Autoflagelación

Luego de aquel momento de lujuria y placer nunca antes vivido, Abel se levantó abruptamente, se arregló el pantalón, llenando sus manos de su propio semen ¿Qué he hecho, Dios? Frotó sus manos de su pantalón, mientras se debatía mentalmente; su rostro mostraba desconcierto y confusión. Pasaba las manos por su cabeza y su rostro como queriendo borrar aquella sensación de deseo que aún le recorría por dentro.

Marla se sentó en la grama, con la respiración agitada, con los síntomas de la excitación, y las piernas aún temblorosas. Le sujetó la mano, y él bajó el rostro.

—No tienes que sentirte de esa manera, ambos lo deseábamos, Abel.

—¡No! Yo no quería que esto ocurriera. Yo no vine a este lugar para encontrarte y terminar incumpliendo con mi deber, dejándome arrastrar por el deseo carnal, Marla —el tono de su voz estaba lleno de angustia.

Marla se puso de pie, lo sujetó de ambos brazos y lo miró a los ojos:

—Abel, desde que yo te vi en el avión, tampoco dejo de pensarte. Esto nunca
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