El sol ya había ascendido lo suficiente para teñir el cielo de un azul suave, y el calor del día empezaba a sentirse en la terraza del hotel. Amara y Dimitrios se encontraban sentados frente a frente, compartiendo un momento que había sido cómodo hasta ahora, pero que pronto tomaría un rumbo inesperado.
Dimitrios, que normalmente se mantenía reservado, parecía estar más relajado de lo habitual. Miraba a Amara con una intensidad que casi la hacía sentirse vulnerable. Por alguna razón, algo en su interior le decía que este era el momento adecuado para ser honesto, pero no sabía hasta qué punto su sinceridad sería bien recibida.
Amara, por su parte, había empezado a sentirse más cómoda, pero al mismo tiempo, algo en su estómago le decía que no debía bajar la guardia. Sin embargo, no pudo evitar relajarse un poco, disfrutando del café y la conversación.
—¿Sabes, Amara? —dijo finalmente Dimitrios, con un tono pensativo—. Nunca pensé que terminaría compartiendo una mesa con alguien como tú.
Amara levantó la vista de su taza, sorprendida por el comentario, pero no dijo nada, esperando que él explicara.
—Me refiero a... —Dimitrios hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Siempre me han atraído las mujeres de mi propio tipo. Mujeres rubias, de ojos claros, con una piel más... clara.
Amara frunció el ceño, sintiendo que algo en su interior se tensaba. No entendía a dónde quería llegar, pero las palabras de Dimitrios no le estaban gustando.
—¿Qué estás tratando de decirme? —preguntó, manteniendo la calma, pero con una creciente incomodidad en su voz.
Dimitrios la miró, sin darse cuenta de lo que acababa de desencadenar.
—Solo que... nunca me había sentido atraído por una mujer de tu tono de piel. Nunca me ha gustado, por decirlo de alguna manera. No es algo personal, solo... lo que he conocido siempre, lo que me ha atraído.
Amara se quedó en silencio por un largo momento. La impresión de sus palabras la dejó sin aliento. No sabía si debía reírse, enfurecerse o simplemente levantarse y marcharse. Pero lo único que pudo hacer fue mirarlo fijamente, como si estuviera viendo a un extraño.
—¿Nunca te había gustado una mujer como yo? —repitió con voz baja, pero firme, las palabras punzando en su interior.
Dimitrios, dándose cuenta de lo que acababa de decir, intentó corregir, pero ya era tarde.
—No quise decir eso. Solo... No me gustan las mujeres con piel oscura, eso es todo. No es que... —su voz se desvaneció, mientras veía cómo Amara se levantaba de la mesa, su rostro ya marcado por la indignación.
—Eso es exactamente lo que acabas de decir —interrumpió Amara, su tono ahora cargado de ira. No podía creer que alguien tan aparentemente sofisticado y educado pudiera ser tan cerrado, tan superficial—. No me importa lo que te atraiga normalmente, Dimitrios. Lo que me molesta es que de alguna manera, sientas que tienes derecho a categorizarme como si fuera menos por el color de mi piel.
Amara dio un paso atrás, y sus ojos brillaron con una mezcla de rabia y decepción.
—¿Sabes qué? Mejor lo dejemos aquí. No tengo tiempo para escuchar tonterías como esa.
Con esos últimos palabras, Amara giró sobre sus talones y se alejó de la mesa, dejándolo allí, con la boca abierta, incapaz de hacer nada más que observar cómo se alejaba.
Dimitrios intentó levantarse, llamarla, pero algo dentro de él le decía que era mejor no seguirla. Sabía que había cruzado una línea que no debía haber tocado. Pero aún no entendía por qué sus palabras la habían herido tanto. ¿Por qué reaccionaba de esa manera?
Pasaron varios días antes de que Amara volviera a cruzarse con Dimitrios. Ella había evitado el restaurante, el bar y cualquier área del hotel donde pudiera encontrarse con él. La humillación de aquella conversación seguía viva en su mente, y no estaba dispuesta a perdonarlo tan fácilmente.
Por otro lado, Dimitrios se sentía inquieto, incapaz de sacar a Amara de su cabeza. La manera en que se había levantado de la mesa, sus palabras cortantes... La había ofendido, pero lo peor era que no sabía cómo enmendarlo. Sentía que había perdido algo importante, algo que no entendía bien, pero que no podía dejar ir.
Una tarde, después de varios días de no verla, se decidió. Dimitrios tenía que hablar con ella, aunque no supiera cómo.
La encontró en el área de servicio del hotel, fuera del radar de los huéspedes, limpiando mesas y organizando las sillas. Amara ni siquiera lo notó cuando se acercó, pero cuando lo hizo, su rostro mostró claramente su desprecio.
—¿Qué quieres, Dimitrios? —preguntó sin mirarlo, como si él fuera invisible.
Dimitrios respiró hondo, sintiendo que la tensión en el aire era palpable.
—Solo quiero disculparme, Amara —dijo con voz grave—. No pensé en lo que estaba diciendo. No quise ofenderte, y entiendo que te haya dolido. Pero quiero que sepas que... no soy esa persona que crees que soy.
Amara lo miró por fin, y en sus ojos había una mezcla de frustración, tristeza y furia.
—¿Sabes, Dimitrios? —dijo con una calma sorprendente—. No me duele tanto lo que dijiste como el hecho de que creas que está bien decirlo. Como si fuera algo que se pueda decir sin consecuencias.
Dimitrios quedó en silencio, sin saber qué decir. Sabía que no podía deshacer lo dicho, pero también entendía que sus palabras no podían ser solo un malentendido.
Amara lo miró una última vez antes de volver a volverse hacia su tarea.
—No quiero verte por un tiempo —dijo, sin levantar la voz—. No sé si algún día podamos superar esto. Pero por ahora, creo que es mejor que sigamos nuestros caminos por separado.
Dimitrios, con el corazón en un nudo, asintió lentamente. No había mucho más que pudiera hacer en ese momento. Se dio la vuelta y se alejó, dejando a Amara con una sensación de vacío que solo el tiempo podría llenar.
Era una noche cálida y estrellada en la costa, y la brisa del mar acariciaba suavemente la piel de aquellos que se encontraban en la terraza del hotel. El bar estaba lleno de huéspedes, pero Amara, por alguna razón, había decidido tomar un descanso en ese lugar. Tal vez era porque la vista del océano la tranquilizaba o tal vez porque necesitaba un respiro, alejarse del trabajo y de todo lo que había pasado en las últimas semanas.Esa noche, llevaba un conjunto blanco que resaltaba su figura: un top ajustado que marcaba cada curva de su torso y unos pantalones de lino que caían delicadamente sobre sus piernas. El blanco acentuaba su piel morena y le daba una luminosidad inusual, como si brillara con luz propia. Cuando entró al bar, muchos de los hombres presentes no pudieron evitar mirarla. Era una mujer que irradiaba confianza, fuerza y sensualidad.Pero cuando sus ojos se encontraron con los de Dimitrios, su mundo se detuvo por un momento. Él estaba allí, en su habitual lugar, observ
Ya habían pasado dos semanas desde aquella noche en la playa, la noche en la que todo entre ellos cambió. Desde entonces, Amara y Dimitrios se habían visto varias veces, compartiendo momentos de risas y caricias, disfrutando de lo que había nacido entre ellos. Sin embargo, a pesar de la atracción imparable y la química que era innegable, había algo que Amara no podía dejar de sentir: el miedo.A lo largo de estas semanas, ambos se habían acercado más de lo que jamás había imaginado, y la pasión entre ellos se había intensificado. Pero Amara seguía guardando algo en su corazón, algo que no podía compartir con Dimitrios, al menos no aún. Su virginidad.El pensamiento de entregarse completamente a él la asustaba. No era solo el hecho de que nunca había estado con un hombre antes, sino también el miedo a cómo Dimitrios lo tomaría si alguna vez se enteraba. ¿Lo vería como algo “extraño” o como una señal de inmadurez? ¿Se alejaría de ella cuando supiera que, a pesar de la intensidad de su c
Nunca había estado tan cerca de un hombre como lo estaba de Dimitrios. No, no me malinterpreten. Había tenido novios en el pasado, había salido con algunos hombres, pero ninguno había hecho que mi cuerpo reaccionara como lo hacía él. Ninguno había hecho que el aire entre nosotros se volviera tan espeso, tan cargado de promesas sin palabras.Esa noche, no estábamos en el bar ni en la terraza, sino en su habitación del hotel, un lugar privado donde el mundo exterior quedaba atrás. La luz tenue de las lámparas iluminaba su rostro, y podía ver el brillo en sus ojos, un brillo que me hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, más viva que nunca. No había dicho nada. No hacía falta. El silencio entre nosotros era elocuente, lleno de anticipación y deseo.Él estaba allí, mirándome con una intensidad que me desarmaba, y yo no sabía si debía avanzar o retroceder. Quería acercarme, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí me detenía. Las palabras que había dicho antes, sobre no estar lista, aún
Sus caricias me desconcertaban a cada paso que daba creía que me volvería loca, en un momento fugas me denudo completamente y me dejo abierta en la cama. —No te preocupes solo quiero ver en tus ojos cuanto puedes disfrutar.y con esas palabras subió hacia arriba de mi cuerpo besando todo a su paso mis orejas mis, mis labios, mi cuello hasta que por fin llego a mis senos donde se posiciono saboreando primero mi seno izquierdo luego el derecho. tenía la mente en blanco solo me concentraba en lo que me hacía sentir. Luego bajo hasta mi ombligo donde se detuvo un momento acariciando y diciendo unas palabras que no entendía luego bajo hasta mi fruta prohibida ordenando.—Ábrete más para mi bella. Hice lo que decía en automático, empezó a saborear mi vagina a chupar mi clítoris suave pero determinado. Mis gemidos resonaban por toda la habitación pero no me importaba quería más y más ash,ash, si sigue. Llegue pronto al orgasmo, pero él no se detuvo de una vez. Con voz roca dijo. —Ahora me v
Era un día soleado cuando Dimitrios y yo decidimos ir a un restaurante en la ciudad, un lugar tranquilo que me gustaba visitar cuando quería escapar de la rutina. Pero ese día, algo diferente iba a suceder. Mientras llegábamos, escuché un sonido familiar a lo lejos, una risa fuerte, una voz masculina llena de confianza. Cuando vi a quien estaba detrás de esa voz, mi corazón dio un pequeño brinco. Era mi hermano, Jairo.Jairo siempre había sido protector conmigo. A pesar de que éramos muy cercanos, él tenía esa actitud tan típica de los hombres dominicanos, un sentido de pertenencia sobre mi vida, como si fuera su deber velar por mí. Yo siempre me reía de él, pero en el fondo apreciaba su cariño, incluso si a veces era un poco exagerado.Él nos vio casi al instante y, sin dudarlo, se acercó hacia nosotros, con su usual sonrisa de confianza, como si nada pudiera intimidarlo. Me sentí algo incómoda por la situación, sabiendo que él no conocía todavía a Dimitrios de la forma en que yo lo
La noche había caído con todo su esplendor. La brisa cálida del Caribe acariciaba las calles iluminadas de la ciudad, y las luces del club de baile reflejaban colores vivos sobre el piso, creando un ambiente festivo y eléctrico. La música envolvía el lugar, el sonido de la bachata llenaba el aire, haciendo que todos se movieran al ritmo de la sensualidad que solo este género podía evocar.Amara estaba en su elemento. Aunque la situación se había tornado algo tensa por la presencia de Jairo y Dimitrios, había algo liberador en la música. La bachata, como siempre, la había hechizado. Ese ritmo cálido y envolvente la conectaba con sus raíces, con la tierra que la vio nacer. Y cuando Jairo la invitó a bailar, ella no dudó ni un segundo.Él la tomó por la cintura, guiándola con una destreza que solo un verdadero dominicano podía tener. Ella, con su vestido de seda negro que abrazaba su cuerpo como un suspiro, se sintió deslumbrante. El vestido, ligero y fluido, movía con gracia cada vez qu
La noche había comenzado a enfriarse, y el bullicio del club quedó atrás cuando Amara y Dimitrios salieron hacia el pequeño paseo marítimo. El sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla les dio la bienvenida, mientras la brisa nocturna les acariciaba el rostro. Había algo mágico en este lugar, un espacio apartado del mundo, donde el ruido de la ciudad se desvanecía y solo quedaban ellos dos.Dimitrios había sugerido un paseo, y Amara, sin pensarlo mucho, aceptó. Algo en su presencia la hacía sentirse segura, aunque a veces sus sentimientos eran contradictorios. El ambiente tranquilo de la playa les daba una sensación de libertad, una oportunidad de escapar de las expectativas que los rodeaban. Aquí, en este lugar especial, parecían estar fuera del alcance de los demás.Amara caminaba junto a Dimitrios, sintiendo la arena fría bajo sus pies descalzos. La luz de la luna reflejaba sobre el agua, creando una atmósfera etérea, casi de ensueño. Mientras caminaban en silencio,
Amara despertó temprano, como de costumbre. El sonido del despertador la sacó del sueño profundo, y se estiró lentamente, preparándose para enfrentar un nuevo día en su vida de rutina. A pesar de lo que había sucedido en la playa, la noche de baile y el beso con Dimitrios, su vida seguía adelante. Tenía obligaciones, un trabajo que la mantenía ocupada, y la universidad que la demandaba más que nunca. La tesis estaba casi lista, y la presión por terminar su carrera la mantenía centrada en el futuro, en todo lo que aún quedaba por hacer.El hotel era su mundo habitual: las mañanas llenas de tareas, los turnos de camarera, los huéspedes que iban y venían, y su compañero de trabajo, Jairo, siempre dispuesto a hacerla reír. El lugar estaba en constante movimiento, pero a Amara le gustaba la rutina, la previsibilidad, aunque sabía que algo en su interior comenzaba a cambiar. Desde la noche en que bailó con Dimitrios, algo en su corazón latía de una manera diferente.Sin embargo, Dimitrios h