Dolor

Espero unos minutos más, encerrada en la habitación, sin hacer nada, dejando que los minutos pasen para poder reunirme con Benjamin luego de su conversación con el señor Richard. No puedo evitar sentirme mal, no solo por el desprecio de las sirvientas de aquí, sino también por la indiferencia de mi esposo.

Me pregunto una y otra vez qué pudo haber pasado, o qué hice mal para que me trate así, pero hasta ahora la respuesta está muy lejos de mi alcance. Todo era perfecto entre nosotros. Las cosas cambiaron luego de casarnos, estoy segura, sin embargo, no sé la razón.

Minutos más tarde decido salir de la habitación para ir a verlo. Los pasillos están en silencio, y mi corazón es el único sonido estruendoso dentro de mis oídos. Tengo temor, aunque no sé la razón. Últimamente me he sentido así, pero es debido a Benjamin, miedo a su desprecio.

Doy tres toques en la puerta de su estudio, esperando alguna respuesta. Tomo una bocanada de aire, temblando, nerviosa, buscando las palabras adecuadas para hablarle.

—Pase —escucho su voz del otro lado, y mi corazón casi brinca fuera de mi pecho.

Tomo la perilla e ingreso, quedando atónita con la escena frente a mis ojos. Mi sirvienta, Adeline, está arrodillada en el suelo con la cabeza hacia abajo en el piso, y puedo escuchar sus angustiosos sollozos, su cuerpo temblando como una gelatina.

Benjamin está de pie cerca del ventanal, sus ojos fijos en las afueras mientras se fuma un tabaco que tiene un aroma terroso y ahumado con un matiz dulce, hasta puedo decir que es agradable al olfato. Al entrar, se gira y me mira sin una pizca de sorpresa en su mirada como si ya supiera que era yo.

—Hitler —pronuncia ese nombre y de la nada un hombre se aparece detrás de mí, asustándome.

—Señor —el hombre se ubica a mi lado, mirándolo como un perro esperando la orden de su amo.

Lo observo de pies a cabeza. Tiene el cabello largo y oscuro, algunos mechones en su cara, ojos del mismo color dorado, sus facciones firmes y endurecidas, y un cuerpo bastante fornido y grande, el doble que yo, por lo que me siento tan diminuta.

—Encárgate —le ordena Benjamin, asintiendo hacia Adeline, quien sigue tirada en el suelo de rodillas.

—A su orden —acata Hitler y se acerca a la sirvienta, tomándola tan fuerte por el brazo que chilla del dolor. La saca del estudio casi a la fuerza mientras ella grita, poniéndome los vellos de punta ante su desgarradora agonía. Antes de que la puerta se cierre, ella me mira por última vez con unos ojos suplicantes. Estoy a punto de decirle algo, pero la puerta cuando se cierra me lo impide, dejando un silencio abrumador en el ambiente.

Cuando me giro hacia Benjamin, con los ojos bien abiertos, él ya está parado frente a mí, mirándome fijamente, sus orbes dorados tomando un matiz oscuro. Casi suelto un gemido del susto, pero me contengo, tratando de procesar todo lo que acaba de suceder.

—Yo... ¿qué...? —balbuceo sin saber qué decir, temblando.

—¿Qué haces aquí? —levanta una ceja y se lleva el tabaco a los labios para darle una calada.

—Tú, ¿qué es lo que...? Es decir, ¿qué pasó con Adeline? —gesticulo tratando de sonar firme—. Estaba llorando, ¿sucedió algo?.

—Nada importante que te incumba —contesta secamente, alejándose de mí algunos pasos—. Dime la razón por la que estás aquí y vete.

—Quiero respuestas —exijo, mandando al diablo cualquier atisbo de miedo—. Sobre lo que acaba de pasar justo ahora, sobre tu comportamiento, sobre todo, ¿qué sucede?.

—La curiosidad es dañina en muchas ocasiones —dice estando de espaldas a mí.

—Anoche me dejaste sola —me acerco e intento tomar su mano, pero la aparta bruscamente girando su cuerpo hacia mí— ¿Por qué me haces esto? Acabamos de casarnos, pensé que tendríamos nuestra primera noche, ya que no hubo luna de miel. Como si fuera poco, hoy actúas como si nada, me tratas de manera indiferente, ¿por qué?.

—No te amo —confiesa fríamente—. Nevaeh, nunca dije amarte, por lo que no puedo tocar el cuerpo de una mujer que me resulta repugnante —mis ojos se llenan de lágrimas y mi corazón se quiebra—. De ahora en adelante, solo sé mi esposa y vive como si estuvieras muerta. No me busques a menos que no sea para nada importante, solo preséntate ante mí cuando te llame. Dormiremos en habitaciones separadas, sin contacto alguno, sin molestias, sin incomodidades. Quiero que eso quede claro.

—¿Qué...? —esbozo una sonrisa irónica, mis lágrimas humedeciendo mis labios— ¿Qué estás diciendo? Tú... te casaste conmigo porque me quieres, ¿no? ¡Me dijiste que me casara contigo!.

—Nunca salió un "te quiero" o un "te amo" de mis labios —me tenso porque es verdad—. Te engañé, Nevaeh, nada fue real, y olvídalo. Solo sé una esposa oculta en la oscuridad, sin aparecer ante mí. Hazlo por tu bien y por el mío.

—¡No puedes hacerme esto! —me aproximo y golpeo su pecho con mis puños, mis pulmones ardiendo del dolor—. ¿¡Por qué demonios eres así!? ¿¡Por qué te casaste conmigo en primer lugar!? ¡Dímelo! ¡Dímelo ahora mismo! —sigo golpeando su pecho hasta que toma mis muñecas con sus dos manos y me aprieta hasta el punto de hacerme llorar del dolor.

—No quieras saber algo de lo que después puedas arrepentirte —ladra mordazmente—. Solo haz lo que te digo, Nevaeh.

Me suelta las muñecas, haciéndome retroceder dos pasos. Se da la vuelta y toma asiento en su escritorio, ignorando la manera tan desgarradora en la que estoy llorando por su culpa, por sus mentiras, por su desprecio, por el dolor que me hizo sentir con sus duras palabras. No titubeó en ninguna de ellas, y la forma en que me miró cuando me lo dijo me mostró claramente que no era la persona que amaba quien estaba frente a mí.

—Ahora vuelve a tu habitación —me ordena sin siquiera mirarme—. Y quítate ese vestido hasta que lo queme.

Salgo corriendo de su estudio con el agua salada de mis lágrimas empañando mis ojos. No me detengo hasta llegar a la puerta de mi habitación, por la cual me deslizo cuando estoy dentro. Lloro sonoramente, y quisiera dejar de hacerlo, pero simplemente no puedo, no cuando yo le entregué todo de mí excepto mi cuerpo. Fue tan cruel al decir que le resultaba repugnante. ¿Era así todo este tiempo? ¿Qué tan ciega estaba? ¿Y por qué razón me causó tanto dolor?.

Hundo mi cara entre mis rodillas haciéndome un ovillo en el suelo. Busco respuestas en cada rincón de mi cabeza, pero solo hallo un vacío infernal, atormentando mi tranquilidad.

Me percato de algo en medio de mi llanto, y es en el vestido que llevo puesto. No entiendo aún por qué Adeline me dijo que me lo pusiera cuando Benjamin aparentemente lo odia. Me ordenó que me lo quitara, y en su tono de voz percibí un atisbo de amargura como si le recordara a alguien. ¿Por qué demonios me hacen esto? Ni siquiera sé lo que pasó con Adeline, la razón por la que Benjamin la tenía de esa manera en su estudio.

Me levanto del suelo y quito el vestido frente al espejo, mis ojos rojos y mis mejillas húmedas por tanto llorar. No solo me siento usada, patética y miserable, sino que me siento tan poca cosa que no soy capaz de mirar mi propio cuerpo en el espejo.

«Soy repugnante», me repito, despertando dentro de mí cierta repulsión.

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