Decir que estoy mal sería minimizarlo, casi una burla a lo que en realidad siento. No estoy bien. No estoy siquiera cerca de estarlo. Han pasado horas desde que leí la carta de Ween, y sin embargo, sigo aquí, sentada en el borde de mi cama, releyendo esas palabras como si alguna vez fueran a cambiar, como si por arte de magia todo fuera a tener otro sentido. Pero no cambia. Cada letra, cada frase, cada confesión, me atraviesa una y otra vez como un puñal oxidado que no se cansa de desgarrarme. Quizás espero descubrir algún error, un fallo que me permita seguir creyendo que todo fue una coincidencia cruel del destino. O tal vez, en el fondo, solo quiero convencerme de que es real, por más que duela.Ween no tendría motivos para mentirme sobre algo así. Y cuando empiezo a unir las piezas, todo encaja de una forma tan retorcida que me eriza la piel.Las pistas siempre estuvieron ahí, solo que yo no supe verlas.Fue Ween quien insistió en llevarnos al bar esa noche. Ella me empujó a beber
—¿Vas a quedarte en silencio? —mi voz se rompe. No como un cristal estrellado contra el suelo. No. Se rompe como algo mucho más frágil. Como el corazón de alguien que creyó, amó… y está a punto de perderse en su propia desilusión.Pero Damon no dice nada. Solo está ahí, como una estatua tallada en piedra, como si el silencio fuera su escudo.—¿Eso es todo lo que tienes? —siseo, apretando los puños—. ¿Ni siquiera vas a darme una mentira reconfortante? ¿Una excusa patética? ¿Una maldita sonrisa que me haga dudar de nuevo?Nada.Su silencio es un abismo, uno en el que me estoy cayendo sin remedio. La rabia y la tristeza se arremolinan como un huracán en mi pecho. ¿Qué es peor? ¿Saber que me tendió una trampa o que no tiene el valor de decírmelo a la cara?No soporto ni un segundo más.Me doy la vuelta.—Se acabó.Camino, no, corro, atravesando los pasillos de la mansión, sintiendo cómo cada paso aleja un poco más esa versión de mí que creyó en él. Esa chica ilusa que pensó que tal vez, s
«—Hasta el fondo.» Esas habían sido las palabras mágicas de mi amiga, las que me habían llevado a beberme ocho rondas de tequila sin pensarlo dos veces. Ahora, el mundo daba vueltas, mis piernas tambaleaban y cualquier cosa me provocaba un ataque de risa incontrolable. Estaba eufórica, atrevida y con una absurda sensación de invencibilidad. —¿Y qué haremos ahora? —preguntó Tom mientras salíamos del bar. La madrugada estaba fría y desierta, perfecta para que hiciéramos alguna locura. —Tengo una idea —dijo Ray con una sonrisa traviesa—. Hay una empresa enorme a unas cuadras de aquí. ¿No les da curiosidad ver cómo es por dentro? —¿Estás sugiriendo que entremos sin permiso? —chillé con emoción más que con miedo—. Si nos atrapan, estamos acabados. —Eso lo hace aún más interesante —comentó Ween, encogiéndose de hombros. —¡Hagámoslo! El estacionamiento del edificio estaba envuelto en sombras, apenas iluminado por algunas luces tenues. Caminamos con sigilo, conteniendo la respiración,
No recuerdo cómo llegué a casa. Quizás me trajeron los demás, aunque considerando lo borrachos que estaban, es más probable que me haya arrastrado hasta aquí por mi cuenta.Por lo general, el alcohol no me borra la memoria, pero siempre hay fragmentos que se pierden en el torbellino de imágenes borrosas. Y, siendo sincera, a veces es mejor así. He hecho demasiadas estupideces en noches como la de ayer, y no recordar algunas es casi un alivio.Estoy tendida en el sofá, no porque no haya logrado llegar a la cama, sino porque no tengo una. Este apartamento de mala muerte apenas tiene espacio para el sofá, una televisión que ni siquiera funciona y una cocina diminuta que casi nunca uso. Ni siquiera he intentado moverme. La resaca me está matando.Mi mirada está fija en el techo agrietado mientras todo me da vueltas. Solo de pensar en levantarme, el estómago me da una advertencia: un cóctel de náuseas y un hambre voraz, como si mi cuerpo no pudiera decidir si necesita comida o vomitar lo p
Niego con la cabeza una y otra vez, como si pudiera borrar la realidad con el mero acto de negarla. Mi respiración es errática, y en mis venas asciende una sensación que no sé cómo describir. Es pánico, pero no del todo. Es incredulidad, pero tampoco. Una parte de mí está aterrada, la otra intenta aferrarse a la idea de que todo tiene solución. Siempre hay una salida. Siempre. Esta no puede ser la excepción.—¿Por qué me dice esto? —mi voz tiembla mientras camino de un lado a otro en el reducido espacio—. Hay una manera de anularlo, ¿verdad? —El hombre no responde. Mi pecho se aprieta—. ¿Verdad? —insisto, esta vez con desesperación.—Es un matrimonio, por supuesto que puede ser anulado.Dejo escapar el aire contenido en mis pulmones, sintiendo un efímero alivio. Pero entonces...—Sin embargo…Mi cuerpo se tensa. La forma en que dejó la frase suspendida en el aire me golpea como un puñal invisible.—¡Por favor, no agregue más tensión a mi tortura!—Un matrimonio es cosa de dos. Tendrá
Mi mirada no se molesta en esconder lo que siento. Esto es demasiado impredecible para mí. De todas las opciones que imaginé, esta es la que menos sentido tiene. Esperaba un reclamo, incluso una demanda, pero no... me está prácticamente obligando a seguir casada con él.—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —le pregunté, exasperada. —Esto es una locura, no tiene ni pie ni cabeza.—No tienes que entenderlo, solo acatarlo —respondió con frialdad, llevándome al límite de mi paciencia.—¡No lo haré!—Lo harás. No seas imprudente sin antes conocer las dos partes de este matrimonio, puede que te interese.—No me interesa —respondí rápidamente—. ¿Qué me va a ofrecer? ¿Una vida como nunca imaginé, llena de lujos con los que solo podría soñar? —pregunté, señalando irónicamente los alrededores de la ostentosa oficina. —Todo esto... no me interesa. Mi libertad no tiene precio. Es mucho más valiosa que cualquier cosa material.—Y justamente por tu libertad es que harás lo que te digo —aseguró,
Estaba siendo arrestada. Los policías me esposaron y me arrastraron fuera de la empresa, tratándome como una criminal cualquiera. Lo merecía. En el fondo, sabía que todo esto era lo que merecía, incluso la humillación de ser observada por los trabajadores, que detuvieron su paso solo para ver el espectáculo.Al llegar a la salida, me subieron a un auto policial, que arrancó rumbo a la estación. No tardamos mucho en llegar. Aún esposada, me sentaron frente a un escritorio de madera, donde un policía comenzó a interrogarme. Curiosamente, lo sabía todo. No necesitaba decirle nada. Él no preguntó, solo afirmó, basándose en pruebas que indicaban que nosotros habíamos irrumpido en la empresa. Pero había algo que él no sabía: quién robó la pulsera.Mi mente trabajó rápido. De inmediato comprendí que el maldito Demon había enviado las grabaciones de otras cámaras de seguridad, las que nos mostraban entrando al edificio, pero no las de la cámara que captó a Ray robando la joya. Quería dejar la
El auto avanzó por kilómetros de carretera antes de reducir la velocidad frente a unas imponentes rejas de metal negro. El sonido del motor se volvió un murmullo mientras nos acercábamos a la entrada. Un guardia se aproximó al auto, con su uniforme impecable y una expresión seria. Llevaba un arma a la vista, un detalle que no pasó desapercibido para mí y que hizo que se me helara la sangre.Se inclinó hacia la ventanilla, evaluándonos con una mirada analítica antes de asentir y hacer una seña para que abrieran la reja. La estructura metálica se deslizó con un rechinar controlado, permitiéndonos el paso. El auto tomó entonces un estrecho camino empedrado, flanqueado por rosales rojos en plena floración. La escena era tan elegante como inquietante, un contraste entre belleza y peligro que no me pasó desapercibido.Al detenernos, la mansión apareció ante mí en toda su magnificencia. Solo cuando bajé del auto y pude observarla en su totalidad comprendí la cantidad de dinero que debía pose