Ardiendo por dentro

Abel no lograba conciliar el sueño, dio vueltas en su cama, se sentó y decidió salir fuera de su casa y caminar un poco, no soportaba el ruido en su cabeza, la angustia, las dudas existenciales ¿Había escogido la profesión correcta? ¿Era una tentación demoníaca aquella que lo envolvía? ¿Estaba perdiendo su propia fe? Bajó las escaleras, se dispuso abrir la puerta y vio cuando su madre bajaba de un auto desconocido. Aguardó a que ella descendiera del auto.

—¡Abel! —dijo ella, bajando el rostro, no quería que él notara lo ocurrido.

—¡Madre! Pensé que estabas dormida.

—Se me hizo un poco tarde, ya sabes, Santina conversa demasiado —seguía sin levantar el rostro.— ¿A dónde ibas?

—A dar una vuelta, no logró dormirme. Creo que estoy un poco ansioso por la actividad de mañana.

—No debes preocuparte por ello, Abel. Siempre lo harás bien —ella levantó el rostro y él percibió el hematoma en el lado izquierdo de su rostro.

—¿Madre, qué te ocurrió? —preguntó con asombro.

—No fue nada, hij
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