La oscuridad del CEO

Abel logró desocuparse en la parroquia antes de lo previsto. Llegó a su casa justo a la hora de almuerzo. Serena estaba terminando de preparar la comida, cuando escuchó el manojo de llaves y la cerradura de la puerta, rápidamente limpió sus lágrimas, antes de que su hijo entrara.

—Bendición, madre.

—Dios y todos sus ángeles te protejan, Abel. —el hijo inclinó la cabeza y Serena depositó un beso en su frente.— Siéntate, ya la comida está casi lista.

—Iré a lavarme las manos y el rostro. —Serena le mostró una sonrisa.

El pelicastaño subió hasta su habitación, dejó la biblia sobre la mesa de noche, besó el crucifijo colgante en el cuadro de Jesús que reposaba sobre la cabecera de su cama, juntó sus manos y oró por quinta vez esa mañana.

—Padre, te pido perdón por lo que ocurrió hoy. Soy tu hijo y he tomado este camino para seguir tus enseñanzas, padre. Ayúdame a ser digno de ti y continuar alabándote. —se persignó antes de ir hasta el baño y asearse.

Minutos después estaba sentad
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