Sola

—Señora —escuché la voz de Adeline al entrar a mi habitación tras llamar y no obtener respuesta de mi parte—. ¿Señora? Es hora de levantarse, el señor la espera en el comedor.

Aparté la sábana de mi rostro, frunciendo levemente el ceño ante la luz que se filtraba por el ventanal después de que Adeline abriera las cortinas. Me enderecé, notando de inmediato que aún llevaba puesta la misma lencería de la noche anterior, que no pude lucir ante mi esposo porque nunca se presentó en mi habitación.

—¿Benjamin me está esperando? —le pregunté a mi sirvienta mientras me frotaba los ojos—. Pensé que él...

—Sabe que tiene que desayunar con él todas las mañanas, tardes y noches —me recordó, y puse percibir una pizca de hostilidad en su voz.

Era cierto. Antes de que Benjamin cambiara repentinamente de actitud, solíamos desayunar juntos, almorzar juntos e incluso cenar juntos. A veces en compañía de miembros de su familia, a veces solos. Me sentía muy unida a él, como una pareja enamorada que compartía todo tipo de momentos, pero ahora sentía un amargo sabor en la boca al darme cuenta de que poco a poco esas cosas bonitas que valoraba estaban escapándose de mis manos.

—Está bien, prepárame —le dije, mis pies pisando el frío suelo de la habitación.

Sí, ahora soy la esposa de Benjamin. Está en mis manos hacer que esto funcione. Lo amo, y aunque desconozco el motivo de su cambio, lo averiguaré y trabajaré para mejorar nuestra relación. Tengo que hacerlo.

—Para hoy, usa este vestido —me indicó Adeline, colocando frente a mí un vestido color magenta, sencillo, con mangas y estampado de flores. No sé de dónde lo ha sacado, pero es realmente bonito.

—¿Por qué este? —le pregunté, un tanto curiosa, ya que solo yo decido cómo vestir, además de mi esposo.

—Oh, es que... al señor le encantará —respondió, torciendo el gesto—. No sé si lo sabe, pero este es su color favorito.

—¿Magenta? —arqué una ceja, y ella asintió—. Está bien, no importa. No quiero hacerlo esperar más.

Adeline me ayudó a tomar una ducha. Acostumbro a tomar un baño de rosas, mi favorito, y también el de Benjamin. Le gusta ese aroma, y me ha mencionado varias veces que lo encuentra cautivador. Aquí en el castillo, es normal que las sirvientas te ayuden a bañarte y vestirte. Al principio me resultaba incómodo, pero ahora me he acostumbrado.

Finalmente, terminé de prepararme. El vestido magenta me quedó perfecto, ajustándose hermosamente a mi cuerpo, realzando la belleza de mi rostro y otorgándome un toque de sencillez y elegancia al mismo tiempo.

Salí de la habitación después de ser preparada. Adeline me guió a lo largo del pasillo hasta atravesar una puerta gigante de madera donde pude divisar cuadros de pinturas antiguas, candelabros y jarrones colocados en mesas talladas que añadían toques de elegancia al corredor.

Cuando por fin llegué al comedor, me quedé petrificada, ya que no solo estaba Benjamin esperándome, sino que también lo acompañaban tres hombres más. Pude deducir que eran familiares por el color dorado de sus ojos y el peculiar tono oscuro de su cabello.

Al verme, me escudriñaron de pies a cabeza como si estuvieran viendo a un fantasma. Benjamin frunció el ceño y apretó la mandíbula, e incluso noté cómo cerraba los puños sobre la mesa.

—Buenos días —saludé, tomando asiento en la silla vacía al lado de mi esposo—. No sabía que tendríamos visita.

—Mi padre decidió visitarnos luego de la boda —contestó Benjamin un tanto incómodo—. Mi abuelo quiso salir de su habitación, y mi tío quería conocerte.

Miré fijamente a los tres hombres frente a mí. Al padre de Benjamin, mi suegro, ya lo había visto antes, no solo en la boda, sino también la primera vez que llegué al castillo. Fue muy amable conmigo, y en este momento me está mirando con una sonrisa cálida en los labios. El señor James, abuelo de mi esposo, vive aquí en el castillo, pero rara vez sale de su habitación ya que está en silla de ruedas. Es un anciano que habla poco; sin embargo, siempre me mira de manera extraña, distante, cautelosa, como si quisiera decirme algo pero se contuviera.

El último hombre en la mesa, que Benjamin dice que es su tío, deduzco que es el señor Richard. Cabello negro y ojos dorados, como todos los de esta familia. Aún es joven, tiene unos treinta y dos años aproximadamente. Me está mirando al igual que los demás, pero en este momento no puedo distinguir qué están pensando ninguno de ellos.

—Es bueno verte de nuevo, Nevaeh —el señor Charles, mi suegro, rompió el silencio y me sonrió—. ¿Cómo pasaste la noche? ¿Bien?

La pregunta me sacudió, pero no lo demostré. Quizás piensen que este es un matrimonio perfecto porque Benjamin así lo dio a entender, pero no lo es. ¿Cómo le diré a su padre que su hijo ni siquiera pisó mi habitación en nuestra primera noche?

—Todo estuvo perfecto, gracias por su preocupación —respondí con una sonrisa genuina.

—Oh, ¿de verdad? —intercaló su mirada entre su hijo y yo—. Quiero ver un nieto pronto, eso me haría muy feliz.

Benjamin levantó la mirada hacia su padre con molestia reunida en sus iris. Era como si estuviera viendo a su peor enemigo frente a él.

—Es decisión de mi esposa y mía—dijo con mordacidad—. Absténgase de mencionarlo, padre.

—Benjamin —su tío intervino, tratando de aliviar la tensión en el ambiente—. Quiero hablar contigo luego del desayuno.

—Claro —asintió, pero su mirada aún seguía fija en su padre, quien sonreía abiertamente.

La tensión persistió durante todo el desayuno. Nadie dijo nada después de eso, y quizás llegué a pensar que su tío o su padre preguntarían la razón por la que ni siquiera Benjamin quiso tener una luna de miel, pero nada de eso ocurrió. Ni siquiera se mencionó nada sobre nosotros dos. Richard me estuvo mirando todo el tiempo, y el señor James no levantaba la mirada de su comida. Era una situación un tanto extraña que incluso yo me abstuve de mencionar algo. Benjamin ni siquiera me miró, como si no me hubiera dejado plantada la noche anterior. ¿Qué estaba pasando?.

Al terminar de desayunar, Benjamin se retiró a su estudio con su tío, mi suegro se marchó en silencio sin decirme nada más, y el señor James fue llevado a su habitación por una de las sirvientas. Me quedé sola, sintiéndome como un objeto más en este gran salón. Tenía la intención de hablar con Benjamin cuando saliera de su estudio, pero por alguna razón, me daba miedo hacerlo. Ni siquiera puedo describir la asfixia que siento al pensar en él.

—«Una campesina como ella no durará mucho tiempo».

—«¿Cómo logró obtener el lugar de la señora Worsley? Algún truco debió haber usado».

—«¿Viste lo que llevaba puesto? El señor seguramente ocultó su enojo porque estaban su padre, su abuelo y su tío en la mesa. Qué barbaridad».

—«Es una tonta. El señor ni siquiera la ha mirado desde la boda, ¿pueden creerlo?».

—«Me siento como poca cosa sirviendo a una campesina. Ni siquiera yo estoy en un nivel tan bajo como el suyo».

Aquella última voz me dejó petrificada, ya que pertenecía a mi criada personal, Adeline, asignada por Benjamin para mí. Si no hubiera pasado por la cocina intentando ayudar o distraerme mientras mi esposo terminaba de hablar con su tío, nunca habría sabido cuánto me odian las sirvientas de este castillo. Y no solo por ser la esposa de Benjamin, sino por mi origen. Jamás pensé que sería humillada simplemente por dónde provengo.

Pasé de largo, dejando de escuchar sus venenosas conversaciones sobre mí. Me encerré en mi habitación y tomé asiento en la cama, contemplando el vestido que llevaba puesto. ¿Qué tiene de malo y por qué Benjamin se enojaría por esto? Adeline fue quien me lo dio asegurando que era el color favorito de él, pero ahora que la escuché hablando a mis espaldas, siento que hay algo más detrás de esto.

Recién me estoy topando con la realidad. Una realidad que siempre estuvo ahí pero que yo distorsioné. O tal vez creí en lo que Benjamin me mostraba. Estoy sola, nadie aquí es de confianza, nadie está de mi lado, ni siquiera mi propio esposo, que no voltea a verme y aún estoy lejos de saber las razones.

¿Qué demonios sucede con todos?.

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