Amara tomó un sorbo de su cóctel, consciente de las miradas que recibía desde el otro extremo del bar. No era ingenua. Sabía reconocer cuando alguien estaba interesado en ella, pero había algo diferente en la mirada de aquel hombre. Era intensa, cargada de curiosidad, como si estuviera viendo algo que no esperaba encontrar.
—¿Y ese quién es? —preguntó Rosa, sentándose junto a ella y siguiendo la dirección de su mirada.
—Un huésped del hotel —respondió Amara, restándole importancia. Pero su tono traicionó el nerviosismo que sentía.
—Bueno, parece que el huésped no puede apartarte los ojos —dijo Rosa, riendo suavemente—. ¿Qué vas a hacer?
Amara sonrió con ironía. No iba a hacer nada. Había aprendido que los hombres como él no buscaban nada real con mujeres como ella. Para ellos, era una diversión pasajera, un capricho exótico. Pero al mismo tiempo, no podía negar que algo en su mirada la inquietaba.
Al otro lado del bar, Dimitrios sostenía un vaso de whisky, aunque apenas lo había tocado. Por más que intentaba concentrarse en las notas de su próxima reunión, su atención seguía desviándose hacia Amara. Había algo en ella que lo intrigaba. No solo su belleza —aunque eso era innegable—, sino la forma en que parecía dominar el espacio a su alrededor, como si estuviera completamente en control, incluso cuando no intentaba llamar la atención.
Finalmente, sin pensarlo demasiado, Dimitrios se levantó y caminó hacia ella. Amara lo vio acercarse y enderezó la espalda, preparándose para lo que sea que tuviera que decir.
—No sabía que las camareras podían disfrutar del bar como los huéspedes —dijo Dimitrios, con un tono que intentaba ser casual, pero que sonaba más inquisitivo de lo que pretendía.
Amara alzó una ceja.
—No sabía que los huéspedes tenían derecho a comentar sobre lo que hacemos fuera de nuestro horario de trabajo.
La respuesta lo tomó por sorpresa. No estaba acostumbrado a que las mujeres le respondieran con tanta firmeza. Sin embargo, lejos de molestarle, lo encontró refrescante.
—Touché —admitió, levantando su vaso en un gesto de tregua—. ¿Puedo invitarte a una copa?
Amara lo miró, evaluándolo. Sabía que aceptar significaba entrar en un juego que podía ser peligroso, pero algo en su interior le decía que valía la pena arriesgarse, al menos un poco.
—Ya tengo una —respondió, levantando su cóctel—. Pero gracias.
Dimitrios sonrió, un poco desconcertado, pero intrigado. No estaba acostumbrado a que lo rechazaran, y mucho menos de esa manera.
—Eres diferente —dijo, casi para sí mismo.
Amara dejó su copa en la mesa y lo miró directamente a los ojos.
—¿Diferente a qué?
Él vaciló. Había algo en su tono que lo desarmaba, como si cualquier respuesta que diera fuera insuficiente.
—A las personas que conozco —dijo finalmente.
Amara sonrió, pero esta vez no era una sonrisa profesional ni de cortesía. Era una sonrisa que llevaba un desafío implícito.
—Tal vez porque no estás acostumbrado a mirar más allá de la superficie.
Dimitrios sintió como si ella acabara de leerlo como un libro abierto. Estaba acostumbrado a tener el control, a ser quien definía las reglas, pero con Amara todo era diferente. Había una energía en ella que lo empujaba fuera de su zona de confort.
—Puede ser —dijo finalmente, aceptando la derrota con una leve inclinación de la cabeza—. ¿Me darías la oportunidad de demostrar que puedo hacerlo?
Amara lo miró por un momento, sorprendida por su respuesta. No esperaba que alguien como él fuera tan directo.
—Amara, tenemos que irnos. Mañana toca madrugar.
Amara asintió, agradeciendo la interrupción.
—Parece que tendrás que esperar tu oportunidad, señor...
—Kanelos. Dimitrios Kanelos.
—Espera no te Marches aun es temprano te invito una copa.
—Esta bien acepto, Amara fue a la mesa de Rosa y se despidio de ella. Para luego sentarse en la mesa junto a Dimitrios.
La cercanía de Dimitrios la desbordaba, y sus palabras, que ya no eran solo una charla trivial, se convirtieron en algo más. En algo más personal. En algo que los envolvía, mientras la atracción entre ambos crecía en cada palabra no dicha. Un roce de manos, un cruce de miradas. Algo se había encendido. El deseo se había vuelto palpable.
En un impulso, Dimitrios la tomó por la cintura y, sin decir palabra, sus labios encontraron los de ella en un beso. Amara, sorprendida, se dejó llevar por un momento, pero pronto la incomodidad la alcanzó. El beso era demasiado, demasiado rápido, demasiado intenso. Se apartó, respirando agitada, mientras su mente daba vueltas.
— Lo siento, no... — murmuró ella, tratando de ordenar sus pensamientos.
Dimitrios se quedó paralizado, una confusión que reflejaba su rostro. No entendía qué acababa de suceder, ni por qué parecía que ella se arrepentía. De un modo instintivo, se acercó nuevamente, pero esta vez con cautela.
— Amara... — comenzó a decir, pero ella lo interrumpió con una mirada que decía todo.
Sin decir más, ella se alejó rápidamente, saliendo del bar con paso firme, mientras su corazón latía de manera frenética. Las luces del pasillo del hotel parecían parpadear mientras sus pensamientos se agitaban. ¿Qué había sucedido? ¿Qué había hecho él?
El silencio de la habitación de Dimitrios la envolvió cuando despertó, con la piel ardiendo bajo la manta que cubría su cuerpo. Abrió los ojos, sintiendo una pesadez en la cabeza, y fue cuando vio la escena: él, desnudo, descansaba cerca de ella. La confusión la invadió. ¿Cómo había llegado ahí? ¿Qué había pasado entre ellos?
Su respiración se aceleró al recordar el beso. Algo no encajaba. Su mente se fue rápidamente a un lugar oscuro, donde los peores pensamientos emergieron.
— No puede ser... — susurró para sí misma, levantándose rápidamente de la cama.
Dimitrios despertó en ese momento, su rostro reflejaba preocupación.
— Amara, yo... — comenzó a decir, pero ella lo cortó, sin saber si podía confiar en él.
— ¿Qué pasó anoche? — preguntó ella, su voz tensa.
Dimitrios se incorporó lentamente, tratando de calmarla.
— Nada, Amara. Lo único que hice fue traerte aquí porque estabas demasiado borracha para irte sola. No te toqué, te lo juro.
El silencio entre ellos fue espeso, cargado de desconfianza. Amara lo miraba fijamente, sin poder creerle, sin saber qué pensar. La confusión y la vergüenza la empujaron a levantarse y vestirse rápidamente.
— No quiero seguir aquí. — Su voz salió cortante, mientras salía disparada de la habitación.
La puerta cerró con un golpe suave detrás de ella, y Dimitrios, inmóvil, sintió cómo el peso de la situación caía sobre él.
Ambos quedaban marcados por lo que había sucedido, sin saber aún las consecuencias de este encuentro que había alterado la dirección de sus vidas para siempre.
El sol aún no había salido cuando Amara llegó al hotel esa mañana. La rutina diaria siempre comenzaba antes de lo previsto, pero en las últimas semanas, su cuerpo se había acostumbrado a las largas jornadas. Sin embargo, algo había cambiado. Desde aquella noche en el bar, no podía dejar de pensar en Dimitrios. Había algo que lo hacía diferente a los demás huéspedes, algo que desbordaba la distancia profesional que ella siempre mantenía.Esa mañana, mientras se preparaba para comenzar su jornada, un mensaje en su teléfono la hizo detenerse. Era un mensaje de Dimitrios. No podía creerlo, y aunque dudó por un momento, decidió abrirlo.“Amara, te debo una disculpa. Anoche no fue mi intención hacerte sentir incómoda. Si quieres, podemos hablar. Estoy en la terraza.”Amara dejó el teléfono a un lado, su respiración se agitó por un instante. ¿Por qué le pedía disculpas? El beso no había sido la gran tragedia. Lo que realmente la inquietaba era el hecho de que no sabía cómo manejar lo que hab
El sol ya había ascendido lo suficiente para teñir el cielo de un azul suave, y el calor del día empezaba a sentirse en la terraza del hotel. Amara y Dimitrios se encontraban sentados frente a frente, compartiendo un momento que había sido cómodo hasta ahora, pero que pronto tomaría un rumbo inesperado.Dimitrios, que normalmente se mantenía reservado, parecía estar más relajado de lo habitual. Miraba a Amara con una intensidad que casi la hacía sentirse vulnerable. Por alguna razón, algo en su interior le decía que este era el momento adecuado para ser honesto, pero no sabía hasta qué punto su sinceridad sería bien recibida.Amara, por su parte, había empezado a sentirse más cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su estómago le decía que no debía bajar la guardia. Sin embargo, no pudo evitar relajarse un poco, disfrutando del café y la conversación.—¿Sabes, Amara? —dijo finalmente Dimitrios, con un tono pensativo—. Nunca pensé que terminaría compartiendo una mesa con alguien como tú.
Era una noche cálida y estrellada en la costa, y la brisa del mar acariciaba suavemente la piel de aquellos que se encontraban en la terraza del hotel. El bar estaba lleno de huéspedes, pero Amara, por alguna razón, había decidido tomar un descanso en ese lugar. Tal vez era porque la vista del océano la tranquilizaba o tal vez porque necesitaba un respiro, alejarse del trabajo y de todo lo que había pasado en las últimas semanas.Esa noche, llevaba un conjunto blanco que resaltaba su figura: un top ajustado que marcaba cada curva de su torso y unos pantalones de lino que caían delicadamente sobre sus piernas. El blanco acentuaba su piel morena y le daba una luminosidad inusual, como si brillara con luz propia. Cuando entró al bar, muchos de los hombres presentes no pudieron evitar mirarla. Era una mujer que irradiaba confianza, fuerza y sensualidad.Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Dimitrios, su mundo se detuvo por un momento. Él estaba allí, en su habitual lugar, observ
Ya habían pasado dos semanas desde aquella noche en la playa, la noche en la que todo entre ellos cambió. Desde entonces, Amara y Dimitrios se habían visto varias veces, compartiendo momentos de risas y caricias, disfrutando de lo que había nacido entre ellos. Sin embargo, a pesar de la atracción imparable y la química que era innegable, había algo que Amara no podía dejar de sentir: el miedo.A lo largo de estas semanas, ambos se habían acercado más de lo que jamás había imaginado, y la pasión entre ellos se había intensificado. Pero Amara seguía guardando algo en su corazón, algo que no podía compartir con Dimitrios, al menos no aún. Su virginidad.El pensamiento de entregarse completamente a él la asustaba. No era solo el hecho de que nunca había estado con un hombre antes, sino también el miedo a cómo Dimitrios lo tomaría si alguna vez se enteraba. ¿Lo vería como algo “extraño” o como una señal de inmadurez? ¿Se alejaría de ella cuando supiera que, a pesar de la intensidad de su c
Nunca había estado tan cerca de un hombre como lo estaba de Dimitrios. No, no me malinterpreten. Había tenido novios en el pasado, había salido con algunos hombres, pero ninguno había hecho que mi cuerpo reaccionara como lo hacía él. Ninguno había hecho que el aire entre nosotros se volviera tan espeso, tan cargado de promesas sin palabras.Esa noche, no estábamos en el bar ni en la terraza, sino en su habitación del hotel, un lugar privado donde el mundo exterior quedaba atrás. La luz tenue de las lámparas iluminaba su rostro, y podía ver el brillo en sus ojos, un brillo que me hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, más viva que nunca. No había dicho nada. No hacía falta. El silencio entre nosotros era elocuente, lleno de anticipación y deseo.Él estaba allí, mirándome con una intensidad que me desarmaba, y yo no sabía si debía avanzar o retroceder. Quería acercarme, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí me detenía. Las palabras que había dicho antes, sobre no estar lista, aún
Sus caricias me desconcertaban a cada paso que daba creía que me volvería loca, en un momento fugas me denudo completamente y me dejo abierta en la cama. —No te preocupes solo quiero ver en tus ojos cuanto puedes disfrutar.y con esas palabras subió hacia arriba de mi cuerpo besando todo a su paso mis orejas mis, mis labios, mi cuello hasta que por fin llego a mis senos donde se posiciono saboreando primero mi seno izquierdo luego el derecho. tenía la mente en blanco solo me concentraba en lo que me hacía sentir. Luego bajo hasta mi ombligo donde se detuvo un momento acariciando y diciendo unas palabras que no entendía luego bajo hasta mi fruta prohibida ordenando.—Ábrete más para mi bella. Hice lo que decía en automático, empezó a saborear mi vagina a chupar mi clítoris suave pero determinado. Mis gemidos resonaban por toda la habitación pero no me importaba quería más y más ash,ash, si sigue. Llegue pronto al orgasmo, pero él no se detuvo de una vez. Con voz roca dijo. —Ahora me v
Era un día soleado cuando Dimitrios y yo decidimos ir a un restaurante en la ciudad, un lugar tranquilo que me gustaba visitar cuando quería escapar de la rutina. Pero ese día, algo diferente iba a suceder. Mientras llegábamos, escuché un sonido familiar a lo lejos, una risa fuerte, una voz masculina llena de confianza. Cuando vi a quien estaba detrás de esa voz, mi corazón dio un pequeño brinco. Era mi hermano, Jairo.Jairo siempre había sido protector conmigo. A pesar de que éramos muy cercanos, él tenía esa actitud tan típica de los hombres dominicanos, un sentido de pertenencia sobre mi vida, como si fuera su deber velar por mí. Yo siempre me reía de él, pero en el fondo apreciaba su cariño, incluso si a veces era un poco exagerado.Él nos vio casi al instante y, sin dudarlo, se acercó hacia nosotros, con su usual sonrisa de confianza, como si nada pudiera intimidarlo. Me sentí algo incómoda por la situación, sabiendo que él no conocía todavía a Dimitrios de la forma en que yo lo
La noche había caído con todo su esplendor. La brisa cálida del Caribe acariciaba las calles iluminadas de la ciudad, y las luces del club de baile reflejaban colores vivos sobre el piso, creando un ambiente festivo y eléctrico. La música envolvía el lugar, el sonido de la bachata llenaba el aire, haciendo que todos se movieran al ritmo de la sensualidad que solo este género podía evocar.Amara estaba en su elemento. Aunque la situación se había tornado algo tensa por la presencia de Jairo y Dimitrios, había algo liberador en la música. La bachata, como siempre, la había hechizado. Ese ritmo cálido y envolvente la conectaba con sus raíces, con la tierra que la vio nacer. Y cuando Jairo la invitó a bailar, ella no dudó ni un segundo.Él la tomó por la cintura, guiándola con una destreza que solo un verdadero dominicano podía tener. Ella, con su vestido de seda negro que abrazaba su cuerpo como un suspiro, se sintió deslumbrante. El vestido, ligero y fluido, movía con gracia cada vez qu