En su auto, Jerónimo conduce hasta su mansión, no podía sacarse de la mente la imagen de Marla, aquella mujer tenía que ser suya a como diera lugar. Era una especie de potra salvaje que necesitaba ser domada por su amo y él, estaba dispuesto a hacerlo como lo había hecho con otras mujeres, quienes al igual que ella, se mostraban rebeldes.
Bajó de su auto, entró a su mansión, dejó las llaves sobre la consola de la entrada. La empleada lo recibió como de costumbre con su caja de habanos.—Buenas tardes, señor.—Gracias Paula. —la mujer asintió.— ¿Alguien vino a verme? —preguntó con curiosidad.—Sí, señor. La señora Coppola está esperando por usted —hizo una pausa— en la biblioteca.—¿Más obras de caridad? —dijo en tono sarcástico, la chica se encogió de hombros y aplanó sus labios.—Imagino señor. —contestó.—Que nadie me moleste, mientras esté ocupado. —advirtió a su empleada.—Como usted diga, señor.—¡Puede retirarse! —le ordenó y la empleada obedeció de inmediato.Jerónimo encendió su habano y caminó con su usual elegancia hasta la biblioteca. Abrió la puerta encontrándose con una muy agradable escena. Sobre su escritorio, completamente desnuda, lo esperaba la mujer con quien desde hace un año tenía una relación secreta.—Te estoy esperando —dijo ella en tono seductor. Jerónimo sonrió con malicia y comenzó a desvestirse.Desabotó uno a uno los botones de la camisa, luego se quitó el cinturón y de un jalón lo retiró. La mujer se bajó del escritorio, se giró de espaldas a él. Estaba totalmente desnuda, él contempló su cuerpo y sintió el deseo intenso de azotarla. Apagó el habano presionando y frotándolo sobre la cenicera de cristal.Luego deslizó sus dedos largos y gruesos por la espalda de su amante, quien al sentirlo se estremeció por completo.—Me fascina ver como reaccionas al leve contacto de mis dedos. —ella gimió al sentir sus labios cerca de su oido.Dibujó con la yema de sus dedos su columna vertebral hasta llegar a la línea que separaba sus glúteos. A pesar de que la morena tenía unos cuarenta años, su piel era firme y suave. Ella colocó sus manos cruzadas en la espalda y él, la ató de ambas muñecas. Para Jerónimo, el ver lo sumisa que se había convertido su amante, le provocó tedio y aburrimiento. Un hombre como él, necesitaba una mujer ardiente, que lo retara, eso era lo que realmente le excitaba.Aún así, sin tener mucho de donde escoger en ese instante, colocó su mano firme sobre la espalda de su amante y la obligó a inclinarse hacia adelante, haciendo que sus pechos y rostros se adhirieran a la superficie plana del escritorio. Luego con su pie derecho separó las piernas de la mujer, bajó la cremallera de su jeans, tomó su miembro con una de sus manos, lo frotó contra las nalgas de la exuberante mujer, y luego de un solo movimiento la penetró con fuerza, haciéndola suya de forma salvaje.Su falo entró completamente, él enrolló el cinto en su mano y tiró con fuerza, mientras con su otra mano presionó sobre la espalda de la mujer y comenzó a penetrarla con fuerza, como quien jinetea una potra zaina.La morena gemía de placer tras cada movimiento firme y fuerte de su amante. Él en tanto, no dejaba de pensar en la pelirrubia, aquella si era una mujer, piensa y arremete con mayor intensidad contra Serena.—Wow! Que ardiente estás —exclama ella mientras gira su cabeza para encontrarse con la mirada de sus ojos negros profundos, pero los halla cerrados, él no la mira como otras veces, apenas desea lograr su cometido, satisfacerse en ese momento.Serena siente cuando él retira su sexo y deja sus fluidos deslizarse sobre sus nalgas. Desconcertada por el encuentro breve entre ellos, se incorpora. Él desata sus muñecas y ella lo mira con detenimiento.Jerónimo toma una servilleta, se limpia. Arregla su pantalón y respira agitado. Luego toma el habano y lo enciende.—¿Te ocurre algo? —pregunta ella con perspicacia.—¡No! —responde y da una fumada a su habano.—No sé, te noto disperso, como si no estuvieras aquí.—Vamos, mujer. No comiences con tus reclamos. Recuerda que eres mi amante, no mi dueña.—¿Siempre tienes que recordarme eso? —pregunta en tono hostil.—Si no me das más opciones, debo hacerlo.—Jerónimo tenemos un año juntos. ¿Qué de malo tiene que deje de ser sólo tu amante y me convierta en tu mujer?—Exactamente lo acabas de decir, no eres tú quien decide o escoge. Te escogí como mi amante, no como la mujer que quiero a mi lado. Soy yo quien elige.Las palabras de Jerónimo dejan atónita a Serena, quien toma su vestido de encima del sofá y comienza a vestirse apresuradamente pensando que su amante, terminará deteniéndola como lo había hecho otras veces.—Que tengas una feliz noche. —toma su cartera. Jerónimo sonríe y la detiene.—¡Aguarda! —ella traga en seco, sonríe, sabe que él no la dejaría ir, pero que equivocada está. Se voltea hacia él— Dejas esto —él toma la pantie que reposa sobre el escritorio, y se la lanza la prenda con tanta fuerza, que la sobrepasa y cae al suelo.Ella indignada, se agacha, la toma del piso, la mete en su cartera y sale de la biblioteca. Nunca antes se sintió humillada por Jerónimo. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué la trataba de esa manera tan distante y fría?Se topa con la empleada de servicio, quien esperaba verla salir y entregarle una bolsa que lleva días preparando para donar a la iglesia.—Sra Coppola separé algunas cosas para donar a la iglesia. —extiende la mano con la bolsa y la mujer la mira de forma despectiva.—Llévelas usted misma. Yo no tengo tiempo para eso. —responde y abruptamente abre la puerta principal. Pero antes de salir, se tropieza con asistente de Jerónimo, Salvatore Bennini.—¡Serena! —exclama con sorpresa, mas ella lo mira con enojo.—Buenas tardes, Salvatore. —responde parcamente.—¿Desea que la lleve hasta su casa? —le pregunta con un gesto amable. Ella repasa con su mirada de arriba hasta abajo al hombre alto, delgado, de tez caucásica y bien vestido. Serena se queda pensativa por segundos, sabe que Jerónimo le molesta ver que ella converse con sus empleados.—Sí, ¿por qué, no? —responde, ahora muy risueña.El hombre sonríe emocionado. Siempre ha tenido interés en ella desde hace muchos años. Siempre la ha observado y admirado como una mujer trabajadora, pero además de ello, hermosa. Ella en cambio, lo considera como un hombre aburrido con porte de empleado bancario.Sin embargo, debajo de las apariencias siempre puedes encontrar una buena sorpresa y eso, lo descubrirá ella un poco más tarde…Abel está en su habitación, terminando de arreglar la ropa. Coloca en los ganchos colgantes la sotana negra, luego la blanca y las estolas ordenadas por color, deja afuera el pantalón y la camisa negra con su cregyman con el que se presentará el día siguiente en la iglesia. Toma el sobre, revisa por enésima vez el oficio donde el Arzobispo le designa como diácono de la capilla de San Rafael. Es inmensa la emoción que siente al ver su deseo finalmente cumplido. Siete años en los estudios eclesiásticos y dos años del doctorado, son para él un gran logro. A pesar de las largas horas de estudio y de insomnio, ahora podía respirar tranquilo y saber que cumplió con la promesa que le hizo a su abuelo materno. Escucha el auto detenerse, se asoma desde la ventana y ve a su madre descendiendo del auto de Salvatore, su amigo de la secundaria. Aquello le sorprende un poco, pero como buen hijo de Dios que es, jamás podría juzgar a su madre, mucho menos sabiendo todo lo que ha hecho para apoya
Luego de que Abel cenó, regresó a su habitación. Se recostó en su cama y comenzó a repasar uno a unos los versículos que emplearía en su primera misa como sacerdote. Estaba exhausto por el viaje, por lo que terminó quedándose dormido con la biblia sobre el pecho. Serena aguardó algunos minutos, escuchó la puerta del cuarto de su hijo cerrarse, tomó su móvil y le regresó la llamada a Jerónimo. El arrogante hombre miró la pantalla y al ver que se trataba de ella, dejó que sonara varias veces. La morena insistió un par de veces más, estaba ansiosa, angustiada y deseosa de ver a su amante. Moría de ganas por correr a sus brazos y entregarse a él, nuevamente. Finalmente le atendió:—Jerónimo, mi amor, disculpa. Olvidé decirte que Abel llegaba hoy, estábamos cenando, por eso no pude atenderte.—¿Eso quiere decir, qué no vendrás esta noche? —su tono de voz era displicente.—Puedo ir si tú me lo pides, pero debo regresar antes de que Abel se dé cuenta. —contestó ella, angustiada.—No pu
Marla despertó esa mañana muy temprano, siempre le ocurría cuando dormía en algún lugar nuevo para ella. A pesar de que siempre iba de visita a la casa de sus abuelos en sus vacaciones de verano, ya habían transcurrido más de ocho años que no los veía. Desde que entró a la universidad para estudiar su carrera de derecho, su vida cambió completamente, dejó de ser la chica risueña y alegre que era. Sólo mantuvo su carácter rebelde y su sueño de ser alguien en la vida. Para ella, la vida debía ser simple, sin muchas complicaciones, un buen trabajo, una casa propia, un auto y viajar. El amor era sólo un efecto colateral de algún encuentro sexual. A sus veintiséis años, seguía soltera, y eso era algo que aterraba a su madre Marcella, pero para Marla no era más que una excusa social para no creerse sola. Quizás se preguntarán que agrió el corazón de una chica con un espíritu tan avasallador, había dos poderosas razones; una, la traición de su novio de la secundaria, Andrés con quien tuv
Aunque Marla estaba enojada, no podía ocultar el magnetismo que ejercía aquel hombre sobre ella. La pelirrubia se increpó a sí misma “Estás aquí para enfrentarlo, no para que te envuelva”. Él abrió la puerta y la hizo pasar a aquel enorme lugar cuyos estantes estaban repletos de libros, ella se maravilló al ver lo imponente de aquella habitación. —Siéntese, Marla —dijo con amabilidad, tomando por sorpresa a la pelirrubia. ¿Se sabía su nombre? —Vaya, veo que recuerda mi nombre. —comentó. La comisura del lado derecho de sus labios hacia arriba simularon una sonrisa de satisfacción.—Imposible olvidar algo que provenga de usted, su nombre, su rostro. —Jerónimo tomó asiento y entrecruzando los dedos de su mano, le preguntó:— ¿Dime en que puedo servirte? Sería exagerado pensar que la suerte está de mi lado y te trajo hasta aquí. Ante las palabras insinuantes y el tono arrogante de la voz de aquel hombre, Marla recuperó el control de sí misma.—Tiene mucha razón, Sr Caligari, esto n
Abel quedó petrificado cuando vio que se trataba de ella, por razones que él no lograba entender, el destino, la vida, su Dios mismo se empeñaban en ponerlos frente a frente. Marla volvió a repetirle la pregunta:—¿Puedo sentarme? —S-sí, por s-supuesto —tartamudeó él, y ella tomó asiento en la silla que estaba colocada frente a la de él. Abel volvió el rostro hacia el ventanal, la presencia de Marla lo perturbaba, lo hacía sentir cosas que no sólo eran novedosas para él, sino prohibidas. No era correcto que se sintiera de aquella manera al tenerla frente a él.—¿Me recuerdas? —preguntó ella. Abel volvió el rostro hacia ella, asintió y esquivó su mirada.— ¿No te parece mucha casualidad que nos hayamos encontrado tantas veces en tan corto tiempo?—¡No! —contestó él negando con su voz y su cabeza al mismo tiempo.— Tropea es bastante pequeño— dijo buscando una justificación algo absurda, lo cierto era que las probabilidades de que eso ocurriera, eran escasas. Estaban destinados a e
Marla llegó a la casa de sus abuelos con algunas compras para la semana. Lo que había propuesto para su viaje comenzaba a acabársele. No sólo debía permanecer mayor tiempo en tropea para sino pagarle días extras a la encargada de su madre. Colocó las bolsas sobre la mesa, Carmina salió de la habitación al escucharla llegar. —¿Cómo te fue, hija? No he parado de orar desde que saliste a casa de ese demonio. —Marla exhaló un suspiro.—Traje algunas cosas para el almuerzo. ¿Me enseñas a preparar ti salsa especial a la boloñesa? —Claro hija, pero evades mi pregunta. —¿Y el nonno, dónde está? —preguntó mirando el pequeño espacio de la casa. Era tan pequeña comparada a la gigantesca mansión de Jerónimo Caligari. —Salió a dar una vuelta por la villa. —Siéntate nonna, es mejor que te sientes. —la mujer la miró algo nerviosa, por el gesto en el rostro de su nieta, había algo malo que debía contarle. —Marla, me tienes temblando de nervios, ragazza. ¿Qué te ha dicho el malnacido de
Abel logró desocuparse en la parroquia antes de lo previsto. Llegó a su casa justo a la hora de almuerzo. Serena estaba terminando de preparar la comida, cuando escuchó el manojo de llaves y la cerradura de la puerta, rápidamente limpió sus lágrimas, antes de que su hijo entrara.—Bendición, madre.—Dios y todos sus ángeles te protejan, Abel. —el hijo inclinó la cabeza y Serena depositó un beso en su frente.— Siéntate, ya la comida está casi lista. —Iré a lavarme las manos y el rostro. —Serena le mostró una sonrisa. El pelicastaño subió hasta su habitación, dejó la biblia sobre la mesa de noche, besó el crucifijo colgante en el cuadro de Jesús que reposaba sobre la cabecera de su cama, juntó sus manos y oró por quinta vez esa mañana.—Padre, te pido perdón por lo que ocurrió hoy. Soy tu hijo y he tomado este camino para seguir tus enseñanzas, padre. Ayúdame a ser digno de ti y continuar alabándote. —se persignó antes de ir hasta el baño y asearse.Minutos después estaba sentad
Esa tarde, tal y como lo acordaron, Marla y su nonno salieron de paseo por la villa. Fueron hasta el establo donde guardaban los caballos. —Ella es tormenta —dijo Elio, mostrando el hermoso animal a su nieta. —¡Es hermosa, nonno! —Marla acarició el negro pelaje de la yegua, quien al sentir su mano relinchó. —Creo que aún te recuerda. —advirtió el anciano.—Tenía unos doce años —respondió un tanto incrédula.—Marla, los animales recuerdan siempre quien les dio cariño, estoy segura de que tormenta aunque acababa de nacer, sintió tu afecto. Desde que te alejaste de nosotros, he estado amaestrándola para este momento. —la pelirrubia bajó la mirada.—Nonno —dijo antes de dar una excusa, pero Elio la detuvo.—Las razones por las que lo hiciste no importan, lo único importante es que estás de regreso. —Marla sonrió y abrazó a su abuelo— Mejor demos una vuelta. ¿Te parece! —ella asintió emocionada, tal y como lo hizo años atrás cuando salían de paseo. El experto hombre, ensilló am