Deseo infernal

Cuando finalmente Abel logró perder de vista a Marla, sintió un profundo alivio dentro de su pecho. Desde aquella mañana que estuvo frente a ella, que vio sus labios húmedos y suaves cerca de sus dedos, su rostro quedó retratado en su memoria como un tatuaje indeleble. Nunca había mirado sus ojos, ni la finura de sus facciones, realmente era una mujer hermosa pero más allá de ello, Abel se sentía envuelto en un hechizo difícil de romper.

Desde el momento que el se sentó en el asiento del avión, desde el instante que la sostuvo, hubo dentro de él una rebelión absoluta entre sus convicciones como sacerdote y su instinto como hombre. Constantemente se negaba a ceder a sus instintos, trataba de mantenerse firme y defender a toda costa su vocación sacerdotal, pero lo cierto de todo, es que no lo había conseguido. Durante esos días no hizo otra cosa que orar y leer una y otra vez aquellos versículos que le devolvieran la paz a su alma.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de s
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