El sol griego se colaba por las persianas de la habitación donde Amara reposaba con Dante en brazos. Dimitrios, de pie junto a la cama, no podía dejar de mirar a su hijo, una mezcla perfecta de ambos. El ambiente era sereno hasta que el sonido estruendoso del timbre rompió la calma.—¡Llegamos! —gritó la voz potente de don Ramón desde la entrada.—¡Ay, Dios mío, pero qué muchacho más lindo! —exclamó doña Carmen, entrando al apartamento con una maleta en una mano y un bolso gigantesco colgando del otro brazo.Amara se rió, intentando no moverse mucho para no despertar a Dante.—Mami, papi, bajen la voz que el niño está durmiendo —susurró.Pero doña Carmen ya estaba junto a la cama, desbordante de emoción.—¡Ay, pero míralo! Ese niño parece un angelito. ¡Y con esos ojitos cerraditos! Ay, mi amor, tú sí hiciste buen trabajo —dijo, pellizcando la mejilla de Amara.Dimitrios, observando la escena, intentó esbozar una sonrisa cuando don Ramón se le acercó con determinación.—¡Dimitrios, much
Después de una semana de convivencia llena de risas, los padres de Dimitrios propusieron que todos se trasladaran a la mansión familiar para quedarse unos días o el tiempo que quisieran, pues también querían disfrutar de Dante. La idea fue recibida con entusiasmo. Los padres de Amara aceptaron encantados, siempre y cuando pudieran tener buena música dominicana y acceso a la cocina. Don Ramón incluso bromeó diciendo:—Si en esa mansión hay espacio para una buena bachata y un mangú bien hecho, entonces estamos hablando.El día de la mudanza fue un espectáculo en sí mismo. Doña Carmen se aseguró de empacar no solo sus pertenencias, sino también sazones, plátanos verdes y hasta un pilón que trajo desde República Dominicana. Don Ramón, por su parte, insistió en cargar él mismo las maletas, aunque Dimitrios ofreció ayuda varias veces.—No, no, muchacho. Estos brazos todavía tienen fuerza —decía mientras levantaba las maletas con evidente esfuerzo.Al llegar a la mansión, quedaron impresiona
El sol brillaba intensamente sobre la mansión de los Kanhelos cuando Irina decidió hacer una visita inesperada. Su intención estaba lejos de ser cordial. Con su porte altivo y una sonrisa apenas disimulada, se presentó en la entrada, decidida a mofarse de Amara y su familia.Al llegar al gran salón, encontró a Amara compartiendo una tarde agradable con sus padres, Don Ramón y Doña Carmen, así como con los padres de Dimitrios. Las risas dominicanas llenaban el aire, junto al aroma de un café recién hecho. Irina avanzó con paso seguro, su mirada recorriendo con desdén a la familia de Amara.—Vaya, qué ambiente más… pintoresco —comentó Irina con sarcasmo, sus ojos deteniéndose en Doña Carmen—. Es interesante ver cómo ciertas personas se adaptan a lugares como este.Doña Carmen levantó la vista de su taza de café, su sonrisa amable intacta, pero sus ojos brillaban con determinación.—¿Perdón? —preguntó, aunque había entendido perfectamente.Irina continuó, con voz dulce pero llena de vene
El restaurante del hotel Reina del Caribe estaba en su hora pico, con mesas llenas de huéspedes disfrutando del almuerzo. Amara, con su uniforme impecable y su porte profesional, se movía de un lado a otro asegurándose de que todo funcionara a la perfección. Aunque su semblante era sereno, el ajetreo del día la mantenía al límite. Su cabello estaba recogido en un moño alto, dejando al descubierto sus facciones marcadas y una piel que parecía brillar bajo las luces cálidas del lugar.En una de las mesas más apartadas, Dimitrios Konstantinos esperaba que le sirvieran. Era un hombre de presencia imponente: alto, con un traje perfectamente ajustado que acentuaba su figura atlética. Su rostro serio y sus ojos azules, fríos como el hielo, observaban el menú con un aire distraído. Había llegado al hotel por negocios y no tenía intención de interactuar más de lo necesario.Amara se acercó a la mesa de Dimitrios con una bandeja en mano, llevando una taza de café recién hecho. Su sonrisa profes
Amara tomó un sorbo de su cóctel, consciente de las miradas que recibía desde el otro extremo del bar. No era ingenua. Sabía reconocer cuando alguien estaba interesado en ella, pero había algo diferente en la mirada de aquel hombre. Era intensa, cargada de curiosidad, como si estuviera viendo algo que no esperaba encontrar.—¿Y ese quién es? —preguntó Rosa, sentándose junto a ella y siguiendo la dirección de su mirada.—Un huésped del hotel —respondió Amara, restándole importancia. Pero su tono traicionó el nerviosismo que sentía.—Bueno, parece que el huésped no puede apartarte los ojos —dijo Rosa, riendo suavemente—. ¿Qué vas a hacer?Amara sonrió con ironía. No iba a hacer nada. Había aprendido que los hombres como él no buscaban nada real con mujeres como ella. Para ellos, era una diversión pasajera, un capricho exótico. Pero al mismo tiempo, no podía negar que algo en su mirada la inquietaba.Al otro lado del bar, Dimitrios sostenía un vaso de whisky, aunque apenas lo había tocad
El sol aún no había salido cuando Amara llegó al hotel esa mañana. La rutina diaria siempre comenzaba antes de lo previsto, pero en las últimas semanas, su cuerpo se había acostumbrado a las largas jornadas. Sin embargo, algo había cambiado. Desde aquella noche en el bar, no podía dejar de pensar en Dimitrios. Había algo que lo hacía diferente a los demás huéspedes, algo que desbordaba la distancia profesional que ella siempre mantenía.Esa mañana, mientras se preparaba para comenzar su jornada, un mensaje en su teléfono la hizo detenerse. Era un mensaje de Dimitrios. No podía creerlo, y aunque dudó por un momento, decidió abrirlo.“Amara, te debo una disculpa. Anoche no fue mi intención hacerte sentir incómoda. Si quieres, podemos hablar. Estoy en la terraza.”Amara dejó el teléfono a un lado, su respiración se agitó por un instante. ¿Por qué le pedía disculpas? El beso no había sido la gran tragedia. Lo que realmente la inquietaba era el hecho de que no sabía cómo manejar lo que hab
El sol ya había ascendido lo suficiente para teñir el cielo de un azul suave, y el calor del día empezaba a sentirse en la terraza del hotel. Amara y Dimitrios se encontraban sentados frente a frente, compartiendo un momento que había sido cómodo hasta ahora, pero que pronto tomaría un rumbo inesperado.Dimitrios, que normalmente se mantenía reservado, parecía estar más relajado de lo habitual. Miraba a Amara con una intensidad que casi la hacía sentirse vulnerable. Por alguna razón, algo en su interior le decía que este era el momento adecuado para ser honesto, pero no sabía hasta qué punto su sinceridad sería bien recibida.Amara, por su parte, había empezado a sentirse más cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su estómago le decía que no debía bajar la guardia. Sin embargo, no pudo evitar relajarse un poco, disfrutando del café y la conversación.—¿Sabes, Amara? —dijo finalmente Dimitrios, con un tono pensativo—. Nunca pensé que terminaría compartiendo una mesa con alguien como tú.
Era una noche cálida y estrellada en la costa, y la brisa del mar acariciaba suavemente la piel de aquellos que se encontraban en la terraza del hotel. El bar estaba lleno de huéspedes, pero Amara, por alguna razón, había decidido tomar un descanso en ese lugar. Tal vez era porque la vista del océano la tranquilizaba o tal vez porque necesitaba un respiro, alejarse del trabajo y de todo lo que había pasado en las últimas semanas.Esa noche, llevaba un conjunto blanco que resaltaba su figura: un top ajustado que marcaba cada curva de su torso y unos pantalones de lino que caían delicadamente sobre sus piernas. El blanco acentuaba su piel morena y le daba una luminosidad inusual, como si brillara con luz propia. Cuando entró al bar, muchos de los hombres presentes no pudieron evitar mirarla. Era una mujer que irradiaba confianza, fuerza y sensualidad.Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Dimitrios, su mundo se detuvo por un momento. Él estaba allí, en su habitual lugar, observ