El parto de Marla es inevitable, por lo que Marcella se ve obligada a llamar a Piero en aquella difícil situación. Minutos después, el médico apareció en el hospital, al verlo Carmina se llenó de enojo. ¿Qué hacía Piero Bellucci en ese lugar?Marcella llevada por la tristeza y el dolor se aferró a Piero, olvidando por completo su realidad y la presencia de su propia madre.—¿Qué haces aquí, Piero? —preguntó la anciana— ¿Acaso pretendes que Angeline venga nuevamente a insultar a mi hija por tu culpa?—¡Basta mamá! Basta… yo le pedí que viniera, él es quien va a ayudar a Marla en él parto.—¿Dónde está mi hija? —preguntó él. Carmina se quedó perpleja al escuchar aquello. Siempre tuvo la sospecha que la relación entre su hija y Piero Bellucci había ido más allá de lo debido. —En el área de parto. —Marcella le contestó angustiada y Piero se encaminó hacia esa zona; mientras Carmina, continuaba armando en su cabeza aquella frase. —¿Marcella, dime la verdad, mi nieta es hija de ese
El cuerpo de Elio fue trasladado hasta la funeraria, Piero acompañó a Marcella para resolver todos los trámites del velorio y la cremación del cadáver. Marla, en tanto, permanecía en la habitación en espera de su pequeño para amamantarlo. Podía notar cierta actitud de enojo en Jerónimo, pero no tenía ni la menor idea de las razones a las que se debía su mal genio.Cuando la enfermera llegó con el niño, el CEO no hizo otra cosa que detallar todo en él, miraba a Marla, mientras esta amamantaba al niño, buscaba algún parecido con ella y no lo encontraba. La rabia y el deseo de venganza estaban latentes en su cabeza. Al día siguiente, Marla salió del hospital con el pequeño en brazos. Jerónimo con la ayuda de la enfermera y un buen incentivo pudo saber que aquel niño cumplía con el tiempo justo de su nacimiento. Eso lo llenó de mucha más ira contra la rubia y aquel hijo bastardo. Su venganza contra ella sería lo suficientemente cruel como para destruirla. Faltaba apenas un poco más de
—Sal mal nacido, sal o la mato ahora mismo. —Salvatore salió con las manos en alto, pidiendo calma al CEO.—No, no te alteres. No pasa nada, Jerónimo. Sólo vine hasta aquí porque seguí a Serena, sabía que vendría a verse contigo. —el CEO gruñó. Aquello coincidía con que la mujer le dijo minutos atrás. El llanto del niño se escuchó, Marla temblaba detrás de los arbustos, sabía que cualquier movimiento que hiciera la dejarían en evidencia y terminaría poniendo en riesgo la vida de su pequeño Elio. —¿Qué es eso? —preguntó Serena. —Calla al niño, Isabella. —gritó desde afuera. Dentro la mujer tomó al niño en brazos tratando de calmarlo, pero el pequeño seguia llorando, ansiosa la chica salió hasta afuera. Al verla tanto Salvatore como Serena se miraron sorprendidos. —No encuentro que hacer, no para de llorar, Jerónimo. —Deja que yo lo cargue Jerónimo —pidió la mujer, y él estuvo a punto de ceder hasta que recordó que ella podía ser la abuela del pequeño.—¡No! —gritó. Aque
—Marla, hija; necesito que vayas al pueblo. No entendí claramente el mensaje de tu abuela, pero sé que hay alguien interesado en desalojarlos de sus propias tierras. —Marla pone los ojos en blanco al escuchar la petición de su madre.Viajar a Tropea, era algo que no sólo no estaba en los planes de Marla, sino algo que no estaba dispuesta a hacer. —No mamá, es mejor contratar a un abogado y que se encargue de todo. —respondió con firmeza.—No seas tan desagradecida, tus abuelos necesitan de tu apoyo ¿Es mucho pedir? — increpó la madre al ver la actitud de su hija. Marla salió de la habitación de su madre, un tanto enojada. ¿Por qué debía ser ella quien se encargara de solucionarle los problemas a su familia? Tomó las llaves del auto, su bolsa, salió del piso y subió a su Volkswagen Rabbit rojo, modelo 2007 que había comprado con su primer año de trabajo en el bufete Castillo. Condujo hasta el café donde aguardaba por ella su amiga Karla.—¡Hola guapa! —Saludó con un beso a cad
—¡Joder! Que me ha pasado con ese gilipollas que parezco un San Bernardo, salivando —se increpa a sí misma. Se mira en el espejo, se arregla el cabello, batiendo con ambas manos su rubia cabellera, se retoca el labial y desabotona dos ojales, dejando que sus pechos se asomen con un par de melones dulces y gustosos a la vista de cualquier ser humano, normal. Regresa a su asiento, pasa por encima de su compañero, quien evita al máximo el mínimo roce con su compañera de vuelo. —Disculpe —se excusa ella, hinchando su pecho para coquetearle al hombre. Mientras ella busca la manera de provocarlo, él toma un folleto de turismo para examinarlo y evitar que su mirada se desvíe hasta las protuberantes montañas que Marla muestra tras el insinuante escote de la blusa de chiffon blanca. Un tanto desconcertada al notar la falta de interés del apuesto hombre, asume que debe tener otras preferencias sexuales, se vira un poco en el asiento y le da la espalda. Durante el trayecto, no vuelve a mira
—¿Tú? —preguntó ella, con asombro. El hombre un tanto nervioso, retiró las manos del cuerpo de la chica que por segunda vez, sentía cerca del suyo.—No fue mi intención, disculpe —dijo, frotando las manos sudadas de su pantalón. Tomó las cosas que Marla dejó caer al piso al echarse para atrás evitando ser arrollada y las colocó de regreso dentro de la bolsa.— Con, con permiso. —respondió torpemente y se alejó de ella.Marla aún estaba perturbada, no podía creer que se hubiera encontrado con aquel extraño nuevamente y que un simple roce de sus manos provocara dentro de ella un vendaval de emociones y fluidos.—Hey! —gritó en voz alta, no había tenido tiempo de reaccionar, ni agradecerle. Pero el hombre no volteó, continuó andando sin detenerse. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué la hacía estremecer de aquel modo? Se pregunta a sí misma.Se acercó a la camioneta, que con gran astucia su nonno había puesto a funcionar nuevamente. La pelirrubia abrió la puerta, colocó sobre el asiento
En su auto, Jerónimo conduce hasta su mansión, no podía sacarse de la mente la imagen de Marla, aquella mujer tenía que ser suya a como diera lugar. Era una especie de potra salvaje que necesitaba ser domada por su amo y él, estaba dispuesto a hacerlo como lo había hecho con otras mujeres, quienes al igual que ella, se mostraban rebeldes.Bajó de su auto, entró a su mansión, dejó las llaves sobre la consola de la entrada. La empleada lo recibió como de costumbre con su caja de habanos. —Buenas tardes, señor. —Gracias Paula. —la mujer asintió.— ¿Alguien vino a verme? —preguntó con curiosidad.—Sí, señor. La señora Coppola está esperando por usted —hizo una pausa— en la biblioteca. —¿Más obras de caridad? —dijo en tono sarcástico, la chica se encogió de hombros y aplanó sus labios. —Imagino señor. —contestó.—Que nadie me moleste, mientras esté ocupado. —advirtió a su empleada.—Como usted diga, señor. —¡Puede retirarse! —le ordenó y la empleada obedeció de inmediato. Je
Abel está en su habitación, terminando de arreglar la ropa. Coloca en los ganchos colgantes la sotana negra, luego la blanca y las estolas ordenadas por color, deja afuera el pantalón y la camisa negra con su cregyman con el que se presentará el día siguiente en la iglesia. Toma el sobre, revisa por enésima vez el oficio donde el Arzobispo le designa como diácono de la capilla de San Rafael. Es inmensa la emoción que siente al ver su deseo finalmente cumplido. Siete años en los estudios eclesiásticos y dos años del doctorado, son para él un gran logro. A pesar de las largas horas de estudio y de insomnio, ahora podía respirar tranquilo y saber que cumplió con la promesa que le hizo a su abuelo materno. Escucha el auto detenerse, se asoma desde la ventana y ve a su madre descendiendo del auto de Salvatore, su amigo de la secundaria. Aquello le sorprende un poco, pero como buen hijo de Dios que es, jamás podría juzgar a su madre, mucho menos sabiendo todo lo que ha hecho para apoya