Mi mirada no se molesta en esconder lo que siento. Esto es demasiado impredecible para mí. De todas las opciones que imaginé, esta es la que menos sentido tiene. Esperaba un reclamo, incluso una demanda, pero no... me está prácticamente obligando a seguir casada con él.
—¿Tienes idea de lo que estás diciendo? —le pregunté, exasperada. —Esto es una locura, no tiene ni pie ni cabeza. —No tienes que entenderlo, solo acatarlo —respondió con frialdad, llevándome al límite de mi paciencia. —¡No lo haré! —Lo harás. No seas imprudente sin antes conocer las dos partes de este matrimonio, puede que te interese. —No me interesa —respondí rápidamente—. ¿Qué me va a ofrecer? ¿Una vida como nunca imaginé, llena de lujos con los que solo podría soñar? —pregunté, señalando irónicamente los alrededores de la ostentosa oficina. —Todo esto... no me interesa. Mi libertad no tiene precio. Es mucho más valiosa que cualquier cosa material. —Y justamente por tu libertad es que harás lo que te digo —aseguró, poniéndose de pie. Comenzó a rodear el escritorio, y su imponente figura hizo que, instintivamente, me apartara un paso. Me aseguré de mantener una distancia, esperando que la respetara. —Estás equivocada si crees que esto es un cuento de hadas —dijo, ladeando la cabeza con burla. Quise golpearlo. —No necesito que te guste ni que estés de acuerdo. Tomó un documento del escritorio y me lo extendió. Lo tomé con manos temblorosas, y al verlo de cerca, lo reconocí enseguida: el acta matrimonial, la misma que había firmado. —Léelo —me instó, observándome atentamente. —Creo que no tienes ni idea de lo que firmaste. Este acuerdo tiene cláusulas muy específicas. Al principio lo hojeé sin prestar mucha atención, pero al comenzar a leer más detenidamente, sentí cómo mis piernas flaqueaban. Cada palabra me parecía más absurda que la anterior, y tuve que sentarme de nuevo, incapaz de sostenerme. —¿Qué es esto? —jadeé, aún en shock, mientras repasaba cada punto. Al principio pensé que sería un acta matrimonial común y corriente, pero lo que estaba leyendo parecía más un contrato de esclavitud. Las cláusulas no tenían nada de románticas, y cada una se volvía más aterradora que la anterior. Una, en particular, me dejó sin palabras. «1.4 La parte A (yo) se compromete a dar un hijo a la parte B en un plazo menor de un año.» ¿Qué demonios? Lo siguiente no era mucho mejor. «1.5 La parte A deberá permanecer bajo los acuerdos de este contrato y afiliada al matrimonio por un mínimo de 5 años. En caso de incumplir y solicitar el divorcio, deberá atenerse a una sanción por incumplimiento del contrato, y pagar tres veces la suma que la parte B haya invertido en ella durante la vigencia del acuerdo matrimonial.» «2.2 Ambas partes se comprometen a mantener una relación estrictamente confidencial, sin revelar información sobre la otra parte a medios o terceras personas.» «2.4 Este acuerdo no podrá ser revocado por la parte A a menos que la parte B esté de acuerdo. Solo la parte B tiene el poder de rescindir del contrato antes de los 5 años.» Cada cláusula era más absurda, más asfixiante. Me sentí atrapada. —¿Terminaste? —preguntó, interrumpiendo mis pensamientos. Levanté la mirada. Mis manos seguían temblando, mi mandíbula tensa. No sabía qué hacer ni qué decir. No había vuelta atrás. Mi firma estaba allí, junto a la suya. —¿Por qué yo? —finalmente me atreví a preguntar, apretando el papel con rabia. —Oh no, no fui yo quien lo decidió, tú lo hiciste —respondió con tono frío. —Ese acuerdo ya estaba hecho, pero tú irrumpiste y firmaste. Me ahorraste tener que buscar a alguien más. Gracias por eso —añadió, burlón. —No tiene sentido, alguien como tú podría encontrar a alguien con quien realmente quiera casarse. —No me hables de romanticismos, niña —respondió, acercándose a la silla donde me encontraba, quedando ahora de pie frente a mí. Desde esta posición, se veía aún más alto, más imponente. —No busco una esposa para amar, busco a alguien de quien pueda sacar ventaja. No te confundas. —Pero esa no seré yo, te lo aseguro —le respondí, con firmeza. Su rostro se oscureció con lo que claramente era ira contenida. Se inclinó peligrosamente hacia adelante, colocando sus manos a cada lado de mi asiento, acorralándome entre él y el respaldo. —No tienes idea de las consecuencias de lo que acabas de decir —murmuró, señalando el contrato en mis manos—. Eso es lo de menos. —No te tengo miedo —respondí, levantando la cabeza para encararlo, a pesar de la cercanía. —Bien. Pero déjame recordarte algo. Anoche entraste aquí y destruiste propiedad privada. Esos son crímenes. —Nada que no pueda resolver —respondí con arrogancia. —¿Ah sí? —dijo, caminando hacia su portátil y girando la pantalla hacia mí. En la pantalla apareció una joya: una pulsera de diamantes, con rubíes enormes. —No te diré el precio, pero te desconcertaría. Fue comprada en una subasta por el doble de su precio original. Ni siquiera tus riñones y tu corazón pagarían la mitad —susurró, con una sonrisa peligrosa. —¿Por qué me hablas de tus joyas? —Porque esa pulsera fue robada anoche del cuarto de seguridad. ¿Te suena? —¡Nosotros no somos ladrones! —exclamé, furiosa. Este juego no me iba a afectar. —¿Ah no? —dijo, tocando un botón, y la pantalla cambió a un vídeo. Era una grabación de las cámaras de seguridad del edificio. Debí suponer que tendrían. Nos veía a nosotros, entrando al ascensor y entrando en esta oficina. Luego cambió a otra grabación, mostrando una habitación con una puerta de metal con contraseña. Se veía a Tom y Ray. Tom fue quién logró abrirla gracias a sus habilidades, pero se fue sin entrar, pero Ray sí lo hizo. De la vitrina, tomó la pulsera. Mi estómago se revolvió al ver el vídeo. Debería haber sospechado que Ray había hecho algo mal cuando lo vi actuar raro, pero no quería creerlo. Fue estúpido confiar en que seguiría las reglas. —¿Y ahora? —preguntó él, con una sonrisa cruel. —Tu amiguito el ladrón no será el único que pague. Todos irán a la cárcel por robo y allanamiento. A menos que aceptes que ahora eres mi esposa. —Hizo énfasis en esas últimas palabras, sonando como una orden. Miré el contrato en mis manos y luego lo miré a él. Luego, con una sonrisa de autosuficiencia, decidí no ceder. —No —respondí, y con furia, rasgué el contrato en pedazos y los arrojé a sus pies. —Jamás. —Eres una inconsciente —murmuró, mirando los trozos en el suelo—. No importa, tendré tiempo de enseñarte modales. Ese no era el original, solo una copia. Pero lograste molestarme. Si quieres jugar, juguemos. Chasqueó los dedos y la puerta se abrió. Entraron un par de policías, acompañados del abogado de la mañana. —Es ella —dijo el abogado, señalándome. —Es la ladrona. Miré a Damon, sin poder creer que realmente me hubiera entregado a la policía. Aunque me costaba creerlo, mientras me esposaban, solo se limitó a decir: —Llévensela.Estaba siendo arrestada. Los policías me esposaron y me arrastraron fuera de la empresa, tratándome como una criminal cualquiera. Lo merecía. En el fondo, sabía que todo esto era lo que merecía, incluso la humillación de ser observada por los trabajadores, que detuvieron su paso solo para ver el espectáculo.Al llegar a la salida, me subieron a un auto policial, que arrancó rumbo a la estación. No tardamos mucho en llegar. Aún esposada, me sentaron frente a un escritorio de madera, donde un policía comenzó a interrogarme. Curiosamente, lo sabía todo. No necesitaba decirle nada. Él no preguntó, solo afirmó, basándose en pruebas que indicaban que nosotros habíamos irrumpido en la empresa. Pero había algo que él no sabía: quién robó la pulsera.Mi mente trabajó rápido. De inmediato comprendí que el maldito Demon había enviado las grabaciones de otras cámaras de seguridad, las que nos mostraban entrando al edificio, pero no las de la cámara que captó a Ray robando la joya. Quería dejar la
El auto avanzó por kilómetros de carretera antes de reducir la velocidad frente a unas imponentes rejas de metal negro. El sonido del motor se volvió un murmullo mientras nos acercábamos a la entrada. Un guardia se aproximó al auto, con su uniforme impecable y una expresión seria. Llevaba un arma a la vista, un detalle que no pasó desapercibido para mí y que hizo que se me helara la sangre.Se inclinó hacia la ventanilla, evaluándonos con una mirada analítica antes de asentir y hacer una seña para que abrieran la reja. La estructura metálica se deslizó con un rechinar controlado, permitiéndonos el paso. El auto tomó entonces un estrecho camino empedrado, flanqueado por rosales rojos en plena floración. La escena era tan elegante como inquietante, un contraste entre belleza y peligro que no me pasó desapercibido.Al detenernos, la mansión apareció ante mí en toda su magnificencia. Solo cuando bajé del auto y pude observarla en su totalidad comprendí la cantidad de dinero que debía pose
Salí de la habitación con pasos rápidos, siguiendo a la sirvienta que había venido a buscarme. Caminaba con una calma exasperante, como si el tiempo no tuviera importancia. Pero para mí sí la tenía. No porque ansiara encontrarme con él otra vez, sino porque cada segundo era una oportunidad para observar la mansión, buscar grietas en su seguridad, puertas mal cerradas, ventanas entreabiertas… cualquier descuido que me diera una posibilidad de escape. Si tenía suerte, esta sería mi última noche aquí.Los tacones que me habían dado junto con el vestido resonaban en el suelo con cada paso. La falda negra ondeaba alrededor de mis piernas con elegancia. Me veía bien, demasiado bien. Jamás me imaginé vistiendo algo tan fino, pero no podía negar que este tipo de ropa tenía su encanto, incluso en alguien como yo.Bajamos las escaleras, atravesamos el salón principal y cruzamos un largo corredor antes de llegar al comedor. La mesa era enorme, con espacio para al menos doce personas, pero lo que
Mis manos tiemblan de ira. Debo controlarme o él ganará. Empiezo a sospechar que eso es exactamente lo que quiere: verme caer en la desesperación, perder el control, romperme. Este hombre, a quien apenas conozco, es un enigma. Al principio se mostró como alguien frío, distante, con una mirada vacía que no reflejaba nada. Cada sonrisa suya parecía forzada, un acto ensayado. Era amenazante, directo. Pero ahora juega con otro enfoque. Su burla es evidente, disfruta mi miseria. ¿Por qué? ¿Qué tiene contra mí?Sí, me colé en su empresa, destrocé su oficina y firmé un contrato que no me correspondía. Lo admito. Me merecía consecuencias, pero esto… esto va más allá. Amenazarme, chantajearme, obligarme a ser su esposa, es un nivel de crueldad que traspasa cualquier límite. Y me aterra.Él hace una señal con la mano y los guardias retroceden. Se alejan, guardan sus armas y me dejan un camino libre. Ya no me rodean.—Regresemos —ordena Damon, su tono inflexible.—No —respondo con firmeza.Su ex
Camino por los corredores de la mansión con paso firme. Aún me siento ajena a este lugar, como si sus muros intentaran recordarme que no pertenezco aquí. Pero, al menos, creo saber cómo llegar al salón donde cenamos anoche. No sé si él estará ahí, pero espero que sí. Estoy dispuesta a tener una conversación muy seria con él.El eco de mis pasos resuena sobre el mármol pulido. Mi espalda erguida y mi expresión imperturbable no dejan lugar a dudas: voy en serio. No sé cuánto de imponente luzco ahora mismo, pero los sirvientes que encuentro en mi camino bajan la cabeza con respeto. Aun así, noto sus miradas furtivas, los susurros que nacen en cuanto paso de largo. No me importa. Tengo cosas más importantes en las que concentrarme.Cuando giro en el último pasillo, entro al salón. La mesa está servida para dos, aunque él no está. Pero si dispuso esto, significa que sabía que vendría. Sabía que aceptaría el reto. Lo que no sabe es lo que estoy dispuesta a hacer. Al principio, mi única inte
Después de soltar esa información como un balde de agua fría, Damon se levanta y se marcha sin una sola mirada atrás, dejándome sola y completamente desorientada. Me quedo ahí unos minutos más, procesando lo que acaba de pasar, tratando de asimilar que ahora mi vida depende de un guardaespaldas y que estoy atrapada en un mundo donde un solo error podría costarme la vida.Para cuando reacciono, mi apetito ha desaparecido y el café frente a mí se ha enfriado. Me levanto justo cuando una joven sirvienta se acerca para recoger la mesa. Me hace una leve reverencia, pero algo en ella me provoca un escalofrío. Su mirada, aunque respetuosa en apariencia, es fría, como si me odiara sin razón alguna. Estoy segura de que nunca la había visto antes, así que no entiendo de dónde viene ese desprecio.Decido ignorarlo y me dirijo de regreso a mi habitación. No tengo mucho que hacer ni conozco los alrededores de la mansión, así que no hay otro lugar a donde ir. Sin embargo, al avanzar, noto un pasill
Después de aquel ataque de pánico, sigo en el suelo, desorientada. Todo mi cuerpo tiembla en espasmos, recordándome que la crisis me sacudió por completo. La sensación es asfixiante. Hacía mucho que no pasaba por esto y, por un momento, creí que lo había superado. Pero estaba equivocada. El miedo sigue aquí, acechando en las sombras, y con él, los recuerdos que tanto intento olvidar. Esos recuerdos que me empujan de nuevo a este ciclo dañino de terror y desesperación.Odio la sangre. Odio las armas. Odio este mundo violento en el que me han arrastrado. Y lo peor es que no hay escapatoria. Saber que otra vez estaré rodeada de muerte y caos me pone los nervios de punta. Tal vez debería retomar la medicación. No quiero. La detesto. Pero si esto sigue así, no tendré opción. Algo me dice que esta no será la última crisis.Pasan los minutos… quizás horas. No lo sé. Pero cuando finalmente reúno fuerzas, me obligo a levantarme. Me aliso la falda del vestido, trato de arreglar mi cabello desor
«—Hasta el fondo.» Esas habían sido las palabras mágicas de mi amiga, las que me habían llevado a beberme ocho rondas de tequila sin pensarlo dos veces. Ahora, el mundo daba vueltas, mis piernas tambaleaban y cualquier cosa me provocaba un ataque de risa incontrolable. Estaba eufórica, atrevida y con una absurda sensación de invencibilidad. —¿Y qué haremos ahora? —preguntó Tom mientras salíamos del bar. La madrugada estaba fría y desierta, perfecta para que hiciéramos alguna locura. —Tengo una idea —dijo Ray con una sonrisa traviesa—. Hay una empresa enorme a unas cuadras de aquí. ¿No les da curiosidad ver cómo es por dentro? —¿Estás sugiriendo que entremos sin permiso? —chillé con emoción más que con miedo—. Si nos atrapan, estamos acabados. —Eso lo hace aún más interesante —comentó Ween, encogiéndose de hombros. —¡Hagámoslo! El estacionamiento del edificio estaba envuelto en sombras, apenas iluminado por algunas luces tenues. Caminamos con sigilo, conteniendo la respiración,