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Capítulo 4: Palabras que Duelen

El sol ya había ascendido lo suficiente para teñir el cielo de un azul suave, y el calor del día empezaba a sentirse en la terraza del hotel. Amara y Dimitrios se encontraban sentados frente a frente, compartiendo un momento que había sido cómodo hasta ahora, pero que pronto tomaría un rumbo inesperado.

Dimitrios, que normalmente se mantenía reservado, parecía estar más relajado de lo habitual. Miraba a Amara con una intensidad que casi la hacía sentirse vulnerable. Por alguna razón, algo en su interior le decía que este era el momento adecuado para ser honesto, pero no sabía hasta qué punto su sinceridad sería bien recibida.

Amara, por su parte, había empezado a sentirse más cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su estómago le decía que no debía bajar la guardia. Sin embargo, no pudo evitar relajarse un poco, disfrutando del café y la conversación.

—¿Sabes, Amara? —dijo finalmente Dimitrios, con un tono pensativo—. Nunca pensé que terminaría compartiendo una mesa con alguien como tú.

Amara levantó la vista de su taza, sorprendida por el comentario, pero no dijo nada, esperando que él explicara.

—Me refiero a... —Dimitrios hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Siempre me han atraído las mujeres de mi propio tipo. Mujeres rubias, de ojos claros, con una piel más... clara.

Amara frunció el ceño, sintiendo que algo en su interior se tensaba. No entendía a dónde quería llegar, pero las palabras de Dimitrios no le estaban gustando.

—¿Qué estás tratando de decirme? —preguntó, manteniendo la calma, pero con una creciente incomodidad en su voz.

Dimitrios la miró, sin darse cuenta de lo que acababa de desencadenar.

—Solo que... nunca me había sentido atraído por una mujer de tu tono de piel. Nunca me ha gustado, por decirlo de alguna manera. No es algo personal, solo... lo que he conocido siempre, lo que me ha atraído.

Amara se quedó en silencio por un largo momento. La impresión de sus palabras la dejó sin aliento. No sabía si debía reírse, enfurecerse o simplemente levantarse y marcharse. Pero lo único que pudo hacer fue mirarlo fijamente, como si estuviera viendo a un extraño.

—¿Nunca te había gustado una mujer como yo? —repitió con voz baja, pero firme, las palabras punzando en su interior.

Dimitrios, dándose cuenta de lo que acababa de decir, intentó corregir, pero ya era tarde.

—No quise decir eso. Solo... No me gustan las mujeres con piel oscura, eso es todo. No es que... —su voz se desvaneció, mientras veía cómo Amara se levantaba de la mesa, su rostro ya marcado por la indignación.

—Eso es exactamente lo que acabas de decir —interrumpió Amara, su tono ahora cargado de ira. No podía creer que alguien tan aparentemente sofisticado y educado pudiera ser tan cerrado, tan superficial—. No me importa lo que te atraiga normalmente, Dimitrios. Lo que me molesta es que de alguna manera, sientas que tienes derecho a categorizarme como si fuera menos por el color de mi piel.

Amara dio un paso atrás, y sus ojos brillaron con una mezcla de rabia y decepción.

—¿Sabes qué? Mejor lo dejemos aquí. No tengo tiempo para escuchar tonterías como esa.

Con esos últimos palabras, Amara giró sobre sus talones y se alejó de la mesa, dejándolo allí, con la boca abierta, incapaz de hacer nada más que observar cómo se alejaba.

Dimitrios intentó levantarse, llamarla, pero algo dentro de él le decía que era mejor no seguirla. Sabía que había cruzado una línea que no debía haber tocado. Pero aún no entendía por qué sus palabras la habían herido tanto. ¿Por qué reaccionaba de esa manera?


Pasaron varios días antes de que Amara volviera a cruzarse con Dimitrios. Ella había evitado el restaurante, el bar y cualquier área del hotel donde pudiera encontrarse con él. La humillación de aquella conversación seguía viva en su mente, y no estaba dispuesta a perdonarlo tan fácilmente.

Por otro lado, Dimitrios se sentía inquieto, incapaz de sacar a Amara de su cabeza. La manera en que se había levantado de la mesa, sus palabras cortantes... La había ofendido, pero lo peor era que no sabía cómo enmendarlo. Sentía que había perdido algo importante, algo que no entendía bien, pero que no podía dejar ir.

Una tarde, después de varios días de no verla, se decidió. Dimitrios tenía que hablar con ella, aunque no supiera cómo.

La encontró en el área de servicio del hotel, fuera del radar de los huéspedes, limpiando mesas y organizando las sillas. Amara ni siquiera lo notó cuando se acercó, pero cuando lo hizo, su rostro mostró claramente su desprecio.

—¿Qué quieres, Dimitrios? —preguntó sin mirarlo, como si él fuera invisible.

Dimitrios respiró hondo, sintiendo que la tensión en el aire era palpable.

—Solo quiero disculparme, Amara —dijo con voz grave—. No pensé en lo que estaba diciendo. No quise ofenderte, y entiendo que te haya dolido. Pero quiero que sepas que... no soy esa persona que crees que soy.

Amara lo miró por fin, y en sus ojos había una mezcla de frustración, tristeza y furia.

—¿Sabes, Dimitrios? —dijo con una calma sorprendente—. No me duele tanto lo que dijiste como el hecho de que creas que está bien decirlo. Como si fuera algo que se pueda decir sin consecuencias.

Dimitrios quedó en silencio, sin saber qué decir. Sabía que no podía deshacer lo dicho, pero también entendía que sus palabras no podían ser solo un malentendido.

Amara lo miró una última vez antes de volver a volverse hacia su tarea.

—No quiero verte por un tiempo —dijo, sin levantar la voz—. No sé si algún día podamos superar esto. Pero por ahora, creo que es mejor que sigamos nuestros caminos por separado.

Dimitrios, con el corazón en un nudo, asintió lentamente. No había mucho más que pudiera hacer en ese momento. Se dio la vuelta y se alejó, dejando a Amara con una sensación de vacío que solo el tiempo podría llenar.

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