Celos sin una razón

Ahora que Elio se estaba recuperando de la operación, que el trabajo de los médicos y las oraciones de Carmina y Marla junto a las de Abel habían logrado devolverle la vida, la pelirrubia debía cumplir con su promesa de matrimonio.

Jerónimo firmó el documento prenupcial y estuvo de acuerdo con las cláusulas. Un año era tiempo suficiente para él obtener lo que deseaba, ya después lo segundo sería convencer a Marla de entregarle las tierras. Nada le convenía más que deshacerse del anciano y ser él, el único en hacerse cargo de aquella propiedad que llevaba años deseando obtener.

Pero si Elio moría, Marla no estaría dispuesta a casarse con él y ese era un lujo que no podía darse el lujo de perder. Aquella mujer lo mantenía ansioso y deseoso de poseerla. Nunca quiso tener a una mujer como deseaba tener a la pelirrubia italo-española. Había no sólo el deseo físico de hacerla suya, sino la obsesión de verla doblegada y a sus pies.

—¡Acepto todas las condiciones! —afirmó él y Marla tuvo
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