Abel quedó petrificado cuando vio que se trataba de ella, por razones que él no lograba entender, el destino, la vida, su Dios mismo se empeñaban en ponerlos frente a frente. Marla volvió a repetirle la pregunta:—¿Puedo sentarme? —S-sí, por s-supuesto —tartamudeó él, y ella tomó asiento en la silla que estaba colocada frente a la de él. Abel volvió el rostro hacia el ventanal, la presencia de Marla lo perturbaba, lo hacía sentir cosas que no sólo eran novedosas para él, sino prohibidas. No era correcto que se sintiera de aquella manera al tenerla frente a él.—¿Me recuerdas? —preguntó ella. Abel volvió el rostro hacia ella, asintió y esquivó su mirada.— ¿No te parece mucha casualidad que nos hayamos encontrado tantas veces en tan corto tiempo?—¡No! —contestó él negando con su voz y su cabeza al mismo tiempo.— Tropea es bastante pequeño— dijo buscando una justificación algo absurda, lo cierto era que las probabilidades de que eso ocurriera, eran escasas. Estaban destinados a e
Marla llegó a la casa de sus abuelos con algunas compras para la semana. Lo que había propuesto para su viaje comenzaba a acabársele. No sólo debía permanecer mayor tiempo en tropea para sino pagarle días extras a la encargada de su madre. Colocó las bolsas sobre la mesa, Carmina salió de la habitación al escucharla llegar. —¿Cómo te fue, hija? No he parado de orar desde que saliste a casa de ese demonio. —Marla exhaló un suspiro.—Traje algunas cosas para el almuerzo. ¿Me enseñas a preparar ti salsa especial a la boloñesa? —Claro hija, pero evades mi pregunta. —¿Y el nonno, dónde está? —preguntó mirando el pequeño espacio de la casa. Era tan pequeña comparada a la gigantesca mansión de Jerónimo Caligari. —Salió a dar una vuelta por la villa. —Siéntate nonna, es mejor que te sientes. —la mujer la miró algo nerviosa, por el gesto en el rostro de su nieta, había algo malo que debía contarle. —Marla, me tienes temblando de nervios, ragazza. ¿Qué te ha dicho el malnacido de
Abel logró desocuparse en la parroquia antes de lo previsto. Llegó a su casa justo a la hora de almuerzo. Serena estaba terminando de preparar la comida, cuando escuchó el manojo de llaves y la cerradura de la puerta, rápidamente limpió sus lágrimas, antes de que su hijo entrara.—Bendición, madre.—Dios y todos sus ángeles te protejan, Abel. —el hijo inclinó la cabeza y Serena depositó un beso en su frente.— Siéntate, ya la comida está casi lista. —Iré a lavarme las manos y el rostro. —Serena le mostró una sonrisa. El pelicastaño subió hasta su habitación, dejó la biblia sobre la mesa de noche, besó el crucifijo colgante en el cuadro de Jesús que reposaba sobre la cabecera de su cama, juntó sus manos y oró por quinta vez esa mañana.—Padre, te pido perdón por lo que ocurrió hoy. Soy tu hijo y he tomado este camino para seguir tus enseñanzas, padre. Ayúdame a ser digno de ti y continuar alabándote. —se persignó antes de ir hasta el baño y asearse.Minutos después estaba sentad
Esa tarde, tal y como lo acordaron, Marla y su nonno salieron de paseo por la villa. Fueron hasta el establo donde guardaban los caballos. —Ella es tormenta —dijo Elio, mostrando el hermoso animal a su nieta. —¡Es hermosa, nonno! —Marla acarició el negro pelaje de la yegua, quien al sentir su mano relinchó. —Creo que aún te recuerda. —advirtió el anciano.—Tenía unos doce años —respondió un tanto incrédula.—Marla, los animales recuerdan siempre quien les dio cariño, estoy segura de que tormenta aunque acababa de nacer, sintió tu afecto. Desde que te alejaste de nosotros, he estado amaestrándola para este momento. —la pelirrubia bajó la mirada.—Nonno —dijo antes de dar una excusa, pero Elio la detuvo.—Las razones por las que lo hiciste no importan, lo único importante es que estás de regreso. —Marla sonrió y abrazó a su abuelo— Mejor demos una vuelta. ¿Te parece! —ella asintió emocionada, tal y como lo hizo años atrás cuando salían de paseo. El experto hombre, ensilló am
Abel sintió que las manos comenzaban a temblarle, el discurso de inicio que tanto había preparado desapareció en fracción de segundos de su mente al ver a Marla, por lo que colocó la biblia en el podio y comenzó con la oración del padre nuestro en perfecto latín.Marla sólo permanecía hipnotizada por las sensaciones que emergía de aumentar cuerpo al mirar a Abel, aquel hombre era un ángel, un hombre bueno como los que ella nunca conoció. Pero siempre todo ángel tiene sus demonios internos, y ella no pararía hasta descubrir los suyos.Luego de aquella oración, “et ne nos indúcas in tentatiónem; sed líbera nos a malo. Amen.” Dijo aquella frase con tanta intensidad como su buscase convencerse así mismo de que así lograría apartarse de sus propios deseos y no pecar. Los feligreses estaban entusiasmados con la presencia de Abel y por obvias razones, las mujeres que murmuraban en sus asientos sobre lo apuesto y sensual del nuevo párroco. —Marla, hija. Vamos a tomar la ostia.—Nonna,
Cuando finalmente Abel logró perder de vista a Marla, sintió un profundo alivio dentro de su pecho. Desde aquella mañana que estuvo frente a ella, que vio sus labios húmedos y suaves cerca de sus dedos, su rostro quedó retratado en su memoria como un tatuaje indeleble. Nunca había mirado sus ojos, ni la finura de sus facciones, realmente era una mujer hermosa pero más allá de ello, Abel se sentía envuelto en un hechizo difícil de romper.Desde el momento que el se sentó en el asiento del avión, desde el instante que la sostuvo, hubo dentro de él una rebelión absoluta entre sus convicciones como sacerdote y su instinto como hombre. Constantemente se negaba a ceder a sus instintos, trataba de mantenerse firme y defender a toda costa su vocación sacerdotal, pero lo cierto de todo, es que no lo había conseguido. Durante esos días no hizo otra cosa que orar y leer una y otra vez aquellos versículos que le devolvieran la paz a su alma.Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de s
Marla estaba feliz de poder compartir esa noche junto a su amiga Karla, finalmente tenía con quien desahogarse sin inhibiciones y sin miedos.—Pero eso que me dices es terrible. ¿Qué tipo de hombre es ese que puede engañar a unos ancianos y quitarle lo único que poseen? —la respuesta de la pelirrubia no tardó en llegar.—Jerónimo Caligari el CEO de la ferroviaria más importante de la ciudad.—¡Joder tía! Menudo lío en que estás metida ¿Qué has pensado hacer? —No lo sé, no es fácil la situación en la que ellos están; pero no quiero fallarles como le fallé a mi madre.—Vamos Mar, no puedes seguir con eso. Lo de tu madre fue un accidente, joder.—Si yo hubiese estado con ella no habría ocurrido. No sabes como me arrepiento; tantas veces me pidió que fuera por ella, pero empeñada en cumplir con mi trabajo la dejé sola. ¡Estando aquí me he dado cuenta que nuestros padres y abuelos, son lo más importante que tenemos! —suspiró con pesar.—No puedes pasarte el resto de la vida sintién
Esa tarde después de la partida de Karla, Marla terminó de lavar la losa y fue hasta su habitación para revisar detalladamente la ropa de baño que su amiga había dejado para ella. Se midió un par de bikinis para la ocasión, ambos se ajustaban perfectamente a su cuerpo, se miró al espejo y comenzó a acariciar sus propios pechos imaginando que eran las manos fuertes de Abel. El deseo de tomarse se apoderó de ella, aseguró la puerta para evitar ser interrumpida por su nonna y se acostó en la cama, dejó que su mano se internara entre el bikini y su sexo, frotó sus labios verticales deslizando su mano de arriba hasta abajo, luego con sus dedos índice y anular separó sus labios y con el medio buscó su botón de placer, con movimientos circulares fue haciéndolo endurecer y tornarse firme, cada uno de sus zonas más vulnerables –está confirmado científicamente que el clítoris tiene más de cinco mil terminaciones nerviosas– provocaban sensaciones electrizantes que la hacían estremecer. Pron