El auto avanzó por kilómetros de carretera antes de reducir la velocidad frente a unas imponentes rejas de metal negro. El sonido del motor se volvió un murmullo mientras nos acercábamos a la entrada. Un guardia se aproximó al auto, con su uniforme impecable y una expresión seria. Llevaba un arma a la vista, un detalle que no pasó desapercibido para mí y que hizo que se me helara la sangre.
Se inclinó hacia la ventanilla, evaluándonos con una mirada analítica antes de asentir y hacer una seña para que abrieran la reja. La estructura metálica se deslizó con un rechinar controlado, permitiéndonos el paso. El auto tomó entonces un estrecho camino empedrado, flanqueado por rosales rojos en plena floración. La escena era tan elegante como inquietante, un contraste entre belleza y peligro que no me pasó desapercibido. Al detenernos, la mansión apareció ante mí en toda su magnificencia. Solo cuando bajé del auto y pude observarla en su totalidad comprendí la cantidad de dinero que debía poseer su propietario. Era gigantesca, casi como un palacio. Su estructura antigua se mantenía impecable, con tres pisos de dimensiones colosales. A su alrededor, los jardines perfectamente cuidados se extendían como una obra de arte. Pero lo que más llamó mi atención fueron los hombres armados apostados en diferentes puntos de la propiedad, observando con la atención afilada de depredadores. Mi instinto me gritaba que algo aquí estaba mal. ¿Por qué tantas armas? ¿Por qué tanta seguridad en una casa? Y lo más importante… ¿A qué se dedicaba realmente Knight Industries? No tuve demasiado tiempo para procesar mis dudas, pues una figura apareció en la entrada. Era una mujer mayor, de baja estatura y figura ligeramente encorvada. Se apoyaba en un bastón con elegancia, y su cabello canoso estaba recogido con tal precisión que ni un solo mechón escapaba de su peinado. Sus ojos filosos me evaluaron desde detrás de sus lentes, recorriéndome de arriba abajo con una minuciosidad incómoda. Me sentí juzgada de inmediato, como si un solo vistazo suyo bastara para decidir si yo valía la pena o no. —Hola, yo… —intenté hablar, pero mi voz titubeó, insegura. —Daisy —el abogado que me acompañaba intervino con tono profesional—, ella es de quien te hablaron. El señor Knight la ha dejado a tu cuidado hasta su regreso. Quiere que le muestres la mansión y le expliques sus responsabilidades aquí. La mujer asintió con gesto estoico. —Bien. El abogado no tardó en marcharse, dejándome sola con la mujer. Mi primer instinto fue correr en dirección contraria, escapar de este lugar antes de que Damon Knight hiciera acto de presencia. Pero sabía que era imposible, no con la cantidad de guardias armados vigilando cada rincón. No ahora. Tendría que ser paciente, esperar el momento adecuado. —Sígame —ordenó la mujer con voz firme antes de girarse y empezar a caminar dentro de la mansión. No tuve otra opción más que seguirla. Adentrándome en aquel palacio, cada detalle me abrumaba con su opulencia. Desde los suelos de mármol hasta las enormes lámparas de cristal, todo en la mansión parecía costar más de lo que yo ganaría en toda mi vida. Había cuadros en las paredes, esculturas finas colocadas estratégicamente y arreglos florales frescos que perfumaban el ambiente. Cada rincón estaba diseñado para impresionar. Yo no pertenecía aquí. Mi mundo siempre había sido uno de pequeñas habitaciones alquiladas, ropa comprada en ofertas y comida contada hasta fin de mes. Pero aquí… aquí el lujo era la norma. No era algo que anhelara, pero tampoco podía decir que lo despreciara. Sin embargo, el costo que venía con esto no era uno que estuviera dispuesta a pagar. —¿Todo esto le pertenece a él? —pregunté, esforzándome por mantener la voz neutral. —Sí —respondió Daisy con sequedad. La respuesta no debería haberme sorprendido, pero de algún modo lo hizo. Subimos por unas escaleras de madera con una alfombra roja impecable, tan gruesa que mis pasos apenas hacían ruido. —¿A dónde vamos? —pregunté, intentando que mi tono sonara casual. —A su habitación. Me detuve un segundo en el escalón. —¿Mi habitación o la de él? No fue curiosidad lo que me llevó a preguntar, sino miedo. Porque si ella decía que tendría que compartir una cama con Damon Knight… Daisy no respondió. Solo me dedicó una mirada poco paciente por sobre sus lentes. No parecía una mujer con mucha tolerancia a las preguntas innecesarias, así que decidí guardar silencio y seguir caminando. Cuando llegamos al segundo piso, giramos a la izquierda, por un pasillo ancho con varias puertas alineadas. Daisy se detuvo frente a una de ellas y la abrió sin ceremonia. Me indicó con un gesto que entrara. Titubeé un instante, preguntándome si me encerraría, pero en su lugar ella también entró, cerrando la puerta detrás de sí. —Siéntese —ordenó, señalando uno de los sillones junto a la cama. No me quedó más remedio que obedecer. Daisy me observó con esa misma mirada afilada antes de hablar. —A partir de ahora, es la señora Knight. Y debe saber lo que eso significa. Las palabras me golpearon como una bofetada. —¿Sabe usted las condiciones bajo las que me casé? —pregunté, mi voz teñida de indignación. Pero ella me ignoró. —Lo mínimo que se espera es que tenga un comportamiento adecuado, que su forma de hablar y vestir sean acordes a su nuevo apellido. —¡Su jefe me amenazó! ¡No quiero estar aquí! Daisy ni siquiera parpadeó. —Gritar es vulgar —dijo con tranquilidad, como si estuviera hablando del clima—. Y su forma de vestir también lo es. Todo en usted es vulgar. Yo debo corregir eso, y no pienso tardarme más de lo necesario. Presioné mis manos contra mi rostro, frustrada. —Esto es increíble… Cada persona que trabajaba para él parecía reflejar la misma frialdad que Damon Knight. Como si todos estuvieran programados para seguir sus órdenes sin cuestionarlas. —Muy pronto le traerán ropa adecuada, pero antes debe deshacerse de ese aspecto —señaló una puerta en la esquina de la habitación—. Ese es el baño. Dúchese. Quítese la suciedad y salga como si fuera una mujer nueva. En unas horas será la cena, y deberá acompañar al señor Knight a la mesa. La idea me revolvió el estómago. —No quiero. Me niego. Daisy no pareció inmutarse. —Negarse solo hará la situación peor para usted. Si realmente es inteligente, obedecerá. —¿O qué? ¿Me enviarán a la cárcel? —me burlé con amargura. —Eso sería el menor de sus problemas —respondió con una sonrisa gélida—. Si aprecia su vida, compórtese, señora Knight. Sus palabras quedaron flotando en el aire mucho después de que ella se marchara, repitiéndose en mi mente como un eco amenazante. Señora Knight. Sí, ahora lo era. Aunque no lo hubiera elegido, aunque todo dentro de mí se rebelara contra ello. Y lo peor de todo… es que la amenaza de Daisy no sonó vacía. Si Damon Knight era tan peligroso como todos a su alrededor parecían sugerir, entonces mi libertad no era lo único en juego. También lo estaba mi vida. Me quedé sentada en el sillón, con las manos crispadas sobre mis rodillas. Un peso insoportable se asentó en mi pecho, sofocándome. "Señora Knight", había dicho Daisy, como si mi identidad ya no me perteneciera. Como si ahora solo fuera una extensión de ese hombre. Pero no. No iba a dejar que Damon Knight me quebrara. Me puse de pie, mis pasos sintiéndose pesados mientras me acercaba a la puerta del baño. La abrí sin mucha intención de seguir órdenes, pero cuando vi el interior, mi resistencia flaqueó por un momento. Era el baño más lujoso que había visto en mi vida. Mármol blanco y negro cubría cada rincón, el enorme espejo reflejando la imagen de una chica que no se reconocía a sí misma. El agua ya estaba corriendo en la ducha, como si Daisy hubiera asumido que obedecería sin rechistar. —Arrogante vieja —murmuré para mí misma, pero me acerqué al espejo. Mi reflejo lucía cansado, con las ojeras marcadas y el cabello enredado después de tantas horas de ajetreos y problemas. Tal vez una ducha no era tan mala idea. Me desvestí con movimientos mecánicos y me metí bajo el agua caliente, sintiendo cómo la tensión en mis músculos se disipaba lentamente. Por un instante, cerré los ojos y me permití olvidar dónde estaba. Fingí que estaba en casa, en mi diminuto apartamento, con la certeza de que al salir de la ducha podría acurrucarme en mi sofá y seguir con mi vida normal. Pero la ilusión se rompió en cuanto abrí los ojos y recordé dónde me encontraba. Terminé de ducharme lo más rápido que pude y tomé la toalla que estaba sobre un estante. Cuando volví a la habitación, un vestido esperaba sobre la cama. Negro, elegante, de tela suave y costosa. Suspiré con frustración. —Perfecto, ahora también me visten. Pero sabía que no tenía opción. Me puse el vestido con manos temblorosas, sintiendo cómo la tela se deslizaba sobre mi piel con una perfección inquietante. Como si Damon hubiera mandado a hacer la prenda específicamente para mí. El pensamiento me revolvió el estómago. Me acerqué al espejo de cuerpo completo al otro lado de la habitación. La imagen que me devolvió el reflejo no era la de la chica agotada que había visto antes. Ahora, parecía otra persona. Alguien más refinada, más frágil. Más fácil de moldear. —Maldita sea… No podía permitirme ceder a esto. Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos. —Es la hora de la cena —anunció una voz femenina. Mi corazón dio un vuelco. Era el momento. Iba a enfrentarme a Damon Knight.Salí de la habitación con pasos rápidos, siguiendo a la sirvienta que había venido a buscarme. Caminaba con una calma exasperante, como si el tiempo no tuviera importancia. Pero para mí sí la tenía. No porque ansiara encontrarme con él otra vez, sino porque cada segundo era una oportunidad para observar la mansión, buscar grietas en su seguridad, puertas mal cerradas, ventanas entreabiertas… cualquier descuido que me diera una posibilidad de escape. Si tenía suerte, esta sería mi última noche aquí.Los tacones que me habían dado junto con el vestido resonaban en el suelo con cada paso. La falda negra ondeaba alrededor de mis piernas con elegancia. Me veía bien, demasiado bien. Jamás me imaginé vistiendo algo tan fino, pero no podía negar que este tipo de ropa tenía su encanto, incluso en alguien como yo.Bajamos las escaleras, atravesamos el salón principal y cruzamos un largo corredor antes de llegar al comedor. La mesa era enorme, con espacio para al menos doce personas, pero lo que
Mis manos tiemblan de ira. Debo controlarme o él ganará. Empiezo a sospechar que eso es exactamente lo que quiere: verme caer en la desesperación, perder el control, romperme. Este hombre, a quien apenas conozco, es un enigma. Al principio se mostró como alguien frío, distante, con una mirada vacía que no reflejaba nada. Cada sonrisa suya parecía forzada, un acto ensayado. Era amenazante, directo. Pero ahora juega con otro enfoque. Su burla es evidente, disfruta mi miseria. ¿Por qué? ¿Qué tiene contra mí?Sí, me colé en su empresa, destrocé su oficina y firmé un contrato que no me correspondía. Lo admito. Me merecía consecuencias, pero esto… esto va más allá. Amenazarme, chantajearme, obligarme a ser su esposa, es un nivel de crueldad que traspasa cualquier límite. Y me aterra.Él hace una señal con la mano y los guardias retroceden. Se alejan, guardan sus armas y me dejan un camino libre. Ya no me rodean.—Regresemos —ordena Damon, su tono inflexible.—No —respondo con firmeza.Su ex
Camino por los corredores de la mansión con paso firme. Aún me siento ajena a este lugar, como si sus muros intentaran recordarme que no pertenezco aquí. Pero, al menos, creo saber cómo llegar al salón donde cenamos anoche. No sé si él estará ahí, pero espero que sí. Estoy dispuesta a tener una conversación muy seria con él.El eco de mis pasos resuena sobre el mármol pulido. Mi espalda erguida y mi expresión imperturbable no dejan lugar a dudas: voy en serio. No sé cuánto de imponente luzco ahora mismo, pero los sirvientes que encuentro en mi camino bajan la cabeza con respeto. Aun así, noto sus miradas furtivas, los susurros que nacen en cuanto paso de largo. No me importa. Tengo cosas más importantes en las que concentrarme.Cuando giro en el último pasillo, entro al salón. La mesa está servida para dos, aunque él no está. Pero si dispuso esto, significa que sabía que vendría. Sabía que aceptaría el reto. Lo que no sabe es lo que estoy dispuesta a hacer. Al principio, mi única inte
Después de soltar esa información como un balde de agua fría, Damon se levanta y se marcha sin una sola mirada atrás, dejándome sola y completamente desorientada. Me quedo ahí unos minutos más, procesando lo que acaba de pasar, tratando de asimilar que ahora mi vida depende de un guardaespaldas y que estoy atrapada en un mundo donde un solo error podría costarme la vida.Para cuando reacciono, mi apetito ha desaparecido y el café frente a mí se ha enfriado. Me levanto justo cuando una joven sirvienta se acerca para recoger la mesa. Me hace una leve reverencia, pero algo en ella me provoca un escalofrío. Su mirada, aunque respetuosa en apariencia, es fría, como si me odiara sin razón alguna. Estoy segura de que nunca la había visto antes, así que no entiendo de dónde viene ese desprecio.Decido ignorarlo y me dirijo de regreso a mi habitación. No tengo mucho que hacer ni conozco los alrededores de la mansión, así que no hay otro lugar a donde ir. Sin embargo, al avanzar, noto un pasill
Después de aquel ataque de pánico, sigo en el suelo, desorientada. Todo mi cuerpo tiembla en espasmos, recordándome que la crisis me sacudió por completo. La sensación es asfixiante. Hacía mucho que no pasaba por esto y, por un momento, creí que lo había superado. Pero estaba equivocada. El miedo sigue aquí, acechando en las sombras, y con él, los recuerdos que tanto intento olvidar. Esos recuerdos que me empujan de nuevo a este ciclo dañino de terror y desesperación.Odio la sangre. Odio las armas. Odio este mundo violento en el que me han arrastrado. Y lo peor es que no hay escapatoria. Saber que otra vez estaré rodeada de muerte y caos me pone los nervios de punta. Tal vez debería retomar la medicación. No quiero. La detesto. Pero si esto sigue así, no tendré opción. Algo me dice que esta no será la última crisis.Pasan los minutos… quizás horas. No lo sé. Pero cuando finalmente reúno fuerzas, me obligo a levantarme. Me aliso la falda del vestido, trato de arreglar mi cabello desor
«—Hasta el fondo.» Esas habían sido las palabras mágicas de mi amiga, las que me habían llevado a beberme ocho rondas de tequila sin pensarlo dos veces. Ahora, el mundo daba vueltas, mis piernas tambaleaban y cualquier cosa me provocaba un ataque de risa incontrolable. Estaba eufórica, atrevida y con una absurda sensación de invencibilidad. —¿Y qué haremos ahora? —preguntó Tom mientras salíamos del bar. La madrugada estaba fría y desierta, perfecta para que hiciéramos alguna locura. —Tengo una idea —dijo Ray con una sonrisa traviesa—. Hay una empresa enorme a unas cuadras de aquí. ¿No les da curiosidad ver cómo es por dentro? —¿Estás sugiriendo que entremos sin permiso? —chillé con emoción más que con miedo—. Si nos atrapan, estamos acabados. —Eso lo hace aún más interesante —comentó Ween, encogiéndose de hombros. —¡Hagámoslo! El estacionamiento del edificio estaba envuelto en sombras, apenas iluminado por algunas luces tenues. Caminamos con sigilo, conteniendo la respiración,
No recuerdo cómo llegué a casa. Quizás me trajeron los demás, aunque considerando lo borrachos que estaban, es más probable que me haya arrastrado hasta aquí por mi cuenta.Por lo general, el alcohol no me borra la memoria, pero siempre hay fragmentos que se pierden en el torbellino de imágenes borrosas. Y, siendo sincera, a veces es mejor así. He hecho demasiadas estupideces en noches como la de ayer, y no recordar algunas es casi un alivio.Estoy tendida en el sofá, no porque no haya logrado llegar a la cama, sino porque no tengo una. Este apartamento de mala muerte apenas tiene espacio para el sofá, una televisión que ni siquiera funciona y una cocina diminuta que casi nunca uso. Ni siquiera he intentado moverme. La resaca me está matando.Mi mirada está fija en el techo agrietado mientras todo me da vueltas. Solo de pensar en levantarme, el estómago me da una advertencia: un cóctel de náuseas y un hambre voraz, como si mi cuerpo no pudiera decidir si necesita comida o vomitar lo p
Niego con la cabeza una y otra vez, como si pudiera borrar la realidad con el mero acto de negarla. Mi respiración es errática, y en mis venas asciende una sensación que no sé cómo describir. Es pánico, pero no del todo. Es incredulidad, pero tampoco. Una parte de mí está aterrada, la otra intenta aferrarse a la idea de que todo tiene solución. Siempre hay una salida. Siempre. Esta no puede ser la excepción.—¿Por qué me dice esto? —mi voz tiembla mientras camino de un lado a otro en el reducido espacio—. Hay una manera de anularlo, ¿verdad? —El hombre no responde. Mi pecho se aprieta—. ¿Verdad? —insisto, esta vez con desesperación.—Es un matrimonio, por supuesto que puede ser anulado.Dejo escapar el aire contenido en mis pulmones, sintiendo un efímero alivio. Pero entonces...—Sin embargo…Mi cuerpo se tensa. La forma en que dejó la frase suspendida en el aire me golpea como un puñal invisible.—¡Por favor, no agregue más tensión a mi tortura!—Un matrimonio es cosa de dos. Tendrá