Evidencias

Luego que la lluvia cesó, Abel pareció regresar a la realidad. La oficina estaba echa un desastre, la ropa de él y de Marla en el piso, el resto de fluidos corporales sobre el escritorio de caoba pulida, en la base del reclinatorio gotas aún de semen, todo era un caos.

—Debes vestirte, por favor. Tengo que arreglar todo esto. Pronto amanecerá y tengo una reunión con el cardenal.

Marla asintió y junto a él comenzó a recoger la ropa y a ordenar un poco la escena de aquel encuentro. Más de tres horas teniendo sexo, entregados al placer y la lujuria, llenos el uno del otro, con las pieles suaves y brillantes, eran las evidencias de lo tórrido de aquel momento íntimo. En pocos minutos la rubia estaba vestida. Abel en tanto, limpió con un pañuelo húmedo todas las superficies de madera que se veían opacas.

—¿Qué haremos? —preguntó ella y él levantó la mirada para verla.

—Por ahora necesito que vayas a tu casa, no puedes quedarte aquí, Marla. Eso sería el fin de mi carrera como sacerdo
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