Estaba siendo arrestada. Los policías me esposaron y me arrastraron fuera de la empresa, tratándome como una criminal cualquiera. Lo merecía. En el fondo, sabía que todo esto era lo que merecía, incluso la humillación de ser observada por los trabajadores, que detuvieron su paso solo para ver el espectáculo.
Al llegar a la salida, me subieron a un auto policial, que arrancó rumbo a la estación. No tardamos mucho en llegar. Aún esposada, me sentaron frente a un escritorio de madera, donde un policía comenzó a interrogarme. Curiosamente, lo sabía todo. No necesitaba decirle nada. Él no preguntó, solo afirmó, basándose en pruebas que indicaban que nosotros habíamos irrumpido en la empresa. Pero había algo que él no sabía: quién robó la pulsera. Mi mente trabajó rápido. De inmediato comprendí que el maldito Demon había enviado las grabaciones de otras cámaras de seguridad, las que nos mostraban entrando al edificio, pero no las de la cámara que captó a Ray robando la joya. Quería dejar la duda en el aire, culparme a mí. Cuando me preguntó por la joya, la respuesta salió sin pensar. "No lo sé", dije con indiferencia. No podía mentirles mucho, no servía de nada. ¿Qué más podía decirles? Delatar a mi amigo no era una opción. —¿Si confieso, los demás quedarán libres? —pregunté, observando al oficial que me miraba con desconfianza. —Sí. Lo máximo que tendrán es una multa, pero si confiesas, ellos no serán procesados por complicidad. El peso de la decisión me aplastó el pecho. No sabía si estaba haciendo lo correcto, pero lo que estaba claro es que había tomado el camino más difícil. —Lo hice yo —dije con firmeza, casi sin pensarlo. —Robé la joya. Usé a todos para entrar en el edificio. El oficial me miró con desdén. —¿Y dónde está la pulsera? —No lo sé. Estaba tan borracha que probablemente la perdí —respondí con una sonrisa falsa, encogiéndome de hombros. —¡Mientes! —gritó el oficial, golpeando el escritorio. —Digo la verdad. ¿Por qué mentiría si ya confesé? No recuerdo nada bien, estaba demasiado ebria. —Pues te arrojaremos a las celdas para ver si eso refresca tu memoria. Una hora, tal vez más, pasaron antes de que finalmente me encerraran en una celda fría y oscura, al final de los calabozos. El lugar, por decirlo de algún modo, era poco acogedor. Mi compañera de celda, una mujer con una mirada peligrosa, me observaba fijamente. Su rostro estaba marcado por cicatrices, y sus brazos cubiertos de tatuajes mal hechos. Todo en ella gritaba peligro, y su forma de mirarme me hacía sentir incómoda. Parecía que en cualquier momento me atacaría. Un chirrido metálico anunció la llegada de alguien. El mismo abogado que me acusó de ladrona apareció, escoltado por un oficial que, tras dejarnos solos, se retiró. —¿Qué quieres, regodearte en mi miseria? —pregunté, mirando al abogado con rabia. —He hablado con los oficiales. Ya veo que más que insensata, eres estúpida —respondió y bufé en respuesta a su ofensa—. No puedo creer que te hayas echado la culpa del robo para proteger al verdadero ladrón. —Veo que ustedes, los ricos, no tienen escrúpulos ni códigos. Para nosotros, la amistad es lo primero. —¿Amistad? —se burló él—. Su amigo robó sabiendo que los metería a todos en este lío. Así que sus “códigos morales” no son precisamente los más acertados. —¿A qué viniste? —pregunté, sintiendo cómo la culpa me carcomía. Ray nos había traicionado de la peor manera, y sabía que tenía razón. —Vine a repetir la propuesta de mi jefe —dijo, aclarando la garganta—. Él dice: “Estoy dispuesto a liberar a mi esposa, Anel Knight, pero Anel Cross puede pudrirse aquí para siempre. Y, si no cumple, puedo hacer que todos sus compañeros terminen aquí también. No olvides que tenemos las grabaciones de seguridad”. —¡Son unos desgraciados! —grité, golpeando los barrotes con furia. La ira me inundaba. Ya no podía soportarlo más. —Piénsalo bien. No volveré a hablar de esto. Si decides quedarte aquí, tu vida será como la de ella —dijo señalando a mi compañera de celda, cuyo aspecto demacrado me hacía querer salir corriendo—. Pero si aceptas el acuerdo, todo terminará y te llevaré a un lugar mucho mejor. Me quedé en silencio. No estaba pensando en aceptar. Estaba considerando las consecuencias de rechazar la oferta. Ese acuerdo era una soga atada a mi cuello, atándome a normas y compromisos absurdos. Pero la prisión, estar rodeada de criminales, perder mi libertad... eso era aún peor. Entre dos infiernos, era más sensato elegir uno del cual podría escapar. Y eso era lo que realmente tenía en mente: casarme con un desquiciado manipulador, pero salir de aquí. ¿A quién culpar? ¿A la vida? No, no tenía derecho. Yo había entrado allí sabiendo que estaba mal, que era incorrecto. Yo firmé. Nadie más era culpable. Ni siquiera Damon, que trataba de sacar ventaja. Aceptar estar con él no sería una realidad, sería solo mi carta de escape, mi salida de esta prisión. Una vez libre, me alejaría de él para siempre. No podría someterme. No iba a ser su esposa. —Está bien —susurré, resignada—. Acepto el acuerdo. Seré la esposa que quieren. Ahora sáquenme de aquí. —Sabía que tomarías la decisión correcta —respondió él, satisfecho. El abogado abandonó la celda, y unos minutos después regresó con la noticia de mi liberación inmediata. Cuando pensé que podría irme a casa, me llevé una sorpresa desagradable. Un coche estaba aparcado frente a la estación, esperándome. No tuve opción. Subí al auto, acompañada por el anciano. Al instante, me extendió un teléfono. —El señor Knight quiere hablar contigo —dijo mientras ponía el aparato en mi mano. Con desgano, llevé el teléfono a mi oído, resoplé y hablé. —¿Qué quieres? —pregunté, tajante. —Ya supe que aceptaste el acuerdo, qué buena chica —dijo, burlándose con su característico acento británico—. Me alegra saber que reconsideraste tus opciones. —No es como si me hubieras dejado muchas, bastardo —respondí con veneno en la voz. —Cuida esa boca —me reprendió—. Mi esposa debe hablar correctamente. —No soy tu esposa —le corregí, mordaz. —Claro que lo eres. Y ahora estoy empezando a entender tu manera de ser. Por eso no volverás a tu casa mugrienta, ni tendrás contacto con esos amigos delincuentes. —¿Qué? No puedes prohibirme eso. —Claro que puedo. Lo estoy haciendo ahora mismo. Te llevaré a mi casa, donde vivirás bajo mi supervisión. No pienso arriesgarme a que intentes escapar. Me frustraba saber que parecía leerme la mente. —Te odio tanto —susurré, casi con veneno. —Lo sé, pero no me importa. Te faltan muchos motivos para odiarme aún más —dijo con un tono peligroso. Fue una advertencia sutil—. Y antes de que pienses siquiera en el divorcio, te dejo claro que pagué una fianza con unos pocos miles de dólares para sacarte de la prisión. Si intentas algo, deberás pagarme tres veces el precio. Pero esas minucias no son nada comparado con lo que te pasará si mi abogado deja de representarte. La prisión aún te espera. —Ya lo tengo claro —gruñí, apretando los puños con tal fuerza que temí que el teléfono se rompiera—. Deja de intentar someterme. A pesar de todo, no lo lograrás. —No necesito someterte. Tú ya eres mía, Anel. Tengo todo lo que necesito. Eres y serás mi esposa. No tienes que amarme, solo debes entender que nunca te dejaré ir. No me dio tiempo a responder. Colgó el teléfono, y su última frase quedó resonando en mi cabeza. Algo en ese hombre no era normal. Su comportamiento rayaba en la demencia. Era demasiado oscuro, demasiado manipulador. Algo en él me aterraba, y lo sentía en lo más profundo de mis entrañas.El auto avanzó por kilómetros de carretera antes de reducir la velocidad frente a unas imponentes rejas de metal negro. El sonido del motor se volvió un murmullo mientras nos acercábamos a la entrada. Un guardia se aproximó al auto, con su uniforme impecable y una expresión seria. Llevaba un arma a la vista, un detalle que no pasó desapercibido para mí y que hizo que se me helara la sangre.Se inclinó hacia la ventanilla, evaluándonos con una mirada analítica antes de asentir y hacer una seña para que abrieran la reja. La estructura metálica se deslizó con un rechinar controlado, permitiéndonos el paso. El auto tomó entonces un estrecho camino empedrado, flanqueado por rosales rojos en plena floración. La escena era tan elegante como inquietante, un contraste entre belleza y peligro que no me pasó desapercibido.Al detenernos, la mansión apareció ante mí en toda su magnificencia. Solo cuando bajé del auto y pude observarla en su totalidad comprendí la cantidad de dinero que debía pose
Salí de la habitación con pasos rápidos, siguiendo a la sirvienta que había venido a buscarme. Caminaba con una calma exasperante, como si el tiempo no tuviera importancia. Pero para mí sí la tenía. No porque ansiara encontrarme con él otra vez, sino porque cada segundo era una oportunidad para observar la mansión, buscar grietas en su seguridad, puertas mal cerradas, ventanas entreabiertas… cualquier descuido que me diera una posibilidad de escape. Si tenía suerte, esta sería mi última noche aquí.Los tacones que me habían dado junto con el vestido resonaban en el suelo con cada paso. La falda negra ondeaba alrededor de mis piernas con elegancia. Me veía bien, demasiado bien. Jamás me imaginé vistiendo algo tan fino, pero no podía negar que este tipo de ropa tenía su encanto, incluso en alguien como yo.Bajamos las escaleras, atravesamos el salón principal y cruzamos un largo corredor antes de llegar al comedor. La mesa era enorme, con espacio para al menos doce personas, pero lo que
Mis manos tiemblan de ira. Debo controlarme o él ganará. Empiezo a sospechar que eso es exactamente lo que quiere: verme caer en la desesperación, perder el control, romperme. Este hombre, a quien apenas conozco, es un enigma. Al principio se mostró como alguien frío, distante, con una mirada vacía que no reflejaba nada. Cada sonrisa suya parecía forzada, un acto ensayado. Era amenazante, directo. Pero ahora juega con otro enfoque. Su burla es evidente, disfruta mi miseria. ¿Por qué? ¿Qué tiene contra mí?Sí, me colé en su empresa, destrocé su oficina y firmé un contrato que no me correspondía. Lo admito. Me merecía consecuencias, pero esto… esto va más allá. Amenazarme, chantajearme, obligarme a ser su esposa, es un nivel de crueldad que traspasa cualquier límite. Y me aterra.Él hace una señal con la mano y los guardias retroceden. Se alejan, guardan sus armas y me dejan un camino libre. Ya no me rodean.—Regresemos —ordena Damon, su tono inflexible.—No —respondo con firmeza.Su ex
Camino por los corredores de la mansión con paso firme. Aún me siento ajena a este lugar, como si sus muros intentaran recordarme que no pertenezco aquí. Pero, al menos, creo saber cómo llegar al salón donde cenamos anoche. No sé si él estará ahí, pero espero que sí. Estoy dispuesta a tener una conversación muy seria con él.El eco de mis pasos resuena sobre el mármol pulido. Mi espalda erguida y mi expresión imperturbable no dejan lugar a dudas: voy en serio. No sé cuánto de imponente luzco ahora mismo, pero los sirvientes que encuentro en mi camino bajan la cabeza con respeto. Aun así, noto sus miradas furtivas, los susurros que nacen en cuanto paso de largo. No me importa. Tengo cosas más importantes en las que concentrarme.Cuando giro en el último pasillo, entro al salón. La mesa está servida para dos, aunque él no está. Pero si dispuso esto, significa que sabía que vendría. Sabía que aceptaría el reto. Lo que no sabe es lo que estoy dispuesta a hacer. Al principio, mi única inte
Después de soltar esa información como un balde de agua fría, Damon se levanta y se marcha sin una sola mirada atrás, dejándome sola y completamente desorientada. Me quedo ahí unos minutos más, procesando lo que acaba de pasar, tratando de asimilar que ahora mi vida depende de un guardaespaldas y que estoy atrapada en un mundo donde un solo error podría costarme la vida.Para cuando reacciono, mi apetito ha desaparecido y el café frente a mí se ha enfriado. Me levanto justo cuando una joven sirvienta se acerca para recoger la mesa. Me hace una leve reverencia, pero algo en ella me provoca un escalofrío. Su mirada, aunque respetuosa en apariencia, es fría, como si me odiara sin razón alguna. Estoy segura de que nunca la había visto antes, así que no entiendo de dónde viene ese desprecio.Decido ignorarlo y me dirijo de regreso a mi habitación. No tengo mucho que hacer ni conozco los alrededores de la mansión, así que no hay otro lugar a donde ir. Sin embargo, al avanzar, noto un pasill
Después de aquel ataque de pánico, sigo en el suelo, desorientada. Todo mi cuerpo tiembla en espasmos, recordándome que la crisis me sacudió por completo. La sensación es asfixiante. Hacía mucho que no pasaba por esto y, por un momento, creí que lo había superado. Pero estaba equivocada. El miedo sigue aquí, acechando en las sombras, y con él, los recuerdos que tanto intento olvidar. Esos recuerdos que me empujan de nuevo a este ciclo dañino de terror y desesperación.Odio la sangre. Odio las armas. Odio este mundo violento en el que me han arrastrado. Y lo peor es que no hay escapatoria. Saber que otra vez estaré rodeada de muerte y caos me pone los nervios de punta. Tal vez debería retomar la medicación. No quiero. La detesto. Pero si esto sigue así, no tendré opción. Algo me dice que esta no será la última crisis.Pasan los minutos… quizás horas. No lo sé. Pero cuando finalmente reúno fuerzas, me obligo a levantarme. Me aliso la falda del vestido, trato de arreglar mi cabello desor
«—Hasta el fondo.» Esas habían sido las palabras mágicas de mi amiga, las que me habían llevado a beberme ocho rondas de tequila sin pensarlo dos veces. Ahora, el mundo daba vueltas, mis piernas tambaleaban y cualquier cosa me provocaba un ataque de risa incontrolable. Estaba eufórica, atrevida y con una absurda sensación de invencibilidad. —¿Y qué haremos ahora? —preguntó Tom mientras salíamos del bar. La madrugada estaba fría y desierta, perfecta para que hiciéramos alguna locura. —Tengo una idea —dijo Ray con una sonrisa traviesa—. Hay una empresa enorme a unas cuadras de aquí. ¿No les da curiosidad ver cómo es por dentro? —¿Estás sugiriendo que entremos sin permiso? —chillé con emoción más que con miedo—. Si nos atrapan, estamos acabados. —Eso lo hace aún más interesante —comentó Ween, encogiéndose de hombros. —¡Hagámoslo! El estacionamiento del edificio estaba envuelto en sombras, apenas iluminado por algunas luces tenues. Caminamos con sigilo, conteniendo la respiración,
No recuerdo cómo llegué a casa. Quizás me trajeron los demás, aunque considerando lo borrachos que estaban, es más probable que me haya arrastrado hasta aquí por mi cuenta.Por lo general, el alcohol no me borra la memoria, pero siempre hay fragmentos que se pierden en el torbellino de imágenes borrosas. Y, siendo sincera, a veces es mejor así. He hecho demasiadas estupideces en noches como la de ayer, y no recordar algunas es casi un alivio.Estoy tendida en el sofá, no porque no haya logrado llegar a la cama, sino porque no tengo una. Este apartamento de mala muerte apenas tiene espacio para el sofá, una televisión que ni siquiera funciona y una cocina diminuta que casi nunca uso. Ni siquiera he intentado moverme. La resaca me está matando.Mi mirada está fija en el techo agrietado mientras todo me da vueltas. Solo de pensar en levantarme, el estómago me da una advertencia: un cóctel de náuseas y un hambre voraz, como si mi cuerpo no pudiera decidir si necesita comida o vomitar lo p