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Capítulo 2: Cruces y Desafíos

Amara tomó un sorbo de su cóctel, consciente de las miradas que recibía desde el otro extremo del bar. No era ingenua. Sabía reconocer cuando alguien estaba interesado en ella, pero había algo diferente en la mirada de aquel hombre. Era intensa, cargada de curiosidad, como si estuviera viendo algo que no esperaba encontrar.

—¿Y ese quién es? —preguntó Rosa, sentándose junto a ella y siguiendo la dirección de su mirada.

—Un huésped del hotel —respondió Amara, restándole importancia. Pero su tono traicionó el nerviosismo que sentía.

—Bueno, parece que el huésped no puede apartarte los ojos —dijo Rosa, riendo suavemente—. ¿Qué vas a hacer?

Amara sonrió con ironía. No iba a hacer nada. Había aprendido que los hombres como él no buscaban nada real con mujeres como ella. Para ellos, era una diversión pasajera, un capricho exótico. Pero al mismo tiempo, no podía negar que algo en su mirada la inquietaba.

Al otro lado del bar, Dimitrios sostenía un vaso de whisky, aunque apenas lo había tocado. Por más que intentaba concentrarse en las notas de su próxima reunión, su atención seguía desviándose hacia Amara. Había algo en ella que lo intrigaba. No solo su belleza —aunque eso era innegable—, sino la forma en que parecía dominar el espacio a su alrededor, como si estuviera completamente en control, incluso cuando no intentaba llamar la atención.

Finalmente, sin pensarlo demasiado, Dimitrios se levantó y caminó hacia ella. Amara lo vio acercarse y enderezó la espalda, preparándose para lo que sea que tuviera que decir.

—No sabía que las camareras podían disfrutar del bar como los huéspedes —dijo Dimitrios, con un tono que intentaba ser casual, pero que sonaba más inquisitivo de lo que pretendía.

Amara alzó una ceja.

—No sabía que los huéspedes tenían derecho a comentar sobre lo que hacemos fuera de nuestro horario de trabajo.

La respuesta lo tomó por sorpresa. No estaba acostumbrado a que las mujeres le respondieran con tanta firmeza. Sin embargo, lejos de molestarle, lo encontró refrescante.

—Touché —admitió, levantando su vaso en un gesto de tregua—. ¿Puedo invitarte a una copa?

Amara lo miró, evaluándolo. Sabía que aceptar significaba entrar en un juego que podía ser peligroso, pero algo en su interior le decía que valía la pena arriesgarse, al menos un poco.

—Ya tengo una —respondió, levantando su cóctel—. Pero gracias.

Dimitrios sonrió, un poco desconcertado, pero intrigado. No estaba acostumbrado a que lo rechazaran, y mucho menos de esa manera.

—Eres diferente —dijo, casi para sí mismo.

Amara dejó su copa en la mesa y lo miró directamente a los ojos.

—¿Diferente a qué?

Él vaciló. Había algo en su tono que lo desarmaba, como si cualquier respuesta que diera fuera insuficiente.

—A las personas que conozco —dijo finalmente.

Amara sonrió, pero esta vez no era una sonrisa profesional ni de cortesía. Era una sonrisa que llevaba un desafío implícito.

—Tal vez porque no estás acostumbrado a mirar más allá de la superficie.

Dimitrios sintió como si ella acabara de leerlo como un libro abierto. Estaba acostumbrado a tener el control, a ser quien definía las reglas, pero con Amara todo era diferente. Había una energía en ella que lo empujaba fuera de su zona de confort.

—Puede ser —dijo finalmente, aceptando la derrota con una leve inclinación de la cabeza—. ¿Me darías la oportunidad de demostrar que puedo hacerlo?

Amara lo miró por un momento, sorprendida por su respuesta. No esperaba que alguien como él fuera tan directo. 

—Amara, tenemos que irnos. Mañana toca madrugar.

Amara asintió, agradeciendo la interrupción.

—Parece que tendrás que esperar tu oportunidad, señor...

—Kanelos. Dimitrios Kanelos.

—Espera no te Marches aun es temprano te invito una copa.

—Esta bien acepto, Amara fue a la mesa de Rosa y se despidio de ella. Para luego sentarse en la mesa junto a Dimitrios.

La cercanía de Dimitrios la desbordaba, y sus palabras, que ya no eran solo una charla trivial, se convirtieron en algo más. En algo más personal. En algo que los envolvía, mientras la atracción entre ambos crecía en cada palabra no dicha. Un roce de manos, un cruce de miradas. Algo se había encendido. El deseo se había vuelto palpable.

En un impulso, Dimitrios la tomó por la cintura y, sin decir palabra, sus labios encontraron los de ella en un beso. Amara, sorprendida, se dejó llevar por un momento, pero pronto la incomodidad la alcanzó. El beso era demasiado, demasiado rápido, demasiado intenso. Se apartó, respirando agitada, mientras su mente daba vueltas.

— Lo siento, no... — murmuró ella, tratando de ordenar sus pensamientos.

Dimitrios se quedó paralizado, una confusión que reflejaba su rostro. No entendía qué acababa de suceder, ni por qué parecía que ella se arrepentía. De un modo instintivo, se acercó nuevamente, pero esta vez con cautela.

— Amara... — comenzó a decir, pero ella lo interrumpió con una mirada que decía todo.

Sin decir más, ella se alejó rápidamente, saliendo del bar con paso firme, mientras su corazón latía de manera frenética. Las luces del pasillo del hotel parecían parpadear mientras sus pensamientos se agitaban. ¿Qué había sucedido? ¿Qué había hecho él?

El silencio de la habitación de Dimitrios la envolvió cuando despertó, con la piel ardiendo bajo la manta que cubría su cuerpo. Abrió los ojos, sintiendo una pesadez en la cabeza, y fue cuando vio la escena: él, desnudo, descansaba cerca de ella. La confusión la invadió. ¿Cómo había llegado ahí? ¿Qué había pasado entre ellos?

Su respiración se aceleró al recordar el beso. Algo no encajaba. Su mente se fue rápidamente a un lugar oscuro, donde los peores pensamientos emergieron.

— No puede ser... — susurró para sí misma, levantándose rápidamente de la cama.

Dimitrios despertó en ese momento, su rostro reflejaba preocupación.

— Amara, yo... — comenzó a decir, pero ella lo cortó, sin saber si podía confiar en él.

— ¿Qué pasó anoche? — preguntó ella, su voz tensa.

Dimitrios se incorporó lentamente, tratando de calmarla.

— Nada, Amara. Lo único que hice fue traerte aquí porque estabas demasiado borracha para irte sola. No te toqué, te lo juro.

El silencio entre ellos fue espeso, cargado de desconfianza. Amara lo miraba fijamente, sin poder creerle, sin saber qué pensar. La confusión y la vergüenza la empujaron a levantarse y vestirse rápidamente.

— No quiero seguir aquí. — Su voz salió cortante, mientras salía disparada de la habitación.

La puerta cerró con un golpe suave detrás de ella, y Dimitrios, inmóvil, sintió cómo el peso de la situación caía sobre él.

Ambos quedaban marcados por lo que había sucedido, sin saber aún las consecuencias de este encuentro que había alterado la dirección de sus vidas para siempre.

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