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Cautiva en su Mirada
Cautiva en su Mirada
Por: Eridania peña
Capítulo 1: Encuentros en el Paraíso

El restaurante del hotel Reina del Caribe estaba en su hora pico, con mesas llenas de huéspedes disfrutando del almuerzo. Amara, con su uniforme impecable y su porte profesional, se movía de un lado a otro asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Aunque su semblante era sereno, el ajetreo del día la mantenía al límite. Su cabello estaba recogido en un moño alto, dejando al descubierto sus facciones marcadas y una piel que parecía brillar bajo las luces cálidas del lugar.

En una de las mesas más apartadas, Dimitrios Konstantinos esperaba que le sirvieran. Era un hombre de presencia imponente: alto, con un traje perfectamente ajustado que acentuaba su figura atlética. Su rostro serio y sus ojos azules, fríos como el hielo, observaban el menú con un aire distraído. Había llegado al hotel por negocios y no tenía intención de interactuar más de lo necesario.

Amara se acercó a la mesa de Dimitrios con una bandeja en mano, llevando una taza de café recién hecho. Su sonrisa profesional era el reflejo de su compromiso con el trabajo. Sin embargo, cuando estaba a punto de servirle, un camarero que pasaba junto a ella tropezó con una silla, haciendo que Amara perdiera el equilibrio por un instante. El resultado fue inevitable: el café caliente terminó derramado sobre la impecable camisa blanca de Dimitrios.

—¡Dios mío! ¡Lo siento muchísimo! —exclamó Amara, con los ojos muy abiertos y las manos temblorosas mientras buscaba algo para limpiar el desastre.

Dimitrios se levantó de la silla de inmediato, mirando la mancha en su camisa con una expresión de incredulidad y molestia contenida.

—¿Es en serio? —dijo con voz grave, su acento griego cargado de exasperación—. ¿No puedes tener un poco más de cuidado?

Amara levantó la mirada hacia él, sintiendo cómo su irritación la alcanzaba. Sin embargo, no era una mujer que se dejara intimidar fácilmente. Respiró hondo y respondió con tono firme:

—Le he pedido disculpas, señor. Fue un accidente. Estoy segura de que tenemos un excelente servicio de lavandería que podrá encargarse de esto.

Dimitrios entrecerró los ojos, analizándola como si evaluara si la disculpa era genuina o una simple formalidad. Pero antes de que pudiera responder, Amara continuó, esta vez en un tono más desafiante:

—Y, por cierto, no todos los días una camarera tiene que esquivar clientes y servir café al mismo tiempo. Tal vez si fuera un poco más comprensivo...

Él arqueó una ceja, sorprendido por la respuesta. No era común que alguien se le enfrentara de esa manera.

—Comprensivo no quita lo torpe —replicó Dimitrios, cruzando los brazos.

Amara sintió que su sangre hervía. Sin perder la compostura, le respondió en perfecto inglés:

—"Torpe" sería dejar que un incidente como este arruine su día. —Luego, como si quisiera marcar su punto, continuó en griego fluido—: Ίσως όμως δεν έχετε μάθει ακόμη πώς να αντιμετωπίζετε τους ανθρώπους με ευγένεια. (Quizás, sin embargo, aún no ha aprendido a tratar a las personas con amabilidad.)

La reacción de Dimitrios fue inmediata. Sus ojos brillaron con algo que parecía una mezcla de asombro e interés.

—¿Hablas griego? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella.

—Y también francés, italiano y un poco de alemán, por si quiere que se lo repita en otro idioma —contestó Amara con una sonrisa socarrona.

Por un instante, sus miradas se cruzaron, y el aire pareció cargarse de algo más que tensión. Los ojos de Amara, oscuros y profundos, desafiaban los de Dimitrios, que ahora tenían un brillo curioso. Había algo en esa mujer que lo intrigaba, algo que iba más allá del café derramado o de su actitud desafiante.

Finalmente, Dimitrios dejó escapar una leve sonrisa ladeada, aunque su tono seguía siendo serio.

—Espero que su servicio sea tan eficiente como su habilidad con los idiomas. —Y, tras una pausa, añadió—: Asegúrese de que mi camisa esté lista antes de esta noche.

Amara asintió con la cabeza, inclinándose ligeramente hacia él, casi como una burla.

—Por supuesto, señor. Y le prometo que el café estará en la taza la próxima vez.

Cuando Dimitrios se dio la vuelta para marcharse, no pudo evitar mirar por encima del hombro. Amara ya se alejaba, pero su porte decidido y la forma en que caminaba lo dejaron pensativo. Algo le decía que ese encuentro era solo el principio de algo que él aún no podía explicar.

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