A veces, el tiempo no se mide en horas, sino en latidos. Y los míos se hicieron eternos. Habían pasado días. Días sin ver la luz del sol, sin saber qué hora era, sin oír otra cosa que no fuera el eco de mis pensamientos y el goteo constante que me volvía loca. Mis heridas ya no sangraban, pero no sanaban. No por completo. Porque lo que más dolía no eran los golpes… era el abandono. No sabía nada de Damon. Ni una palabra. Ni un intento. Ni una señal. Solo la oscuridad del sótano, las cadenas que me sujetaban al catre mugriento y una comida al día, si tenía suerte. Nunca el mismo rostro, nunca una conversación. Solo la rutina del encierro y la miseria que se acumulaba en mi piel, en mi alma. El silencio era peor que los gritos. Peor que los golpes. Peor que todo. Y entonces, esa noche… pasó algo distinto. Estaba medio dormida. O más bien, medio muerta. No tenía fuerzas. Ni para pensar, ni para odiar, ni para llorar. Pero los oídos… esos todavía funcionaban. Y escuché dispar
El silencio entre nosotros se había vuelto costumbre. Casi tanto como la herida que yo ya no intentaba cerrar. Damon y yo compartíamos el mismo techo, las mismas paredes... pero no la misma vida. Él volvía a ser ese hombre de hielo con el que me casé. Frío, distante, inalcanzable. Dedicado a sus asuntos en el despacho, como si nada de lo que pasó me hubiese marcado. Como si nunca me hubiera tenido en sus brazos aquella noche... ni aquella vez que me abrió su alma y me confesó todo su dolor y sus pecados. Ahora solo era el jefe. El CEO. El esposo de papel. No el hombre que había besado mi alma. Yo también fingía. Fingía que no me dolía su indiferencia. Que no me quebraba el pecho al verlo pasar por el pasillo sin mirarme. Fingía que no me importaba cuando Camille, con sus vestidos ajustados y su sonrisa falsa, se le acercaba cada vez que él salía de su despacho. Ni siquiera disimulaba ya. Se inclinaba sobre su escritorio con escote de más, lo tocaba en el brazo, le hablaba con es
Los días en esta casa se habían vuelto una rutina silenciosa, como si cada habitación estuviera empapelada con los recuerdos que ya no se mencionaban. Damon y yo éramos dos extraños que compartían el mismo espacio. Vivíamos bajo el mismo techo, respirábamos el mismo aire… pero no nos tocábamos, no nos hablábamos más que lo necesario. Y lo poco que nos decíamos era tan frío que a veces me daban escalofríos.Pero había algo que me carcomía por dentro. Algo que no podía seguir ignorando: Ween.Ella no tenía la culpa de nada. De los errores de Tom, la crueldad de Ray que nos arruinó a todos, o de que yo terminara en esta jaula de oro. Y sin embargo, desde el matrimonio y todo lo que vino después, no la había contactado. No por falta de ganas, sino por miedo a arrastrarla más en mi desastre.Pero hoy, por primera vez en semanas, ese impulso de mi corazón fue más fuerte que el miedo. Recordé su número, lo marqué temblando, con una mezcla de esperanza y culpa.Pero quien respondió… no fue el
Nick no se había ido ni cinco minutos cuando subí las escaleras con el corazón latiendo fuerte en el pecho. No por él. Por Damon. Por esa mirada que me lanzó cuando nos abrazamos, por esa mandíbula tensa, los nudillos blancos, los ojos que me quemaban la piel aunque no dijera una sola palabra.Y yo lo vi. Lo sentí. Sus celos eran una llamarada silenciosa que amenazaba con incendiar todo.Llegué a su habitación. La puerta estaba entreabierta. Lo encontré sentado al borde de la cama, los codos sobre las rodillas, las manos entrelazadas. No me miró al principio, pero supe que sabía que estaba ahí.—¿Estás bien? —pregunté con voz baja.—¿Estoy bien? —repitió él, con una risa seca—. No sé, Anel, ¿debería estar bien cuando veo a mi esposa abrazando a otro tipo en mi casa?Suspiré. Cerré la puerta tras de mí y caminé hasta quedar frente a él.—No fue "otro tipo". Fue Nick. Lo conocía desde antes de ti, y no tienes derecho a ponerte así solo porque me abrazó.Alzó la vista, furioso.—Y tú no
«—Hasta el fondo.» Esas habían sido las palabras mágicas de mi amiga, las que me habían llevado a beberme ocho rondas de tequila sin pensarlo dos veces. Ahora, el mundo daba vueltas, mis piernas tambaleaban y cualquier cosa me provocaba un ataque de risa incontrolable. Estaba eufórica, atrevida y con una absurda sensación de invencibilidad. —¿Y qué haremos ahora? —preguntó Tom mientras salíamos del bar. La madrugada estaba fría y desierta, perfecta para que hiciéramos alguna locura. —Tengo una idea —dijo Ray con una sonrisa traviesa—. Hay una empresa enorme a unas cuadras de aquí. ¿No les da curiosidad ver cómo es por dentro? —¿Estás sugiriendo que entremos sin permiso? —chillé con emoción más que con miedo—. Si nos atrapan, estamos acabados. —Eso lo hace aún más interesante —comentó Ween, encogiéndose de hombros. —¡Hagámoslo! El estacionamiento del edificio estaba envuelto en sombras, apenas iluminado por algunas luces tenues. Caminamos con sigilo, conteniendo la respiración,
No recuerdo cómo llegué a casa. Quizás me trajeron los demás, aunque considerando lo borrachos que estaban, es más probable que me haya arrastrado hasta aquí por mi cuenta.Por lo general, el alcohol no me borra la memoria, pero siempre hay fragmentos que se pierden en el torbellino de imágenes borrosas. Y, siendo sincera, a veces es mejor así. He hecho demasiadas estupideces en noches como la de ayer, y no recordar algunas es casi un alivio.Estoy tendida en el sofá, no porque no haya logrado llegar a la cama, sino porque no tengo una. Este apartamento de mala muerte apenas tiene espacio para el sofá, una televisión que ni siquiera funciona y una cocina diminuta que casi nunca uso. Ni siquiera he intentado moverme. La resaca me está matando.Mi mirada está fija en el techo agrietado mientras todo me da vueltas. Solo de pensar en levantarme, el estómago me da una advertencia: un cóctel de náuseas y un hambre voraz, como si mi cuerpo no pudiera decidir si necesita comida o vomitar lo p
Niego con la cabeza una y otra vez, como si pudiera borrar la realidad con el mero acto de negarla. Mi respiración es errática, y en mis venas asciende una sensación que no sé cómo describir. Es pánico, pero no del todo. Es incredulidad, pero tampoco. Una parte de mí está aterrada, la otra intenta aferrarse a la idea de que todo tiene solución. Siempre hay una salida. Siempre. Esta no puede ser la excepción.—¿Por qué me dice esto? —mi voz tiembla mientras camino de un lado a otro en el reducido espacio—. Hay una manera de anularlo, ¿verdad? —El hombre no responde. Mi pecho se aprieta—. ¿Verdad? —insisto, esta vez con desesperación.—Es un matrimonio, por supuesto que puede ser anulado.Dejo escapar el aire contenido en mis pulmones, sintiendo un efímero alivio. Pero entonces...—Sin embargo…Mi cuerpo se tensa. La forma en que dejó la frase suspendida en el aire me golpea como un puñal invisible.—¡Por favor, no agregue más tensión a mi tortura!—Un matrimonio es cosa de dos. Tendrá
Mi mirada no se molesta en esconder lo que siento. Esto es demasiado impredecible para mí. De todas las opciones que imaginé, esta es la que menos sentido tiene. Esperaba un reclamo, incluso una demanda, pero no... me está prácticamente obligando a seguir casada con él.—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —le pregunté, exasperada. —Esto es una locura, no tiene ni pie ni cabeza.—No tienes que entenderlo, solo acatarlo —respondió con frialdad, llevándome al límite de mi paciencia.—¡No lo haré!—Lo harás. No seas imprudente sin antes conocer las dos partes de este matrimonio, puede que te interese.—No me interesa —respondí rápidamente—. ¿Qué me va a ofrecer? ¿Una vida como nunca imaginé, llena de lujos con los que solo podría soñar? —pregunté, señalando irónicamente los alrededores de la ostentosa oficina. —Todo esto... no me interesa. Mi libertad no tiene precio. Es mucho más valiosa que cualquier cosa material.—Y justamente por tu libertad es que harás lo que te digo —aseguró,