesto a hacerlo como lo había hecho con otras mujeres, quienes al igual que ella, se mostraban rebeldes.Bajó de su auto, entró a su mansión, dejó las llaves sobre la consola de la entrada. La empleada lo recibió como de costumbre con su caja de habanos. —Buenas tardes, señor. —Gracias Paula. —la mujer asintió.— ¿Alguien vino a verme? —preguntó con curiosidad.—Sí, señor. La señora Coppola está esperando por usted —hizo una pausa— en la biblioteca. —¿Más obras de caridad? —dijo en tono sarcástico, la chica se encogió de hombros y aplanó sus labios. —Imagino señor. —contestó.—Que nadie me moleste, mientras esté ocupado. —advirtió a su empleada.—Como usted diga, señor. —¡Puede retirarse! —le ordenó y la empleada obedeció de inmediato. Je
Abel está en su habitación, terminando de arreglar la ropa. Coloca en los ganchos colgantes la sotana negra, luego la blanca y las estolas ordenadas por color, deja afuera el pantalón y la camisa negra con su cregyman con el que se presentará el día siguiente en la iglesia. Toma el sobre, revisa por enésima vez el oficio donde el Arzobispo le designa como diácono de la capilla de San Rafael. Es inmensa la emoción que siente al ver su deseo finalmente cumplido. Siete años en los estudios eclesiásticos y dos años del doctorado, son para él un gran logro. A pesar de las largas horas de estudio y de insomnio, ahora podía respirar tranquilo y saber que cumplió con la promesa que le hizo a su abuelo materno. Escucha el auto detenerse, se asoma desde la ventana y ve a su madre descendiendo del auto de Salvatore, su amigo de la secundaria. Aquello le sorprende un poco, pero como buen hijo de Dios que es, jamás podría juzgar a su madre, mucho menos sabiendo todo lo que ha hecho para apoya
Luego de que Abel cenó, regresó a su habitación. Se recostó en su cama y comenzó a repasar uno a unos los versículos que emplearía en su primera misa como sacerdote. Estaba exhausto por el viaje, por lo que terminó quedándose dormido con la biblia sobre el pecho. Serena aguardó algunos minutos, escuchó la puerta del cuarto de su hijo cerrarse, tomó su móvil y le regresó la llamada a Jerónimo. El arrogante hombre miró la pantalla y al ver que se trataba de ella, dejó que sonara varias veces. La morena insistió un par de veces más, estaba ansiosa, angustiada y deseosa de ver a su amante. Moría de ganas por correr a sus brazos y entregarse a él, nuevamente. Finalmente le atendió:—Jerónimo, mi amor, disculpa. Olvidé decirte que Abel llegaba hoy, estábamos cenando, por eso no pude atenderte.—¿Eso quiere decir, qué no vendrás esta noche? —su tono de voz era displicente.—Puedo ir si tú me lo pides, pero debo regresar antes de que Abel se dé cuenta. —contestó ella, angustiada.—No pu
Marla despertó esa mañana muy temprano, siempre le ocurría cuando dormía en algún lugar nuevo para ella. A pesar de que siempre iba de visita a la casa de sus abuelos en sus vacaciones de verano, ya habían transcurrido más de ocho años que no los veía. Desde que entró a la universidad para estudiar su carrera de derecho, su vida cambió completamente, dejó de ser la chica risueña y alegre que era. Sólo mantuvo su carácter rebelde y su sueño de ser alguien en la vida. Para ella, la vida debía ser simple, sin muchas complicaciones, un buen trabajo, una casa propia, un auto y viajar. El amor era sólo un efecto colateral de algún encuentro sexual. A sus veintiséis años, seguía soltera, y eso era algo que aterraba a su madre Marcella, pero para Marla no era más que una excusa social para no creerse sola. Quizás se preguntarán que agrió el corazón de una chica con un espíritu tan avasallador, había dos poderosas razones; una, la traición de su novio de la secundaria, Andrés con quien tuv