El sol aún no había salido cuando Amara llegó al hotel esa mañana. La rutina diaria siempre comenzaba antes de lo previsto, pero en las últimas semanas, su cuerpo se había acostumbrado a las largas jornadas. Sin embargo, algo había cambiado. Desde aquella noche en el bar, no podía dejar de pensar en Dimitrios. Había algo que lo hacía diferente a los demás huéspedes, algo que desbordaba la distancia profesional que ella siempre mantenía.
Esa mañana, mientras se preparaba para comenzar su jornada, un mensaje en su teléfono la hizo detenerse. Era un mensaje de Dimitrios. No podía creerlo, y aunque dudó por un momento, decidió abrirlo.
“Amara, te debo una disculpa. Anoche no fue mi intención hacerte sentir incómoda. Si quieres, podemos hablar. Estoy en la terraza.”
Amara dejó el teléfono a un lado, su respiración se agitó por un instante. ¿Por qué le pedía disculpas? El beso no había sido la gran tragedia. Lo que realmente la inquietaba era el hecho de que no sabía cómo manejar lo que había sucedido entre ellos. La confusión la invadía una vez más. Había huido de su habitación esa madrugada, temerosa de lo que pudiera haber ocurrido, pero al mismo tiempo, al despertar, al ver que no había marcas, ni dolor... la respuesta era clara. Nada había pasado, excepto el beso. Un beso que se había sentido como mucho más, pero que, en su análisis más racional, no había cruzado ninguna línea.
Con esos pensamientos en mente, decidió acercarse a la terraza. Necesitaba resolver lo que quedaba entre ellos, aunque no estaba segura de qué era eso exactamente.
Al llegar, lo vio. Dimitrios estaba allí, mirando hacia el horizonte, la brisa jugando con su cabello oscuro. Cuando la vio acercarse, se levantó de inmediato, y su mirada, cargada de sinceridad, la detuvo antes de que pudiera decir algo.
—Amara, siento mucho lo de anoche. No debí… no debí hacerte sentir tan incómoda —dijo, con una suavidad en su voz que no se le conocía. Parecía genuino, como si las palabras le costaran más de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir.
Amara lo observó por un momento. La tensión en sus hombros era palpable, pero, por alguna razón, ella no sentía miedo. Algo en su mirada le transmitía que, efectivamente, no había malas intenciones en él. No tenía ningún dolor, ninguna marca que le hiciera dudar. Solo el beso. Y eso fue todo.
—No fue solo eso. Fue la forma en que todo sucedió. —Amara no podía evitar ser honesta, pero también sabía que no había necesidad de profundizar más. Estaba comenzando a entender que, a pesar de su huida, no había razón para seguir preocupada.
Dimitrios suspiró, su rostro se suavizó y se acercó un paso. Con una mirada que mezclaba arrepentimiento y algo más, dijo:
—Entiendo. Y lo siento. Si hubo un malentendido, fue mi culpa. Solo quería asegurarme de que estuvieras bien… cuando te vi, tan borracha, no sabía qué hacer. Pero ahora veo que eso no fue lo mejor. No debí presionar.
Amara se quedó en silencio, procesando sus palabras. Al final, respiró profundamente y asintió, reconociendo su sinceridad.
—Está bien —respondió finalmente, con un tono que no era frío, pero tampoco cálido. Solo… realista.
Se sentó frente a él, en la mesa que estaba preparada con dos tazas de café, esperando que la conversación fluyera naturalmente. Dimitrios se acomodó también, mientras ambos se sumergían en el silencio que no era incómodo, sino necesario.
—Entonces… ¿cómo seguimos después de esto? —preguntó Dimitrios, rompiendo el silencio con una pregunta tan sencilla pero tan cargada de significado.
Amara lo miró, la mirada más serena que podía reunir. Aquel momento, con el sol comenzando a elevarse y el mar a sus espaldas, parecía la oportunidad perfecta para comenzar a entenderse mejor. Sin expectativas, sin promesas. Solo como dos personas que habían compartido un malentendido y ahora buscaban clarificar las cosas.
—Lo mejor es seguir adelante —dijo Amara, sin evitar el destello de sinceridad que marcaba sus palabras—. No tenemos que hacer de esto algo más grande de lo que es.
Dimitrios la miró, y por un segundo, sus ojos reflejaron una comprensión que él mismo no había anticipado. Estaba dispuesto a aceptar lo que Amara le ofrecía: una conversación, una disculpa y nada más. Nada más, por el momento.
Ambos se sentaron allí, bebiendo su café, sin necesidad de hablar más. Algo entre ellos había cambiado, pero tal vez, solo tal vez, era el primer paso hacia algo nuevo.
El sol ya había ascendido lo suficiente para teñir el cielo de un azul suave, y el calor del día empezaba a sentirse en la terraza del hotel. Amara y Dimitrios se encontraban sentados frente a frente, compartiendo un momento que había sido cómodo hasta ahora, pero que pronto tomaría un rumbo inesperado.Dimitrios, que normalmente se mantenía reservado, parecía estar más relajado de lo habitual. Miraba a Amara con una intensidad que casi la hacía sentirse vulnerable. Por alguna razón, algo en su interior le decía que este era el momento adecuado para ser honesto, pero no sabía hasta qué punto su sinceridad sería bien recibida.Amara, por su parte, había empezado a sentirse más cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su estómago le decía que no debía bajar la guardia. Sin embargo, no pudo evitar relajarse un poco, disfrutando del café y la conversación.—¿Sabes, Amara? —dijo finalmente Dimitrios, con un tono pensativo—. Nunca pensé que terminaría compartiendo una mesa con alguien como tú.
Era una noche cálida y estrellada en la costa, y la brisa del mar acariciaba suavemente la piel de aquellos que se encontraban en la terraza del hotel. El bar estaba lleno de huéspedes, pero Amara, por alguna razón, había decidido tomar un descanso en ese lugar. Tal vez era porque la vista del océano la tranquilizaba o tal vez porque necesitaba un respiro, alejarse del trabajo y de todo lo que había pasado en las últimas semanas.Esa noche, llevaba un conjunto blanco que resaltaba su figura: un top ajustado que marcaba cada curva de su torso y unos pantalones de lino que caían delicadamente sobre sus piernas. El blanco acentuaba su piel morena y le daba una luminosidad inusual, como si brillara con luz propia. Cuando entró al bar, muchos de los hombres presentes no pudieron evitar mirarla. Era una mujer que irradiaba confianza, fuerza y sensualidad.Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Dimitrios, su mundo se detuvo por un momento. Él estaba allí, en su habitual lugar, observ
Ya habían pasado dos semanas desde aquella noche en la playa, la noche en la que todo entre ellos cambió. Desde entonces, Amara y Dimitrios se habían visto varias veces, compartiendo momentos de risas y caricias, disfrutando de lo que había nacido entre ellos. Sin embargo, a pesar de la atracción imparable y la química que era innegable, había algo que Amara no podía dejar de sentir: el miedo.A lo largo de estas semanas, ambos se habían acercado más de lo que jamás había imaginado, y la pasión entre ellos se había intensificado. Pero Amara seguía guardando algo en su corazón, algo que no podía compartir con Dimitrios, al menos no aún. Su virginidad.El pensamiento de entregarse completamente a él la asustaba. No era solo el hecho de que nunca había estado con un hombre antes, sino también el miedo a cómo Dimitrios lo tomaría si alguna vez se enteraba. ¿Lo vería como algo “extraño” o como una señal de inmadurez? ¿Se alejaría de ella cuando supiera que, a pesar de la intensidad de su c
Nunca había estado tan cerca de un hombre como lo estaba de Dimitrios. No, no me malinterpreten. Había tenido novios en el pasado, había salido con algunos hombres, pero ninguno había hecho que mi cuerpo reaccionara como lo hacía él. Ninguno había hecho que el aire entre nosotros se volviera tan espeso, tan cargado de promesas sin palabras.Esa noche, no estábamos en el bar ni en la terraza, sino en su habitación del hotel, un lugar privado donde el mundo exterior quedaba atrás. La luz tenue de las lámparas iluminaba su rostro, y podía ver el brillo en sus ojos, un brillo que me hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, más viva que nunca. No había dicho nada. No hacía falta. El silencio entre nosotros era elocuente, lleno de anticipación y deseo.Él estaba allí, mirándome con una intensidad que me desarmaba, y yo no sabía si debía avanzar o retroceder. Quería acercarme, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí me detenía. Las palabras que había dicho antes, sobre no estar lista, aún
Sus caricias me desconcertaban a cada paso que daba creía que me volvería loca, en un momento fugas me denudo completamente y me dejo abierta en la cama. —No te preocupes solo quiero ver en tus ojos cuanto puedes disfrutar.y con esas palabras subió hacia arriba de mi cuerpo besando todo a su paso mis orejas mis, mis labios, mi cuello hasta que por fin llego a mis senos donde se posiciono saboreando primero mi seno izquierdo luego el derecho. tenía la mente en blanco solo me concentraba en lo que me hacía sentir. Luego bajo hasta mi ombligo donde se detuvo un momento acariciando y diciendo unas palabras que no entendía luego bajo hasta mi fruta prohibida ordenando.—Ábrete más para mi bella. Hice lo que decía en automático, empezó a saborear mi vagina a chupar mi clítoris suave pero determinado. Mis gemidos resonaban por toda la habitación pero no me importaba quería más y más ash,ash, si sigue. Llegue pronto al orgasmo, pero él no se detuvo de una vez. Con voz roca dijo. —Ahora me v
Era un día soleado cuando Dimitrios y yo decidimos ir a un restaurante en la ciudad, un lugar tranquilo que me gustaba visitar cuando quería escapar de la rutina. Pero ese día, algo diferente iba a suceder. Mientras llegábamos, escuché un sonido familiar a lo lejos, una risa fuerte, una voz masculina llena de confianza. Cuando vi a quien estaba detrás de esa voz, mi corazón dio un pequeño brinco. Era mi hermano, Jairo.Jairo siempre había sido protector conmigo. A pesar de que éramos muy cercanos, él tenía esa actitud tan típica de los hombres dominicanos, un sentido de pertenencia sobre mi vida, como si fuera su deber velar por mí. Yo siempre me reía de él, pero en el fondo apreciaba su cariño, incluso si a veces era un poco exagerado.Él nos vio casi al instante y, sin dudarlo, se acercó hacia nosotros, con su usual sonrisa de confianza, como si nada pudiera intimidarlo. Me sentí algo incómoda por la situación, sabiendo que él no conocía todavía a Dimitrios de la forma en que yo lo
La noche había caído con todo su esplendor. La brisa cálida del Caribe acariciaba las calles iluminadas de la ciudad, y las luces del club de baile reflejaban colores vivos sobre el piso, creando un ambiente festivo y eléctrico. La música envolvía el lugar, el sonido de la bachata llenaba el aire, haciendo que todos se movieran al ritmo de la sensualidad que solo este género podía evocar.Amara estaba en su elemento. Aunque la situación se había tornado algo tensa por la presencia de Jairo y Dimitrios, había algo liberador en la música. La bachata, como siempre, la había hechizado. Ese ritmo cálido y envolvente la conectaba con sus raíces, con la tierra que la vio nacer. Y cuando Jairo la invitó a bailar, ella no dudó ni un segundo.Él la tomó por la cintura, guiándola con una destreza que solo un verdadero dominicano podía tener. Ella, con su vestido de seda negro que abrazaba su cuerpo como un suspiro, se sintió deslumbrante. El vestido, ligero y fluido, movía con gracia cada vez qu
La noche había comenzado a enfriarse, y el bullicio del club quedó atrás cuando Amara y Dimitrios salieron hacia el pequeño paseo marítimo. El sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla les dio la bienvenida, mientras la brisa nocturna les acariciaba el rostro. Había algo mágico en este lugar, un espacio apartado del mundo, donde el ruido de la ciudad se desvanecía y solo quedaban ellos dos.Dimitrios había sugerido un paseo, y Amara, sin pensarlo mucho, aceptó. Algo en su presencia la hacía sentirse segura, aunque a veces sus sentimientos eran contradictorios. El ambiente tranquilo de la playa les daba una sensación de libertad, una oportunidad de escapar de las expectativas que los rodeaban. Aquí, en este lugar especial, parecían estar fuera del alcance de los demás.Amara caminaba junto a Dimitrios, sintiendo la arena fría bajo sus pies descalzos. La luz de la luna reflejaba sobre el agua, creando una atmósfera etérea, casi de ensueño. Mientras caminaban en silencio,