El restaurante del hotel Reina del Caribe estaba en su hora pico, con mesas llenas de huéspedes disfrutando del almuerzo. Amara, con su uniforme impecable y su porte profesional, se movía de un lado a otro asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Aunque su semblante era sereno, el ajetreo del día la mantenía al límite. Su cabello estaba recogido en un moño alto, dejando al descubierto sus facciones marcadas y una piel que parecía brillar bajo las luces cálidas del lugar.
En una de las mesas más apartadas, Dimitrios Konstantinos esperaba que le sirvieran. Era un hombre de presencia imponente: alto, con un traje perfectamente ajustado que acentuaba su figura atlética. Su rostro serio y sus ojos azules, fríos como el hielo, observaban el menú con un aire distraído. Había llegado al hotel por negocios y no tenía intención de interactuar más de lo necesario.
Amara se acercó a la mesa de Dimitrios con una bandeja en mano, llevando una taza de café recién hecho. Su sonrisa profesional era el reflejo de su compromiso con el trabajo. Sin embargo, cuando estaba a punto de servirle, un camarero que pasaba junto a ella tropezó con una silla, haciendo que Amara perdiera el equilibrio por un instante. El resultado fue inevitable: el café caliente terminó derramado sobre la impecable camisa blanca de Dimitrios.
—¡Dios mío! ¡Lo siento muchísimo! —exclamó Amara, con los ojos muy abiertos y las manos temblorosas mientras buscaba algo para limpiar el desastre.
Dimitrios se levantó de la silla de inmediato, mirando la mancha en su camisa con una expresión de incredulidad y molestia contenida.
—¿Es en serio? —dijo con voz grave, su acento griego cargado de exasperación—. ¿No puedes tener un poco más de cuidado?
Amara levantó la mirada hacia él, sintiendo cómo su irritación la alcanzaba. Sin embargo, no era una mujer que se dejara intimidar fácilmente. Respiró hondo y respondió con tono firme:
—Le he pedido disculpas, señor. Fue un accidente. Estoy segura de que tenemos un excelente servicio de lavandería que podrá encargarse de esto.
Dimitrios entrecerró los ojos, analizándola como si evaluara si la disculpa era genuina o una simple formalidad. Pero antes de que pudiera responder, Amara continuó, esta vez en un tono más desafiante:
—Y, por cierto, no todos los días una camarera tiene que esquivar clientes y servir café al mismo tiempo. Tal vez si fuera un poco más comprensivo...
Él arqueó una ceja, sorprendido por la respuesta. No era común que alguien se le enfrentara de esa manera.
—Comprensivo no quita lo torpe —replicó Dimitrios, cruzando los brazos.
Amara sintió que su sangre hervía. Sin perder la compostura, le respondió en perfecto inglés:
—"Torpe" sería dejar que un incidente como este arruine su día. —Luego, como si quisiera marcar su punto, continuó en griego fluido—: Ίσως όμως δεν έχετε μάθει ακόμη πώς να αντιμετωπίζετε τους ανθρώπους με ευγένεια. (Quizás, sin embargo, aún no ha aprendido a tratar a las personas con amabilidad.)
La reacción de Dimitrios fue inmediata. Sus ojos brillaron con algo que parecía una mezcla de asombro e interés.
—¿Hablas griego? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Y también francés, italiano y un poco de alemán, por si quiere que se lo repita en otro idioma —contestó Amara con una sonrisa socarrona.
Por un instante, sus miradas se cruzaron, y el aire pareció cargarse de algo más que tensión. Los ojos de Amara, oscuros y profundos, desafiaban los de Dimitrios, que ahora tenían un brillo curioso. Había algo en esa mujer que lo intrigaba, algo que iba más allá del café derramado o de su actitud desafiante.
Finalmente, Dimitrios dejó escapar una leve sonrisa ladeada, aunque su tono seguía siendo serio.
—Espero que su servicio sea tan eficiente como su habilidad con los idiomas. —Y, tras una pausa, añadió—: Asegúrese de que mi camisa esté lista antes de esta noche.
Amara asintió con la cabeza, inclinándose ligeramente hacia él, casi como una burla.
—Por supuesto, señor. Y le prometo que el café estará en la taza la próxima vez.
Cuando Dimitrios se dio la vuelta para marcharse, no pudo evitar mirar por encima del hombro. Amara ya se alejaba, pero su porte decidido y la forma en que caminaba lo dejaron pensativo. Algo le decía que ese encuentro era solo el principio de algo que él aún no podía explicar.
Amara tomó un sorbo de su cóctel, consciente de las miradas que recibía desde el otro extremo del bar. No era ingenua. Sabía reconocer cuando alguien estaba interesado en ella, pero había algo diferente en la mirada de aquel hombre. Era intensa, cargada de curiosidad, como si estuviera viendo algo que no esperaba encontrar.—¿Y ese quién es? —preguntó Rosa, sentándose junto a ella y siguiendo la dirección de su mirada.—Un huésped del hotel —respondió Amara, restándole importancia. Pero su tono traicionó el nerviosismo que sentía.—Bueno, parece que el huésped no puede apartarte los ojos —dijo Rosa, riendo suavemente—. ¿Qué vas a hacer?Amara sonrió con ironía. No iba a hacer nada. Había aprendido que los hombres como él no buscaban nada real con mujeres como ella. Para ellos, era una diversión pasajera, un capricho exótico. Pero al mismo tiempo, no podía negar que algo en su mirada la inquietaba.Al otro lado del bar, Dimitrios sostenía un vaso de whisky, aunque apenas lo había tocad
El sol aún no había salido cuando Amara llegó al hotel esa mañana. La rutina diaria siempre comenzaba antes de lo previsto, pero en las últimas semanas, su cuerpo se había acostumbrado a las largas jornadas. Sin embargo, algo había cambiado. Desde aquella noche en el bar, no podía dejar de pensar en Dimitrios. Había algo que lo hacía diferente a los demás huéspedes, algo que desbordaba la distancia profesional que ella siempre mantenía.Esa mañana, mientras se preparaba para comenzar su jornada, un mensaje en su teléfono la hizo detenerse. Era un mensaje de Dimitrios. No podía creerlo, y aunque dudó por un momento, decidió abrirlo.“Amara, te debo una disculpa. Anoche no fue mi intención hacerte sentir incómoda. Si quieres, podemos hablar. Estoy en la terraza.”Amara dejó el teléfono a un lado, su respiración se agitó por un instante. ¿Por qué le pedía disculpas? El beso no había sido la gran tragedia. Lo que realmente la inquietaba era el hecho de que no sabía cómo manejar lo que hab
El sol ya había ascendido lo suficiente para teñir el cielo de un azul suave, y el calor del día empezaba a sentirse en la terraza del hotel. Amara y Dimitrios se encontraban sentados frente a frente, compartiendo un momento que había sido cómodo hasta ahora, pero que pronto tomaría un rumbo inesperado.Dimitrios, que normalmente se mantenía reservado, parecía estar más relajado de lo habitual. Miraba a Amara con una intensidad que casi la hacía sentirse vulnerable. Por alguna razón, algo en su interior le decía que este era el momento adecuado para ser honesto, pero no sabía hasta qué punto su sinceridad sería bien recibida.Amara, por su parte, había empezado a sentirse más cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su estómago le decía que no debía bajar la guardia. Sin embargo, no pudo evitar relajarse un poco, disfrutando del café y la conversación.—¿Sabes, Amara? —dijo finalmente Dimitrios, con un tono pensativo—. Nunca pensé que terminaría compartiendo una mesa con alguien como tú.
Era una noche cálida y estrellada en la costa, y la brisa del mar acariciaba suavemente la piel de aquellos que se encontraban en la terraza del hotel. El bar estaba lleno de huéspedes, pero Amara, por alguna razón, había decidido tomar un descanso en ese lugar. Tal vez era porque la vista del océano la tranquilizaba o tal vez porque necesitaba un respiro, alejarse del trabajo y de todo lo que había pasado en las últimas semanas.Esa noche, llevaba un conjunto blanco que resaltaba su figura: un top ajustado que marcaba cada curva de su torso y unos pantalones de lino que caían delicadamente sobre sus piernas. El blanco acentuaba su piel morena y le daba una luminosidad inusual, como si brillara con luz propia. Cuando entró al bar, muchos de los hombres presentes no pudieron evitar mirarla. Era una mujer que irradiaba confianza, fuerza y sensualidad.Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Dimitrios, su mundo se detuvo por un momento. Él estaba allí, en su habitual lugar, observ
Ya habían pasado dos semanas desde aquella noche en la playa, la noche en la que todo entre ellos cambió. Desde entonces, Amara y Dimitrios se habían visto varias veces, compartiendo momentos de risas y caricias, disfrutando de lo que había nacido entre ellos. Sin embargo, a pesar de la atracción imparable y la química que era innegable, había algo que Amara no podía dejar de sentir: el miedo.A lo largo de estas semanas, ambos se habían acercado más de lo que jamás había imaginado, y la pasión entre ellos se había intensificado. Pero Amara seguía guardando algo en su corazón, algo que no podía compartir con Dimitrios, al menos no aún. Su virginidad.El pensamiento de entregarse completamente a él la asustaba. No era solo el hecho de que nunca había estado con un hombre antes, sino también el miedo a cómo Dimitrios lo tomaría si alguna vez se enteraba. ¿Lo vería como algo “extraño” o como una señal de inmadurez? ¿Se alejaría de ella cuando supiera que, a pesar de la intensidad de su c
Nunca había estado tan cerca de un hombre como lo estaba de Dimitrios. No, no me malinterpreten. Había tenido novios en el pasado, había salido con algunos hombres, pero ninguno había hecho que mi cuerpo reaccionara como lo hacía él. Ninguno había hecho que el aire entre nosotros se volviera tan espeso, tan cargado de promesas sin palabras.Esa noche, no estábamos en el bar ni en la terraza, sino en su habitación del hotel, un lugar privado donde el mundo exterior quedaba atrás. La luz tenue de las lámparas iluminaba su rostro, y podía ver el brillo en sus ojos, un brillo que me hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, más viva que nunca. No había dicho nada. No hacía falta. El silencio entre nosotros era elocuente, lleno de anticipación y deseo.Él estaba allí, mirándome con una intensidad que me desarmaba, y yo no sabía si debía avanzar o retroceder. Quería acercarme, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí me detenía. Las palabras que había dicho antes, sobre no estar lista, aún
Sus caricias me desconcertaban a cada paso que daba creía que me volvería loca, en un momento fugas me denudo completamente y me dejo abierta en la cama. —No te preocupes solo quiero ver en tus ojos cuanto puedes disfrutar.y con esas palabras subió hacia arriba de mi cuerpo besando todo a su paso mis orejas mis, mis labios, mi cuello hasta que por fin llego a mis senos donde se posiciono saboreando primero mi seno izquierdo luego el derecho. tenía la mente en blanco solo me concentraba en lo que me hacía sentir. Luego bajo hasta mi ombligo donde se detuvo un momento acariciando y diciendo unas palabras que no entendía luego bajo hasta mi fruta prohibida ordenando.—Ábrete más para mi bella. Hice lo que decía en automático, empezó a saborear mi vagina a chupar mi clítoris suave pero determinado. Mis gemidos resonaban por toda la habitación pero no me importaba quería más y más ash,ash, si sigue. Llegue pronto al orgasmo, pero él no se detuvo de una vez. Con voz roca dijo. —Ahora me v
Era un día soleado cuando Dimitrios y yo decidimos ir a un restaurante en la ciudad, un lugar tranquilo que me gustaba visitar cuando quería escapar de la rutina. Pero ese día, algo diferente iba a suceder. Mientras llegábamos, escuché un sonido familiar a lo lejos, una risa fuerte, una voz masculina llena de confianza. Cuando vi a quien estaba detrás de esa voz, mi corazón dio un pequeño brinco. Era mi hermano, Jairo.Jairo siempre había sido protector conmigo. A pesar de que éramos muy cercanos, él tenía esa actitud tan típica de los hombres dominicanos, un sentido de pertenencia sobre mi vida, como si fuera su deber velar por mí. Yo siempre me reía de él, pero en el fondo apreciaba su cariño, incluso si a veces era un poco exagerado.Él nos vio casi al instante y, sin dudarlo, se acercó hacia nosotros, con su usual sonrisa de confianza, como si nada pudiera intimidarlo. Me sentí algo incómoda por la situación, sabiendo que él no conocía todavía a Dimitrios de la forma en que yo lo