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Capítulo 6: El Miedo al Desnudo

Ya habían pasado dos semanas desde aquella noche en la playa, la noche en la que todo entre ellos cambió. Desde entonces, Amara y Dimitrios se habían visto varias veces, compartiendo momentos de risas y caricias, disfrutando de lo que había nacido entre ellos. Sin embargo, a pesar de la atracción imparable y la química que era innegable, había algo que Amara no podía dejar de sentir: el miedo.

A lo largo de estas semanas, ambos se habían acercado más de lo que jamás había imaginado, y la pasión entre ellos se había intensificado. Pero Amara seguía guardando algo en su corazón, algo que no podía compartir con Dimitrios, al menos no aún. Su virginidad.

El pensamiento de entregarse completamente a él la asustaba. No era solo el hecho de que nunca había estado con un hombre antes, sino también el miedo a cómo Dimitrios lo tomaría si alguna vez se enteraba. ¿Lo vería como algo “extraño” o como una señal de inmadurez? ¿Se alejaría de ella cuando supiera que, a pesar de la intensidad de su conexión, no había experimentado la misma libertad física que muchas otras mujeres?

Amara se encontraba sentada en la cama de su habitación, mirando fijamente su reflejo en el espejo, con la mente llena de dudas. Dimitrios la había tocado, la había besado de maneras que la hacían sentir más viva que nunca, pero siempre había una barrera que ella misma había levantado. Cuando estaban juntos, todo lo que quería era perderse en él, pero el miedo siempre aparecía antes de que pudiera dar ese paso.

En ese instante, se escuchó un suave golpeteo en la puerta. Era Dimitrios.

—Amara, ¿puedo entrar? —su voz sonaba cálida, pero había algo en ella que denotaba cierta preocupación.

Amara respiró hondo y se levantó, abriendo la puerta. Dimitrios estaba allí, con una sonrisa que intentaba transmitir seguridad, pero sus ojos mostraban que algo no estaba bien. Había algo en la atmósfera que era diferente esa noche.

—¿Todo bien? —preguntó él, observándola con detenimiento. Amara asintió con una sonrisa ligera, pero su rostro aún mostraba la inquietud que la consumía por dentro.

—Sí, solo… estoy pensando en algunas cosas —respondió ella, sin atreverse a decir la verdad completa.

Dimitrios no era tonto. Había notado la distancia que Amara había mantenido entre ellos durante los últimos días. Había algo que no estaba encajando, y no pensaba seguir ignorándolo.

—¿Hay algo que te preocupa? —su voz era suave, pero firme. Amara titubeó antes de responder. Sabía que si decía algo, todo podría cambiar, pero también sabía que no podía seguir con esta carga sola.

—Dimitrios… —empezó, sus manos sudorosas frotándose nerviosamente—. Hay algo que no te he contado… algo que… me da miedo decirte.

Él frunció el ceño, acercándose a ella de manera que la hizo sentirse más vulnerable aún.

—¿Qué es? —su tono de voz era suave, pero lleno de preocupación. El miedo en los ojos de Amara lo inquietaba, y sentía que necesitaba saber qué la atormentaba.

Amara respiró hondo, luchando contra las palabras que casi no salían de su garganta. Finalmente, con una mezcla de temor y determinación, lo dijo.

—Soy virgen, Dimitrios. Nunca he estado con un hombre. No sé si eso cambiará las cosas entre nosotros, o si te decepcionará, pero… necesito que lo sepas.

Dimitrios la miró fijamente, como si las palabras de Amara no fueran las que él esperaba, pero sí las que necesitaba escuchar. La intensidad de su mirada hizo que Amara sintiera como si todo su ser estuviera expuesto.

Un suspiro profundo escapó de los labios de Dimitrios, y se acercó a ella, tomando sus manos con suavidad.

—Amara, eso no cambia nada —dijo en voz baja, pero con total sinceridad—. No tienes que preocuparte por eso. Lo que más me importa de ti es quién eres, lo que eres, lo que compartimos. No necesito que seas algo más para amarte. Y si no estás lista, está bien. Yo no me iré.

Amara lo miró, y una sensación extraña la invadió. La manera en que Dimitrios había hablado, con tanta calma y sin juicio, la hizo sentir una oleada de alivio. Pero aún había algo en su interior que se resistía.

—No quiero que pienses que soy… diferente o que me falta algo, Dimitrios. Es solo que… me da miedo. No sé qué esperar, ni cómo manejarlo. Quiero estar contigo, pero no sé si estoy lista para dar ese paso.

Dimitrios levantó su mano y tocó suavemente su rostro, deslizándose por su mejilla con ternura.

—Lo importante es que tú estés lista, Amara. No te apures por mí. Lo que más quiero es que te sientas cómoda, segura. No hay prisa. No tengo expectativas, solo quiero que seas tú misma, aquí, conmigo.

Las palabras de Dimitrios la envolvieron como una manta cálida. Amara sintió que la barrera que había levantado dentro de sí misma comenzaba a desmoronarse. La verdad es que tenía miedo, pero también tenía la sensación de que con él podría ser diferente. Dimitrios no la presionaba, no la veía como un objeto, ni como una expectativa que debía cumplir. La veía como la mujer que era, con sus miedos, inseguridades y, sobre todo, con su dignidad intacta.

Amara cerró los ojos un momento, dejándose llevar por la seguridad de sus palabras, y luego los abrió de nuevo, mirando a Dimitrios directamente a los ojos.

—Creo que… estoy lista para intentarlo. —dijo finalmente, su voz firme, aunque el nerviosismo aún se reflejaba en su rostro.

Dimitrios sonrió, su rostro iluminado por la felicidad y el respeto.

—Entonces, no hay nada que temer, Amara. Solo nosotros dos, juntos, sin prisas, sin expectativas. Solo lo que tú y yo queramos.

Y con esa promesa, sus labios se encontraron nuevamente, pero esta vez con una suavidad distinta, llena de comprensión y deseo. Fue un beso que cerró la brecha de inseguridades y abrió las puertas a un futuro donde, por fin, no había más barreras entre ellos.

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